La artista Beatriz González y su obra , en los columbarios del Cementerio Central, en Bogotá. Fotos (de izquierda a derecha): Iván Darío Herrera y Camilo Rozo.

ENTREVISTA

La obra de Beatriz González en el Cementerio Central estaría en riesgo

La Alcaldía de Peñalosa podría intervenir los columbarios del Cementerio Central de Bogotá y construir un proyecto urbanístico en el lote aledaño. Eso podría conllevar a la destrucción de 'Auras anónimas', la obra de Beatriz González que desde 2007 cubre este sitio. La pieza es el único gran monumento público en la ciudad destinado a honrar a las víctimas del Bogotazo. El tema merece un debate público abierto y serio.

Halim Badawi* Bogotá
26 de junio de 2018

En 2007, la artista colombiana Beatriz González intervino los columbarios del costado occidental del Cementerio Central de Bogotá, donde habían sido depositados los muertos del Bogotazo. La intervención de González se tituló Auras anónimas y consistió en hacer nuevas placas funerarias con imágenes, siluetas humanas que reemplazaran los nombres de los muertos, pues muchos de ellos eran N.N. Para ello, González necesitó de la voluntad del entonces alcalde Antanas Mockus, el apoyo de un equipo de personas y varios meses de trabajo.

La obra es el único gran monumento público en la ciudad de Bogotá destinado a honrar a los caídos del 9 de abril. Sin embargo, en un acta del pasado 28 de febrero la Alcaldía de Bogotá presentó el proyecto en el que busca desafectar el carácter patrimonial del espacio con el argumento de que Los Mártires necesita un espacio público, pues se trata de una localidad densamente poblada y con pocos espacios recreativos. El plan desde hace años es construir un parque en el lote contiguo. Aunque eso no necesariamente implica su demolición, y en teoría el Distrito no puede hacerlo –al contrario, está llamada a preservar tanto las edificaciones como la obra de González por orden de la Procuraduría–, la Alcaldía no ha sido clara respecto a lo que pasará con la obra en caso de intervenir los columbarios, que hoy son un espacio de recogimiento y memoria, cercano al Centro de Memoria, Paz y Reconciliación y a los proyectos culturales que se tienen planeados para el eje de la avenida El Dorado, incluida la construcción del Museo Nacional de Memoria Histórica.

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Existen grupos de turistas internacionales, por lo general coleccionistas y galeristas, que viajan a Bogotá solo para conocer el lugar y la intervención de González, quien hoy tiene 79 años y es uno de los principales referentes del arte contemporáneo colombiano. En este momento, una gran exposición retrospectiva e itinerante, que ahora se encuentra en el Museo Reina Sofía, en Madrid, le rinde homenaje.

Otro de los argumentos del Distrito para intervenir los columbarios y Auras anónimas es que la obra fue pensada y encargada como una pieza de “arte efímero”. Pero, siguiendo esa misma lógica, no deberían existir la Torre Eiffel, pensada para ser demolida un tiempo después de construida; ni los pabellones de la Exposición Iberoamericana de Sevilla de 1929, que hoy embellecen la ciudad en los alrededores del Parque María Luisa; y tampoco deberían existir muchos de los edificios y parques que engalanan a Barcelona, algunos de ellos construidos inicialmente con carácter efímero, pero que, en vista de su valor patrimonial y belleza, la ciudad decidió conservar para convertirse en puntos clave de la ciudad. Esta misma ciudad cometió el error de demoler el icónico Pabellón alemán de Barcelona (1929), de Ludwing Mies van der Rohe y Lilly Reich, pero el ayuntamiento decidió reconstruirlo años después por su significación para la arquitectura local y el deleite de turistas, arquitectos, diseñadores y artistas.

También habría que preguntarse por el valor económico que, como obra de arte contemporáneo, tendría hoy la intervención de Beatriz González, al ser una artista que cotiza en el mercado internacional. Es decir, no solo se trata de una intervención por encargo, sino de una obra de arte en pleno derecho que tiene un valor económico. Algunos galeristas consultados, que prefirieron mantener sus nombres en reserva, han tasado esta obra de arte en un estimado de 1 a 1,5 millones de dólares. Habría que preguntarse si el escenario de que el gobierno, en cabeza de la Alcaldía de Bogotá, demuela una obra de arte de este tipo no constituye un detrimento patrimonial para todos los colombianos. Mientras todos los países adquieren arte y conservan su patrimonio para enriquecer lo colectivo, el espacio público y los museos, probablemente Colombia constituye un caso sui generis en esta escena al demoler bienes que sus mayores artistas han legado a la posteridad.

Por todo esto, y ante la perspectiva de que la obra desaparezca, quisimos hablar al respecto con la artista Beatriz González.

Cuénteme sobre los columbarios. ¿Cómo fue el encargo, la obra, la construcción?

Todo comenzó alrededor del año 2000, cuando me enteré de que iban a demoler los columbarios del Cementerio Central, que en ese momento eran seis, todas edificaciones neoclásicas. El alcalde Enrique Peñalosa, quien gobernaba entonces, pensaba tumbarlas. En ese momento le escribí a Doris Salcedo para que hiciéramos algo. Ella escribió un documento que planteaba la unión entre el arte, la arquitectura y la memoria, y unos lineamientos para hacer concursos de artistas con el fin de que hicieran obras de arte en ese lugar, tan cargado de memoria política. Los proyectos in situ fueron muy interesantes. El artista Víctor Laignelet colgó grabados de rosas (Solo con rosas podemos), por ejemplo. Entonces subió Antanas Mockus a la Alcaldía de Bogotá, quien admiró el hecho de que dos artistas se pusieran a luchar para la preservación de una construcción de un cementerio. Precisamente él logró que el Concejo negara lo que había dejado en marcha Peñalosa, quien ya había terminado su período, pero Mockus renunció para lanzarse a la Presidencia de la República y el proyecto quedó huérfano. El alcalde era nuestro abanderado. Con el siguiente mandatario, Lucho Garzón, las cosas cambiaron. El lugar quedó abandonado. La gente de la calle se apoderó del sitio. Hacían brujería, mataban palomas, había culebras. No le volvieron a meter un centavo al lugar. Antes de eso, Mockus había hecho una cosa muy bonita: el letrero “La vida es sagrada”, sobre los seis columbarios. Pero la Alcaldía tumbó dos de ellos.

¿De dónde viene el nombre, Auras anónimas?

Cuando pusieron ahí los muertos del 9 de abril, el lugar tomó un carácter histórico tremendo. En 2005, sacaron los últimos restos humanos que había –recuerdo el cadáver de un niño–, y todos los huecos quedaron limpios de cadáveres, como esperando algo. En 2007, en una noche espectacular de luna llena, venía en carro del aeropuerto El Dorado y esas cavidades se veían muy negras. Me dije a mí misma: de toda esta gente muerta que pasó por aquí no queda memoria; esas auras deben estar por ahí volando. Llamé a Doris, ella se puso muy contenta. Ya habían tumbado dos columnarios, quedaban solo cuatro, y ella misma me pidió la cita para que hiciéramos el proyecto; aunque mi intervención no estaba bajo las coordenadas que ella había trazado. Se suponía que cada dos años se invitaría a un artista, pero no se le diría si debía hacer algo en ese lugar o en dónde. Luego, empecé a pensar en la obra y en los materiales, en cómo se debían adherir (porque era muy difícil hacerlo; uno no podía poner lápidas de mármol). Tomé ocho modelos de fotografías de reportería gráfica, de mi colección de fotos, y las convertí en formas de cargar muertos. Supuse que estas imágenes reemplazarían los nombres de los caídos, que deberían estar en cada lápida. Ese signo que yo puse es un signo que habla de la muerte, pero no se sabe quién es el muerto, porque la característica de mi obra es que fueran anónimas: Auras anónimas. El nombre me parece que fue un acierto.

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¿Cómo fue el proceso de limpieza de los columbarios y la ejecución de Auras anónimas?

Pensar quién iba a hacer la estampada de las siluetas fue toda una empresa que duró dos años, desde que limpiaron el lugar. Los tipos de la calle vivían ahí. Cuando yo trabajaba nos olía a tinto y a sopa: estaban viviendo en las buhardillas de los columbarios. Ahí vivían, dentro del capitel; se encaramaban por los huecos de los muertos y tenían su vivienda ahí, con las palomas. Fue muy difícil hacer la intervención porque no se conseguían obreros, a ellos no les gustaba trabajar en los cementerios. Entonces fue una lucha: contraté a un equipo de muchachos del Museo Nacional, ellos hacían museografía y habían trabajado en la exposición Los guerreros de terracota: un ejército inmortal (2006), básicamente tumbas de origen chino. Fueron conmigo y trabajaron mucho tiempo, en un invierno terrible. Ahí me volví asmática. Los olores eran espantosos. La obra se inauguró en 2009. Recuerdo que el historiador del arte Andreas Huyssen estaba acá, y que él había escrito un texto diciendo que debíamos tener cuidado porque había gente “conspirando contra la memoria”. La obra tuvo bastante repercusión internacional, pero siempre con amenazas de demolición.

¿Cuándo empezaron las amenazas concretas de demoler la intervención?

Cada vez que llega un alcalde dice que los va a tumbar. El miedo que teníamos nosotros era que precisamente subiera Peñalosa, y subió. Peñalosa ha tenido siempre cuatro cosas en la cabeza que no alcanzó a hacer: meter Transmilenio por la Séptima e intervenir el Parque de Tominé, la Reserva van der Hammen y los columbarios del Cementerio Central. Por eso se han inventado unas teorías bastante curiosas, como que hay que “desfuncionalizar” las instituciones. A una institución que es un cementerio habría que quitarle, entonces, esa función. Y a mí me parece que lo que han hecho es descuidar complemente el cementerio para que se caiga. Parece mentira, pero en el gobierno de Petro, la señora que había ahí, de apellido Martínez, se preocupó mucho por conservar la obra. Desde finales de los años noventa, había un proyecto del arquitecto Rogelio Salmona (de ejecución póstuma) en el que se buscaba remover los túmulos funerarios, dejar de lado las columnas y hacer un lago con unas fuentes (como las de la avenida Jiménez) que encausaran el agua para que llegara al lago. El lago no pudo hacerse porque, como hay ocho capas de muertos debajo de la superficie, los investigadores dijeron que el agua ocasionaría enfermedades de los siglos XIX y XX. Como eso era una cosa terrible, la Alcaldía acogió las recomendaciones y suprimió la laguna del proyecto. La propuesta de remodelación se convirtió entonces en un columnario, es decir, un espacio con solo columnas y sin nada en el interior, además de poner una cafetería, un sitio en el que se recitara y se cantara para quitarle al lugar el carácter funerario, o sea “desfuncionalizar”. Hoy, la secretaria de Cultura y Turismo, María Claudia López Espinosa, está complemente decidida. Ella dice que no hay un sitio allí en donde la gente pueda comprar una paleta o una rosa, o ir al baño. Imagínate… Demoler una obra de arte conmemorativa para poner heladerías y baños.

Cuénteme sobre las repercusiones internacionales de los columbarios.

Para conocer los columbarios hacen tours desde fuera de Colombia. Hay una escuela que se llama Hannah Arendt, que plantea un ejercicio similar de memoria. Ahora en el Museo Reina Sofía de Madrid, en la fachada del Palacio de Velásquez, se pusieron fotos del cementerio para que la gente tenga consciencia de que se trata de una obra en peligro. En Berlín también estará presente la obra. Mucha gente de museos internacionales que viene a Colombia visita el Cementerio. Ahora no habrá nada que mostrar, porque lo que quisieron fue quitarle el carácter funerario. ¿Tú entiendes eso? A mí no me cabe en la cabeza. Por otro lado, el cementerio tiene un buen aliado, el Centro de Memoria, Paz y Reconciliación que se ha preocupado, ha cortado el prado y sembrado árboles. El primer paso que dio López Espinosa contra el cementerio fue proponer construir unas canchas de fútbol y un patinódromo, y eso fracasó. Ahora dicen que no hay parques en donde los niños de los barrios vecinos puedan jugar; que habrá edificios de la Nueva Bogotá, a lo que se junta el rascacielos que están haciendo a unas pocas manzanas, las Torres Atrio, del Grupo Chaid Neme, y que entonces a dónde va a ir la gente.

Entonces, ¿cuál es el proyecto que la Alcaldía quiere construir ahora?

Ya no piensan construir el proyecto de Salmona. Ahora sería una plazoleta cuadrada y tumbarían dos columbarios de los cuatro. Solo quedarían dos de ellos a los extremos. A mí no me parece feo, pero pienso que este es un sitio de memoria, de duelo, el único lugar importante que hay en Bogotá en conmemoración de El Bogotazo. Y uno piensa, además, ¿cuál ha sido el destino del Parque del Renacimiento que construyó Peñalosa al lado, durante su primer periodo de gobierno? Hoy es un parque anodino, al que no va nadie, y ahora quieren hacer un espacio igual. Realmente ellos lo están dejando caer. Dicen que está mal construido, pero eso no es posible, porque quienes construyeron los columbarios son los mismos que hicieron el Templete del Libertador en el Parque de la Independencia, los de Cementos Samper. Han buscado las cosas más increíbles para justificar su acción, como que el ladrillo está mal cocido. Al parecer esa será la despedida de Peñalosa.

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*Investigador y crítico de arte. Director de la Fundación Arkhé: Archivos de Arte Latinoamericano

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