BARRANQUILLA. A pocos metros de las carpas instaladas este viernes 20 de diciembre para el evento de inauguración del nuevo puente Pumarejo, maquinaria pesada intenta despejar toneladas de lodo y basura que afectan el tránsito de las aguas en el barrio La Chinita. Decenas de niños y jóvenes aprovechan la remoción de estos elementos para buscar algún objeto de valor.
Solo basta con levantar la mirada para ver en el horizonte dos imponentes columnas con cientos de cables que sostienen una de las obras de infraestructura más bellas del país y el Continente. Mientras escribo estas líneas le pregunto a uno de los primeros asistentes en llegar al evento donde el presidente de la República, Iván Duque inaugurará este superpuente, si ese barrio ha sido intervenido por algún gobernante local o nacional. Me dice que “ni la Policía entra”, dando cuenta del nivel de peligro de este barrio plagado de casas de bahareque y cartón.
En el nuevo Puente Pumarejo se invirtieron $785.000 millones, aunque el Gobierno prefiere redondear la cifra a $800.000 millones. Se trata de una cifra importante para una obra necesaria.
Basta con ver lo que era el viejo puente y confrontarlo con el gigante que se construyó al lado. No tiene comparación. Es necesario darles el crédito a los dos últimos gobiernos por lograr terminar esta obra que ayudará a mejorar la conectividad entre Barranquilla y Santa Marta.
Sin embargo, al margen de los pomposos discursos, los trajes blancos y la exposición mediática típica de una obra de estas dimensiones, es necesario llamar la atención para que se tenga en cuenta el entorno de este tipo de obras.
Hace unos años acompañamos al Invías y a Sacyr a un recorrido por un barrio cercano a esta obra. Allí se construyó con dinero del proyecto un colegio de $5.000 millones. Pudimos ver que contaba con salones amplios y pupitres nuevos. Sin embargo, una de las profesoras nos dijo en ese entonces que la mayoría de estudiantes llegaban sin bañarse o probar bocado. Y eso que no era la Chinita, era un barrio con mejores condiciones; calles en concreto y redes de servicios públicos.
Ahora nos dicen que poco queda de ese colegio nuevo y que muchas de las dotaciones fueron sustraídas. Seguro nos estamos equivocando en la formas cómo construimos las obras de la nueva Colombia. Lo que llaman los concesionarios o contratistas no puede limitarse a una obra, colegio o puesto de salud. Las intervenciones deben ser más amplias o al menos coordinadas entre variaos entes estatales.
El segundo tema por resolver es la vía entre el nuevo Puente Pumarejo y Santa Marta. La estructura que se pone hoy en operación cuenta con 6 carriles, tres en cada sentido, pero una vez termina el puente, se convierte en dos pírricos carriles. Se podrán imaginar el cuello de botella que se formará con los algo más de 7.000 vehículos que pasan cada día por este sector, una buena parte de ellos de carga.
El director operativo del Invías, Juan Esteban Romero, explicó que se necesitan unos $2 billones para construir esta doble calzada. Ya hay algunos recursos para unos primeros kilómetros, pero al nuevo gobernador de Magdalena, no le suena mucho la idea de destinar estos recursos porque desde su punto de vista solo beneficiaría al Puerto de Palermo, ubicado a pocos kilómetros del Puente Pumarejo.
Lo cierto del caso es que se necesita toda la vía para no volver este nuevo puente Pumarejo en una obra ‘ornamental’ como dijo alguien en redes sociales ayer.
La foto será obligada para los visitantes y viajeros que pasen por allí, pero es necesario resolver el tema de la vía y su doble calzada.
Eso nos lleva a otro asunto por resolver. Otra pieza que le hace falta al lego.
Se trata del viejo puente Pumarejo, inaugurado en 1974 que opera solo hasta hoy. El Heraldo, principal diario de la ciudad, abría su edición impresa del 19 de diciembre con la n noticia que no había plata para demoler la vieja estructura. Un par de empresas locales se apresuraron a proponer que parte de la estructura se podía usan con propósitos turísticos, mientras que la parte central sí debía ser demolida para permitir el tránsito de barcos más grandes.
Si no se retira el viejo puente no se aprovecharán los 45 metros (gálibo) que hay entre la parte baja del nuevo puente y el río Magdalena. En la vieja estructura esa distancia es de apenas 15 metros.
Y es que a diferencia de otros puentes y obras que se ejecutan en el país, en este caso es tan importante lo que pasa por arriba como lo que pasa por el río.
No tumbar el puente viejo para aprovechar la nueva estructura dejaría a este imponente obra no con el apelativo de monumental sino ornamental.
La cereza del pastel la pondrá en estos días la firma española que construyó esta megaobra, Sacyr. Según conoció Dinero, está todo listo para un nuevo tribunal de arbitramento, entre esta firma y el Invías. La española pedirá más dinero por las obras ejecutadas, luego de dos adiciones al contrato de 2015.
Si Sacyr gana el pleito, la obra terminaría costando unos $900.000 millones, una cifra lejana a los $625.000 millones con que fue contratada en el gobierno anterior.