CONFIANZA
La crisis de la confianza en Colombia
Una de las mayores preocupaciones en el país es la falta de confianza en las instituciones. Poca credibilidad en los gobiernos –locales y nacional–, en los empresarios, en los medios y en la Justicia. ¿Qué pasa?
Colombia en las últimas décadas ha tenido una revolución silenciosa. De tener casi la mitad de sus habitantes en situación de pobreza a principios del siglo, este índice se redujo a un poco más de 25% hoy. Además, el país ha tenido uno de los crecimientos más sostenidos en la región con 3,7% en promedio en la última década y ha registrado un aumento de más de 50% en el ingreso per cápita medido en dólares en los últimos 10 años.
En medio de todo, varios estudios y análisis han dejado ver una gran preocupación: la pérdida de confianza en las instituciones.
En el pasado Hay Festival, una de las conferencias mostró un inquietante panorama. Se trata de un estudio de Usaid y Acdi-Voca que arrojó resultados desesperanzadores en esta materia: casi 91% de los encuestados desconfía del gobierno nacional; más de 89% de los gobiernos locales; 87% delos empresarios, y 82% de los medios de comunicación. En las iglesias no confía 53% y en el Ejército tampoco lo hace el 62%. Estos resultados ratifican otros estudios como el de Gallup o el Latinobarómetro.
Un reciente análisis realizado entre jóvenes por la Universidad del Rosario mostró que esta población tiene muy baja confianza en la Justicia, la Presidencia de la República y el Congreso; pero que su confianza está en las universidades públicas y en las privadas.
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Corporación para el Control Social (Contrial) profundiza en esta situación al medir el capital social. ¿Qué pasó en el periodo 2011-2017, el más reciente de este estudio? Lo más notorio fue la caída de la confianza, en especial la institucional. En aspectos de confianza en el Congreso y los partidos, “ya de por sí muy bajos en Colombia y que llegan a niveles casi imposibles de empeorar, esto con la percepción de corrupción a niveles nunca vistos”, dice un artículo escrito por John Sudarsky y Diana García. Por el lado del capital social, se llega al nivel mínimo, con una caída drástica (173%).
Pero el tema va mucho más allá: el estudio de Usaid y Acdi-Voca señala que 78% de los encuestados tampoco confía en sus vecinos.
¿Por qué pasa esto, cuando Colombia goza de una de las mejores dinámicas económicas de la región y es uno de los países más estables en el manejo político y económico?
Sin duda, los resultados económicos y sociales son favorables, pero no han reducido las brechas: Colombia sigue entre los países más desiguales de la región y lo rural y lo urbano están cada vez más lejos por la ausencia del Estado en el campo y los altos niveles de desempleo.
Las marchas y protestas sociales explican en parte esta situación. Gran parte de la gente que salió de la pobreza hoy está en situación de vulnerabilidad, ve amenazados sus logros y advierte con angustia la posibilidad de volver a la pobreza.
Lo económico
Esa anemia de confianza es un tema global. “Es sistemática en las instituciones de América Latina, Estados Unidos y Europa. Y eso explica que los costos de transacción se hagan más altos y los negocios más difíciles. La confianza en instituciones viene en caída libre”, dice Camilo Herrera, presidente de la junta directiva de la consultora Raddar.
El tema de los empresarios es uno de los más sensibles. De un tiempo para acá viene creciendo un discurso antiempresa y parte de la gente no percibe al sector empresarial como el motor que debe mover la economía. Más bien la ve como una contraparte, circunstancia que preocupa en la medida en que el sector privado es uno de los pilares en la generación de empleo y en la dinámica económica.
El Gobierno, por ejemplo, ha apostado por darle beneficios tributarios al sector empresarial para que se traduzcan en más crecimiento y empleo. Pero muchos los ven como ventajas a un sector privilegiado.
Sin embargo, hay que tener en cuenta que Colombia tiene una base empresarial compuesta, en gran parte, por Pymes y microempresas, como recuerda Sandra Forero, presidente de Camacol y del Consejo Gremial.
¿Qué puede explicar esto? De una parte, el caso de corrupción de Odebrecht golpeó los cimientos de las empresas en Colombia y ‘metió’ a las firmas en la visión general de los colombianos.
De otra, está el tema de los intereses. Para Jimena Niño, subdirectora del programa de alianzas para la Reconciliación (PAR) de Usaid y Acdi-Voca, estudios en países distintos, como los nórdicos, muestran que primero está el colectivo y luego lo individual. “En Colombia la gente cree en lo individual pero no en lo colectivo. Eso es muy complicado. Como sociedad debemos reflexionar sobre eso”, dice.
Sudarsky, exsenador y experto en análisis sociales, señaló en un artículo para el libro Reimaginando a Colombia, de la consultora McKinsey, que en regiones colombianas que combinan el individualismo positivo con el capital social, “se encontraron municipios con tasas de crecimiento económico por encima del 5%. En 25 años, esto representa una diferencia entre crecer 160% solo gracias a la alta capacidad empresarial y crecer 255% gracias a la combinación de los dos elementos”.
Lo político
La política sirve de correa de conducción entre la sociedad y el Estado. Pero ahora la gente no tiene claro por quién vota y, como explica Sudarsky, el sistema electoral no le permite llamar a cuentas individualmente a quien elige.
Se rompió la relación entre sociedad y Estado. “La sociedad se está atomizando cada vez más, es más oportunista y, además, en ese periodo de la polarización, por el proceso de paz, quedó dividida”, explica el exsenador.
Lo más dramático es que la desconfianza política no logró salir adelante en uno de sus escenarios naturales: la jornada electoral de octubre. Las ciudades más importantes ‘castigaron’ los extremos y el centro logró colonizar gran parte de ese espectro. Pero las elecciones locales no le bajaron el combustible al ‘conflicto político’ y, por el contrario, ratificaron la teoría de Sudarsky: la gente vota y olvida.
“Lo que perpetúa el círculo vicioso de la corrupción y la desconfianza en Colombia es la existencia de una clase política que se niega a corregir las reglas que permitirían que los ciudadanos pudieran tomarles cuentas, además del discurso populista que promete una educación universitaria con cubrimiento universal y gratuito, sin tomar en consideración la limitación de los recursos”, advierte Sudarsky en el libro Reimaginando a Colombia.
Para David Bojanini, presidente del Grupo Sura, la pérdida de confianza se resume en una preocupante coyuntura: el capitalismo y la democracia hoy están cuestionados. “El capitalismo tiene que transformarse. El capitalismo que hoy llaman consciente donde tiene en cuenta a sus públicos de interés y actúa en equilibrio con todos ellos, es un capitalismo viable. Trate bien a sus empleados, a sus clientes. No solo cumpla un contrato, busque solucionarles los problemas, qué valor agregado puedo dar. Lo mismo en el cuidado ambiental. Una empresa no puede estar alejada de la sociedad”, explica.
Agrega que posiblemente será necesario en el futuro revisar los indicadores financieros. “Si las empresas actúan así, pueden recuperar la confianza”, señaló.
Frente a la democracia, Bojanini cree que es el único sistema de gobierno, que conoce, que puede funcionar. “Dígame: sin democracia, ¿unos señores gobernando desde la calle? Eso es la anarquía. Tiene que haber una institucionalidad que debemos respetar. La democracia se ha contaminado de corrupción, de populismo, de tráficos de influencia. Eso hay que corregirlo. Y con todas sus imperfecciones sigue siendo la única manera en que puede haber un orden, porque no creo en la anarquía”, señala.
La gran pregunta es qué ha hecho falta en Colombia para activar esa relación de capital social y confianza, se pregunta Niño. Para muchos, los avances sociales y económicos no se han traducido en confianza, y –por el contrario– todo queda en un solo paquete, por lo general enmarcado en la corrupción.
Ricardo Amaya, director del Programa de Alianzas para la Reconciliación (PAR) de Usaid y Acdi-Voca, considera que el papel del empresariado en el conflicto fue muy destacable, en especial la forma cómo lo enfrentó: “No se fue, se adaptó y permaneció en el país en medio del conflicto. La frase tan famosa de ‘al país le va mal pero a la economía bien‘, de alguna manera surgió porque los empresarios tuvieron un papel decidido de enfrentarlo. En el imaginario quedan hechos de empresas que tuvieron nexos con grupos armados, pero hay muchos más empresarios que enfrentaron el tema y se dedicaron a construir país. Hay mucho dentro de la narrativa de mostrar, enseñar y comunicar. Tenemos empresarios que construyen país cotidianamente”, dice.
Todavía el país no ha terminado de entender los fenómenos sociales que estallaron a finales del año pasado. Tampoco ha podido enfrentar los miedos con que se propagan los mensajes políticos desde todos los frentes, en medio de fake news que se riegan como pólvora por las redes. Y todo ello se vuelve un gran caldo de cultivo para que la desconfianza aflore. Es tiempo de recuperar la confianza perdida, no solo en las instituciones sino también entre todos nosotros. Hoy, esta tal vez es la tarea más importante que debe desarrollar Colombia.