CINE
'Parásito', de Bong Joon-ho: una autopsia cómica y oscura de la lucha de clases
En su nueva película, ganadora en Cannes y los Globos de Oro, el coreano Bong Joon-ho hace un retrato oscuramente cómico de las tensiones socioeconómicas de su país. Calificación: 4 estrellas (Excelente)
Título original: Gisaengchung
País: Corea del Sur
Año: 2019
Director: Bong Joon-ho
Guion: Bong Joon-ho y Han Jin Won
Actores: Song Kang-ho, Lee Sun-kyun, Jo Yeo-jeong
Duración: 132 min
El primer espacio que muestra esta película es un semisótano desordenado al final de algún callejón, en el que una familia está ocupada doblando cajas de pizza. Su situación es tan precaria que, cuando pasa un exterminador por la calle, el padre pide no cerrar las ventanas para aprovechar la fumigada gratis.
Es como si la vida que se puede tener estando por debajo del suelo –eventualmente hay inundaciones y otros episodios poco salubres– fuera una metáfora del estado de esa familia, que no aspira a nada muy exagerado: solo a estar a nivel de la calle.
Así comienza esta película brillante, intermitentemente cómica y oscura, que ganó en Cannes y en los Globos de Oro, y que hace una autopsia perfectamente alineada con estos tiempos convulsionados en todo el planeta por una desigualdad rampante.
En varias entrevistas, el director Bong Joon-ho ha celebrado su regreso a proyectos de mediano presupuesto tras las superproducciones de Okja y Snowpiercer, pero Parásito también resulta un retorno en otro sentido: al cine hablado en coreano (Madre, de 2009, había sido la más reciente) y situado en la actualidad, lo que hace sin abandonar las búsquedas alegóricas que tanto le interesan.
Este retrato de tensiones sociales y económicas toma forma cuando se introduce una segunda familia que vive en una casa no solo a nivel de calle, sino diseñada por un arquitecto prestigioso, con todo –los espacios amplios, la luz solar, la limpieza y el orden– lo que le hace falta a la primera.
El contacto se da gracias a un trabajo que el hijo hereda de un amigo que lo recomienda, advirtiéndole que la señora de la casa, usando los términos en inglés, es “joven y simple”. Lo que quiere decir que tiene esa mezcla de distracción, ignorancia, vanidad y desinterés que exponen a diario las luminarias del jet set en las redes sociales.
Gracias a él van llegando los demás, empezando por la hermana como tutora de arte para el hijo, y luego más que usan medios regulares o no tanto para terminar asumiendo el control de su nueva casa.
El retrato de esa lucha de clases es la fuente de la comedia y el drama: los ricos son fáciles de seducir (basta alabarlos y confirmarles la buena imagen que tienen de sí mismos), mientras que los pobres son recursivos y no se hacen tantas ilusiones sobre sí ni sobre la manera como está estructurado el mundo.
La brecha que hay entre los dos no es solo económica, sino anímica y filosófica: mientras que la vida de los pobres es inimaginable para los ricos, la de los ricos no solo es imaginable, sino codiciable para los pobres.
Es una visión convincente y pesimista –no hay lugar para la solidaridad de clase– que avanza con un ritmo magistralmente controlado, hasta que desemboca en una explosión emocional que tiene tanto de farsa como de tragedia y que hace de este filme un ejemplo excepcional de cómo se pueden elaborar imaginativamente los malestares del presente.
Quizás me esté adelantando, pero me parece que estamos ante la película emblemática de la década que termina.
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