Literatura

El ardor védico

Reseña de 'El ardor' de Roberto Calasso.

Víctor Diusabá
23 de enero de 2018

"Sacrificio es una palabra que crea una incomodidad inmediata. Muchos la usan con desenvoltura a propósito de hechos psicológicos, económicos, bélicos; siempre vinculados a un sentimiento noble. Si se refiere a la modalidad ritual de lo que en el pasado fue llamado sacrificio, de inmediato se advierte un sentimiento de rechazo. Sacrificio es, por definición, lo que no es admitido en la sociedad, lo que pertenece siempre a una edad acabada. Sacrificio sería algo bárbaro, primitivo, reservado a las películas de argumento bíblico o mitológico. ¿Cómo explicar, entonces, el recurso constante a esa palabra?, ¿sobre todo en los asuntos esenciales, donde parece insustituible?”.   

Es desde ahí, desde la significación contemporánea de una expresión siempre polémica, que Roberto Calasso viaja en el tiempo para enseñarnos cuánto han cambiado ciertas cosas en estos tres mil años, y cómo otras se mantienen vigentes, a pesar de su propia invisibilidad.

O quizás es gracias a ello que sobreviven.

La pasión del escritor italiano por los secretos de las culturas de la antigua India, esas que florecieron y se dieron por muertas, alcanza en El ardor su máxima expresión. Con aparente facilidad escudriña en un pasado inmaterial en el que encuentra formas de rescatar lo ocurrido para hacer con él líneas que trae al presente, a las generaciones presentes que no tienen más que aquello que han construido.

El ardor no nos desnuda, sino que nos hace transparentes. Esta historia se mide en términos de ritualidad, un tiempo de los dioses difícil de entender, sobre todo hoy, la edad de oro de la mensurabilidad. ¿Qué tipo de cultura antigua fue esta capaz de despreciar la magnificencia para apostar por las palabras como su mayor fuente (no de poder sino de ebriedad); que consideraba el cuerpo como elixir para encontrar la inmortalidad –esa luz que los ponía en el camino de los dioses, lejos del odio y de la maldad–?

Aquella misma que puso frente a frente la mente y la palabra para que, antes de que alguien más se lo preguntara, midieran sus fuerzas. No pueden ser la una sin la otra. Pero, ¿y el silencio, de qué lado está? Al final, la mente se impuso.

Todo ello en medio del ardor, aquel que Calasso descubre en el paso a paso de la ascesis, de ese conjunto de hábitos con que habitantes y devotos buscan encontrarse con ellos mismos y con estadios tanto o más complejos, inteligibles para los demás. Además, con un calor particular el autor encuentra el techo para cubrir una obra que seduce con la profundidad de ella misma y las sorprendentes paradas en estaciones donde, igualmente, surgen Baudelaire, Mallarmé y Wilde.

Así, Calasso logra meternos en el túnel del tiempo para desafiar las correcciones con que la humanidad ha escrito apenas una parte de su trasegar. Y, además, consigue rescatar a estos hombres del norte del subcontinente indio, en el que no caben héroes, porque simplemente todos lo eran.

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