EDITORIAL
La Vía al Llano: otra ruta maldita
Cuando se conoció el crecimiento de la economía en el primer trimestre de este año, las alarmas se encendieron porque el 2,8% resultó muy flojo y no estaba en las cuentas de los analistas.
Cuando se conoció el crecimiento de la economía en el primer trimestre de este año, las alarmas se encendieron porque el 2,8% resultó muy flojo y no estaba en las cuentas de los analistas. Pero no todas las noticias fueron malas: las obras civiles crecieron 8,5%. El esfuerzo del Ministerio de Transporte por destrabar los problemas jurídicos en varias concesiones, algunas de Cuarta Generación (4G), y la búsqueda de salidas a algunos cierres financieros impulsaron este subsector.
Todo ello a pesar de que persisten problemas profundos como la falta de confianza del sector bancario tras el descalabro que generó el caso de corrupción de Odebrecht en la vía Ruta del Sol II, el pronunciamiento de la Corte Constitucional por el cambio en la Ley de Infraestructura y la interinidad en la Financiera de Desarrollo Nacional (FDN), jugador clave en los cierres financieros, no solo de las concesiones sino de otros grandes proyectos de infraestructura del país.
Sin embargo, los fantasmas que han llevado a que Colombia avance poco en los rankings internacionales de competitividad, en especial en el caso de infraestructura, se están reviviendo con la decisión del Gobierno de cerrar por tres meses la ruta que comunica a Bogotá con Villavicencio, más conocida como Vía al Llano.
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Los riesgos son monumentales. La intensidad del invierno hizo que hace un par de semanas cayeran más de 120.000 metros cúbicos de las laderas de la montaña, bloqueando la vía. Pero los cálculos hablan de un peligro mayor, pues podrían caer más de 4 millones de metros cúbicos de tierra que sepultarían la vía y producirían una presa en el río que va paralelo a ella, amenazando a poblaciones como Guayabetal.
Han pasado más de tres décadas, se han invertido más de $8 billones en túneles y puentes, pero esta vía, clave en la conectividad del centro del país con los antiguos territorios nacionales, sigue en el limbo, a pesar de las numerosas inauguraciones de obras lideradas por los presidentes de turno.
El impacto económico del cierre de la vía es billonario. Solo con los taponamientos parciales que se registraron antes de la decisión definitiva, los cálculos de la Cámara de Comercio de Villavicencio establecían pérdidas por cerca de $1 billón. Esa es una de las mayores despensas para el centro del país, más de 14.000 toneladas de alimentos se mueven diariamente, en condiciones normales, al igual que 600.000 litros de etanol y 300 vehículos cargados con materiales de construcción.
Las vías alternas representan casi el doble y hasta el triple en tiempo, un sobrecosto en los fletes y el paso por carreteras en mal estado que también están siendo golpeadas por el invierno y que no aguantan el peso de grandes tractomulas, lo que obliga a hacer transbordos de carga.
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Algunos analistas han advertido sobre el impacto que este cierre puede tener en la inflación, por un aumento en los precios de los alimentos que ya vienen subiendo por cuenta de la devaluación.
La situación de la Vía al Llano se repite cada cierto tiempo y no hay soluciones definitivas. Hoy la prioridad es el cuidado de las vidas humanas, no solo en los trabajos necesarios para recuperar la vía, sino también a las poblaciones cercanas que puedan verse afectadas por deslizamientos y cuyo riesgo sigue latente.
Colombia debe analizar qué está pasando con su ingeniería y su desarrollo en infraestructura. En los últimos meses, casos como la caída del puente Chirajara –también en la Vía al Llano–, que representó la muerte de 9 trabajadores; la emergencia que se dio en el megaproyecto de Hidroituango, que duró más de un año y cuyo costo aún se desconoce; y ahora el cierre definitivo de la Vía al Llano ponen en jaque la competitividad y se convierten en un desafío fiscal, normativo y operativo para el Estado.
Si bien el daño que hizo Odebrecht por sus actos de corrupción al desarrollo de las vías en el país ha sido monumental y ha servido para que algunos llamen al segundo tramo de la Ruta del Sol ‘la ruta maldita’; el caso de la Vía al Llano puede convertirse también en otra ruta maldita, sin soluciones en el corto plazo, alejando cada vez más a la Colombia profunda del interior del país.
Es hora de definir responsabilidades y de que las autoridades se pronuncien. El país está atento.
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