Mutantes digitales IV

William Gibson: oráculo cyberpunk

Sus libros se adelantaron a su tiempo: retrataron una cultura obsesionada con la información y la alta tecnología, y exploraron los efectos de la cibernética, las biociencias y las redes de computación incluso antes de que Internet fuera una realidad.

Ignacio Mayorga* Bogotá
22 de noviembre de 2017

"El cielo sobre el puerto tenía el color de una pantalla de televisor sintonizado en un canal muerto”. Con esta oscura proyección de un futuro cercano William Gibson abría las páginas de su primera novela, Neuromante. Parte esencial de lo que posteriormente recibió el calificativo de cyberpunk, la obra de Gibson sirvió como punta de lanza de una nueva avanzada de escritores de ciencia ficción que, tras haberse derrumbado el mito del progreso, respondían a un primer momento de la crisis del mundo globalizado. Los ochenta fue el momento en el que ya empezaba a intuirse la complicada brecha de riquezas de la nueva esfera corporativa y comenzaban a gestarse los primeros pasos de una revolución tecnológica que culminó hace poco con las teorías sobre la difusión informática y el encarcelamiento de Julian Assange.

Con Neuromante, Gibson inventaría una nueva estética para un género que parecía hacía tiempo agotado. La ciencia ficción del cyberpunk no se preocupa tanto por el contacto alienígena de aquellas historias de la primera etapa de los años cuarenta o cincuenta, sino que presenta la relación del hombre con la máquina en un mundo cada vez más computarizado, formulando preguntas en torno a lo que implica ser humano, las posibilidades de la consciencia en un espacio virtual y el transhumanismo a partir de la manipulación genética.

Antes de publicar su primera novela, Gibson había presentado desde 1977 una serie de relatos que finalmente serían recopilados en Quemando cromo, una antología que sentaría las bases de muchas de sus posteriores reflexiones. Como en la mayoría de las obras del cyberpunk, la prosa de Gibson se caracteriza por un tema central: alta tecnología, baja calidad de vida. Atrás queda el optimismo utópico de que las máquinas nos salvarían como especie, ahora se presentaba la posibilidad de que estas se rebelaran contra nosotros para dominarnos. El mismo año en que Gibson publicaba Neuromante, James Cameron estrenaba la primera entrega de Terminator: el futuro había llegado y nunca había sido más oscuro y peligroso. La información que nos haría libres ahora estaba en controles de agencias gubernamentales que las utilizaban para controlarnos. ¿Suena familiar?

Los libros de Gibson no tratan sobre el funcionamiento de los microchips, sino que intentan reflejar las implicaciones de una cultura obsesionada con la información y la alta tecnología. Parte de la habilidad de Gibson como escritor radica en su capacidad de convencer al lector de que habla de algo que realmente conoce, cuando esto no es así en absoluto. Así mismo, a través de una aguda observación del presente, el autor logra imaginar posibilidades a corto plazo, lo que lo convertía en una suerte de oráculo o mesías de un movimiento apenas incipiente del que devendría el hacktivism, la red informática de Anonymous, o los escándalos tecnológicos relacionados con WikiLeaks. Los trabajos de Gibson, centrados en un futuro cercano antes que en una galaxia muy, muy lejana, exploraron los efectos de la tecnología, la cibernética, las biociencias y las redes de computación incluso antes de que internet fuera una realidad concreta que ayudaría a unificar a todas las computadoras del globo.

Neuromante, el rostro digital del cyberpunk

En 1983, Terry Carr contactó a Gibson para que participara en la tercera entrega de Ace Science Fiction Specials, un hito del género que buscaba revitalizar la narrativa de ciencia ficción con una serie de novelas debut de varios nuevos creadores. Gibson aceptó la tarea al principio con reticencia y luego con temor. Ya había publicado varias historias cortas que habían circulado exitosamente, pero sentía que aún requería de un par de relatos más para poder afrontar el esfuerzo de una historia más larga. Esta era solo una de las preocupaciones que enfrentaba el escritor estadounidense. Apenas tenía un año para escribir el libro debido a la obligación contractual y, cuando llevaba cerca de un tercio del proyecto realizado, fue a ver Blade Runner, de Ridley Scott. Tras 20 minutos en la sala de cine se desesperó al corroborar que el estilo visual de la película era el mismo que él estaba tratando de desarrollar para Neuromante. Gibson reescribió esta primera parte de la novela al menos unas 12 veces, siempre con el temor de que perdería el interés del lector cuando este ingresara al entramado cibernético que estaba buscando construir en su narración.

Este temor se entiende cuando por primera vez se ingresa al delirante universo lingüístico que es Neuromante: los diálogos del libro están llenos de jerga futurista que nunca es explicada, con términos que ni siquiera los más avezados lectores de ciencia ficción en su época podían entender sin la ayuda de un diccionario de computación y que resultan de la unión de neologismos que solo tienen sentido dentro del complejo ritmo gramatical de la obra. Gibson no solo estaba creando un nuevo mundo: estaba dando forma a un nuevo lenguaje tecnológico. Con una prosa difícil y alambicada, aunada a una historia emocionante y oscura, esta novela se erige como una de las joyas de ese corto momento cultural que fue el cyberpunk.

En Neuromante, Henry Dorsett Case es un criminal de poca monta en el submundo distópico de Chiba City, Japón. Quien otrora fuese un talentoso hacker sobrevive cometiendo pequeños delitos por una remuneración irrisoria que le permite costear sus adicciones y conducta autodestructiva. Antes de ello, sin embargo, Case había sido uno de los mejores vaqueros de consola, navegando las extensas autopistas de información del ciberespacio. Una vez, al tratar de robar a sus antiguos empleadores, fue atrapado. Como castigo por su traición, el sistema nervioso de Case es infectado con una micotoxina, lo que esencialmente lo vuelve incapaz de acceder al ciberespacio, una red de datos creados en realidad virtual llamada “la matriz”. Entonces se encuentra con Molly Millions, una samurái modificada genéticamente hasta el punto de convertirse en un arma ambulante que trabaja como mercenaria de Armitage, un exmilitar que se ofrece curar a Case a cambio de sus servicios como hacker. El protagonista acepta, a cambio de recuperar su vida, pero ni él ni Molly saben realmente qué está planeando Armitage. Es así como ambos terminan involucrados en una peligrosa red de corrupción de la que participan malignas corporaciones, supercomputadoras con inteligencia artificial y una serie de extraños personajes manipulados genéticamente al servicio de la mafia.

Si hay algo que caracteriza a Neuromante por encima de cualquier tipo de ficción especulativa es cómo su influencia ha permeado tantos aspectos de la cultura moderna: los hackers tomaron la jerga que Gibson inventó y la convirtieron en sus propios códigos de comunicación y los programadores han hecho todo lo posible por replicar la tecnología que el autor imaginó décadas atrás. Gibson, básicamente, inventó el lenguaje de internet, lo que resulta aún más asombroso si se tiene en cuenta que su primera obra fue escrita en una máquina de escribir y no conoció una computadora hasta bien entrados los noventa.

Oráculo tecnológico

Como con los mejores autores del género, la ficción de Gibson se mantiene viva en nuestros días por su capacidad de adelantarse al momento presente y proyectar una serie de ideas que tiempo después se materializaron, para sorpresa de todos. Gibson imaginó principalmente el concepto de la World Wide Web, una red invisible que conecta a todos los computadores del globo para poder intercambiar libremente información entre ellos. Aunque la idea de internet ya existía cuando Gibson escribió la obra, lo que sorprende del autor es que presentó la idea de una red global de computadores, la cual describió al detalle de manera asombrosa, a pesar de que la World Wide Web como la conocemos ahora estaba todavía a más de una década de suceder.

El escritor William Gibson en una playa en Vancouver. Foto: Christopher Morris / Corbis. Getty Images.

Si ello no es lo suficientemente impresionante, Gibson llevó el concepto mucho más lejos. Antes de Neuromante, había acuñado el término “ciberespacio” en el relato que le dio el nombre a su primera antología de cuentos, Quemando cromo. Al incluir esta idea, Gibson convirtió la red en un lugar habitable en el que todos los datos almacenados estaban representados como estructuras visibles y palpables conformadas en una matriz sin fin. “El ciberespacio. Una alucinación consensual experimentada diariamente por billones de legítimos operadores, en todas las naciones, por niños a quienes se enseña altos conceptos matemáticos... Una representación gráfica de la información abstraída de los bancos de todos los ordenadores del sistema humano. Una complejidad inimaginable. Líneas de luz clasificadas en el no-espacio de la mente, conglomerados y constelaciones de información. Como las luces de una ciudad que se aleja...”, lo describió Gibson en Neuromante. Quizás no falte mucho para alcanzar ese punto de no retorno tecnológico.

Los escritores de ciencia ficción en general y Gibson en particular asumieron la difícil tarea de imaginar un futuro ligado al presente, relacionado con él. Esa característica no solo convierte su obra en el lugar de algunas de las historias más interesantes de la última mitad de siglo, sino que la reviste también de un halo de urgencia. Además del ciberespacio y el extraño mundo digital al que estamos hoy por hoy sometidos, la extensa narrativa de Gibson nos ha prevenido sobre la popularidad de los realities, las divas virtuales (Miku Hatsune es ya una realidad en el Japón contemporáneo), los avances de la manipulación corporal a través de la cirugía para alcanzar una condición más allá del ideal humano, las guerras en torno a la censura informática y el control de los datos que tienen unas pocas manos alrededor del globo. Haríamos bien en volver a sus novelas y cuentos. Quizás aún podamos salvarnos.

*Literato e historiador del arte. Editor de la comunidad digital 120dB Bogotá.

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