Cine
'Western' a la colombiana
En una bodega perdida en el centro de Bogotá se conservan 80 películas mexicanas de 35 milímetros. Le pertenecían a una distribuidora y exhibidora que las llevó a varios pueblos de Colombia y que, según el director de cine Iván Gaona, forjó el carácter de su región. Esta es la historia de un archivo descuidado y de una investigación inconclusa.
En la calle 24 con carrera 12, en Bogotá, hay un parqueadero de motos y una tienda de arepas y empanadas. Justo al lado, un puesto de jugos naturales y un letrero que dice “Van Cleff: camisas personalizadas, sobre medida, telas importadas, ventas por mayor y detal”. Detrás de esa fachada hay un corredor estrecho que lleva a una casa. Esa casa solía ser la filial en Colombia de una de las distribuidoras latinoamericanas más potentes del mundo: Películas Mexicanas (Pelmex). Hoy es una sastrería, una oficina y una bodega, que aunque obsoleta y triste, conserva alrededor de 80 películas originales en 35 milímetros de la época de oro del cine mexicano.
La casa le pertenece a Alejandro Gómez, un distribuidor cinematográfico independiente que representa en Colombia a Unicornio Films, una empresa que vende derechos de contenido audiovisual. Hace ocho años, en el Festival de Cine de Cartagena, Gómez conoció al gerente actual de Unicornio Films, José Luis Urdapilleta, quien antes fue presidente de Pelmex. Urdapilleta le ofreció al padre de Gómez representar su material en Colombia. Él se negó, pero le dijo que le ofreciera ese puesto a su hijo, con quien había trabajado por quince años.
El padre de Alejandro se llamaba Clemente Gómez. Un par de años después de que José “Pepe” Alcaraz –un mexicano proveniente de Jalisco que llegó a Colombia con miras a expandir la industria del cine mexicano– fundara Pelmex Colombia, en 1948, Clemente Goméz entró a trabajar allí como asistente y ascendió hasta convertirse en gerente y accionista, hasta el día en que la empresa se liquidó.
Llegué a esa casa, a esa bodega escondida y a esa historia gracias a un pequeño comentario de Iván Gaona, director nacido en Güespa, Santander, cuya más reciente película, Pariente, fue preseleccionada para representar a Colombia en los premios Óscar. Pariente, dice Gaona, es como un western mexicano hecho en Colombia. Y según él, eso no es en absoluto gratuito.
En 2015, Gaona estaba investigando la llegada del cine mexicano al país –del cine del galán de pueblo, de las riñas y los desamores–, motivado por la idea de que Santander y su gente son como son por el impacto que ese cine tuvo en la región. Hay, según él, una idiosincrasia compartida. Y él quiso averiguar por qué.
Pero para entender la investigación de Gaona, hay que saber que el cine mexicano fue una industria muy sólida a mediados del siglo pasado, que Pelmex fue una multinacional con muchos tentáculos, que llegó y pisó fuerte en Colombia cuando aquí no había industria y que llegó a los pueblos del país. Pariente es el resultado de todo eso. Y esta es la historia de varias historias que se entrecruzan.
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La época de oro del cine mexicano empezó en 1939, cuando la industria de Estados Unidos y Europa se vio afectada por la Segunda Guerra Mundial. Escaseaban los materiales y las productoras de varios países se dedicaron a hacer películas de guerra. A México le quedó así el camino libre para producir un cine popular, versátil, latinoamericano, y se convirtió en la primera industria cinematográfica en el mercado de habla hispana.
En los años cuarenta surgieron varias productoras mexicanas, como Filmex y Posa Films, alrededor de las cuales había grandes guionistas, directores, productores independientes y fotógrafos que consolidaron la industria. Pedro Infante, Gregorio Walerstein, Fernando de Fuentes, Cima Films, Luis Alcoriza, Roberto Baledón, los hermanos Soler y Luis Aguilar son tan solo algunos nombres.
El cine, además, se desarrolló a la par de otro fenómeno: el estrellato de intérpretes como María Félix, Dolores del Río y Jorge Negrete, que no solo cantaban, también actuaban.
En ese contexto surgieron varios géneros cinematográficos. Con Cantinflas y Tintán, las comedias. Pero también se produjeron películas dramáticas, rancheras, religiosas, de luchadores, de la revolución mexicana y lo que Gaona llama “western mexicano”, o cine negro, o cine de gánsteres: un híbrido entre elementos clásicos del cine negro estadounidense e italiano, y el folclor mexicano, con sus tabernas y galanes y mariachis. En últimas, la apropiación mexicana del vaquero sureño. Ejemplo de ello es Gángsters contra charros, de 1948, que es justamente el año en que se fundó Pelmex a nivel mundial.
Según Iván Gaona, a principios de esa década existió también un decreto presidencial que establecía un objetivo claro: expandir la cultura mexicana por Latinoamérica para hacerle frente al imperialismo yanqui, razón por la cual Pelmex empezó a fundar filiales en otros países.
Y mientras tanto, “1940 y 1950 fueron décadas caracterizadas por las promesas incumplidas del cine colombiano; fue un periodo que les dio la bienvenida a equipos y repartos extranjeros, tanto de Europa como de América Latina. Hubo pocas iniciativas ambiciosas, como la creación de unos estudios de cine en Sasaima, un pueblo a dos horas de Bogotá donde Ducrane Company perdió casi todos sus archivos de noticiarios, cortos publicitarios y largometrajes en un incendio en 1946 (…)”, dice un artículo de A Companion to Latin American Cinema, una investigación editada por María M. Delgado y Stephen M. Har.
Fue en ese contexto que llegó Pelmex a Colombia. El artículo continúa: “Las colaboraciones con México datan de los años cincuenta y emergieron de distintas maneras. Este es un capítulo de la historia del cine colombiano ‘sub estudiado’”, pero sabemos que empieza justamente con Pepe Alcaraz, quien primero alquiló y luego compró la casa de la calle 24 con carrera 12. Y allí montó la distribuidora.
“El éxito fue total, porque la única empresa grande y consolidada que había era Cine Colombia”, que según Gómez carecía del cine que Pelmex sí tenía. Pelmex, además, exhibía las películas en Bogotá y en otras ciudades capitales, pero su fuerte eran los pueblos. Aquí coinciden Gaona y Gómez: el cine mexicano llegó a los pueblos del país e impactó con fuerza, pues además de populares y comerciales, eran películas habladas en español. A mediados del siglo XX ya llegaban películas subtituladas a Colombia, pero tratemos de imaginar siquiera el índice de analfabetismo en la provincia en ese entonces…
Fue en 1950, cuando terminó la carrera de Contabilidad, que Clemente Gómez llegó a golpear la puerta de la casa de la calle 24. Pepe Alcaraz lo contrató como asistente y en 1958 lo nombró subgerente. Trabajó allí por 45 años.
Sin embargo, en 1961 se tomó un respiro. Se fue a vivir a Bucaramanga, llevando consigo sus películas mexicanas, y allí montó una distribuidora con Enrique Puyana, una figura importante en la ciudad, y con mucho dinero. Aquí vuelven a juntarse las historias de Iván Gaona y Alejandro Gómez: también en la red de teatros de Saúl Díaz (a quien pertenecían el Andalucía, el Unión y el Rosedal) se proyectaron las películas mexicanas.
Y es que hasta 1959, Pelmex fue únicamente una distribuidora. Les daba las películas a Cine Colombia y a otros exhibidores independientes, y estos se quedaban con el 50% de las ganancias. Por eso, la compañía construyó el Teatro México. Y también porque en 1960 México empezó a enviar rancheros a Colombia para que se presentaran con sus películas. De la misma manera se proyectó Pariente el 25 de febrero de este año en el Teatro Jorge Eliécer Gaitán: con Édson Velandia, compositor e intérprete de la banda sonora de la película, en el escenario.
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Pero ese mismo año, 1959, dos años después de la muerte de Pedro Infante –considerada la figura tal vez más importante del cine dorado mexicano– la industria empezó a decaer por varias razones: la inercia y la repetición de las fórmulas, el fortalecimiento tanto económico como técnico de Hollywood, el neorrealismo italiano, la nueva ola francesa, el cine sueco, el cine japonés.
Aún así, el éxito de Pelmex en Colombia –desde el 65 bajo la gerencia de Gómez– se alargó más o menos hasta 1975. Su colapso se dio, en primer lugar, por la llegada del betamax, a comienzos de los ochenta, pues las exhibidoras dejaron de alquilar películas en 35 milímetros. Pero la estocada final se la dio, según Gómez, el mismo gobierno mexicano, que decidió nacionalizar el petróleo, el transporte, y la industria que más dinero producía: el cine. “Ya te podrás imaginar lo que hace un gobierno manejando un patrimonio de esos…”, dice Gómez. De ahí en adelante, las filiales de Pelmex en el mundo comenzaron a cerrar, incluso la colombiana, que Clemente Gómez y Abraham Osman liquidaron en 1998. Gómez se quedó con el Teatro México de Bogotá y el Azteca (construido para proyectar una nueva ola de cine mexicano menos comercial: el cine de autor que empezó a producirse en los años setenta), y poco después se los vendió a la Universidad Central.
El Teatro México llegó a tener dos taquillas y funciones desde las 10 de la mañana. Podían asistir 12.000 personas en un solo fin de semana. Y todo eso lo sabe Alejandro no solo porque trabajó junto a su padre, sino por un cuaderno que Clemente llevaba juiciosamente: nada menos que el registro de todas las películas mexicanas que llegaron a Colombia y el dinero que produjo cada una de ellas en las cuatro ciudades, además de Bogotá, en las que Pelmex construyó teatros: Cali, Medellín, Barranquilla y, precisamente, Bucaramanga.
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Iván Gaona considera ese libro un tesoro. “Lo más increíble para mí es ese libro de alquiler que llevaba el papá del señor que hoy conserva la bodega”, me dijo la primera vez que hablamos. Pero al mito del cuaderno, Gaona no llegó por Alejandro, sino por una entrevista y un cuento sobre unos exhibidores itinerantes escrito por Luis Carlos Gaona, un pariente lejano. Luego descubrió que él había, además, investigado aspectos sobre la proyección y exhibición del cine en su pueblo a partir de los años cincuenta, en pleno apogeo de la violencia bipartidista. “Los datos que tiene son apuntes personales, resultado de entrevistas con los protagonistas reales, comerciantes exhibidores del audiovisual de ese entonces, por lo cual mis referencias no tienen un pie de página bibliográfico, y si existiera, sería de la entrevista hecha por mi persona al pariente Luis Carlos Gaona”, escribió Iván en un informe de una investigación según el cual, a finales de la década de los cuarenta, había personas que viajaban de pueblo en pueblo exhibiendo películas de 16 y 35 milímetros, siendo el grueso de estas obras cine mexicano y americano tipo western.
Fue por una nota en El Tiempo que Gaona se enteró de que alguien (Alejandro Gómez) había donado películas del Santo a la Cinemateca Distrital. Fue la primera vez que oyó hablar de Pelmex. “El artículo hablaba del hijo del gerente. Busqué al hombre, lo rastreé hasta que lo encontré en una bodega que queda en la misma calle del Embajador. Por un pasillo se llega a la bodega. Es la bodega con todo el cine que importaron; un lugar casi secreto ahí, en el corazón de Bogotá. Increíble”. Alejandro no se acuerda de Gaona.
“Santander está relacionado con el género western, y lo que yo quiero responder es cómo eso se relaciona con nuestro comportamiento. Esta investigación es parte de lo que hacemos los cineastas: rastrear ciertos fenómenos culturales. Creo que se podría rastrear un mapa de las regiones que relacione el tipo de cine que llegó y los comportamientos de su gente. A la de Santander le gustaban las películas de personas que usaran un sombrero más grandes que el de ellas”, dice Gaona. Y agrega: “Hoy en día hay una desconexión con el público. A mí me interesa volver a examinar qué paso, qué nos constituyó, qué era lo veíamos”. Y aunque su tesis sociológica es difícil de probar, sin duda esta resuena en su película: un western paramilitar. Esto dice uno de los personajes: “Los que cantan música ranchera están resignados a la traición (…). En el bar de Fabiola, un señor le quitó la cabeza a un man. Su pariente. Y el otro encontró a su mujer con un man ahí. Los cogió a machete hasta que los acabó. Esa gente escuchaba música ranchera. Por eso terminaron dándose en la jeta. Si a nosotros nos hubiesen enseñado a escuchar otra música, seríamos diferentes”.
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Aunque Gómez dice que las películas que conserva son obsoletas, las sigue alquilando por 250.000 pesos el día. Unas cinco se las dio a la Cinemateca. A Patrimonio Fílmico quisiera darles al menos las de García Márquez y Fernando Vallejo. También podría venderlas todas, pero duda de que alguien las quiera.
*Editora de revista Arcadia.