EXPOSICIÓN EN EL MUSEO DEL ORO

Memorias vergonzantes y vergüenzas de la memoria

El itinerario y las acuarelas de uno de los navíos más emblemáticos de la esclavitud, La Marie-Séraphique, son un retrato del horror de nuestra historia y, vistos desde la actualidad, un desafío ciudadano para evitar que tanto dolor vuelva a repetirse.

Fabián Sanabria*
27 de noviembre de 2018
'The Intention for Their Spirits Gone Before', de la artista jamaiquina Laura Facey, busca invitar a una discusión relacionada con la esclavitud. Cortesía Unesco / Foto: Donnette Zacca.

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Fruto del intercambio cultural realizado entre Colombia y Francia en 2017, en cuyo marco el Museo del Oro expuso más de 220 piezas de altísima calidad de su colección prehispánica de orfebrería y cerámica, en el Castillo de los Duques de Bretaña, en Nantes, el Museo de Historia de esa ciudad correspondió a ese esfuerzo con la muestra A bordo de un navío esclavista, La Marie-Séraphique. El pasado 26 de octubre, se inauguró en Bogotá una exposición con las acuarelas de La Marie-Séraphique, uno de los navíos esclavistas más emblemáticos de un pasado que, entre lo reprimido y lo aceptado, da testimonio de uno de los momentos más atroces de la humanidad: la trata de hombres, mujeres y niños que fueron traídos desde África a las colonias americanas para ser esclavizados. Esto en el marco de un sistema comercial europeo indiferente al horror que ese desplazamiento causó a las víctimas de esa dolorosa realidad.

Si hablar de lo reprimido a nivel individual es complejo, mayor razón sensible implica documentarlo para exponerlo de manera colectiva. No obstante, esa es la labor de los museos hoy en día: no tanto contarnos historias edificantes de héroes o folclorizar la cultura para mercantilizarla –tras cosificar el patrimonio entre compartimentos estancos–, sino ayudarnos a entender los dilemas de la memoria para reconstruir un pasado que, en función del presente, puede ayudarnos a vislumbrar mejores mundos posibles.

Enfrentar aquello que se disimuló o calló sobre la trata de negros fue una labor dantesca. Reconstituir los “anillos de la memoria” de la explotación y la indiferencia hacia el otro, desde uno de los puertos de la patria de los “derechos humanos”, no era en modo alguno fácil. Por ello, en 1992 se realizó una exposición sin precedentes en Europa, que le hizo frente a ese pasado poco glorioso de la participación de una de las ciudades francesas en la trata de seres humanos provenientes de África durante más de dos siglos, con el único fin de esclavizarlos en las colonias que luego formarían parte del continente americano.

Poner en evidencia lo reprimido para que pudiera ser asumido fue el objetivo de esa exposición. Y buscó especialmente, en palabras de Bertrand Guillet, curador y director del Museo de Historia de Nantes, “dar testimonio de una realidad, minuciosamente documentada, para combatir los fantasmas y disimulos sociales, en un contexto que rigurosamente sería preparado por medio de investigaciones y encuentros académicos que, sin temor ni pudor, abordaron la cuestión de la trata a la esclavitud y de El Código Negro a la abolición del horror”.

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BELLO NOMBRE, TRISTE BARCO

Esa exposición llevó, una década después, a la apertura del nuevo Museo de Historia de Nantes, que con los años enriquecería sus colecciones e intercambios y ubicaría el problema de la trata de negros en un contexto global y local, nacional e internacional. Desde el puerto de Nantes, partió el 41 % de las campañas de trata francesas (el país galo era el cuarto dominante en ese comercio humano con 4350 expediciones), amparadas por un sistema económico globalizado. En este, todo estaba imbricado: los productos de las Indias; los textiles; los intercambios con mercaderes africanos; la construcción y la adecuación de ciertos navíos; la compra y el transporte de seres humanos; la travesía inhumana; las ventas al contado y a crédito al mejor postor; los procesos y las reglas de esclavitud; la producción de azúcar; la explotación comercial; la resistencia y el castigo a quienes se rebelaban contra el horror; la negación y el disimulo de esa realidad; y la lucha contra ese sistema para llegar, con el paso de los años, a su abolición.

En ese ámbito de la “memoria vergonzante”, conjurada en Memorial, cobran importancia el itinerario y las acuarelas de uno de los navíos más emblemáticos de la esclavitud: La Marie-Séraphique. Un bello nombre para un triste barco, cuya historia formó parte de un “comercio ordinario” durante la segunda mitad del siglo XVIII en Francia, autorizado por el Estado y legitimado por la Iglesia. La reconstitución de las cuentas de explotación de esa embarcación muestra, a través de una rica iconografía, cómo se concibió y utilizó un navío para la trata, la financiación compleja de una campaña, el compromiso delicado con el equipaje, la escogencia de un capitán conocedor de las costas africanas y de los mercados de esclavos, el acompañamiento de un médico que garantizara la salud de los cautivos, a fin de comprender la minuciosa tarea de lo que sería semejante empresa.

Distribución de La Marie- Séraphique de Nantes, armada por el Sr. Gruel, con destino a Angola, bajo el mando de Gaugy con 307 cautivos. René Lhermitte. Nantes. 1770. 

El navío, armado por Jacques-Barthélémy Gruel, partió de Nantes el 1 de mayo de 1769 rumbo a Loango; costa del actual Congo, donde se quedaría 116 días para preparar la carga de cautivos. Varios financiadores apoyaron al armador en la construcción y adaptación del buque, y en el acopio de la carga para emprender su primera travesía. Se llevaron vivos aves de corral, cerdos y corderos como reserva de víveres. Para atravesar el Atlántico con cerca de 350 personas, entre marinos y cautivos, serían necesarios 260 barriles de agua: aproximadamente 63.000 litros. En el puente se instalaron catres para los marinos y el entrepuente se destinó a los cautivos. Las mujeres y los niños debían ir en la parte trasera, separados de los hombres, a fin de evitar que las familias se juntaran o que se presentaran intentos de rebelión o suicidio. En una tabla aparecen registradas todas las mercancías, traídas desde Nantes, para comprar los cautivos: textiles, metal, armas, vajillas y bebidas alcohólicas (unas 12.000 piezas valoradas en 120.000 libras francesas). Los enfermos, envueltos en telas azules, debían ir aislados en el centro. La bodega contenía barriles y compartimentos llenos de arroz, granos, pan y yuca. En el primer viaje fue necesario cargar 37.400 raciones de comida. Como los cautivos eran numerosos, se construyó una barrera con puntas para separar el puente de la toldilla, a fin de que la tripulación pudiera refugiarse cuando los cautivos subieran a "refrescarse". 192 hombres, sesenta mujeres, 51 muchachos y nueve niñas, para un total de 312 cautivos, fueron comprados en las costas africanas. Cinco hombres, dos mujeres y dos muchachos no sobrevivieron. Tres hombres y dos muchachos fueron vendidos a oficiales y hombres de a bordo.

En Saint Domingue, actual Haití, el capitán vendió 298 esclavizados: los amos pagaron al contado y a crédito a 24 meses un total de 508.150 libras francesas.

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ESCLAVOS EN LA NUEVA GRANADA

Estas cifras son necesarias para comprender el horror. Sin ese ejercicio se corre el riesgo de deleitarse en la contemplación de los objetos que acompañan la exposición: tablas, mapas, cuadros, ilustraciones, moldes, cofres, utensilios y piezas de vajillas, así como instrumentos de cautiverio y tortura, y un curioso libro, El Código Negro, un manual que consideraba a los esclavos “seres de Dios”, al tiempo que bienes muebles. Era un texto poco respetado en las colonias francesas del siglo XVIII, pues los dueños de esclavos lo juzgaban poco favorable a sus intereses. No obstante, se trata de un reglamento para el gobierno y la administración de justicia en las islas francesas de América, que prescribe los elementos de disciplina en el comercio y la explotación de esclavos, pese a sus precarias condiciones de vida y la altísima mortalidad al intentar sobrevivir en las plantaciones: duraban menos de veinte años.

La adaptación de esta muestra en las salas del Museo del Oro de Bogotá tiene un acento local: una línea roja establece elementos comparativos con la introducción de esclavizados en las colonias españolas, el duro trabajo minero realizado en la Nueva Granada, la legislación española sobre los cautivos, los asentamientos negros, las distintas procedencias de los esclavizados y su significación en tanto “bienes costosos”. Además, enfatiza sus saberes como equipaje incorporado, su aporte en la economía y vida colonial, y resalta los numerosos elementos de resistencia y resiliencia.

Efectivamente, los pueblos africanos poseían saberes y destrezas que los cautivos deportados en las colonias traían consigo y serían aprovechados por los amos, o para beneficio propio, en los palenques o en las minas. Tenían conocimientos de agricultura y ganadería, sabían forjar el hierro y dominaban la metalurgia, además de practicar danzas y rituales que se mezclarían en las colonias con las prácticas de indígenas y europeos. De un modo altamente significativo, las mujeres y los hombres africanos desarrollarían en América un sentimiento libertario que, con los años, daría sus frutos gracias a las tácticas de supervivencia y a las mil y un artes de hacer e inventar lo cotidiano; no solo mediante prácticas mágico-religiosas y dinámicas sincréticas, sino también sentando las bases de un pensamiento político capaz de conquistar la libertad y el reconocimiento de derechos a los descendientes de quienes durante siglos habían sido sometidos.

Resta señalar que la exposición de esta “bitácora” de A bordo de un navío esclavista, La Marie-Séraphique, en las salas del Museo del Oro de Bogotá, representa un desafío ciudadano. Tras un proceso de paz que, más allá de las críticas y dificultades que en numerosos escenarios se le han endilgado, es innegable el reconocimiento que merecen las víctimas del conflicto armado colombiano de más de cincuenta años. Ad portas de la construcción y adecuación de un Museo Nacional de la Memoria, semejante proceso cultural implica aprender de quienes también han vivido el ocultamiento, la represión y el disimulo para atreverse a enfrentar lo ocurrido con investigación y documentación. Esto supone exponer y constituir, colectivamente, el Memorial de las vergüenzas de un triste pasado, a fin de tomar conciencia del horror para que este no se repita.

*Antropólogo y doctor en Sociología. Profesor asociado de la Universidad Nacional de Colombia.

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