CRÍTICA CINE

Una chica cualquiera

La película animada y autobiográfica de Power Paola y Santiago Caicedo narra los cambios, altercados, experiencias y frustraciones de la artista. Retrata lo que todos vivimos: el viaje que es la vida y lo que eso implica.

Revista Arcadia
21 de mayo de 2018

Hay algo tierno, inocente y a la vez perspicaz en Virus tropical, que explica esa fácil conexión con el público que cualquiera percibe en las salas donde se proyecta. Debe ser que al fin una película colombiana se atreve a desmarcarse de las narrativas del no futuro con niños y jóvenes como protagonistas, y nos entrega, como contraparte, y a través de su personaje central, la promesa de una vida llena de cambios, altercados, experiencias y frustraciones, pero sobre todo retos y aprendizaje. Una fábula que no elude los conflictos y malestares de esa edad en la que todo el cuerpo adolece, pero que invita a vivirlos con gozo y sorpresa.

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Ese algo indefinible, pero que está hecho de firmeza y entusiasmo, recorre tanto el pulso de su animación (un dibujo a mano, en blanco y negro y de un trazo que quiere parecer artesanal) como las derivas narrativas en torno al coming of age de Paola, su protagonista. Y está presente en la música de Las Malas Amistades, en el alegre ir y venir de acentos e inflexiones de una familia nómada entre Quito, Cali y Medellín, y en el cuidado por los detalles que fijan unos mundos siempre al borde del estereotipo y, no obstante, cercanos y entrañables: el melancólico paisaje andino o la alegre desinhibición tropical tienen el encanto –y la verdad– de lo simple.

Virus tropical es una película que, como Paola, se transforma, que viaja entre dos países (Ecuador y Colombia) y dos etapas de la vida (la infancia y la juventud) con optimismo, pero sin bobería: que asume, con su personaje, cada desafío, que le da lugar al dolor y enfrenta con tranquilidad preguntas sobre la sexualidad, la identidad y las relaciones familiares. Las peripecias que enfrenta Paola son las de una chica cualquiera de clase media. Ese matiz también explica la fluida corriente de identificación que la película genera. El público del cine colombiano pertenece, en términos muy gruesos, a una clase media con interés y posibilidades de acceso a la producción cultural. Pero durante décadas ha sido rehén de un exotismo semejante al del arte colombiano en general, obstinado en fabular sobre los otros, es decir, en suponerlos.

La novela gráfica de Power Paola, y la película homónima de Santiago Caicedo, redirigen el foco hacía lo íntimo y familiar, sin por ello caer en el solipsismo o la autoconmisceración. Vemos a una clase media que se narra sin vergüenza y sin culpa, que se sabe hecha de –una vez más– una materia confusa entre los privilegios y la precariedad, y de la cual puede, en el mejor de los casos, nacer una visión social progresista. Virus tropical les da la voz, además, a las mujeres jóvenes de este grupo social, que suelen ser mucho más abiertas y atrevidas que los hombres, y más dispuestas a cuestionar las herencias recibidas. Por lo mismo la película exuda, además de su energía juvenil, una refrescante corriente de sinceridad.

Los cambios que experimenta Paola en su proceso de pasar de niña a mujer se exponen de forma llana y sin asomo de solemnidad. El desasiego frente al deseo del otro –y por el otro–y las experiencias con las drogas o el bullying son mostrados sin condescender a los mohínes de la cultura del trauma, con una inquebrantable bonhomía. El mundo de Paola es uno en que parece grato –a pesar de las infaltables amarguras– vivir.

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Construida en un largo proceso artístico y de cooperación entre la autora de la novela gráfica y el joven equipo técnico, creativo y de producción que hizo posible su adaptación como largometraje animado de ficción, Virus tropical no necesita venderse como pionera (no he escuchado esos deslices habituales en la promoción de las películas colombianas del tipo “primera película de animación para adultos”). Sin embargo, sí que hay que un espíritu nuevo en este filme, el emerger de unas voces suprimidas por la presunción de que a Colombia y a su arte los definen la guerra o la desgracia. Paola no representa a nadie más que a ella misma, pero estoy seguro de que muchas –y muchos– nos reconoceremos en su agridulce camino.