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Francia, entre el miedo y la libertad

Al tiempo que la sombra del nacionalismo extremo de la política Marine Le Pen busca apoderarse de Francia, la cultura de ese país viene librando una batalla de resistencia: ya no desde los cafés bohemios del Quartier Latin, sino desde una periferia que atraviesa los barrios de inmigrantes y se extiende hasta Malí, Haití y Reunión. Reportaje.

Ricardo Abdahllah* París
22 de abril de 2017
En 1996, inmigrantes ilegales se tomaron la iglesia Saint-Bernard de la Chapelle, en París, a modo de protesta.

En la Feria del Libro de París, como en cualquier otra, hay autores de bestsellers de todas las calidades, promociones de cursos de lectura y la posibilidad de descubrir nuevas voces literarias. En la más reciente edición, que se llevó a cabo a finales de marzo, el país invitado fue Marruecos y uno de los nombres que no dejaron de mencionarse fue el de Abdellah Taïa. Originario de Salé y emigrado a Francia como estudiante, Taïa terminó por escribir en francés. Lo mismo pasó con Leila Slimani. A los 35 años, esta periodista nacida en Rabat ganó el año pasado el Premio Goncourt, la máxima distinción de la literatura francesa.

La autora marroquí Leila Slimani, ganadora del Premio Goncourt el año pasado. Foto: Ulf Andersen/ Aurimages/ AFP.

Los dos han hecho de la París que los recibió uno de los ejes de su obra. En su literatura, sin embargo, no aparecen los lugares que tradicionalmente se asocian con la “bohemia” y con la capital francesa. Sitios como el café Deux Maggots y el Flore, que en las guías de la ciudad siempre aparecen junto a la lista de sus ilustres comensales, son hoy el refugio de autores de buena familia que nadie lee y turistas acomodados que pagan por un café sumas que Sartre, Beauvoir o Camus no hubieran podido permitirse con frecuencia. El Jazz de Saint-Germain se limita a un festival callejero, y en La Rotonde o El Dome de Montparnasse tampoco hay artistas que paguen su comida con cuadros como lo hacían Soutine y Modigliani. En Montmartre sí se pinta, pero más que todo paisajes con esa famosa torre de fondo y caricaturas de los pasantes. Los Campos Elíseos de Proust se convirtieron en un centro comercial de marcas globales, y del barrio Pigalle de Toulouse-Lautrec solo queda un Moulin Rouge donde se pagan 200 euros por un espectáculo que no ha variado desde 1999. En las calles que lo rodean, donde paseaba Renoir, hay decenas y decenas de sexshops. Lo único rescatable del sector es que se encuentran accesorios BDSM de buena calidad.

El escritor haitiano Makenzy Orcel, cuya nueva novela, Sombra animal, se llevó el galardón Louis-Guilloux.

El Bataclán: comienzo de un territorio, final de una época

El 13 de noviembre de 2015 varios comandos islamistas, que conocían bien la ciudad, escogieron para su ataque los sectores más alegres de la capital, en lugar de sus monumentos turísticos. Ciento treinta y siete muertos después, el mundo se enteró de que existían los barrios del noreste, donde todo pasa en un triángulo que bien podría comenzar en el Bataclán, cerca de la Plaza de la República, y que se extiende mucho más allá de la autopista periférica que marca los límites de París.

Es en esa zona antiguamente dedicada a la pequeña industria donde una población obrera primero venida del campo y luego de los países de Europa Mediterránea dio paso, a partir de los años cincuenta, a los inmigrantes llegados del Magreb y del África subsahariana, listos para desempeñar los trabajos que los franceses raizales ya no estaban dispuestos a hacer. Décadas de administraciones locales en manos de los partidos de extrema izquierda —era la época en la que los obreros e intelectuales votaban comunista— sirvieron para implantar en esos barrios políticas de creación y apoyo a las manifestaciones culturales alternativas, imaginadas como oposición a las más enfocadas en la conservación, presentes en los barrios centrales de la capital.

Esas políticas culturales fueron solo uno de los aspectos de estos barrios que terminaron por atraer a los artistas precarios.

“La gentrificación ha hecho que la población se mueva a sitios más espaciosos y más baratos. A Belleville, dentro de los límites de París, y a las ciudades vecinas de Pantin, Montreuil y Lilas, en las que existe una unidad de espacios y la gente se mueve naturalmente de un sector al otro. Allí existen salas de concierto y bares donde un público bastante similar se da cita”, dice Valentina Viettro, escritora y periodista uruguaya que terminó por cambiar París por los suburbios. En Montreuil cita lugares ocupados ilegalmente, como el Tardigrade 39, “donde funciona un comedor libre, un taller de reparaciones y una biblioteca. También existen proyectos como La Guillotina, donde se organizan ferias editoriales y obras de teatro; La Comedia, la esquina punk por excelencia, y La Parole Errante, un sitio de discusión política y teatral. En Montreuil existen también comunidades magrebíes y originarias de Malí que se integran de una manera natural con el ambiente artístico”.

Viettro dice que ni siquiera antes de venir tuvo una visión idealizada de la ciudad: “La primera vez que vine en 2012 concluí que París no era un sitio para vivir. Pensé en releer Rayuela y buscar cada rincón descrito en el libro, pero sabía que esa boheme ya no existe en una ciudad donde la cantidad de papeles y los trabajos clandestinos son lo habitual”.

El cineasta y escritor marroquí gay Abdellah Taïa. Foto: Larry busacca/ Getty image.

Cortázar nos trajo a todos

Juan Sebastián Rojas, hoy profesor de la Universidad Santiago de Cali, dice que una razón de peso por la que en 2007 llegó a Francia fue que “siempre han existido esos grandes nombres de la literatura que pasaron por aquí. Para nosotros los colombianos esa fascinación comienza con José Asunción Silva y se extiende con Rayuela”.

Su comentario parece calcar el del escritor y periodista Eduardo García Aguilar, que aterrizó en París 30 años antes. “El rey máximo era Cortázar, que estaba vivo. Nos inspiraba en permanencia y lo leíamos en sesiones noctámbulas. Todos nos sentíamos como Oliveira y La Maga y participábamos en manifestaciones antifranquistas mientras llegaban miles y miles de exiliados latinoamericanos que huían de las dictaduras. Aunque el mundo era mucho más cerrado y los viejos dominaban y perseguían a los jóvenes como si fuéramos la peste, los franceses de izquierda y los latinoamericanos hicieron de París una verdadera fiesta en tiempos del presidente centrista Giscard d’Estaing (1974-1981), que hizo grandes cambios sociales, entre ellos, la legalización del aborto”.

De Miterrand a Hollande, el fin del sueño de unidad

A Giscard d’Estaing le siguió el socialista François Mitterrand (1981-1995). Una de sus primeras decisiones al llegar al poder fue otorgarles la nacionalidad francesa a Julio Cortázar y a Milan Kundera, un buen augurio para una política cultural que, nadie va a lamentarlo, rayaba en la megalomanía, sobre todo bajo la batuta del ministro Jack Lang. Los buenos tiempos continuaron en los años de Jacques Chirac (1995-2007). García Aguilar señala como cumbre la victoria francesa en la Copa Mundo del 98, “con un equipo blanco, negro y árabe. Al año siguiente nos entusiasmó mucho la entrada en circulación del euro, pero ese ambiente multicultural empezó a derrumbarse y no ha dejado de hacerlo con la la crisis financiera mundial, el auge de la ultraderecha y la estigmatización creciente que hoy vivimos los inmigrantes”.

Durante la presidencia de Nicolas Sarkozy (2007-2012) y con la excusa de la austeridad obligada, las inversiones en cultura se redujeron principalmente a nivel local, al mismo tiempo que el discurso xenofóbico en las esferas políticas, reservado hasta entonces a los miembros del Frente Nacional, fue ganando terreno en todos los partidos.

Mientras los ideólogos libertarios formados en el marco de Mayo del 68, como Jacques Attali, Daniel Cohn-Bendit y Bernard-Henri Lévy, se integraban con gusto a las élites, su lugar era ocupado por una generación neoconservadora encabezada por Alain Finkielkraut y Renaud Camus y de la que hacen parte Éric Zemmour y, en menor medida, Michel Onfray. La situación no hizo sino empeorar durante el periodo presidencial de François Hollande (2012-): nadie parece pensar en la cultura como una prioridad en tiempos de terrorismo, desintegración de Europa y crisis de refugiados.

Durante su presidencia, Hollande ha tenido que lidiar con la crisis de refugiados y el regreso del terrorismo, el conformismo de los artistas consagrados y el resurgimiento de una literatura reaccionaria que nadie se esperaba ver de regreso. La cultura francesa no ha tenido otro camino que reinventarse desde afuera. Un “afuera” que voluntariamente busca alejarse de París como centro inamovible. “Es que para encontrarse, cada generación tiene que desmitificar los mitos de la generación precedente —dice Rojas—. París dejó de ser una gran capital cultural, por su propia culpa”.

El escritor togolés Sami Tchak, ganador del Gran Premio Literario de África Negra. Foto: Ulf Andersen/ Aurimages/ AFP.

Las voces francófonas, el futuro de la literatura

“El sacrosanto Premio Goncourt, el más importante de la lengua francesa, ha sido ganado recientemente por un escritor afgano, una escritora francesa de origen africano y una escritora marroquí. Al College de France y a la Academia han llegado escritores del África subsahariana y de las Antillas”, señala García Aguilar. A pesar de estos reconocimientos, subsiste el problema de que en las librerías y bibliotecas de Francia aún se aplica una división entre autores “franceses” y “francófonos”. “No es necesariamente una cuestión de dónde uno nace sino de cómo uno se ve, si como perteneciente de una nación o de una lengua. Le Clézio, por ejemplo, no duda en declararse ‘francófono’”, dice Rojas.

“Muchas de las voces más interesantes del panorama literario francés son inmigrantes o gente que escribe desde y acerca de las antiguas colonias. Autores como el haitiano Makenzy Orcel o el togolés Sami Tchak han revitalizado la novela en francés, sacándola del terreno de la autoficción y arriesgándose con los relatos polifónicos y un rescate de la belleza del francés oral —afirma Rojas—. En eso son quienes mejor representan la herencia de Céline y Rabelais”.

Roberto Salazar, representante de Literatura y Coloquios del Año Francia-Colombia, señala que la intención de los eventos que se extenderán en Colombia durante lo que queda del primer semestre de 2017 es abrir a los lectores un panorama más amplio de la literatura en lengua francesa, no solo permitiéndoles descubrir autores, sino también formatos. “Muchas personas siguen viendo el cómic y la literatura juvenil como géneros menores, cuando lo cierto es que en Francia están de par a par con la novela y la poesía. Eso es uno de los ejes principales de lo que se va a mostrar en la Feria del Libro de Bogotá”, dice.

En mayo, un coloquio en la Universidad Santiago de Cali estará dedicado a la literatura comparada, otro género por descubrir en América Latina. Parte de la programación estará dedicada a las literaturas árabes y africanas en francés. “Son los inmigrantes los que nos están haciendo vivir la cultura francesa —afirma García Aguilar—, pero eso no tiene nada de nuevo: Picasso, Gainsbourg, Stravinsky y Brancusi venían de afuera”.

¿En esta literatura se descubrirá a la nueva La Maga? Tal vez, o al próximo Cortázar, pero habría que buscarlos en los suburbios, en algún lugar de África o en los campamentos de refugiados de Calais o la Avenida de Flandres, al lado del puente donde Amélie Poulain tiraba piedritas al agua en un París que no existe.

*Periodista

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