COMO LO HIZO
Descendiente de emigrantes alemanes y comuneros santandereanos, Carlos Ardila Lulle es hoy uno de los hombres más poderosos de Colombia. Todo comenzó con una esencia de manzanas.
Carlos Ardila Lulle dio el primer paso hacia su inmensa fortuna la mañana de 1953, cuando un judío, vendedor de frasquitos de esencias concentradas, lo visitó en su improvisado laboratorio químico en un segundo piso de Cali, que antes había albergado un cafetín de mala muerte.
Meses antes había entrado a trabajar en la fábrica de gaseosas Lux, empresa en la cual su suegro tenía algunas acciones. Allí se desempeñaba simultáneamente como Gerente de ventas, gerente financiero y de mercadeo. Entre los frascos que el vendedor le dejara aquella mañana, a él le llamó la atención uno rotulado "Esencia de manzana". Se preguntó por qué en ninguna parte del mundo habría una gaseosa hecha de esta fruta y decidió experimentar con la esencia. Fueron noches enteras de hacer toda suerte de mezclas en su licuadora doméstica, buscando Un color y un sabor que lo convencieran hasta que dio con el líquido rosado y dulzón que hoy todos los colombianos conocen con el nombre de Manzana Postobón. El primer sorprendido fue él cuando, a las pocas semanas, su creación superaba en ventas todas las líneas tradicionales de la empresa. Aunque él todavía no lo supiera, a partir de ese momento habían empezado a cumplirse las predicciones que su mamá hacía en las visitas, según las cuales su hijo sería uno de los hombres más importantes de Colombia
Salvo el entusiasmo de la mamá, nada en sus orígenes ni en sus circunstancias permitía prever el cumplimiento de este pronóstico. Descendiente de emigrantes alemanes por parte de madre y de comuneros santandereanos por parte de padre, sus primeros años transcurrieron en un discreto ambiente de clase media bumanguesa. Después de destacarse como el mejor estudiante en el colegio de jesuitas de su ciudad y en la Escuela de Minas de Medellín, Ardila se casó a los 20 años con una antioqueña, María Eugenia Gaviria, cuyo padre lo vinculó al negocio de las gaseosas.
Durante los diez años siguientes, su mundo sería la empresa de gaseosas Lux, a la cual se entregaría con la dedicación casi fanática con que emprende todas sus actividades. Lux, sin embargo, era una empresa minima comparada con el gigante de las gaseosas de la época que era Postobón. En 1968, Ardila concibió una idea que para una mente menos audaz hubiera sido un despropósito; hacer que su pequeña empresa, mediante hábiles maniobras financieras, se adueñara de Postobón.
David pasaba a controlar a Goliat conformando así la base de lo que posteriormente sería el imperio económico más rentable de Colombia. Este fue creciendo rápidamente, ramificándose hacia todas las industrias afines a las gaseosas. Ardila descubrió que la clave era la integración.
En 1970 compró Peldar, para autoabastecerse de vidrio para las botellas.
Después vendrían las tapas, a través de "Tapas La Libertad". Seguiría la distribución, con una flota de camiones que hoy pasa de 3 mil. El último paso sería el azúcar a través de una negociación de los ingenios Manuelita y Cauca con la familia Eder, que habría de terminar en una participacion en dos empresas independientes: Manuelita para los Eder y Cauca para Ardila.
Cauca es hoy el cuarto ingenio más grande de Latinoamérica .
En 1978, lo que algunos consideran un exceso de ambición lo llevó a adquirir en forma sorpresiva el control de Coltejer. Inicialmente el negocio pareció brillante, pero al poco tiempo se tornó evidente que, por una vez, su toque mágico había fallado. Coltejer resultó un hueso duro de roer. Plantas totalmente obsoletas y presiones laborales gigantescas hacían que lo que se consideraba la primera industria del país, en realidad no fuera más que el primer elefante blanco. Las cifras necesarias para evitar un colapso de la textilera eran grandes aun para Ardila.
Miles de millones de pesos han tenido que ser inyectados para mantener a flote y llevar a cabo la restauración de la empresa. La mayor parte de las cuentas han tenido que correr por cuenta de las gaseosas.
Ardila ha tomado filosóficamente esta nueva situación. En lugar de pensar en dónde estaría de no haber comprado a Coltejer, considera que el destino lo ha colocado frente a un reto de la dimensión de sus capacidades . Sacar adelante a la empresa lo motiva más que cualquier yate o isla griega que pudiera comprar. No quiere esto decir que su estilo de vida se haya tornado austero, ni que su imperio no tenga las ramificaciones que entraña el gran poder económico. En primer lugar, los medios de comunicación: Ardila adquirió RCN y rápidamente la convirtió en una de las cadenas de radio y TV más importantes del país. Después vendría la compra de los diarios conservadores-ésta es su filiación política-El Siglo y La República, de los cuales es hoy el mayor accionista. El paso siguiente sería el de los grandes lujos: aerolínea propia,-Avianca, de la cual posee el 40% y que le mantiene su jet privado-; y la media docena de espectaculares mansiones que funcionan a todo timbal en distintos puntos del país. Todas tienen piscina, no sólo por placer, sino porque la natacion hace parte de su ejercicio diario.
Las paredes que encierran la de Bogotá son simultáneamente pantalla panorámica de cine, donde se proyectan las últimas películas. Además de sus invitados permanentes, estas mansiones están acondicionadas para alojar a la escolta de 26 hombres que le guardan las espaldas de día y de noche.
A pesar de haber adquirido ya una fortuna, cuya cifra difícilmente se puede imaginar, y de estar rodeado-de lujos que un colombiano medio sólo ve en las películas de James Bond, la vida de Carlos Ardila sigue siendo el trabajo y su jornada no baja de las 18 horas. Su horario es sui-generis. El día empieza a las 10 am. con una hora de natación. A partir de las 12 atiende en su despacho, en el piso 34 del Edificio Coltejer en Medellín, o en su oficina de la calle 94 en Bogotá. En Bogotá combina el trabajo con la vida social, pero en Medellín generalmente permanece en su oficina hasta las 4 am. Con la excepción de Coltejer, a la cual le dedica tres cuartas partes de su tiempo, su control de las empresas consiste básicamente en el manejo de balances. Con este método logra dirigir 56 plantas industriales, que constituyen el núcleo de su organización.
Cualquier persona que habla con él queda asombrada por la abrumadora cantidad de información que acumula en la cabeza. Con el mismo conocimiento de causa da datos precisos sobre la producción de carbón de Polonia, sobre el prime rate en Nueva York o la cotización del oro en la bolsa de Johannesburgo. No hay nada en su imperio que escape a su control. Desde los ensanches de sus fábricas, hasta los más mínimos detalles del funcionamiento doméstico. Su sentido del orden raya en el fanatismo y ha logrado extenderlo a toda su organización, de tal suerte que en sus empresas no se ve una colilla de cigarrillo en el piso.
La personalidad de este magnate no se limita a su habilidad para hacer negocios. A pesar de la distancia que ha recorrido, este hombre corpulento de 52 años conserva la capacidad de acercarse a la gente, de tener amigos y de ganarse el aprecio de sus subalternos.
Mientras que la mitad de los colombianos compran lotería para volverse millonarios, para este millonario -que logró serlo a punta de trabajo el mayor placer de la vida no cuesta sino 120 pesos: un buen plato de fríjoles con garra.