EL NADAÍSMO Y LA GENERACIÓN SIN NOMBRE
Poesía en tiempos de tele: el nadaísmo y la Generación sin Nombre
Se cumplen sesenta y cincuenta años de dos movimientos que desacralizaron la tradición literaria colombiana con su inconformidad, irreverencia y vitalidad. Invitamos a una poeta contemporánea a escribir sobre sus representantes, y lo hizo desde un ángulo particular: el tratamiento de la televisión en la obra de dos de ellos.
All the young dudes, una canción escrita por David Bowie para la banda Mott the Hoople en 1972, me hace pensar en el movimiento nadaísta y la Generación sin Nombre, constituidos principalmente por young dudes (tipos jóvenes) a finales de los años cincuenta y sesenta respectivamente. La canción empieza diciendo que nadie quiere estar vivo a los 25 años y al final glorifica el amor. Los escritos nadaístas y la poesía de la Generación sin Nombre también oscilan entre la muerte y el amor; entre el derrotismo y la vitalidad. Pero el vínculo más sugestivo entre estos fenómenos literarios y la canción tiene que ver con la historia que cuenta: la de unos chicos que saben que no van a hacer la revolución, rompen las normas y prefieren la música a la televisión.
Los nadaístas sacudieron las convenciones de una sociedad conservadora y desmitificaron valores morales a través del escándalo, de la expresión de su inconformidad y de su proclamada irreverencia y vitalidad. Desacralizaron la tradición literaria colombiana con quemas de libros y juicios ligeros y, en una dirección más constructiva, también desacralizaron temas y usos del lenguaje supuestamente poéticos. No se avergonzaron de escribir poemas contemporáneos y locales, pese a que la mayoría de sus influencias literarias fueron europeas y norteamericanas. Los poetas de la Generación sin Nombre, en cambio, valoraron la literatura latinoamericana y generaron vínculos con escritores de todo el continente (la creación de la Casa de las Américas por la revolución cubana fue determinante para ampliar y difundir estas relaciones culturales). Son creadores solitarios e intelectuales disciplinados, muchos se han desempeñado como críticos literarios y profesores universitarios –a mí, por ejemplo, me dieron clase cuatro poetas de esta generación cuando hice el pregrado en Liratura: Augusto Pinilla, Jaime García Maffla, Henry Luque Muñoz y Álvaro Miranda–. Pese a sus diferencias, ambos grupos surgieron en un contexto histórico que también les hizo preferir la música a la televisión.
En una entrevista con Rolling Stone de 1973, Bowie comentó que la noticia que traen los chicos en la canción (“All the young dudes carry the news”) es que el mundo se acabaría en cinco años. La premonición de un apocalipsis y la sensación de vivir en medio de un desastre que no se concreta también explica que yo relacione la canción con poetas que vivieron su juventud o infancia en medio de la violencia bipartidista desencadenada por el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán en 1948, que coincidieron con la dictadura de Rojas Pinilla y, después, con el embeleco del Frente Nacional. Según María Mercedes Carranza, una de las pocas escritoras considerada parte de la Generación sin Nombre, este acuerdo político generó una actitud desencantada y apolítica, mas no desinformada, en los jóvenes poetas de la época. En palabras del “profeta” fundador del Nadaísmo: “Si Gaitán no hubiera muerto yo no sería hoy Gonzalo Arango (…) tengo la certeza de que si Gaitán viviera el Nadaísmo nunca habría existido en Colombia”. Como sí lo asesinaron, dice, “escribimos en el exilio de la imaginación; exploradores estéticos de la nada y el vacío”. Nada raro, entonces, que Arango poetizara la misión del astronauta:
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EL ASTRONAUTA
El astronauta gira en la noche espacial
circunvalando la luna
dentro de su cápsula.
Tiene hambre y no come,
tiene sed y no bebe.
El astronauta solo quiere hacer el amor
y recuerda una chica estupenda
que vive en una calle de Houston,
a quien los vecinos saludan cautelosos
pero con cariño cuando sale al jardín
a regar las matas en la calurosa tarde
de este verano de julio.
“How are you, Mrs. Collins?”
Y Mrs. Collins contesta:
“…mmmm...”
con un eco de soledad
como la cola de un cometa.
El 20 de julio de 1969 se transmitió por televisión la llegada del hombre a la Luna. En Colombia, se instalaron televisores y pantallas en plazas por todo el país para verla simultáneamente con el resto del mundo. La señal se emitió desde Houston, llegó a Venezuela y fue encadenada con el sistema nacional de televisión desde una retransmisora en Norte de Santander. Me imagino que ese día a los colombianos les interesó más ver a los astronautas estadounidenses pisar la Luna (antes que la Unión Soviética) que conmemorar o cuestionar la independencia. Arango despolitiza la fecha, el acontecimiento, y se enfoca en una historia de amor en dos planos. Se resiste al espectáculo mediático a través de la elección del protagonista: como piloto, Michael Collins fue el único astronauta de la tripulación en no pisar la Luna; en vez de ello, se quedó “circunvalándola”. Además, el poema humaniza al héroe al imaginar sus recuerdos y deseos, al presentarlo como una persona que extraña a su pareja. Pero lo más significativo es que el poema cambia el escenario ingrávido y televisado por uno no televisado y cotidiano en el que la señora Collins aparece regando su melancolía mientras le hablan los vecinos. Así, “El astronauta” nos muestra una realidad escindida.
Este poema es representativo de un cambio al que se vieron enfrentados todos estos poetas, pues en 1954 –cuatro años antes de que se publicara el primer manifiesto nadaísta y siete antes de la publicación del primer poemario de Giovanni Quessep (Después del paraíso, 1961)– se inauguró la televisión en Colombia. En ese entonces los nadaístas tenían alrededor de veinte años y la mayoría de poetas de la Generación sin Nombre no tenían más de diez. Me pregunto cómo recibieron la televisión y de qué manera una nueva forma de pensar, representar y comercializar la imagen afectó la ontología de la imagen poética para unos y otros. La historia de la televisión en Colombia es sintomática de una cruda realidad política y social, y de un proyecto de modernización que afectó a estos poetas, pese a que no todos se ocuparan de la televisión en sus obras.
El general Rojas Pinilla conoció la televisión en una visita a la Alemania nazi en 1936. Desde entonces, cuentan que se obsesionó con la idea de importar el invento. Cuando subió al poder, movió cielo y tierra para inaugurar la televisión en el primer aniversario del gobierno militar, incluso envió a un emisario a Cuba para contratar un equipo de técnicos a última hora. Así, el 13 de junio de 1954, a las siete de la noche, se transmitió por televisión el himno nacional acompañado de imágenes de la Orquesta Sinfónica de Colombia; tan solo cuatro días después de que soldados masacraran a 17 estudiantes en una protesta en rechazo del asesinato de otro estudiante el día anterior en una marcha que, a su vez, conmemoraba un asesinato estudiantil de 1929 (en Colombia no se abren sueños dentro de sueños sino que se multiplican pesadillas en la vigilia).
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En el poema “La televisión” (1972), Arango escribe: “La televisión enceguece la mente / y la visión; / apague y vámonos a ver nubes de aves…”. Acá rechaza la imagen televisiva con base en la oposición entre lo natural y lo artificial, e incorpora una expresión coloquial, “apague y vámonos”, para que suene más natural el artificio poético. El poema se vuelve un puente que conecta ambas esferas, aunque se declara a favor de la natural. En un ensayo sobre la relación entre el Nadaísmo y la Generación sin Nombre, Carranza acusa a los primeros de un acercamiento superficial a la cultura, pero valora su incorporación de elementos de la cultura de masas y el uso del lenguaje coloquial en la literatura. Su propia obra está escrita bajo esta influencia: mezcla ese lenguaje con una mirada profunda y crítica de los conflictos nacionales y de la cultura colombiana. A esa suma se agrega el regreso a ciertos elementos de la poesía del grupo Mito: la importancia de las referencias culturales y el estrecho vínculo entre la existencia y situaciones límite-cotidianas, como la muerte y, en su caso particular, el rol de la mujer en una sociedad patriarcal. No extraña, entonces, que el tratamiento de la televisión en la obra de Carranza sea más complejo y situado que el del profeta nadaísta.
PATAS ARRIBA CON LA VIDA
Sé que voy a morir porque no amo ya nada.
Manuel Machado
Moriré mortal,
es decir habiendo pasado
por este mundo
sin romperlo ni mancharlo.
No inventé ningún vicio,
pero gocé de todas las virtudes:
arrendé mi alma
a la hipocresía: he traficado
con las palabras,
con los gestos, con el silencio;
cedí a la mentira:
he esperado la esperanza,
he amado el amor,
y hasta algún día pronuncié
la palabra Patria;
acepté el engaño:
he sido madre, ciudadana,
hija de familia, amiga,
compañera, amante.
Creí en la verdad:
dos y dos son cuatro,
María Mercedes debe nacer,
crecer, reproducirse y morir
y en esas estoy.
Soy un dechado del siglo xx.
Y cuando el miedo llega
me voy a ver televisión
para dialogar con mis mentiras.
Este poema es de Tengo miedo (1983), un libro que recoge el espíritu de una época en que se terminaron de consolidar las formas de violencia que hoy nos resultan familiares. Las relaciones entre el sujeto lírico con el país y el rol de la mujer están atravesadas por nociones de traición y engaño; ficciones que “María Mercedes” reproduce (la inscripción de su nombre en el poema hace que el sujeto lírico coincida con la figura de la autora). La referencia a la televisión aparece en la penúltima línea, en principio, como una distracción ante el miedo. Pero la mención es más compleja por el pronombre posesivo que describe el contenido de la televisión: “mis mentiras”. El televisor transmite el mundo exterior y la realidad colectiva al ámbito privado, es un medio para que el mundo de afuera invada el espacio doméstico. Al usar el pronombre posesivo en ese lugar se desestabiliza la lógica binaria en la que Arango está anclado. Mientras que para él “los hechizados televidentes / ya no son aptos para vivir la realidad / sino la ficción, impotentes para / expresarse y descubrir los poderes / secretos de la soledad creadora, /el mundo interior, la vida en el amor, / los éxtasis de la naturaleza…”, para Carranza los televidentes no están hechizados y la naturaleza o el mundo interior no se oponen a la ficción. Ver televisión es establecer un diálogo entre mentirosos en el que la mentira misma conecta y une el afuera con el adentro; se trata de un devenir farsa particularmente colombiano.
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Para esta integrante de la Generación sin Nombre, en los años ochenta, la televisión ya no representa “un diablo tecnológico / que condena las almas al infierno / del no ser”, como afirma la ontología poética del nadaísta, que defiende una realidad superior. En su lugar, hay una ontología del sujeto político que “arrendó su alma a la hipocresía” y está compuesto por los mismos artificios que la televisión.
*Poeta. Autora de Dos cuerpos menos (2015), Cráter (2017) y Desastre lento (2018).