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Altavoz, un festival que suena a diversidad
El Festival Internacional Altavoz, que tiene lugar entre el 10 y el 12 de noviembre en Medellín, celebra quince años de esfuerzo por reunir los más diversos sonidos y comunidades. Su historia muestra que la convivencia en medio de la diferencia sí es posible.
Este contenido surge de una alianza entre ARCADIA y la Secretaría de Cultura Ciudadana de Medellín
En 2016, Onyx, un legendario grupo de rap hardcore de Nueva York, puso a temblar a Medellín con su espectacular show en el Festival Internacional Altavoz. Eran las cuatro y media de la tarde y el Aeroparque Juan Pablo II estaba completamente lleno. Eufórica, la gente saltaba al compás de las canciones de la banda, y la escena hacía recordar otros festivales en otras partes del mundo. Pero de repente sucedió algo particular. Onyx terminó su función, se despidió, y de inmediato pisó el escenario el grupo bogotano Diamante Eléctrico. El cambio era brusco –demasiado arriesgado, alcanzamos a pensar algunos–, puesto que el rock del trío capitalino tenía un sonido diametralmente opuesto al beat de los neoyorkinos. La gente podría dispersarse, incluso comenzar a silbar, pero nada de esto ocurrió. Las personas no se movieron de sus puestos; unos bailaron y cantaron, otros escucharon con atención y respeto.
Esta postal define a la perfección el espíritu y la diversidad de Altavoz. En 2004, este festival nació de la necesidad del público rockero de Medellín de conseguir un espacio para reunirse y ayudarles a sus creadores a difundir su trabajo. Su primera edición se celebró nada menos que en la Plaza de Toros La Macarena. Dos años después, en 2006, el festival ya duraba tres días y se habían sumado géneros como el reggae y el rap. Con el tiempo, Altavoz no solo se consolidó como un escenario artístico, sino también se convirtió en un punto de encuentro y tolerancia, reconocido por la ciudadanía. Su caso sobresale en Colombia, pues al reunir en un solo lugar los más diversos estilos de vida y visiones de mundo, muestra que en este país es posible convivir en medio de la diferencia.
Durante los radicales años noventa, un escenario así era inimaginable. Cada música, cada comunidad, tenía su nicho. Los sonidos, por principio, no se mezclaban. Sin embargo, como anota Felipe Grajales, actual curador artístico de Altavoz, “por la situación que ha vivido Medellín, desde hace un tiempo los artistas han comenzado a plantearse que la música también tiene que ser un lugar de encuentro y, a la vez, una válvula de escape de los conflictos”. Muchos jóvenes que han vivido los azotes de la violencia logran entender hoy, gracias a Altavoz, que aquello que los une es más valioso que aquello que los divide; no solo desde lo musical, sino también desde lo vivencial. En el festival no importa en qué rincón de la ciudad vive uno, todo el mundo puede bailar bajo el mismo ritmo y en el mismo espacio. “El Festival es uno de los mejores ejemplos de convivencia que tiene hoy nuestra ciudad. Es además muestra que el respeto por la diferencia es un común denominador en este espacio de encuentro ciudadano”, expresa Lina Botero, secretaria de Cultura Ciudadana de Medellín.
TALENTO LOCAL
Para entender cómo Altavoz ha logrado llegar a este punto es necesario ver más allá de los tres días que dura la fiesta. El proceso que hace posible el festival arranca siempre a principios de año, cuando se abren las convocatorias paras las bandas de Medellín. Cada una de las siete categorías cuenta con tres jueces, y estos eligen a las setenta agrupaciones que participan en Ciudad Altavoz, un encuentro ciudadano para que las bandas clasificadas compartan con el público sus propuestas. Allí, cada proyecto tiene media hora para tocar frente al público –en 2017, llegaron a Ciudad Altavoz 18.000 personas– y los mejores de cada categoría reciben la oportunidad de presentarse en Altavoz Fest en noviembre.
Hoy el festival busca ser no solo una plataforma de difusión, sino también un centro de ideas y emprendimiento. Esto se materializa en Altavoz Lab, una sección que ofrece charlas y talleres enfocados tanto en música y artes, como también en industria musical, esfuerzos comerciales e, incluso, en networking y vida social. Felipe Grajales cuenta que, cuando tienen tiempo, los invitados internacionales del festival suelen visitar proyectos comunitarios vinculados con la música de la ciudad, lo que acerca a los artistas de Medellín a los de otros países. Estos encuentros han dado lugar a procesos tan significativos como el que arrancó cuando el grupo español Violadores del Verso se presentó en 2008. En ese entonces, la banda clásica de rap ibérico visitó varias comunas; uno de sus integrantes, el MC Kase O, quedó tan impresionado con el talento local que se mudó a Medellín y comenzó a trabajar con algunas personas que hoy son líderes de la escena del hip hop colombiano.
“Desde la Convocatoria de Estímulos para el Arte y la Cultura, buscamos que Altavoz sea una plataforma que sirva para catapultar a las bandas de Medellín y darles cada vez más proyección nacional e internacional”, expresa la Secretaria de Cultura Ciudadana. Con este fin, los organizadores han urdido alianzas con festivales como Rock al Parque y Manizales Grita Rock, y también con Vive Latino de México. Algo que también contribuye a fortalecer los esfuerzos de Altavoz es su estrecha relación con Circulart, el mercado de música de Medellín. La exitosa cooperación entre ambos eventos en 2017 se repetirá este año: solo habrá una semana de diferencia entre las actividades de Altavoz y Circulart, así los asistentes de este último pueden quedarse en la ciudad y ver a las bandas en la tarima.
El Festival Altavoz es un espacio para todo: para convivir con la música, con la industria y, sobretodo, con la energía de miles de personas movidas por la pasión y la euforia que despiertan el sonido y la experiencia en vivo. Es una fiesta que este año, para celebrar sus quince ediciones, entregará a 31 bandas dos tarimas del Estadio Cincuentenario para presentarse entre el 10 y 12 de noviembre. Una fiesta que refleja la misma diversidad que uno ve cuando recorre las calles de Medellín y que muestra que un mundo diverso es, en esencia, un mundo más unido, más fuerte.
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