NO FICCIÓN
Mauricio Sáenz reseña ‘El pueblo soy yo’, de Enrique Krauze
“La democracia es débil, está enferma y puede morir”.
La democracia es débil, está enferma y puede morir. El mensaje de Enrique Krauze hoy parece obvio, pero hace unos años hubiera sonado pesimista en exceso. Al fin y al cabo, en 1992 Francis Fukuyama proclamaba el triunfo del modelo occidental, en un mundo supuestamente dominado por los principios del sufragio universal y la alternancia en el poder.
Ya no hay siquiera que decir que el norteamericano estaba equivocado. En efecto, autoritarismos populistas de todos los colores, más o menos abusivos de las instituciones, surgen en el planeta. Y América Latina vuelve a tener sus exponentes de un fenómeno que ha permeado nuestra historia desde la independencia. Por eso justo ahora, cuando en Venezuela está en juego el destino del subcontinente, resulta tan oportuno El pueblo soy yo, el nuevo libro de Krauze.
El historiador mexicano, heredero intelectual de Octavio Paz y subdirector por varios años de su revista Vuelta, hace rato está en este tema. Ya en Redentores, y en múltiples textos, ha abordado el dilema central de América Latina, la tensión entre el ideal democrático y la tentación, siempre presente, del mesianismo político.
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En esta oportunidad recurre al expediente, muy usado hoy, de reunir en un volumen varios ensayos y columnas suyas publicadas en los últimos años. El primero, el único inédito y sin duda la pièce de résistance, se titula “El código Morse”. Allí Krauze examina la obra de su amigo Richard M. Morse, historiador y filósofo estadounidense cautivado por la cultura de América Latina, viajero incansable por ella y autor de varios ensayos en los que trató de dilucidar su “naturaleza histórica”.
El norteamericano plantea la imposibilidad de aplicar a Iberoamérica las fórmulas de análisis tradicionales. Y contrapone al efecto la categoría weberiana del “Estado patrimonialista” del mundo anglosajón al “Estado tomista” español. Hobbes y Locke versus Santo Tomás de Aquino.
Según Morse, en el subcontinente se habría impuesto la herencia de una España que atravesó intocada el Renacimiento, la Reforma y la Revolución para permanecer con un alma medieval. Y agrega el ingrediente sorprendente del maquiavelismo que, a pesar de su aparente contradicción con el tomismo, sirvió de fuente para la presencia tan frecuente de autócratas en esta zona del mundo.
Luego de recuperar el pensamiento de su admirado amigo, Krauze plantea sus discrepancias con él. Y lo hace por medio de una carta póstuma, en la que le señala la que considera su gran equivocación: su actitud desdeñosa ante el liberalismo latinoamericano. Le recuerda que este también ha transformado, así sea por épocas, a las antiguas colonias en verdaderas repúblicas.
Y para terminar esa primera parte, Krauze trae a cuento tal vez la obra más sorprendente al respecto. Se trata de la enigmática novela Benito Cereno, de Herman Melville, que detrás de una historia de mar “oculta muchas claves sobre las dos Américas, la injusticia extrema y la rebelión”.
A decir verdad, esa sección es la más jugosa, y se lleva casi la mitad del libro, que de ahí en adelante comprende ensayos y columnas ya publicadas. En la segunda, “Populismo y dictadura”, Krauze propone una definición y un decálogo del fenómeno y, a partir de ello, examina los casos de Cuba y Venezuela. Luego aboca también una “advertencia preventiva” para analizar la ideología del partido Podemos, de España, a cuyos directivos llama “guerrilleros de salón”. Y, en “El mesías tropical”, hace un perfil demoledor del nuevo presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, “un populista nimbado de santa ira”.
En la tercera sección, “Fascista americano”, sostiene que llamar de ese modo a Donald Trump no significa insultarlo, sino describirlo. Y en la cuarta, “La demagogia, tumba de la democracia”, analiza la historia de Coroliano (descrita por Plutarco en Vidas paralelas) y otras obras sobre ese fenómeno. Todo con el telón de fondo de un concepto angustioso: las democracias son mortales y los demagogos, sus asesinos.
El pueblo soy yo
Enrique Krauze
Editorial Debate
290 páginas