EL CENTRO HARRY RANSOM
Los papeles de Austin: una visita al archivo de Gabriel García Márquez
Un estudioso de la obra de Gabriel García Márquez visitó el archivo del nobel de Literatura que se conserva en la Universidad de Texas. Casi la mitad de los manuscritos ha sido digitalizada. ¿Qué revela la otra mitad? ¿Y por qué es tan importante que el archivo repose allí?
El 24 de noviembre de 2014, un poco más de siete meses después de la muerte de Gabriel García Márquez, se conoció que el Centro Harry Ransom de la Universidad de Texas, en Austin, había adquirido sus archivos personales. Las primeras reacciones en Colombia fueron de patriotera indignación. Sin saber muy bien qué había en los archivos ni qué investigaciones podrían hacerse con ellos, numerosas voces aprovecharon para irse lanza en ristre contra la supuesta desidia del gobierno por no haber traído al país los materiales del querido Gabo. La lógica era demasiado sencilla para ser sensata: si el nobel había nacido en Colombia, en Colombia debían reposar sus documentos después de su muerte.
Poco se habló, sin embargo, de que se había vivido una reacción parecida en México, el país en que García Márquez vivió por más de 50 años y en que escribió Cien años de soledad. También para los mexicanos él era de esa tierra y, por ende, sus papeles debían quedarse allá. Si nos atenemos a las manifestaciones de cariño en los cientos de cartas de admiradores que reposan entre sus papeles, con su muerte también perdieron a un coterráneo los españoles, los argentinos, los cubanos, los rusos, los egipcios y un largo etcétera de pueblos de los cinco continentes del ancho mundo que lo leyó y lo quiso.
Nos guste o no, García Márquez es desde hace mucho tiempo patrimonio de todos los lectores del mundo. Así, la llegada de sus documentos a uno de los repositorios más importantes de la literatura universal solo confirmó el nivel de su trabajo, y no fue un “segundo exilio”, como tituló un diario nacional, ni simplemente otra expropiación de los mismos gringos que saquearon Macondo.
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Desde antes de la muerte del escritor, la familia García Barcha había iniciado las gestiones para buscar el mejor lugar para guardar los papeles acumulados en más de medio siglo de trabajo, cuidadosamente ordenados por su esposa Mercedes Barcha, especialmente desde que se asentaron en México tras años de errar por el mundo. Por recomendación de Edith Grossman, traductora de varias de sus obras al inglés, su hijo Rodrigo pidió ayuda a Glenn Horowitz, uno de los agentes de archivos literarios más importantes del mundo. “La familia entendía que, dado el reconocimiento global que su trabajo había conseguido, no faltarían interesados en sus papeles”, dice Horowitz, quien también ha negociado archivos de artistas como Lenny Bruce, Vladimir Nabokov y Bob Dylan. El lugar ideal pareció desde un principio el Centro Harry Ransom. “Ya había hecho otros negocios con la Universidad de Texas durante varios años y conocía de su interés en colecciones de importancia mundial, así como en los estudios sobre América Latina. La compatibilidad me pareció ideal”.
Un año y medio después, y tras pagar 2,2 millones de dólares por el archivo, el Centro Ransom también adquirió 183 libros pertenecientes a la biblioteca personal de García Márquez con dedicatorias, subrayados y otras marcas. Además, a la colección pronto se sumaron el archivo de su amigo Guillermo Angulo y la correspondencia hasta entonces en poder de Plinio Apuleyo Mendoza, con cartas de García Márquez entre 1961 y 1971.
Después de estas compras, atraídos por la posibilidad de hacer negocios similares, una docena de oferentes con materiales de y sobre García Márquez se han acercado al Centro Ransom para vender sus archivos. “Algunos ofrecieron materiales muy costosos o que ya estaban en el Harry Ransom Center”, dice Megan Barnard, directora de adquisiciones. “Alguien incluso nos ofreció un automóvil que había pertenecido a Gabriel García Márquez. Sin embargo, ese no es el tipo de materiales que nos interesan”. Más allá de eso, obtener documentos relacionados con el nobel es hasta hoy una política del Ransom Center, y lo más probable es que sigan llegando noticias de más adiciones a la colección.
Un panteón literario
Desde 1957, el Centro Harry Ransom, llamado originalmente Centro de Investigación en Humanidades, ha venido acumulando materiales de escritores del último siglo. Sus depósitos, según se dice, albergan en la actualidad un patrimonio cultural que podría tasarse en más de mil millones de dólares. Con una particular mezcla de encanto personal y el generoso bolsillo de la Universidad de Texas, Ransom, un profesor de literatura que trabajó por años para la institución, e incluso llegó a presidirla, tuvo la improbable idea de construir en Austin, la capital del estado de la estrella solitaria al sur de Estados Unidos, un centro de acopio de la cultura mundial.
Innumerables gestiones personales, que incluyeron conseguir dinero de donantes privados, además de aquel proveniente del petróleo hallado en los predios de la universidad, le permitieron a Ransom poner en pie uno de los archivos literarios más importantes del mundo, no para acopiar el material de la Edad Media o la temprana Modernidad –ya adquirido en gran parte por otras bibliotecas y universidades–, sino para especializarse en el siglo XX. Con el tiempo, así llegaron a Austin los archivos de D. H. Lawrence, Virginia Woolf, Oscar Wilde,James Joyce, Dylan Thomas, George Bernard Shaw, Ezra Pound y Samuel Beckett, entre muchos otros.
Hoy el Centro Ransom es un panteón de glorias literarias, decorado con estatuas que aluden a la inmortalidad de sus huéspedes que saludan al visitante a lado y lado de la puerta de entrada y vigilan a los investigadores en la sala de lectura. A esta colección, la familia García Barcha decidió añadir de manera gratuita un busto de García Márquez que estaba en su casa de México, hecho por la escultura Kate Murray. Hoy este se alza a la entrada del edificio, junto a los ascensores, entre el de Jean Cocteau y el de James Joyce, siendo este último uno de los ídolos de García Márquez.
La llegada de sus papeles a este espacio significa, en palabras de César Salgado, especialista en literatura del Caribe y profesor de la Universidad de Texas, “mover el eje de rotación del archivo de la literatura universal del Centro Harry Ransom”. Esto es así, según él, porque la universidad pasó de albergar un corpus documental predominantemente angloeuropeo a contar con un escritor latinoamericano como una de las estrellas más brillantes de su colección. “Tener los archivos de escritores como James Joyce y García Márquez es un gran honor para nosotros”, dice Stephen Enniss, director del Centro Harry Ransom. “Ambos fueron escritores que trascendieron su origen y llegaron a ser universales. Uno marcó la literatura de la primera mitad del siglo XX, y el otro lo hizo en la segunda”.
El giro también se ve en los rostros de los visitantes que cada día llegan a la sala de lectura del centro, que desde octubre de 2015, cuando los archivos fueron puestos a disposición del público, ha recibido a más latinoamericanos que nunca antes. La sala ha visto incluso a familias enteras que aprovechan sus vacaciones en Estados Unidos para peregrinar a Austin y visitar los pergaminos del mago de Aracataca. “Una vez un miembro de una familia colombiana llegó hasta las lágrimas por la emoción de ver los archivos”, cuenta Kelly Kerbow, coordinadora de la sala. Los materiales que los visitantes de Colombia más solicitan son el mecanuscrito de Cien años de soledad con correcciones del autor y las fotografías familiares.
Álbum de fotos titulado Un viaje de Xochimilco, que reúne fotografías de Fabrizio León en las que aparecen García Márquez, Carlos Fuentes y otros autores. No se conoce la fecha.
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El archivo en internet
Como no había hecho con ninguna otra de sus adquisiciones, el Centro Ransom realizó un simposio internacional cuando abrió al público los archivos de García Márquez en 2015. Esto solo fue posible una vez la colombiana Diana Díaz Cañas los restauró y la mexicana-estadounidense Daniela Lozano los catalogó. Poco después, los nuevos dueños de los papeles de García Márquez se embarcaron en el que hasta hoy ha sido su proyecto de digitalización más ambicioso: ponerlos en línea.
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Que la familia García Barcha hubiera aceptado subir a internet las diferentes versiones de casi todas las novelas de García Márquez, para así hacerlas asequibles al mundo entero sin pedir un centavo, es poco común en el caso de un escritor cuyos derechos siguen vigentes y que ha contado con una agencia literaria siempre atenta a cobrar los beneficios de las cajas registradoras de las librerías de todo el planeta. La única excepción fue En agosto nos vemos, la novela corta que quedó casi lista, pero que la familia acertadamente se niega a publicar por respeto a los deseos del escritor.
Borrador mecanografiado y con correcciones del epílogo de Crónica de una muerte anunciada.
La apuesta digital del Centro Ransom incluyó la consecución de un estímulo del Council on Library and Information Resources de más de cien mil dólares para digitalizar y mostrar en línea más de 27.000 páginas del archivo. Esto incluye algunas fotografías, pasaportes, álbumes de recortes de prensa, cuadernos de notas y, lo más importante, los borradores de sus novelas con tachaduras, comentarios superpuestos y hasta dibujos de flores amarillas en los márgenes.
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La apuesta terminó pagando bien: el número mensual de visitantes únicos a la página web, que en promedio era de 2600, se disparó tras la apertura de la versión digital del archivo garciamarquiano a 54.500, 8000 de los cuales fueron colombianos. Hoy el Ransom Center usa el caso de su negociación con la familia García Barcha para convencer a otros escritores de permitir mostrar libremente en internet sus trabajos, todavía bajo la vigilancia del copyright. De esta manera, también se logró la presentación de algunos archivos digitales del escritor David Foster Wallace, que también reposan en el centro.
Sin embargo, mientras que en el costado occidental de la Universidad de Texas se convierte en estatua reverenciada y todavía muy vendedora, en el costado oriental del campus, en la biblioteca y centro de estudios latinoamericanos Llilas Benson, García Márquez –como otros escritores del boom de los años sesenta– ya no es un objeto de investigación apetecido. No hay un profesor o profesora en la Universidad de Texas que se especialice en la obra del colombiano, y no encontré un solo estudiante de posgrado en el Departamento de Español que estuviera trabajando con García Márquez como tema de indagación para su tesis. “Los estudios literarios en Estados Unidos ya no se centran en el trabajo de escritores individuales”, explica la profesora de literatura Gabriela Polit. “Son más importantes los temas transversales de investigación”.
Pero que el interés académico en su obra disminuya (sin desaparecer) parece no quitarle una pizca a la adoración del público, más si tenemos en cuenta que las actividades referidas al colombiano son las que tienen más visitantes en las páginas web del Centro Ransom. Tal vez así lo hubiera querido el propio escritor, que siempre insinuó que prefería el contacto con los lectores que con los críticos.
En una carta a Plinio Apuleyo Mendoza de finales de los años sesenta, que forma parte del archivo que Mendoza entregó al Ransom, lo dice sin ambages: “Quisiera irme a Taganga, donde no llegue el correo ni aparezcan tantos gringos con grabadoras preguntándole a uno, por ejemplo, qué diferencias psicológicas ha descubierto entre la clase alta y la clase baja de su país. Usted sabe mejor que nadie que yo no entiendo de estas cosas, pero los profesores de sociología de la Universidad de Austin, Texas, se quedan con los ojos cuadrados cuando uno contesta eso”.
Lo que está en las cajas
Vine a Austin con una de las becas que el Centro Ransom cada año entrega a académicos de todo el mundo para que, en estadías que van de uno a tres meses, revisen alguno de sus archivos. Aunque mi proyecto de investigación específico busca identificar qué leía García Márquez en las últimas décadas de su vida, no pude resistir la tentación de mirar el archivo completo. Por eso la primera caja que pedí al llegar fue la que contiene En agosto nos vemos, su novela corta inédita sobre una mujer que decide tener cada agosto, cuando viaja a la isla caribeña en que está enterrada su madre, una aventura extramatrimonial, a pesar de que en casa la espera un esposo alegre y amoroso.
Aunque García Márquez alcanzó a publicar un par de capítulos de la novela como cuentos independientes, y de que el argumento está tan maduro que se podría contar sin problemas en una conversación o una película, es evidente que la novela como obra literaria está sin terminar. Hay episodios que no habían encontrado su lugar definitivo en la última versión que se conserva, los personajes cambian de edad y de parlamentos en los diferentes borradores y, a lo largo de todo el libro, hay adjetivos tachados, reescritos y vueltos a tachar, sin que el autor hubiera llegado a decidir cuál debía dejar. Es comprensible que el trabajo no sea publicado, pero es una lástima que García Márquez no haya alcanzado a terminarlo porque la historia está redonda, tiene episodios cautivantes y habría sido su única novela con una mujer como protagonista absoluta, sexualmente libre, amorosa pero autónoma. La novela y el personaje hubieran cerrado mucho mejor el ciclo novelístico del autor que Memoria de mis putas tristes.
En el archivo que no está en línea también pueden encontrarse cientos de fotos familiares, en las que se puede ver al escritor, casi siempre acompañado por su esposa, en cenas, viajes y eventos públicos, sobre todo en México, Cuba y Colombia. En estas imágenes se aprecia la prolongada permanencia de algunos de sus amigos más cercanos: Álvaro Mutis, Carlos Fuentes, María Luisa Elío, Tachia Quintanar, entre algunos otros, que aparecen una y otra vez en las fotos, desde las más antiguas en los alegres años sesenta a blanco y negro, hasta las más recientes tomadas en el siglo XXI con cámaras digitales.
Por miles se cuentan también las piezas de correspondencia que se pueden leer en el archivo. Las recibidas por García Márquez exceden en gran número a las enviadas por él, y en ellas se hacen palpables desde las más variadas manifestaciones de cariño y admiración de sus lectores (algunas veces llegando a la adoración enfermiza) hasta las abundantes invitaciones a encuentros, premiaciones u homenajes a los que el escritor casi siempre respondía con un modelo de carta de rechazo que acomodaba con sumo cuidado a cada destinatario.
También abundan las comunicaciones con su agente, Carmen Balcells, sobre negociaciones de derechos de autor y autorizaciones para adaptaciones, traducciones o reimpresiones; incluso se encuentran las indicaciones que enviaba la española sobre el aspecto astrológico del escritor para cada año. Y no son pocas las misivas que García Márquez intercambiaba con jefes de Estado y altos dignatarios de varios países del mundo. Irónicamente, sus discusiones políticas más interesantes se pueden encontrar en las cartas que enviaba a sus amigos artistas, mientras que en las conversaciones que mantenía con políticos imperan los temas personales, literarios o simplemente logísticos, más que los grandes debates sobre el futuro de América Latina. Es de suponer que los asuntos verdaderamente delicados de política internacional fueran discutidos en persona o por teléfono, la forma de comunicación que prefería García Márquez.
García Márquez y Fidel Castro. Autor desconocido.
Tras consultar el archivo de Austin se podrían escribir muchas páginas sobre la relación del escritor con el cine, pues allí reposan guiones o borradores de guiones que escribió o construyó con estudiantes de sus talleres. En su correspondencia, además, se encuentran numerosas alusiones al tema, incluyendo detalles de las negociaciones fallidas para llevar sus historias al cine que sostuvo con actores y directores como Emir Kusturica, Marlon Brando o John Huston. En sus cartas a Guillermo Angulo aparecen reflexiones sobre los problemas y posibilidades del cine latinoamericano.
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Finalmente, los libros de su biblioteca personal –que es lo que más me compete– ofrecen una mirada única a su manera de leer, sobre todo historiografía, pues entre ellos hay muchos textos subrayados y notas de investigaciones referidas a la historia de Colombia, consultadas para sus dos grandes novelas de los años ochenta: El amor en los tiempos del cólera y El general en su laberinto. En estos materiales se pueden encontrar la fuente de muchos de los episodios que luego harían parte de las narraciones y, sobre todo, se hace evidente el interés de García Márquez por los detalles más insignificantes de la historia: desde el tamaño del calzado de Bolívar hasta cómo dormían los viajeros del río Magdalena en el siglo XIX. En lugar de usar sus libros para llegar a grandes comprensiones sobre el pasado, el escritor, al parecer, estaba principalmente interesado en tomarlos como obras de consulta para conocer los aspectos más cotidianos y simples de la vida de otros tiempos, sin duda una mirada propia del narrador de cuentos que era. Entre sus otros libros hay muchos que fueron regalos con dedicados de sus amigos, tal como los que podría tener la biblioteca de cualquiera de nosotros, si tuviéramos amistades con Pablo Neruda, Milan Kundera, Nadine Gordimer, Julio Cortázar o Bill Clinton.
Manuscrito de El amor en los tiempos del cólera con anotaciones.
Revisar los archivos de García Márquez no significa únicamente estudiar los recuerdos de un hombre, es conocer una época a través de uno de sus protagonistas: las esperanzas de la revolución y el miedo a la guerra nuclear; la felicidad de un puñado de jóvenes que cambiaron las letras de un continente y sus peleas con las industrias culturales que intentaron reducirlos a mercancía; el deseo de conocer y reescribir la historia de un continente y el orgullo de sentir a América Latina como vanguardia cultural universal. Todas estas son ideas que hace cincuenta años reinaban en este lado del mundo, pero que hoy parecen lejanas y extrañas para nosotros. Como si se hubieran hundido para siempre en un mar de tiempo perdido; un mar del que todavía quedan unos pocos restos empacados en estas 77 cajas de cartón con algunos de los tesoros literarios de todos los tiempos.
* Historiador y editor