Humboldt, 250 años

Humboldt: el precursor del arte y la imagen de todo un continente

Sin quererlo, Humboldt creó una iconografía que marcó la imagen visual de América y rompió con las tradiciones pictóricas coloniales. Así, fue una figura clave en la plástica latinoamericana.

Halim Badawi*
29 de mayo de 2019
'Cargueros'. José Alejandro Restrepo. 1999. Xilografía sobre fotografía, dibujo y video. Para hacer su propia obra, Restrepo repitió la trayectoria que Humboldt hizo durante su viaje por el paso del Quindío (izquerda). Grabado del carguero sobre la montaña de Sonsón. Ramón Torres Méndez. 1878. Humboldt publicó en París entre 1810 y 1813 una de las primeras imágenes de un carguero (derecha).

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El naturalista y explorador alemán Alexander von Humboldt (1769-1859), conocido por sus aportes en un gran número de disciplinas científicas (desde la antropología hasta la vulcanología, y “padre de la geografía moderna”), fue, sin proponérselo, una figura angular en la plástica latinoamericana: constructor de una iconografía perdurable que marcó indeleblemente la imagen visual del continente durante los siglos XIX y XX, y generador de una ruptura con las tradiciones pictóricas coloniales, de carácter religioso y retratístico. Este papel desencadenante no siempre le ha sido reconocido por la historia del arte, a veces reticente a incorporar dentro de sus discursos canónicos la producción de imágenes científicas o cartográficas.

Humboldt viajó por América Latina entre 1799 y 1804, acompañado por el francés Aimé Bonpland (1773-1858) y, desde 1802, también por el ecuatoriano Carlos de Montúfar (1780-1816). Durante su travesía, Humboldt visitó los actuales territorios de Cuba, Venezuela, Colombia, Ecuador y México y, a través de sus textos y dibujos, mostró a la sociedad europea las condiciones naturales y sociales del Nuevo Mundo. Su obra fue transformada en libros, revistas, pinturas y grabados que capturaron la imaginación de un gran número de viajeros de los siglos XIX y XX, quienes cruzarían el Atlántico siguiendo los pasos del prusiano, atraídos por sus imágenes exóticas, para unirse a comisiones científicas o por recomendación directa suya. Humboldt no solo amplió las fronteras de la ciencia americana; también mostró en Europa las imágenes de un territorio susceptible de ser explotado y modernizado.

El prusiano fue recibido en Santafé como una celebridad: se entrevistó con el botánico y sacerdote José Celestino Mutis (1732-1808), el que había sido enviado por Carlos III, rey de España, a dirigir la Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada (1783-1816), la primera gran empresa científica en los actuales territorios de Colombia, Ecuador y parte de Venezuela. Bajo el manto de la expedición, había surgido la primera escuela de dibujo del país, cuyos alumnos plasmaron sobre papel la riqueza natural del territorio, una experiencia que a Humboldt le interesaba conocer de primera mano. Adicionalmente, el prusiano estuvo en casa del virrey, conoció a Francisco José de Caldas (1768-1816), el Sabio Caldas, con quien tendría divergencias pero también recorrió ríos, páramos, montañas y volcanes, construyendo un ideario del territorio americano tan profuso, perdurable y politizado como romántico en términos visuales.

A su regreso a Europa, los diarios y bocetos de Humboldt se convertirían en el repertorio visual predominante sobre América, en el canon para una gran parte de las representaciones posteriores del continente (naturales, humanas, geográficas), generando a su paso una suerte de teléfono roto de las imágenes, reproducidas por otros con apropiaciones y variaciones singulares, que dependían normalmente de las formaciones y trayectorias particulares de cada artista, y que podían eventualmente responder a prejuicios sobre “lo americano” instalados en la sociedad europea desde tiempos coloniales. Siguiendo los pasos de Humboldt, viajaron a América, desde fechas muy tempranas, numerosos científicos y artistas como Auguste Le Moyne (1800-Ca.1880), Johann Moritz Rugendas (1802-1858) o el barón Jean-Baptiste Louis Gros (1793-1870), entre otros.

Cargueros. José Alejandro Restrepo. 1999. Xilografía sobre fotografía, dibujo y video. Para hacer su propia obra, Restrepo repitió la trayectoria que Humboldt hizo durante su viaje por el paso del Quindío.

Entre los seguidores de Humboldt podemos distinguir seis constelaciones: (i) los artistas que transformaron las narraciones y bocetos del prusiano en ilustraciones para sus publicaciones; (ii) los europeos que viajaron por recomendación directa suya; (iii) los viajeros que no conocieron personalmente a Humboldt, pero se vieron influidos por sus publicaciones; (iv) los artistas nacidos en América que encontraron en Humboldt una fuente iconográfica perdurable; (v) los artistas del siglo XX que, de forma tardía, hallaron en Humboldt una fuente de inspiración para sus obras; y (vi) los artistas contemporáneos (del siglo XXI) que encontraron en el trabajo de los artistas viajeros del XIX (como Humboldt y otros) las fuentes iconográficas para deconstruir críticamente ciertos imaginarios de identidad, naturaleza y nación.

Bongore y la experiencia del viaje

En la escena latinoamericana, hay varios imaginarios acerca del quehacer artístico que Humboldt y otros viajeros del siglo XIX ayudaron a apuntalar. Precisamente, de estos imaginarios da cuenta la exposición La naturaleza de las cosas: Humboldt, idas y venidas, que, organizada por el Ministerio de Relaciones Exteriores de Alemania y el Instituto Goethe, estará en el Museo de Arte de la Universidad Nacional de Colombia, en Bogotá, hasta el 6 de julio.

Por un lado, la idea del artista viajero, con largo arraigo entre los pintores europeos de los siglos XVII y XVIII (ya fuera a través del viaje a Italia, a Oriente o en la Ruta de la Seda), se popularizó entre los viajeros europeos a América a partir de Humboldt. Este imaginario del viaje como piedra angular de la creación quizá ha sido sistematizado, en el arte contemporáneo, mediante los circuitos de becas, pasantías y residencias artísticas, y cómo no, mediante la ferialización y bienalización. En la exposición vemos precisamente cómo la experiencia del viaje resulta clave no solo en los artistas del siglo XIX, sino también en artistas contemporáneos como Ida Esbra (con sus viajes fotográficos al Cauca y a la Sierra Nevada), José Alejandro Restrepo (con su viaje al mítico paso del Quindío, siguiendo la travesía de Humboldt), Alfredo Jaar (con su viaje a las minas de sierra Pelada, en Brasil), Camilo Echavarría (con sus viajes por Colombia, buscando perspectivas humboldtianas sobre el paisaje), y en otros creadores más jóvenes como David Guarnizo, Antonio Bermúdez o José Luis Bongore.

Precisamente para Bongore, un artista andaluz establecido en Colombia, la experiencia del viaje es fundamental, al no solo formar parte de su ejercicio creativo, sino también de su ejercicio vital. Durante la última década, Bongore ha vivido en Egipto, Senegal, Japón, Estados Unidos, México, Colombia y Francia, y ha documentado críticamente, mediante su trabajo en video, cómo son los pasos terrestres de frontera (por ejemplo, los pasos entre Estados Unidos y México, o entre Brasil, Paraguay y Argentina); esos lugares en que la experiencia del viaje puede entrar en crisis, al toparse (el viajero) con distintas realidades políticas, legales, sociales y económicas. El viaje no es igual para todos.

En esta ocasión, Bongore viaja, al igual que Humboldt, al salto del Tequendama, en cercanías a Bogotá, y hace una monumental videoinstalación que parece aplastar al pequeño Salto (grabado y coloreado por Humboldt y Fumagalli a principios del siglo XIX), dispuesto al frente, en la misma sala del museo. Si bien en el Salto de Bongore se nos presenta la belleza y la monumentalidad que atrajeron a Humboldt, al barón Gros (en su visita entre 1839 y 1842) y a una buena parte de los viajeros del XIX (como Andrés de Santa María, quien pintó los humedales colindantes, llamados El Vínculo y Tierra Blanca), también es cierto que Bongore nos muestra la tragedia: el río Bogotá, sus humedales vecinos (en Soacha) y el salto mismo como víctimas de la urbanización excesiva, del desdén estatal, de la falta de vida y de la contaminación más destructora.

Sin embargo, las imágenes de Bongore, contrarias al documentalismo más directo, son profundamente ambiguas: si bien, por un lado, la contaminación espumosa del río Bogotá se hace evidente, también resulta claro que el artista busca capturar los reflejos de los eucaliptos verdes y del cielo azul sobre el espejo negro del río: una bella y trágica imagen que nos envuelve en el museo (la instalación ocupa tres grandes muros que rodean al visitante), no sin invocar sutilmente aquellas pinturas en que Claude Monet, el pintor impresionista, capturaba la luz y los reflejos de las plantas y las flores sobre el agua de su estanque en Giverny, como vemos en Nymphéas, una larga pintura que envuelve al espectador en el Musée de l’Orangerie, en París.

Ailleurs: Soacha. José Luis Bongore. 2014. Video. El español registra la lenta desaparición del salto del Tequendama, profusamente representado por Humboldt y sus seguidores.

La obra de Bongore, a medio camino entre la monumentalidad humboldtiana y la tragedia del presente, también parece invocar la escena final de Melancolía (2012), la película de Lars von Trier en que los humanos, pequeños ante la grandeza del cosmos, incapaces de modificar los grandes órdenes del universo, se reúnen en la cima de una pequeña colina a presenciar, inermes, cómo un enorme planeta se aproxima para aniquilar el mundo.

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Hay que anotar que esta gran videoinstalación no solo confronta dos horizontes históricos, el de Humboldt y el del presente, con los procesos de degradación ambiental o con la nostalgia de quien observa el pasado; también trata de mirar cómo las imágenes de los viajeros del siglo XIX, si bien solían estar mediadas por el interés científico o por la curiosidad, así mismo ayudaron a generar las condiciones sociales y políticas para la explotación de los recursos de América.

Estas imágenes, que circularon en libros, grabados y revistas, además sirvieron para reportar en el Viejo Mundo las condiciones de las recién emancipadas repúblicas americanas: sus riquezas en minería (como hizo Boussingault al explorar las salinas yodíferas de los Andes), el potencial en agricultura y ganadería, o los precarios medios de transporte y comunicación neogranadinos (el carguero, el puente de cabuya, el río, etc.), susceptibles de ser modernizados no sin el impulso económico de las potencias europeas, que ahora devolverían a América las riquezas recabadas luego de décadas de explotación colonial, pero a través de préstamos e intercambios económicos. Este fenómeno se dio no sin el desplazamiento de ciertas comunidades y no sin cierta devastación ambiental.

La exposición La naturaleza de las cosas: Humboldt, idas y venidas explora, mediante siete diálogos y un epílogo, esta intrincada red de conexiones visuales, históricas, sociales y políticas; una red que nunca será de relaciones fáciles, unívocas o directas, sino un entramado complejo, contradictorio, ambiguo, imprevisto, que va y que vuelve; una exposición que, por medio de diálogos como “De la ensoñación a la destrucción” o “De la medición científica a la explotación económica”, reflexiona sobre las formas de vivir que hemos naturalizado, sobre el uso que hemos dado a las imágenes que nos representan. Sea esta oportunidad una invitación para pensar sobre las maneras en que podemos reinventar el presente.

*Crítico de arte y curador de la exposición La naturaleza de las cosas: Humboldt, idas y venidas

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