PERIODISMO

Leonardo Haberkorn, el cronista que renunció a la educación

Este cronista es tan conocido en Uruguay por su obra de no-ficción como por su controvertida renuncia a la docencia. En esta conversación habla sobre fútbol, Pepe Mujica, historia, política y las razones de su decepción de las aulas.

JAIRO CASTAÑEDA
19 de febrero de 2019
El cronista uruguayo Leonardo Haberkorn, durante el Carnaval de las Artes 2019. Foto: Nixon Lambis

El nombre de Leonardo Haberkorn se hizo viral por una carta que publicó hace 3 años, en la que anuncia su renuncia a la docencia universitaria y manifiesta haberse cansado de tanta apatía de los estudiantes. "Cada vez es más difícil explicar cómo funciona el periodismo ante gente que no lo consume ni le ve sentido a estar informado", escribió en su renuncia pública de 2015

Además de docente, este escritor uruguayo de no ficción ha publicado 10 libros, ha trabajado en las agencias AP y Reuters, y ha publicado en medios como Aquí, Búsqueda, Gatopardo, C del diario Crítica, Etiqueta Negra y Punto y Aparte, revista de la cual fue editor.

Entre los temas de sus textos están la política, el periodismo, el fútbol y la literatura. Leerlo es adentrarse en Uruguay y recorrer los lazos entre el Río de la Plata y el mundo. Tal es el caso de su perfil sobre Luis Suárez, que aporta una mirada distinta y profunda del polémico jugador “mordelón”. O su crónica “El pueblo que quiso salir en televisión”, que revive con meticulosidad y fuerza los hechos ocurridos en 2006, en Young, un pueblito de 15.000 habitantes que apareció en el mapa tras ser tocado por la tragedia: los habitantes del pueblo participaban en un reality para recaudar fondos, pero la prueba en la que intentaban mover una locomotora acabó en un accidente que cobró 8 vidas y varias mutilaciones.

Días antes de que fuera invitado al Carnaval de las Artes y leyera esta intensa crónica, conversamos vía Skype sobre los hitos de su trayectoria como cronista.

La solidaridad es eje central en tus crónicas, tanto en la tragedia de Young (los habitantes se solidarizaron con la causa para no enjuiciar a nadie) o la de Alcides Ghiggia (el que hizo el famoso gol que dio título a Uruguay en 1950). ¿Qué tan importante es este tema en tu vida?

En cuanto al caso de Young, yo no estuve de acuerdo con que no hubiera culpables, no me pareció una salida correcta al asunto. No me acuerdo cómo dice la nota ahora, pero sé que ese fue el argumento que se manejaba en el pueblo. Lo que yo siempre trato es de ponerme en los zapatos de la gente con la cual estoy hablando, esa es mi solidaridad como periodista. Tratar de ser empático al máximo con esa persona y no juzgarla. Con la tragedia de Young, el punto de vista montevideano era: “Qué desastre el programa de Televisión”, y por otro lado: “Qué atrasada la gente del pueblo dejarse colocar adelante de un tren, dejarse matar así”. Me senté a hablar con los sobrevivientes tratando de entender qué los motivó, y concluí que fue la solidaridad y mucho amor. Todo con las buenas intenciones de pueblo chico con muchas dificultades, buscando la manera de conseguir lo que no podían obtener de otra manera. También que por fin la gran ciudad se fijó en ellos. Como periodistas somos un vehículo para que la gente entienda las cosas que pasan. Quizá el caso sirva para que no pase de vuelta algo parecido.

Siguiendo con la solidaridad, Carlos ‘el Pibe’ Valderrama dijo algo parecido a lo que mencionas en la crónica de Ghiggia. Porque a Bernardo Redín, excompañero de selección Colombia, lo estaba buscando la justicia por un embargo y ‘el pibe‘ dijo: “¿Cómo se van a meter con Redín, si él lo dio todo por el país cuando se ponía ‘la amarilla‘?”. ¿A una figura pueden eximirla de una cantidad de cosas? ¿se parece a lo de Ghiggia?

A él (Ghiggia) le habían dado un empleo para toda la vida, y cuando se supo que empeñó la medalla estaban los que decían que había que ayudarlo por ser un héroe de Maracaná y están los que dicen: “¡Pará! te dimos un empleo, te gastaste la plata, ya está, tampoco te podemos estar toda la vida financiando”. Lo comparaban con otros de Maracaná que sí tuvieron una vida ordenada y tenían sus casas, estaban bien, ya no queda ninguno, murieron todos. Ghiggia fue el último.

El fútbol es un tema recurrente en tu trabajo. No solo como deporte, sino como reflejo de la realidad del país. En la que hiciste sobre Luis Suárez “El crack que se hizo a sí mismo”, de la página 74 a la 83, percibí que la gente de la provincia tiene resistencia hacia la capital, ¿es tan así?

Depende de la lejanía. El tamaño nuestro no da para tener provincias. Somos más pequeños que una provincia argentina. Nuestro destino era ser una provincia argentina o un Estado de Brasil. Nuestra independencia es algo que salió mal en el libro de la historia. La división es por Departamentos, los dos o tres que tienen frontera con Brasil tienen más vinculación con la realidad brasilera que con Montevideo. Lo ven como algo lejano (Suárez es de Salto, al norte). La mitad de los habitantes uruguayos viven en Montevideo, eso genera que el montevideano crea que la capital es el país, que no hay una ciudad que le pueda hacer sombra. Hay una sensación como de que acá es donde pasa todo, y eso da bronca afuera.  

Pasando a otras caras de la realidad del país, ganaste el premio Bartolomé Hidalgo con Milicos y Tupas, ¿de qué trata este libro?

Es uno de los 3 libros que he escrito sobre los años de violencia política en Uruguay en los años sesenta, la caída de las instituciones, el golpe de Estado que dio paso a una dictadura militar de derecha. Tal vez afuera no interesa mucho el tema, pero en Uruguay aportan una mirada desmitificadora sobre los Tupamaros. Mientras Mujica es reverenciado en el mundo, acá divide las aguas muy tajantemente entre detractores y partidarios. 

¿Es cierta esa austeridad atribuida a Mujica?

Sí, es indudable. Vive en una chacra (casa de campo), a las afueras de Montevideo. Lo entrevisté allí pero no me dejó entrar a la casa; la entrevista fue en el jardín. He visto gente que sí ha entrado. Y siempre le gustó vivir así, no hay un esfuerzo de su parte. El slogan del presidente más pobre del mundo, no hay manera de comprobarlo. En mi trabajo para AP nunca lo llamé así y si algún traductor en inglés lo ponía, yo le decía: “Saquen eso, ¿cómo pueden probar eso? ¿saben quién es el presidente de Ghana, de Burkina Faso? ¿saben cómo viven? No hay mediciones para eso”. Las declaraciones juradas de sus bienes no reflejan ser de alguien que no tiene nada. Esa propiedad rural, aunque no sea muy lujosa, es cara, una propiedad así al lado de Montevideo no es que esté en la mitad de la nada. Tiene unos cuántos bienes más que la mayoría de los uruguayos. 

¿Qué habría que desmitificar en Mujica?

Yo apuntaría dos cosas para desmitificarlo: primero, su pasado tupamaro. Ellos han sido hábiles en la forma como se presentan ante el mundo, como una guerrilla “Robin Hood” que les quitaba a los ricos para darles a los pobres, pero en el camino mataron mucha gente inocente. Asesinatos para los que no hay explicaciones válidas. Tratan de soslayar esa parte de su accionar. Mujica es un tipo convencido de la democracia, pero no ha hecho la autocrítica que yo esperaría respecto a ese pasado. Me gustaría que fuera más a fondo. Él y otros tupamaros buscan salvaguardar el buen nombre de la organización, queda en evidencia que hicieron cosas que no estuvieron bien. El otro punto, su actuación como presidente en 5 años: no fue una presidencia que vaya a pasar a la historia, como piensa el mundo. Según la gente del Frente Amplio, tuvo altos y bajos y para la oposición fue muy mala. Haciendo un balance, fue una presidencia mediocre que dejó problemas para el presidente actual (de su propio partido). Aunque sí dejó cosas innovadoras como la ley de la marihuana, en los grandes temas: economía, seguridad pública, educación, en todos esos puntos fracasó. No fue brillante, hemos tenido mejores.

¿Se hizo famoso más por sus ideales que por su ejecución?

Antes había sido senador y diputado. Fue un destacado legislador por ser una persona original en su pensamiento y te sorprende con lo que dice. Logró seducir a gente que, en principio, está en la vereda opuesta. Genera consensos pero luego no es buen gestor. Sin embargo, admirable cómo lograba uniones con la oposición, por su estilo campechano le llegaba a cualquiera. 

Otra figura uruguaya que ha sido vista con gran admiración en el mundo fue Eduardo Galeano. ¿Tuviste la oportunidad de conversar con él en persona? 

Sí, pero muy brevemente, le hice una muy pequeña entrevista mientras investigaba sobre un caso muy sonado en el Uruguay. Galeano joven fue uno de los periodistas que estuvo en la vereda cubriendo ese caso como cronista y de ahí salió la entrevista que le hice para que recordara el suceso. Por supuesto que lo vi mil veces en conferencias de prensa, yo como periodista y él como Galeano.

¿Cuál era ese caso que Galeano había cubierto? ¿Qué pasó con la entrevista?

La entrevista que le hice fue por un tiroteo famoso en el edificio Liberaij, que dio pie a una crónica larga y a mí libro: ‘La verdadera historia del caso Plata quemada‘. Mi crónica trata sobre el mismo caso que Ricardo Piglia contó en su novela. Fue un episodio en el que tres delincuentes argentinos hicieron un robo muy grande en Argentina se vinieron a Uruguay en el año 65 con mucho dinero, vivían a sus anchas y habían sobornado a la policía. Hasta que matan a un policía uruguayo, no se pudo sostener esa convivencia con las autoridades. Así que los persiguen, se refugian en un apartamento en el centro de Montevideo. Fueron rodeados por 500 policías y deciden resistir, se arma un tiroteo dantesco dando lugar a una batalla campal que duró casi 24 horas, con granadas, molotov, una trepanadora que agujereó el edificio y solo los pudieron sacar muertos. Piglia lo cuenta en su libro, pero hizo algo que a mí como periodista me da bronca, y es mezclar ficción y realidad. Toma muchas cosas que pasaron y otras que no. Es un hecho que está en el ADN de Montevideo y al tergiversarlo hizo que yo contara los hechos como habían sido. 

‘Plata quemada’ fue un best seller y después alcanzó un público aún más amplio en sus adaptaciones al cine. Una de las razones de tu muy sonada renuncia es la transformación del periodismo y de la educación cuando se confunden con formas de entretenimiento. ¿Cómo ves ese giro?

Es un gran dilema que hay hoy, lo mismo sobre si el periodismo debe estar unido al entretenimiento para recuperar al público. Mi respuesta inicial es que ¡No!

Primero me refiero al periodismo, que es de lo que sé más, obviamente tenemos que hacer el mejor esfuerzo porque lo que hacemos no sea aburrido. Pero ¿todo tiene que divertir? Si me meto en un lugar donde los niños se mueren de hambre (África o América Latina) o porque no hay vacunas, y quiero contar para que los uruguayos conozcan eso, ¿tiene que divertir o tengo contar? Cuando hago algo como periodista sé que tengo que hacerlo lo más atractivo posible para ser leído, pero eso no tiene que pasar precisamente por el entretener. Yo usaría el término ‘atractivo‘, porque ‘divertir‘, no siempre; y ‘entretener‘, tengo dudas. Con la educación es igual, pero ahí me declaro más inexperto y menos formado, porque llegué a dar clase a través del periodismo, no estudié pedagogía. Si te parás frente a un grupo de personas hay que hacer el máximo esfuerzo por ser atractivo. Siempre traté, apelé a todo lo que pude de mi arsenal: como actor, psicólogo, pero hay un momento en el que los estudiantes deben tomar conciencia de algo y no sé si ahí estás obligado a ser divertido. Hay programas periodísticos que pasaron a ser show de humor, ahí no hay periodismo, ahí te escucha mucha gente pero te pasaste al otro lado.

Luego de la carta viral de renuncia, le respondiste públicamente a una estudiante que había salido a defender en medios a los compañeros de su salón. En el mundo de las redes abundan las versiones encontradas, pero también la posibilidad de aclarar, ampliar o retractarse. ¿Es una oportunidad para el debate o un margen para la ligereza?

En términos ideales puede que no sea necesario soplar la flecha. Si un artículo está escrito tan bien, no dejará ninguna duda, ninguna réplica. Pero no pensamos tan claro ni somos tan perfectos. A veces hay cosas que no se entienden. Por ejemplo, el 20 de enero escribí una columna diciendo que el fútbol es uno de los valores máximos del Uruguay. Y me refería a que es uno de los activos, de los bienes, porque para un país de 3 millones, el fútbol nos hizo conocidos en el mundo y nos tienen cierto respeto. Y es lo que nos dio identidad y unidad como país, aunque estemos peleados políticamente. Por más que seamos chicos, podemos triunfar. Y la gente empezó a escribirme que eso no es un valor, que un valor es la amistad, la generosidad, y tuve que explicarme. Lo que se hace mal hay que corregirlo o aclararlo, si estás en una polémica y alguien dice algo se puede contraargumentar porque de eso surgen verdades superiores. Así se construye algo mejor. Claro está, no insultándose como en las redes sociales. No tengo problema en corregirme ni en explicarme. Por más que se verifiquen fuentes, puede aparecer el error. Eso es parte de la credibilidad de un periodista, decir: ‘me equivoqué y punto‘. En eso soy muy tajante.

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