Señoras Arcadia

Cartas de los lectores, ARCADIA 171

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25 de febrero de 2020

En Colombia, el presidente Duque toca la guitarra, baila, habla de música, hace trucos de magia; canta trova cubana, boleros, rancheras y vallenatos; escribe libros, declama poesía… En fin, tiene claro lo importante que es el arte. Sin embargo, se vuelve común que en las comunidades se asesinen a tiros a sus artistas. En Colombia no mandan a matar a Silvestre Dangond, Carlos Vives, Maluma, Yatra, Shakira, Andrés Cepeda, Fernando Botero o Amparo Grisales, pero sí a los artistas de a pie, como Lucy Villarreal, que dictaba clases de danza en Tumaco, o el cineasta Mauricio Lezama, que filmaba un documental en Arauquita, o el artista urbano dj Pirú y el zanquero Wilson Chantre en Santiago de Cali. Amenazan a la cantante Adriana Lucía, al artista popular Jhonny Rivera, allanan a grafiteros, galerías de arte y pintores; el pavor perfora la alegría, hiere la belleza y el placer estético. El pánico se apodera de la creatividad y le resta función crítica. La amordaza y la limita. El resultado de esta situación es que se pone al descubierto la indefensión de los artistas de a pie frente a la protección del Gobierno y el Estado a los artistas de farándula. Sin embargo, el 21N sacó a las calles a muchos artistas. Frente a la encrucijada en que el Estado habla de cultura pero no la protege, la única forma de hacerlo, y de resistir y persistir en la construcción de una Colombia culta, alegre, inteligente y feliz, es la solidaridad entre los artistas de a pie y los de farándula, los gestores culturales, los profesores de artes, los académicos, los investigadores de la cultura, los portadores de saberes tradicionales y ancestrales, los intelectuales. Para tan noble propósito, se hace necesario terminar de configurar ese gremio artístico, vigoroso y alegre, a nivel nacional, que surja para defender nuestro proyecto de vida llamado Colombia.

Roberto Robles Castrillo (fragmento)

Director del boletín del Observatorio Cultural Santiago de Cali

Excelente la edición 170. Los felicito doblemente por el ejemplar y por los quince años de dar la batalla cultural con la revista. Muy ecológica, aunque su titular de portada se quedó corto: “El desastre se avecina” es presente y es ahora. No se han olvidado los recientes incendios de Australia y de la Amazonia, y su ola de cenizas planetarias. Ya estamos en el camino del principio del desastre definitivo y total. Recordé a los músicos del Titanic, que sabían que el barco se hundía, pero siguieron tocando. Millones de gentes sin conciencia tiran por donde van la bolsa plástica en que cargan el yogur o la gaseosa empacada en la botella plástica de un solo uso. Se la beben, consumen, no reciclan, botan y botan. ¿Cuándo empezarán a tener conciencia de que la basura ante la que son indiferentes ahoga al planeta entero, que se está acabando? Les están dejando a sus hijos una herencia de desastres y sequías más generalizadas. Tengo un sobrino tan irresponsable y egoísta que me ayuda a conocer a los inconscientes de esta generación tecnologizada. Abre el grifo del agua y la gasta como si fuera eterna. Le digo que ahorre agua, que su hijo vivirá y sufrirá las guerras, que serán por el agua. “Yo no voy a vivir en ese futuro”, responde. Así están millones de inconscientes. Lo que no saben es que sí van a vivir en ese mundo que no se imaginan.

José Marcelo del Castillo

Fe de erratas

Ofrecemos disculpas a David Betancur, de Expedición Tribugá, por cambiarle el nombre en el reportaje de portada de la edición anterior, y a Andrés Felipe Ossa, por lo mismo, en una de la misma edición. No se llaman Diego Betancourt ni (solamente) Felipe Ossa.

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