OTRA TIERRA

Disciplinas para la dicha: una columna de Andrea Mejía

La filósofa Andrea Mejía escribe sobre su reciente encuentro con los tratados de Zeami acerca del teatro No.

Andrea Mejía
24 de julio de 2018
La columnista Andrea Mejía.

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Hace poco me encontré con los extraordinarios tratados de Zeami acerca del teatro No. El No es un arte japonés muy viejo, cuyos secretos y técnicas han sido transmitidos de generación en generación desde finales del siglo XIV, cuando se consolidó con la intensa actividad teórica y práctica de Zeami y su padre.

La poética de Zeami es un método para alcanzar una gracia creativa, para lograr momentos conmovedores aunque efímeros, o conmovedores justamente por efímeros, que traspasan de emoción tanto a la audiencia como al actor que se entrega a sus imitaciones. Es básicamente un método para evitar la banalidad.

Aunque el arte es, lo sabía Zeami como lo sabían los griegos, una técnica, debe ser también, y ante todo, la prolongación de la propia naturaleza, una naturaleza que empieza donde acaban el artificio y las intenciones calculadas; una naturaleza que es traicionada y encubierta por las ansias ególatras de fama y reconocimiento. El arte, incluyendo la literatura, no trata de lo propio, sino solo en la medida en que cada uno de nosotros participa de una naturaleza amplia y expansiva que puede ser comunicada con compasión, con delicadeza y con fuerza. Lo contrario es quedar atrapado en un ego que busca imponerse desde su aislamiento intransparente. Lo contrario es un “arte” guiado por el ego.

Zeami escribe acerca del equilibrio que debe alcanzarse entre la delicadeza y la fuerza. Delicadas son las flores. Fuertes son los guerreros, los demonios y los dioses, los pinos y los cedros. Este equilibrio entre lo delicado y lo fuerte puede alcanzarse por ejemplo en la interpretación delicada de un personaje enfurecido. El equilibrio debe existir, porque, según Zeami, “lo grácil y lo fuerte no tienen existencia independiente”. Pero el conocimiento de la delicadeza prima, porque “si se consigue el conocimiento profundo del principio de lo grácil, se conocerá también por sí solo el de lo fuerte”. Como muchos de sus preceptos, este vale no solo para el No y el arte en general, sino que también puede adoptarse como una indicación para llevar una vida con belleza, con belleza estética y moral. Así, dice Zeami, “no causar intranquilidad es ser fuerte”.

Otro equilibrio importante es el equilibrio entre lo luminoso y lo melancólico. La melancolía, expresada a través de la voz del actor, debe temperar una atmósfera demasiado brillante o soleada. Al contrario, la pesadez de una melancolía extrema debe aligerarse con un canto o una gestualidad viva y luminosa.

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Zeami hace estallar ideas estéticas de difícil aprehensión como la idea de flor (hana), enigmática e incomunicable discursivamente, pero que se manifiesta en movimientos y gestos muy concretos, en momentos de iluminación que guardan relación con la iluminación del zen. Otra idea estética que fulgura en los tratados es la de yugen, que quiere decir “delicadeza y gracia”, una delicadeza que no está despojada de tristeza y de misterio. Yugen es la cualidad de las flores.

Los tratados de Zeami son entonces un método. “Método” quiere decir “camino”. “Todos los caminos del arte, sin excepción, aumentan la felicidad”, escribe.

El aumento de la felicidad es un poder que, después de Zeami, Kant va a atribuir al arte, aunque Kant, como tiene una relación extraña con la noción de felicidad y con la felicidad misma, habla más bien de un incremento del sentimiento de vida. Pero quizá la felicidad no sea otra cosa que una vida potenciada, más vida llevada a la vida.

Creo que no solo en el arte, sino en la vida, pueden sembrarse disciplinas para la dicha. La vida misma puede transformarse en un método para la felicidad.

Zeami escribe también, y es quizá una de sus frases más bellas, que “de lo que te hace feliz no se puede hablar”. La flor tiene que ver con esa incomunicabilidad que se comunica. La flor se alimenta en secreto pero puede comunicarse, sin adornos, en la pureza de la existencia.

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