LA COLECCIÓN DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA PILOTO
Lo que fue y ya no es: el archivo histórico de la Biblioteca Pública Piloto
Este archivo, hoy uno de los más grandes de América Latina, abarca más de un millón setecientos mil fotogramas en distintos soportes con imágenes de Medellín, Antioquia y Colombia de 1848 a 2005. ARCADIA presenta una pequeña muestra de ese acervo, enfocada en recordar rastros únicos de cosas que ya no existen o están en desuso.
Este artículo forma parte de la edición 157 de ARCADIA. Haga clic aquí para leer todo el contenido de la revista.
En noviembre de 1970, durante la Convención General de la Unesco en París, se habló por primera vez de la fotografía como patrimonio y bien de interés cultural de la humanidad. Allí mismo se establecieron sugerencias para su protección y se dictaron pautas para su conservación. Esa convención sucedió 130 años después del nacimiento de la fotografía. Para entonces, seguramente la cifra de material fotográfico a rescatar ya era incalculable, y otro tanto se había perdido para siempre.
Por eso nació el interés de crear archivos de patrimonio fotográfico. El que reposa en la Torre de la Memoria de la Biblioteca Pública Piloto (BPP), en Medellín, empezó a conformarse hace cerca de treinta años y hoy en día es uno de los más grandes de América Latina: más de un millón setecientos mil fotogramas entre soportes como negativos, acetatos, celulosa, nitrato de celulosa, vidrio, poliéster, fotografías en papel, postales con imágenes de Medellín, Antioquia y Colombia de 1848 a 2005 que salvaguardan el trabajo de por lo menos 32 fotógrafos fundamentales en la historia de la fotografía de Colombia en fondos que llevan sus nombres: Melitón Rodríguez, Benjamín de la Calle, Daniel Mesa, Rafael Mesa, Gonzalo Gaviria, Gabriel Carvajal, Horacio Gil Ochoa, Jorge Obando, Diego García y León Ruiz, entre otros. Todos ellos fueron visionarios, consciente o inconscientemente, de la importancia de lo que hacían, y sus trabajos son, en muchos casos, la única evidencia de que algo –un lugar, un objeto, un acontecimiento, una persona, una costumbre– alguna vez existió aquí.
A principios de los años ochenta, a Juan Luis Mejía, entonces director de la BPP, llegó el rumor de que un material de Benjamín de la Calle, pionero de la fotografía en Antioquia que murió en 1934 sin dejar descendencia o herederos, se encontraba al borde de la perdición en algún rincón del barrio Guayaquil, centro de toda la sordidez de Medellín en aquel entonces. Cuando Juan Luis Mejía dio con el supuesto material, se encontró con una mina de fotogramas que quiso rescatar.
“Aunque existía la voluntad de crear un centro de memoria visual para Medellín, no es que existiese un plan predeterminado para crear el archivo –dice Esteban Duperly, quien trabaja organizando y valorando el material, y además es columnista de esta revista–. La labor se fue formalizando con el tiempo: empezó con el material de Benjamín de la Calle y siguió con donaciones de instituciones como la desaparecida Fundación Antioqueña para los Estudios Sociales (Faes) de Antioquia. Luego se fueron juntando compras y donaciones, hasta que se pudo abrir formalmente”.
En un espacio de la torre trabajan cuatro personas que preservan ese patrimonio: una jefe de archivística, dos asistentes y algo similar a un curador, que es del trabajo de Duperly. “Uno sabe que el material es muy valioso –continúa–, pero es complejo administrarlo, porque en general está hecho sobre material orgánico; es decir, está en constante degradación. Por ejemplo la albúmina, una técnica común entre 1860 y 1890, consistía en usar huevo sobre el papel para hacer copias de las fotos; o sea, papel fotográfico con huevo encima. Eso se puede degradar fácilmente, y su conservación exige mucho trabajo y mucho cuidado”. La colección, cabe agregar, constituye una representación física de varias de las técnicas desarrolladas en la historia de la fotografía.
Cada fotograma, además, requiere de un proceso de búsqueda, investigación, interpretación, clasificación y digitalización. Todo comienza con una intuición. Alguien sabe o tiene pistas de alguna colección de fotografía, valiosa por su autor o sus contenidos. La rastrean. Cuando dan con la ubicación, se negocia su adquisición con las personas que la poseen, que generalmente son coleccionistas o familiares de los fotógrafos que decidieron conservar aquel material porque tenían la sospecha de que no debía botarse.
Una vez en manos del equipo de la BPP, sigue la selección y la clasificación. Eso quiere decir que hay que realizar un trabajo de investigación, una especie de arqueología de la imagen, a partir de los elementos que en ella aparecen: dar con una esquina, una persona, un edificio, un paisaje, la fecha del lugar, el acontecimiento fotografiado en el espacio y tiempo real, así ya no exista. En otras palabras, se trata de una ardua observación que busca coincidencias entre la imagen y la vida real. Por último, se digitalizan las imágenes para indexarlas en un catálogo disponible en internet, y en constante actualización.
“La salvaguarda no consiste solo en pasar un archivo por un escáner para tener una copia de seguridad. Si vos no sabés el contexto de lo que aparece ahí y das una interpretación acertada o cercana, lo único que tenés es una imagen vieja”, dice Duperly. Por todo el tiempo y trabajo que requiere ese circuito de salvaguarda, solo se han digitalizado 25.000 fotogramas. Y aunque la proporción sea muy pequeña en comparación con el total de la colección, es un número poco despreciable en términos de conservación y difusión.
“Pretender conservar todo el patrimonio fotográfico de una ciudad es prácticamente imposible, y si trasladás eso a una región o un país… Por eso, hacemos un trabajo de curaduría. Nos enfocamos en la producción de fotógrafos destacados y nos preocupamos cada vez más por buscar materiales recientes pensando, por ejemplo, qué de lo que ha pasado en los últimos años podría ser valioso para alguien en 2030. La pregunta por la conservación es algo que muchos archivistas se hacen: se sabe que el espacio físico y virtual algún día se va a acabar”.
Detrás de cada imagen conservada en archivos como el de la bpp hay miles que se perdieron. Lo que existe es, sin duda, invaluable. Para la muestra, estas páginas, que aunque son solo una minúscula porción de nuestro patrimonio fotográfico, evidencian el potencial que una imagen puede alcanzar como memoria colectiva. Estas fotos que ARCADIA presenta han sido seleccionadas por ser rastros únicos de cosas que ya no existen o están en desuso, y que de otra manera serían difíciles de recordar: lugares, personas, hábitos, acontecimientos, momentos que directa o indirectamente nos definen con ecos provenientes del pasado.
Le puede interesar: El fotógrafo que retrata lo místico en la cultura wayúu
Dos fabricadores y vendedores ambulantes de escobas artesanales, un oficio comercial típico en las calles de Medellín antes de la introducción de escobas hechas con materiales sintéticos (1926). Foto: Daniel Mesa.
Un vagón del Tranvía Municipal, a dos años de su inauguración, llega a la estación Medellín del Ferrocarril de Antioquia, sobre la vía que hoy es la avenida San Juan (1923). Foto: Benjamín de la Calle Muñoz.
Retrato de estudio con montaje fotográfico de Melitón Rodríguez realizado con pinturas hechas con pincel, una técnica muy frecuente en sus trabajos (1909). Foto: Melitón Rodríguez.
Lo más leído
Un grupo de ciclistas pasan, bicicleta en mano, por una quebrada en Supía, cerca de Manizales, durante una de las primeras versiones de la Vuelta a Colombia. Eso era frecuente en varias etapas de la carrera por el mal estado de las carreteras en aquella época (1966). Foto: Gil Ochoa.
Alejandrino Fernández, un integrante de la élite de Medellín de los años ochenta del siglo XIX, posa para un retrato de estudio. La imagen deja ver la vestimenta propia de la alta sociedad de la época, así como la decoración empleada (1886). Foto: Gonzalo Gaviria.
Panorámica de la Plaza de Bolívar en Bogotá. Sin fecha. Foto: Pastor Restrepo.
Alumbrado navideño en la carrera Junín en Medellín. Sin fecha. Foto: Gabriel Carvajal.
La Hacienda Nápoles, en el municipio de Puerto Triunfo, aún en posesión de Pablo Escobar, dos años después de su adquisición (1980). Foto: León Ruiz.