EL OTRO LADO DE LA TRADICIÓN TEXTIL
Hecho en El Hueco: un análisis de la industria textil en Medellín
La tradición y la industria textil permitieron que Medellín se convirtiera con el tiempo en una capital de la moda y el diseño en América Latina. Sin embargo, esa misma tradición trajo consigo todo un fenómeno industrial dirigido a las clases medias y bajas. Esta ciudad, entonces, es Colombiamoda, pero también es El Hueco.
Esta historia podría ser sobre la edificación con forma de aguja de telar, el gigante gris de 175 metros, el edificio Coltejer que se alza donde una vez estuvo el Teatro Junín y nos recuerda que los textiles fueron la industria más próspera de Antioquia en el siglo XX. Se dice que en algún momento el 90 % de los textiles de algodón de todo el país salía de Medellín y que los paisas eran capaces de producir, cada hora, tres mil gramos más de algodón que otras regiones textileras de América Latina.
Según la profesora Gladys Ramírez, magíster en Historia del Arte, mientras el mundo sufría las consecuencias de la escasez de mercancías durante la Segunda Guerra Mundial, las textileras locales estaban en pleno auge. Entre 1934 y 1945, la producción industrial local creció más de 8 % gracias a la mecanización y electrificación de muchos oficios, a la expansión de la demanda nacional de productos y a la ingeniería de la Facultad de Minas aplicada a las fábricas para hacerlas más eficientes. Por ello, para 1967 decían que Medellín era la “Manchester latinoamericana”, o que estaba incluso al nivel de São Paulo en términos de desarrollo de su industria textil.
Cincuenta años después, en las zonas donde operaban algunas empresas textiles hay otro tipo de industrias. Donde funcionaba Tejicóndor está Makro; donde estaba Vicuña, Los Molinos; y en lugar de Everfit está el centro comercial Florida. Aún así, el sector de las manufacturas representa actualmente el 16 % del PIB del departamento, y Coltejer y Fabricato siguen operando a pesar de la crisis que sufren desde finales del siglo pasado por la recesión económica mundial y la existencia de fuertes excedentes de textiles en los mercados internacionales. Desde 2012, de hecho, Fabricato ha invertido 45 mil millones de dólares en renovación tecnológica y trabaja con las autoridades para que haya un ambiente de competencia leal en Colombia.
El Hueco
Esta historia, sin embargo, no trata de la cara más visible del desarrollo textil; trata de lo que ocurre en la carrera Carabobo, entre las calles Colombia y San Juan y las carreras Bolívar y Cundinamarca, donde uno puede recorrer el mundo leyendo algunos de los anuncios de los 75 centros comerciales que han construido en los últimos treinta años: Singapur, Chinese, Japón, Bombay, Changai, Hollywood, El Hueco…
Fotos: Juan Pablo Uribe
El Hueco me recuerda a Las de El Hueco, el equipo de baloncesto del colegio de monjas donde estudiaban las hijas de los comerciantes que vendían mercancía en este sector de Guayaquil, heredero de la tradición comercial de la Plaza de Cisneros, la estación del Ferrocarril de Antioquia y, más adelante, el comercio informal de El Pedrero. Las porristas que hacían barra al equipo coreaban en los partidos una frase que todo el colegio terminó repitiendo: “El Hueco. Eh, eh, eh. El Hueco”. En ese entonces, la palabra me hacía pensar en un agujero negro, en un lugar oscuro al que se entraba por un lado y se salía por el otro. O en el hueco de México. Pero El Hueco era, en realidad, el lugar en que las niñas del colegio compraban todo. “¡Es muy barato!”, decían. Eso no significaba que fuera bonito. A veces llegaban con los morrales de LeSportsac, hechos con una tela cuadriculada y tiesa que contrastaba con la tela tersa de los originales; o con los tenis Nike a los que se les despegaba la suela a los quince días. Pero lo importante era el logo de las marcas norteamericanas, aunque todo el mundo supiera que eran chiviadas. Hoy todavía es así.
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Camino por Carabobo con Amador: Pasaje Comercial Cisneros, camisetas con logos de Adidas, Supreme, Mickey Mouse. Cacharros a mil. Todo a 700. Locura de remates, todo a cinco mil. Todo a diez mil. Un aviso de Tarrao al lado de Bombay. Otro de Tarrao al lado de San Andresito principal. Una mujer con un amplificador y un micrófono cantando: “Sé que tú no puedes, sé que volverás”. Y el coro más popular: “Venta de bodega de jeans de marca, siga le mostramos”. Decenas de vendedores vocean a lo largo del corredor, entregando tarjetas a todo el que pase mirando de reojo, como yo, que aprovecho para preguntarle a la chica de qué se trata el negocio. “Son jeans que vendemos sin pagar impuestos a la Dian”, así, sin más. “¿Y son originales?”, pregunto. “También tenemos, pero sobre todo tenemos réplicas AAA”. “¿Qué es eso?”, pregunto de nuevo. “Las AAA son marcas fusiladas que importamos y las AA son las nacionales que hacemos acá. Pero si le digo la verdad, esas no son tan finas como las otras”. “¿Y dónde están las bodegas?”, remato el interrogatorio. Señala con la mano un edificio al final de la cuadra.
Carlos Mario Cano, docente de diseño de vestuario de la UPB, dice que gracias a nuestra tradición textil centenaria, a nuestra industria (que produce telas como índigo y tejidos de algodón), a la capacidad instalada en maquilas de barrio como Barrio Triste o Guayabal y a los satélites en las comunas, donde los pequeños empresarios tercerizan su producción con las modistas, que son en su mayoría cabezas de familia, en El Hueco se puede producir lo que en el mundo se conoce como “pronta moda”: “¿Recuerdas que para el Mundial Adidas sacó su camiseta oficial de la Selección Colombia un martes, y el miércoles ya la estaban vendiendo en El Hueco? –dice Cano–. De eso se trata: una moda rápida, barata y masiva”. Las camisetas de las que habla el profesor están por todo Carabobo, en los puestos de ropa improvisados que hay en algunos corredores destinados exclusivamente para las ventas en la calle. Cuando Colombia ganó los tres primeros partidos del Mundial y pasó a cuartos de final, sacaron cerca de veinte mil camisetas en ocho días. Esto quiere decir que El Hueco tiene la capacidad de hacer 1,7 camisetas por segundo; camisetas que en tres meses dejarán de circular y tienen un costo promedio entre cinco mil y diez mil pesos.
Foto: Juan Pablo Uribe
Sexy-diva-nativa
Jairo Bernal, un hombre que llegó a estas calles hace más de treinta años y hoy dirige el periódico Guayaquil Times –escrito con la misma fuente de The New York Times–, dice que este sector es de montañeros, de familias de marinillos, santuarianos y granadinos que salieron del oriente de Antioquia a finales de los años setenta huyendo de la violencia y encontraron en las ventas informales la forma de ganarse la vida en la ciudad. En esa época, Medellín pasó de tener 772 mil habitantes en 1964 a 1.468.089 en 1985, casi el doble de la población en tan solo veinte años.
Con el tiempo, las familias de estos “orientales” antioqueños entendieron el negocio de los sanandresitos, entrenando el paisa vivo, el mismo que aparece en el cuento “Que pase el aserrador”, y terminaron creando un tejido de comercio popular en Bogotá, Cali, Cartagena y Medellín. Aunque este sector es muy reacio a las cifras, se estima que solo en Medellín hay cerca de ocho mil comerciantes y 12.500 empresas. Es difícil hablar de cifras porque se les ha acusado de vender contrabando y de lavar activos, pero Jairo dice que lo que hay en Guayaquil es una universidad empírica de empresarios que quieren salir adelante.
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Esos empresarios de los que habla él están aprendiendo cosas. Por ejemplo, después de participar en Colombiamoda entre 2013 y 2017, en un pabellón especial llamado “Moda para el mundo”, la gente viene a buscar marcas de El Hueco: Tarrao, Trucco’s, 360 Jeans, Babalú, JoyStar son solo algunas de las que están agrupadas en Cedemoda.
Diego Muñoz, que está en el local 281 del edificio Hollywood, es uno de ellos. Durante veinte años importó ropa de Panamá y hace ocho dejó de hacerlo para crear su propia marca de gorras, boxers, camisas y busos con calaveras que se mueven y venden al ritmo del hip hop. “La primera barrera que debe superar un empresario de El Hueco es el mercado –dice–. Somos muy americanizados y rechazamos lo de aquí. Usamos Nike, Adidas, Puma... Pero Legalize, ¿qué es eso?”.
Según Carlos Mario Cano, la moda tradicionalmente funcionaba bajo un concepto que se llamó “filtrado descendente”. Es decir, la clase alta compra Dolce & Gabbana; la clase media, Dolce & Gabbana de China; y la clase baja, el Dulce & Gabana. (Todo tiene el mismo logo.)
Hoy, sin embargo, existe el fenómeno contrario, “el filtrado ascendente”, que se da cuando la clase popular genera sus propios códigos estéticos y de vestimenta y las clases media y alta los asimilan. Lo curioso es que no haya sucedido antes, pues la clase media representa el 80 % del país.
Gabriel Alvarado, quien ha trabajado como consultor de moda en el mercado masivo desde hace diecisiete años y ha sido director de la feria Moda para el Mundo, dice: “El mercado masivo ha cambiado mucho. Hoy hay muchas marcas que hacen el trabajo juicioso. Cada año revisamos tendencias, colores, siluetas. Miramos, adaptamos y delimitamos la moda internacional para ponerla democráticamente en la calle”.
Tendencias
Basándose en la narcoestética, Almacenes Stop creó el jean levantacola, un producto nacional de exportación como pocos, con denominación de origen. Foto: Juan Pablo Uribe
El Hueco, por su parte, saca pecho por haber creado e impuesto una tendencia particular: la “narcoestética”. En su informe de tendencias de 2009, Inexmoda le puso a esa estética un nombre sonoro: “Sexy-diva-nativa” (en pocas palabras, “grilla”), nombre que engloba todo lo que puede considerarse “moda mañé”. La palabra “mañé” empezó a usarse en la época de Tomás Carrasquilla para describir a los nuevos habitantes que trataban de imitar la moda de los citadinos haciendo un remedo de su estética. Hoy forma parte de la indumentaria que usa, en palabras de la artista Margarita Valdivieso, la “Fembra placere”. La artista escribe que a partir de los años ochenta, por el estilo de vida derivado del narcotráfico, “comenzaron a notarse adaptaciones y transformaciones de la hembra homo sapiens (...). En las condiciones de su hábitat, no puede prescindir de una preponderancia por la narcoestética, el androcentrismo y el pastiche”.
Para bajarse de esa estética, Almacenes Stop creó, junto a otra empresa bogotana, el jean levantacola, un producto nacional de exportación como pocos, con denominación de origen. En el centro comercial Singapur, en todos los almacenes que exhiben en los maniquís a la sexy-diva-nativa, pregunto por el famoso jean levantacola, el original colombiano. “Por mucho que levante el jean, si no hay cola no se puede ver mucho”, me dice una vendedora. Le pido que me lo describa, cuando hay cola. “Haga de cuenta que a usted la operaron y le pusieron unos implantes. Así se ven”, responde. Y ese es un símbolo de la moda colombiana, por el cual nos reconocen en el mundo.
* Periodista