JUDICIAL

El testigo que vuelve a señalar a Plazas Vega en el caso del Palacio

Una de las personas supuestamente torturadas en guarniciones castrenses asegura que el oficial (r) impartió órdenes a militares que interrogaban y torturaban desde el segundo piso de la Casa del Florero.

11 de agosto de 2016
| Foto: Archivo SEMANA

Aun cuando la Corte Suprema determinó que el coronel (r) Alfonso Plazas Vega no fue responsable de la desaparición de personas, entre otras cosas porque ni siquiera estuvo presente en el lugar al que fueron conducidos los rehenes de la toma del Palacio de Justicia, la Fiscalía recibió el testimonio de una de las víctimas que asegura exactamente lo contrario.
 
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Según un exempleado de la Corte, que habría sido torturado durante esa jornada, Plazas Vega impartía órdenes sobre la manera como debían adelantarse los interrogatorios tanto en el primero como en el segundo piso de la Casa del Florero.
 
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Más de 30 años después de la tragedia, este hombre por primera vez le contó a las autoridades penales cuáles fueron los castigos físicos y sicológicos que recibió y aquellos de los que fue testigo durante y después de la toma, que lo sorprendió el 6 de noviembre de 1985 mientras departía con sus compañeros de labores en la cafetería del Palacio.
 
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En la diligencia celebrada hace unos días en el despacho de la fiscal cuarta delegada ante la Corte Suprema de Justicia, Yenny Claudia Almeida, este ciudadano recordó que todo el personal allegado al edificio donde funcionaban las altas cortes llevaba meses discutiendo sobre la inminencia de la toma que planeaba adelantar la guerrilla del M-19.
 
Sorprendentemente, recuerda, la vigilancia extrema con la cual la fuerza pública trataba de resguardarlos fue levantada esa semana. Cerca de las 11:00 de la mañana, aseguró, los disparos, los gritos, platos y vasos volando por todas partes los hicieron percatarse de que los planes de la insurgencia ya eran una realidad. Él y sus compañeros entendieron que se habían convertido en rehenes de los rebeldes.
 
En su relato, afirma que luego de soportar un tiroteo intenso y tras ser trasladados a otra oficina, dentro del Palacio, un humo asfixiante empezó a colarse por las paredes y ventanas. Según él, eran las 3:30 o 4:00 de la tarde cuando personal que parecía hacer parte de la fuerza pública llegó al lugar donde se encontraba el grupo del cual él hacía parte. La intención: rescatar a Jaime Betancur, hermano del presidente, y a Clara Forero, esposa del ministro de Justicia Jaime Castro.
 
El testigo y a la vez víctima de los hechos, le dijo a la Fiscalía que los agentes llegaron a preguntar únicamente por estas dos personas, las rescataron por medio de una escalera y prometieron volver para recuperar al resto de rehenes. Jamás lo hicieron; “allá nos dejaron hasta bien entrada la noche”, recordó con tristeza.
 
Solo alrededor de las 8:00 de la noche lograron salir del lugar de la tragedia, gracias al arribo de uniformados y civiles que parecían integrar el Ejército, el DAS y demás organismos que se batían ese día ante los guerrilleros.
 
Pero el calvario apenas empezaba. El testigo no fue llevado al primer piso de la Casa del Florero, como hacían con la mayoría, sino que fue conducido a la segunda planta, “el salón de los especiales”, al que se dice que eran llevados los sospechosos de pertenecer al M-19 o de haber colaborado con el asalto.
 
Y a él sí que lo hicieron sentir como tal, según relata, a través de un militar que lo recibió con insultos, quien dijo conocer todos los datos de su esposa, hijos, primos y demás familiares. So pena de hacerles daño a los suyos, previó, el uniformado le pidió insistentemente que confesara que era otro insurgente y que había participado en una toma del grupo rebelde en Corinto (Cauca).

Recordó cómo lo insultó, lo amenazó, lo pateó y le propinó algunas trompadas durante horas, según explica, porque nunca accedió a que se declarara cómplice del M-19. Según el testigo, mientras su agresor lo fustigaba, Plazas Vega instruía a sus subalternos sobre la manera como debían seguir los interrogatorios en el segundo piso.
 
Para él y para quienes los acompañaban, era evidente que el oficial (r) daba las órdenes en la Casa del Florero, tanto, que el uniformado encargado de interrogarlo se acercaba a darle partes a Plazas Vega cada vez que, de manera infructuosa, buscaba convencerlo de que confesara que era otro de los rebeldes.
 
“Él era el que coordinaba el segundo piso y ordenaba a los subalternos militares a que nos interrogaran (…) como jefe, coordinaba a sus subalternos (…) cuando llegaban allá, llegaban con instrucciones precisas”, afirmó.
 
Este hombre dice que, antes de ser conducido a esa temida segunda planta de la Casa del Florero, su jefe y un oficial de la Policía que era abogado (Semana.com se reserva sus nombres para no comprometer la seguridad del declarante) trataron de interceder en su favor ante Plazas Vega, pero este se negó, según dijo, aduciendo que el operativo tenía el mando absoluto del Ejército.
 
Los abusos continuaron, la zozobra no cesó. Hasta disparos que parecieron haberse producido en la casa museo se sumaron a esa angustia, que parecía terminar la madrugada del jueves 7 de noviembre, cuando terminó siendo conducido en una camioneta a unas caballerizas, en el Cantón Norte.
 
Allí no solamente fue blanco de nuevos hostigamientos, tortura física y sicológica severas sino que fue testigo de las lesiones severas y pavorosas que sufrieron quienes habían sido conducidos al lugar y que, como él, habían sido objeto de todo tipo de vejaciones. Algunos, afirmó en la diligencia, parecían estar al borde de la muerte.
 
“Habían varias personas que estaban en estado lamentable, de torturas recibidas, estaban reventados, vueltos nada (…) en estado casi terminal, ya casi muertos; estaban tirados en el piso. Inclusive, yo pensé que nos iban a matar por haber visto eso y me advirtieron: usted no ha visto nada, porque tenemos todos sus datos y los de su familia. Usted verá”, dijo.
 
Por muy poco, cree él, se salvó de ser asesinado. Sin saber exactamente cuáles fueron las razones, lo condujeron a una estación de la Policía, en el centro de Bogotá, desde donde por fin puso fin a su pavorosa travesía, en la que creyó encontrarse de frente con la muerte. La insistencia de su jefe, la solidaridad de varios periodistas que lo conocían y la preocupación de sus demás allegados con algún grado de influencia en las instituciones habrían sido su carta de salvación.
 
Ochos días duró recuperándose de las lesiones, cicatrices y el dolor imborrable que le dejaron estos sucesos y años callando los hechos. Siempre cuidándose de guardar en el cajón del olvido estos recuerdos que ahora salen a flote, gracias a la investigación que abrió la Fiscalía el año anterior, para establecer quiénes fueron responsables de las torturas a civiles que se produjeron tras la recuperación del Palacio de Justicia.
 
El testimonio no solo es revelador por apuntar a que muchas personas que fueron trasladadas a guarniciones militares en esos dos días pudieron haber muerto en medio de las torturas sino porque contradice la tesis de que Plazas Vega no estuvo en el segundo piso de la Casa del Florero ni impartió órdenes en el lugar, que era el centro de operaciones de la fuerza pública.
 
Semana.com quiso saber qué impresión le queda a la defensa del oficial (r). El abogado Jaime Granados explicó que este interrogante quedó resuelto por la Corte Suprema de Justicia, pues el fallo que lo absuelve de culpas por los casos de desaparición, concluye que su cliente no estuvo en el segundo piso de la casa museo.
 
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