Cuando le tomaron esta foto, Jordan Peterson estaba en el centro de una tormenta mediática. La desató al oponerse a una ley que obligaba a referirse a las personas transgénero con los pronombres preferidos por ellas. Foto: Carlos Osorio/GETTY IMAGES.

EL LIBRO '12 REGLAS PARA VIVIR: UN ANTÍDOTO AL CAOS'

Jordan Peterson, el intelectual de derecha

El profesor canadiense Jordan Peterson justifica la diferencia salarial según el género, niega la existencia de un “privilegio blanco” y duda del consenso científico sobre el cambio climático. Aun así –¿o precisamente por eso?– miles de jóvenes lo siguen.

Hernán D. Caro*
25 de febrero de 2019

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En estos tiempos inestables, en los que –según algunos– la pérfida “corrección política”, la histeria de las feministas, la “ideología de género” y los proyectos abusivos de un “lenguaje inclusivo” amenazan con destruir toda armonía establecida, un hombre –según algunos– asombroso, el psicólogo, autor y orador canadiense Jordan Peterson, ha descendido sobre nosotros, portando consigo –según algunos– verdades liberadoras para recomponer el orden perdido.

Es una introducción algo simplista, pero no tan lejana a la realidad. (Además, como veremos, la simplificación es parte central del programa de Peterson.) A juzgar por los millones de copias que el nuevo libro de Peterson, 12 reglas para vivir: un antídoto al caos (Planeta, 2019), ha vendido; a juzgar por las multitudes que llenan auditorios o ven sus videos de YouTube; o por las pasiones que su persona provoca, Peterson parece ser para muchos una especie de profeta.

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Jordan Peterson, un psicólogo clínico y terapeuta con un recorrido como profesor en las universidades de Harvard y Toronto, viene ganando popularidad desde 2016, cuando empezó a criticar ferozmente en YouTube una ley canadiense que hace ilegal negar empleo o servicios a personas por su identidad de género. Peterson se opuso a la ley argumentando que obligaba a usar los pronombres preferidos por las personas transgénero, lo cual, para él, es un acto de tiranía por parte del Estado. Sus invectivas, vistas y compartidas por millones, fueron sus primeros ataques célebres contra la llamada “corrección política” y la base de una carrera fulgurante como conferencista que le ha permitido interrumpir su labor académica para concentrarse en los grandes escenarios.

En 1999, Peterson publicó Maps of Meaning: The Architecture of Belief (Mapas de significado: la arquitectura de la creencia), en el que examina cómo construimos significado y narrativas de vida. Uno de sus principales intereses era averiguar cómo los sistemas de creencias individuales y sociales pueden desembocar en actos brutales colectivos como el Holocausto, los crímenes soviéticos o el genocidio en Ruanda. Casi veinte años más tarde, en 2018, Peterson decidió escribir una versión más asequible de algunos de aquellos pensamientos. El resultado es 12 reglas para vivir, que ha llevado la fama de Peterson a nuevos niveles.

El libro, de más de quinientas páginas en la traducción castellana (que, por cierto, para un lector latinoamericano suena a veces irritantemente ibérica), es, en primer lugar, un manual de motivación y autoayuda que busca sintetizar, a partir de varios mitos arquetípicos, principios para enfrentar el caos en el mundo. Peterson es un lector voraz, y su compendio fusiona con inteligencia diversas sabidurías, si bien por momentos resulta farragoso, espeso como, digamos, una especie de smoothie intelectual surgido de la mezcolanza del Génesis, los evangelios, Los Simpson, Buda, Archipiélago Gulag, Nietzsche, La sirenita, la mitología egipcia, Mao, Dostoievski y Dallas, todo ello mezclado con algo de neurociencia, psicología y una necesidad inmensa de expresarse.

12 reglas para vivir es algo más que un catálogo de leyes de autoayuda. Presenta también, y con elocuencia, una visión del mundo rotundamente tradicionalista, de la cual Peterson es uno de los voceros más activos e influyentes de la actualidad. A eso volveremos más adelante. Por el momento, un vistazo a algunas de las reglas:

1) “Enderézate y mantén los hombros hacia atrás”: una posición erguida proyecta seguridad, confianza y fuerza. 2) “No te compares con otro, compárate con quien eras tú antes”. 3) “No permitas que tus hijos hagan cosas que detestes”: los padres deben educar a sus hijos con disciplina y firmeza, así la sociedad los apreciará como individuos responsables. 4) “Dedica tus esfuerzos a hacer cosas con significado, no aquello que más te convenga”: la búsqueda de lo fácil o del simple placer es algo inmediato y limitado. Debemos buscar una vida con significado, que Peterson define como “el equilibrio definitivo entre, por un lado, el caos de la transformación y la posibilidad y, por el otro, la disciplina de un orden impoluto”. 5) “Di la verdad, o por lo menos no mientas”: podemos intentar manipular mintiendo, pero siempre se nos devolverá. 6) “A la hora de hablar, exprésate con precisión”: solo siendo claros podemos resolver conflictos. 7) “Deja en paz a los chavales que montan en monopatín”: los niños deben experimentar sus propios límites sin ser siempre controlados o avergonzados por sus padres. Solo así, dice Peterson, pueden convertirse en hombres “duros” (que encontrarán mujeres “duras, listas y atractivas”).

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En sus videos y entrevistas, Peterson justifica la diferencia salarial según el género, niega la existencia de un “privilegio blanco” o duda del consenso científico sobre el cambio climático. Por eso me acerqué con recelo a sus 12 reglas. Pero a pesar de los extensos pasajes y conceptos difusos con que Peterson intenta camuflar pensamientos elementales, debo admitir que la lectura es entretenida. Además, como bien ha escrito la periodista británica Melanie Reid, “si uno elimina la verborrea” se queda con un manual “dirigido a la autosuficiencia, el buen comportamiento, el mejoramiento personal y la acción individual”. En efecto, me sorprendió constatar que las doce reglas parecen estar de acuerdo con el más común de los sentidos comunes.

Ahora bien, no hay siquiera una que no haya aprendido de personas cercanas, decentes y responsables, que han enfrentado agobios como los que Peterson examina. Sus reglas, entonces, no ofrecen más que una sutil confirmación de principios éticos de vieja data. Pero a juzgar por el éxito de Peterson, hay muchos que las necesitan con urgencia. Y si es cierto que los millennials, a quienes Peterson parece dirigirse en su libro, carecen de modelos de comportamiento y un propósito, el éxito podría leerse como síntoma de esa crisis existencial.

El problema es que aquí no termina todo. Peterson suele definirse a sí mismo como un liberal clásico; otros dirían “libertario”. Esto puede ser cierto en cuanto a su repudio de un gobierno que se inmiscuya demasiado en las opiniones de sus ciudadanos. Pero en cuanto a su visión del ser humano y la sociedad, Peterson es conservador    –dejo abierta la cuestión de si es, como algunos afirman, sencillamente un ideólogo de derecha–, como lo revelan las páginas y páginas más verbosas de 12 reglas para vivir.

Más allá de las reglas, nos topamos allí con la defensa vehemente del patriarcado, la convicción conspirativa de que tras la lucha por la igualdad de género está el “neomarxismo” (cualquier parecido con Colombia no es coincidencia) o la opinión de que en sociedades funcionales actuales (parece referirse a Europa, Estados Unidos o Canadá) “la competencia y no el poder es un factor determinante para el estatus. La competencia. La habilidad. La destreza. No el poder”. Los argumentos de Peterson parecen objetivos, por su prodigalidad retórica y el desparpajo con que escribe, pero basta leer con atención para ver cuán dudosos son.

Para probar la dominancia natural de los hombres sobre las mujeres, Peterson se apoya en un biologismo radical: los seres humanos responden naturalmente al comportamiento territorial y jerárquico de las langostas. Muy bien: no cabe duda de que somos animales. Pero somos más: seres culturales que buscamos romper, mediante narrativas o acciones, estructuras tradicionales, surgidas ellas mismas de narrativas (un argumento que Peterson usa en otros lugares, a favor de cosas distintas). Para mostrar las ventajas del patriarcado, Peterson aduce razones extrañas: los inventores de los tampones, la anestesia y la píldora anticonceptiva fueron hombres, por ende, ¿por qué habría de ser el patriarcado un modelo represivo?

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Respecto a la negación de mecanismos de poder como determinantes del progreso personal –algo como decir que los ya pobres, los negros o los latinos son pobres porque así lo desean–, bastaría que Peterson observara la experiencia real de mujeres, minorías étnicas o sexuales en todo el mundo para comprobar su error. Por momentos, la incapacidad (o el desinterés) de Peterson de ver las cosas desde una perspectiva distinta a la suya    –que es ella misma una perspectiva de poder– es asombrosa. Insistir sobre la responsabilidad individual para alcanzar armonía y éxito es completamente razonable. Negar la existencia de sistemas que aseguran más oportunidades a unos que a otros es ciego y, más aún, es ideología.

Ante todo, las declaraciones de Peterson están atravesadas por una postura: las cosas “siempre han sido de este modo”. Me pregunto: si Peterson hubiese vivido hace cien o cincuenta años, ¿sus enemigos hubiesen sido el voto femenino, la lucha por la igualdad étnica, el movimiento por los derechos civiles de los afroamericanos o de los homosexuales? “Siempre ha sido de ese modo” no solo es un juicio venenoso; es fraudulento, pues decide olvidar que la historia puede ser modelada y reescrita a través de nuevos modelos culturales, mitologías, horizontes, del activismo político, de distintas narraciones.

En un tuit de 2017, Peterson se pregunta: “El 91 % de quienes ven mis videos son hombres. ¿Por qué? ¿Por qué tan pocas mujeres?”. La pregunta es desconcertante e invita a especulaciones sobre su psicología (tras estudiarlo, mi apuesta sobre su futuro es: se radicalizará políticamente, se convertirá del todo al cristianismo o caerá en una depresión despiadada; o las tres cosas al tiempo). Aparte de eso, Peterson simplemente debería ver sus propios videos, con títulos como “Jordan Peterson EDUCA a una mujer sobre la igualdad de género”; “¿Opresión de mujeres por hombres o naturaleza?”; “Jordan Peterson sobre mujeres locas”. O releer 12 reglas para vivir, en el que en un pasaje extático sobre la necesidad de alegrarse por la belleza en la naturaleza, escribe: “¿Abandonar todos los ideales de belleza, salud, excelencia y fuerza?... No quiero que desaparezcan intelectos como el de John von Neumann… Él, a los 19 años, ya había redefinido los números. ¡Los números! ¡Alabado sea Dios por John von Neumann! ¡Alabado sea por Grace Kelly, Anita Ekberg y Monica Bellucci!”. La balanza mental de Peterson parece estar siempre inclinada hacia una visión especial de cómo debería ser el orden de las cosas.

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Dos reporteros de The Washington Post comprobaron hace un par de meses que el público de Peterson es aproximadamente 75 % masculino, 90 % blanco. Como explica The Guardian, quizá Peterson no es un nacionalista blanco, pero sus creencias sí atraen a una “audiencia heterogénea” que incluye a cristianos conservadores, ateos libertarios y neonazis, y seguidores suyos que han sido acusados de acosar a críticos de su ídolo. Así que, sincera o no, la pregunta en Twitter se puede responder diciendo: su mensaje recibe el público que merece. En esa medida, el éxito de Jordan Peterson, y el hombre mismo, sería un síntoma de una crisis mucho más grave que la mencionada antes. Una crisis que Peterson no está ayudando a resolver, sino a empeorar.

*Doctor en Filosofía y periodista cultural. Coeditor de la revista Contemporary And América Latina.

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