10 LIBROS POR 10 CRÍTICOS
Algunos buenos ejemplos: ‘Virtudes cercanas’, de Mauricio García Villegas
Una reseña de Carlos Malagón, uno de los diez críticos que escribió sobre los diez libros más interesantes, según ARCADIA, que estarán en la feria.
Virtudes cercanas, de Mauricio García Villegas
Angosta Editores, 160 páginas
Mauricio García Villegas recupera la tradición humanista instaurada en el siglo XVI, que a su vez recuperó la de griegos y latinos, para escribir este libro conmovedor sobre ocho virtudes humanas que, luego de años de relaciones de afecto, supo identificar en otros tantos amigos. Y las identifica con tanta sensibilidad y sugerencia que para el lector es inevitable encontrar otras en cada uno de ellos. Bien escribía Montaigne: “Yo he leído en Tito Livio cien cosas que otro no ha leído. Plutarco ha leído cien aparte de las que yo he sabido leer y aparte, acaso, de lo que el autor había registrado”.
La cita, que proviene del capítulo “La formación de los hijos” del Libro 1 de los Ensayos de Montaigne, calza en este comentario. Y lo hace porque Virtudes cercanas es también un libro de formación que, lejos de toda aproximación a un moralismo religioso, tiene el mérito de saber rescatar el trasfondo absolutamente laico de los comportamientos y conductas de sus amigos, que García alaba porque quizás encuentra en sus ejemplos de vida una salida para el dilema kantiano de si el ser humano es “un animal sociable o solitario y temeroso de la vecindad”.
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Y en la línea de Kant –quien concluía que “esto último (el temor de la vecindad) es lo más probable”, y por eso centró su esfuerzo en demostrar que las obras de los hombres que les producen felicidad a otros tejen vínculos de confianza–, García se esmera en mostrar cómo las virtudes de sus amigos agradan per se, pero sin exaltaciones porque les huye a los absolutos. Y aunque sabe bien que en “las causas más nobles suele haber algo de interés”, como escribe en la introducción, promueve en el lector el deseo de apropiarlas para sí, revivificando así el postulado de Hume sobre la utilidad pública de las virtudes.
Ocho son las virtudes, y ocho los amigos virtuosos sobre los que escribe García: Ciro Angarita, el trabajador incansable que superó la adversidad de su enfermedad con la misma perseverancia con que impulsó la jurisprudencia constitucional a punta de salvamentos de voto; Carlos Gaviria, de quien refiere su aprecio por el silencio y al tiempo su discurso elegante, fluido y –he ahí el don de la elocuencia– convincente; Jorge Orlando Melo, el “afanoso de la sabiduría” para el que el “sí, pero…” es un método de conocimiento; Marie Delhaye, quien da prueba de la virtud de la autonomía tanto por protagonizar una historia de amor a la que se opuso su madre en años de férrea tutela como porque ya casada se hizo a la “habitación propia”, en la que logró sustraerse a la rutina matrimonial; Eric Rambo, lector dedicado y pensador riguroso, músico y talentoso intérprete de diversos instrumentos, interlocutor atento y “carpintero hábil y de buen gusto”, que fue (¡además!) modesto y generoso, un desapegado de las cosas y de sí mismo, como bellamente lo describe García; Jacques Commaille, un reconocido intelectual del derecho que hizo de la “cortesía un modo de vida” y, por esa vía, terminó convertido en un ser benevolente; Cecilia Faciolince, una mujer que mantuvo el entusiasmo a pesar del trágico e injusto asesinato de su marido; y Juan Jaramillo, quien personifica la equidad y al que solo las palabras de García lo delinean en su esencia: “Era altivo y firme con los poderosos, y cálido y atento con los débiles. A todos les dispensaba el mismo trato, la misma carcajada sonora y la misma dosis de cordialidad y convicción”.
Qué mejor libro para este momento del país, tan pleno de malos ejemplos.