Editorial 146
Machismo literario 2
¿Por qué la crítica en contra de lo institucional-cultural es tan frágil? ¿Por qué el poder cultural no cambia de una vez por todas su idea de premiar a unos y sancionar a quienes no están de acuerdo? ¿No llegó la hora de dar el debate con respeto y altura?
Aquí puede leer Machismo literario 1
El sábado 4 de noviembre la escritora uruguaya Fernanda Trías escribió en su muro de Facebook: “Creo (y si alguien tiene información que pruebe lo contrario, es bienvenida) que, entre los países latinoamericanos con más mercado editorial, Colombia es el que más invisibiliza y ningunea a sus escritoras. Esta lista para el año Colombia-Francia me parece indignante y vergonzosa. También es vergonzoso que los hombres ahí privilegiados se queden convenientemente callados, legitimando con su silencio esta barbaridad. Yo no me puedo quedar callada”. Eran las siete y media de la noche. Para la madrugada del 5 de noviembre la polémica y las protestas estaban a la orden del día y de las redes. Varias escritoras se pronunciaron. Entre ellas Yolanda Reyes, quien en 2010, cuando ocurrió lo mismo –la manifestación de un machismo inveterado en nuestras instituciones estatales– con “Las bellas extranjeras”, un programa literario en Francia al que fueron invitados solo hombres, también lo había advertido. Pasaron siete años, los mismos que lleva la ministra de Cultura, Mariana Garcés, al frente de esa cartera, para que no cambiara nada. “Lo insólito, lo que no encaja en esta foto fija, es que en Colombia las mujeres estamos escribiendo, que tomamos muy en serio el oficio, como lo prueban las escritoras de distintas generaciones publicadas por diversos sellos editoriales y en diversos géneros. Que tenemos lectores y editores, dentro y fuera del país, que ganamos reconocimientos y que vivimos de este trabajo. Y que, precisamente, por tratarse de un trabajo –no de un pasatiempo– tenemos las mismas aspiraciones legítimas a participar en los procesos de selección y el derecho a conocer los criterios que se han determinado para integrar las muestras financiadas con dineros públicos”, escribió Reyes en su columna de El Tiempo.
El 6 de noviembre era lunes festivo en Colombia. Hubo una reunión de escritoras en un café de Bogotá. Se agruparon para insistir que, al menos 50 o 60 de ellas, se sentían proscritas y ninguneadas por la omisión. A la mañana siguiente, W Radio recogió el debate. Hablaron Yolanda Reyes, Mariana Garcés, Carolina Sanín y Luz Mary Giraldo. Los conductores del programa concluyeron, con ligereza, que la cultura no conocía de cuotas: que el arte debía defenderse solo, independientemente del género. La sensación que quedó en el aire, una vez más, es que las mujeres estaban armando una tormenta en un vaso de agua: que nadie las estaba excluyendo. La ministra Garcés aseguró que los 10 escritores que participarían en un encuentro, a puerta cerrada, en la Biblioteca del Arsenal, el 15 de noviembre, estaban casualmente en París y por eso la preponderancia masculina. Además dijo que sí, que se había invitado a una mujer, Margarita García Robayo, que había declinado la invitación.
Se desencadenó una tormenta. Las redes se encendieron. Se escribieron columnas y editoriales. Se hizo el tema del día en la misma W el miércoles 8 de noviembre. Hubo discusiones. Las mujeres hicieron un manifiesto y un video, Colombia tiene escritoras. Se trenzaron conversaciones en las que, por lo bajo, se dijo que no era del todo justo el reclamo, que se exageraba, que las mujeres buscaban protagonismo, que había animadversión hacia el ministerio; que nadie se había reunido en cónclave en la Biblioteca Nacional para decidir que no habría mujeres invitadas a Francia; que las mujeres ganaban premios y eran publicadas; que este, una vez más, no era un asunto de género.
Comenzó a pasar noviembre. El debate bajó de volumen hasta casi apagarse. Una vez más un escritor de renombre insistió en que el problema de las escritoras no era del Estado sino de los lectores: ¿y si ellos deciden que es mejor leer hombres qué? El chiste sobre el feminismo se cernió sobre nuestro encapotado cielo de noviembre. La alegría decembrina nos quitará todo este fastidio de encima, todas esas propuestas de mujeres burguesas y blancas, como dijeron algunos comentaristas de ocasión. Una columnista, en el colmo de la seudosofisticación, cometió la bobería de analizar los personajes femeninos de García Márquez a la luz del escándalo del mes para concluir que sí, que en efecto ese señor costeño con unas alas enormes también era un machista. Tres valientes escritores renunciaron a viajar. Se llaman Sinar Alvarado, Juan Cárdenas y Juan Álvarez. Y la espuma de los días, como en la novela de Boris Vian, se tragó la protesta hasta convertirla en un viejo reclamo de 2017.
Lo que nos preguntamos en Arcadia, con respeto, es si era necesario recorrer todo este doloroso camino; si no hubiera sido justo con las colegas escritoras reconocer la justicia de sus reclamos; si Colombia se merece que sigamos defendiendo nuestros errores con agresividad y se pretenda castigar a quien disienta. ¿Por qué hay quienes siguen defendiendo el error acusando a los “intelectuales” de no saber cómo funciona el Estado? ¿Se trata siempre de confundir para que se nos olvide? ¿Por qué la crítica en contra de lo institucional-cultural es tan frágil? ¿Por qué hay tanto miedo de perder “la mano que da de comer”, cosa que se oyó estos días? ¿Por qué el poder cultural no cambia de una vez por todas su idea de premiar a unos y sancionar a quienes no están de acuerdo? ¿Por qué dependemos todos tanto del Estado? ¿Por qué ante los reclamos de las colegas se les pide sensatez, pragmatismo, ideas concretas y las tildan de histéricas en privado? ¿No llegó la hora de dar el debate con respeto y altura? Esta vez tampoco fue.
NOTA: Arcadia se solidariza con el historiador Mauricio Archila, señalado injustamente por el expresidente Álvaro Uribe como apologético del terrorismo. Un flaco favor se le hace a la democracia con señalamientos que ponen en peligro la vida y la dignidad de intelectuales como Archila.