CONTRA LA INTUICIÓN
“Nos estamos permitiendo comportamientos moralmente inadmisibles”: Sandra Borda
En su más reciente columna, Sandra Borda relaciona el concepto de “licencia moral” con la construcción de paz en Colombia.
La paz como licencia moral
Malcolm Gladwell conduce un podcast que les recomiendo: Revisionist History. Tiene tres temporadas en las que se dedica a rescatar episodios olvidados o mal contados de la historia. En el primer capítulo de la primera temporada, Gladwell explora varias instancias históricas de lo que en inglés se denomina moral licensing, o darse licencia moral.
Nos damos licencia moral cuando al hacer algo bueno fortalecemos la imagen positiva que tenemos de nosotros mismos y evitamos así preocuparnos por las consecuencias que pueda tener nuestro comportamiento inmoral en el futuro. Así las cosas, después de hacer algo bueno, somos más proclives que nunca a tomar decisiones moralmente cuestionables. Esto explicaría por qué, por ejemplo, la sociedad estadounidense les dio rienda suelta a la discriminación y el racismo después de haber elegido un presidente negro: Barack Obama.
En otras palabras, después de haber hecho algo bien, nos sentimos con licencia y con autoridad moral para hacer muchas cosas mal. Es como si “ser buenos” fuera un comportamiento que nos diera permiso para “ser malos”; como si el permiso para hacer algo “malo” fuese la recompensa por haber sido “buenos”. Como ir a comerse una hamburguesa después de haber tenido la mejor sesión del mes en el gimnasio.
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El comportamiento correcto, entonces, no es ni acumulativo ni progresivo. Puede ser por eso que sentimos que el mundo y el país no avanzan con la rapidez y el ritmo que deseamos. Es probable que, como sociedad global y nacional, lo nuestro consista en dar un paso hacia adelante seguido de dos pasos hacia atrás.
Recojo el concepto y la forma en que Gladwell lo emplea porque me parece que genera una hipótesis interesante sobre lo que sucede hoy a nivel internacional y local. Por ejemplo, en el tema de los derechos a las minorías a veces tengo la impresión de que colectivamente abrimos la puerta por un rato, pero cuando sentimos que estábamos cediendo demasiado, decidimos cerrarla y asumir una actitud que reconoce cada vez menos los derechos de la población LGBTI y de las mujeres, para mencionar solo dos minorías.
Para la muestra, veamos lo que ocurre con el derecho al aborto en Estados Unidos. Roe v. Wade, la sentencia que legalizó el aborto, ahora es atacada desde todas las esquinas, y muchos auguran el regreso de la prohibición. Hoy Alabama quiere castigar no solo a las mujeres privándolas del poder de tomar decisiones sobre sus propios cuerpos, sino también a los médicos que practican los abortos sentenciándolos prácticamente a cadena perpetua. No solo es prohibicionismo lo que quieren, es castigo, mano dura, casi revancha por tantos años de permisión.
Es posible que en Colombia nos esté pasando lo mismo con la paz. Les invertimos toda la cuota moral de la que fuimos capaces a las negociaciones para terminar el conflicto armado. Cuando este país reeligió a Santos y su bandera de continuar la negociación, tomó la decisión colectiva de creer que dialogar con las Farc era una alternativa moralmente superior a acabar con ellos militarmente. Esto implicó concesiones importantes –los famosos “sapos” que nos teníamos que tragar– que poco a poco fueron nutriendo la idea de que habíamos hecho nuestro mejor esfuerzo por apoyar la iniciativa de Santos de acabar la guerra, y que habíamos dado lo mejor de nosotros mismos como seres humanos en el intento por lograr ese objetivo. Habíamos sido, digamos, buenos chicos.
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Optamos por la búsqueda de la paz, y esto nos da ahora la autoridad moral para debilitar la justicia transicional a cada paso que da, para ponerle cuanta trampa en el camino sea posible a la construcción de la paz, para debilitar la voluntad de implementar los acuerdos logrados, o para simplemente darnos el lujo de ser absolutamente indiferentes y cínicos frente a lo que sigue.
Inclusive, nos estamos permitiendo otra vez comportamientos moralmente inadmisibles como el regreso a las ejecuciones extrajudiciales. Las concesiones que les hicimos a las Farc en medio de la negociación son esa acción correcta en la búsqueda de la paz que hoy nos permite una indolencia escandalosa cuando a sus exmilitantes los están matando uno a uno, y ya van para más de trescientos. Y de paso, nos permite las muertes a manotadas de líderes sociales. Gracias a la licencia moral que nos otorgó el proceso de paz, ahora no nos detiene nadie cuando se trata de tomar decisiones equivocadas que cuestan vidas. Las tomamos sin pudor y con algo de entitlement.
Quedamos atrapados en la imagen de sociedad capaz de tramitar civilizadamente sus conflictos, y desde ese lugar de superioridad moral ahora no tenemos ningún reparo a la hora de acabar con aquello que alcanzamos a construir.
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