Medellín vive la música

Plataformas de encuentro para la música

Año a año, Medellín amplía el espectro de acciones para que la música circule en toda la geografía de la ciudad. Eventos como festivales públicos y privados copan la agenda y conforman las plataformas principales de circulación. Sin embargo, el espectro de iniciativas es mucho más amplio y variado.

Esteban Duperly
23 de octubre de 2015

Suena obvio, pero la razón de ser de un músico es que alguien lo escuche. Un artista sin público, cantando o interpretando un instrumento para nadie, es un proceso incompleto. Es una paradoja similar a aquella del rayo que cae en la mitad del bosque y ninguna persona lo presencia. ¿En verdad tronó? Esta situación, trasladada a los músicos, además de paradójica, es triste: ensamblar una banda, o una orquesta, o un dueto, o un trío; componer los temas, darles forma, ensayarlos y perfeccionarlos y que al final no exista un público, o se convoque a solo un puñado de gente, es frustrante.

Por eso, dentro del gran esquema de producción que hoy en día se llama “ecosistema musical”, una suerte de cadena que contempla y atraviesa la formación, la creación y el consumo, resulta fundamental un eslabón que representa la última etapa: la circulación. Cuando la música circula el proceso se completa. La paradoja se deshace. El artista tiene, por fin, un público. El circulo se cierra.

La música en circulación es un concepto que se extiende más allá de un CD que se vende, que luego rota de mano en mano, y que tal vez más tarde se convertirá en un archivo digital compartido en internet. En efecto, hace parte del proceso, pero esa es solo una arista, tal vez la más inmediata. En realidad, hablar de circulación es hablar de plataformas.

Una plataforma de circulación es aquella serie de acciones que permiten que artista, producto y público se conecten en un solo espacio o en un mismo momento: una emisora –y mucho mejor, una emisora especializada–, un blog, o un servicio de streaming. También un circuito de bares o teatros, o una programación de conciertos. De hecho, estos últimos se convierten en plataformas aún más amplias y generosas cuando en lugar de presentaciones singulares los artistas se agrupan para ofrecer shows múltiples, ofrecidos durante varias jornadas. En estos casos, las audiencias son numerosas y, por lo mismo, el efecto de circulación se incrementa de forma exponencial.

Entre públicos y privados, mes a mes, Medellín cuenta con una agenda de festivales de música que hoy en día son eventos muy apreciados por los ciudadanos. Altavoz es, uno de los más notables: durante 3 días se reúnen bandas de 7 géneros que por lo general se asocian a contraculturas. De hecho, desde 2007, y por acuerdo del Concejo Municipal, este evento hace parte del plan de desarrollo de la ciudad, lo cual quiere decir que esa plataforma de circulación y proyección artística también está incluida dentro de las acciones que hacen de Medellín una urbe moderna. Desde su creación, en 2004, cerca de 650 artistas, entre bandas y solistas locales, nacionales e internacionales, han pasado por Altavoz. Convoca entre 15.000 y 20.000 personas por jornada –a partir de 2006 el festival dura 3 días– y deja tras de sí una estela de impacto económico: desde los operarios de logística e infraestructura –sonido y tarima– hasta los vendedores de comida se ven beneficiados. En general, cuando la música circula en eventos donde asiste público, se genera un efecto de impulso económico para el sector de la ciudad donde se realiza, que redunda, por supuesto, en una economía más fortalecida.

Lógicamente, ese mismo efecto colateral ocurre en otros festivales, como el Medellín Vive la Música, o los conciertos del Parque Cultural Nocturno que se hacen durante la Feria de las Flores. Allí, noche a noche, la plazoleta del Edificio EPM se convierte en un epicentro de cultura y diversión: un montaje donde el espacio y el mobiliario urbano se ponen al servicio de la música y sus diferentes géneros. En el festival de 2015, se escuchó desde un coro góspel hasta salsa choke. La oferta de plataformas es amplia: el Festival Internacional de Música de Medellín (Medejazz), la Temporada de Música Clásica del Teatro Metropolitano, el Festival de Música de Cámara, el Festival Internacional de Tango, más un etcétera muy generoso en geografías y géneros.

A nivel privado existe Breakfast Club. Manolo Arango, su gerente, explica que bajo esa marca él y su grupo de trabajo realizan 3 eventos musicales: La Solar, un festival de un día de duración, que se realiza al aire libre 3 veces al año; el Paralelo Feria Conjunta, un circuito de bares donde confluyen plástica y música; y el Breakfest, el plato fuerte de los festivales. Con un costo anual aproximado de $1.200 millones, en la edición de 2014 convocó en el Parque Norte a 6.500 personas, y 8.250 en 2015. “Nuestro festival no es solo una tarima donde hay músicos y sonidos y bandas, sino que invertimos mucho trabajo para que sea una experiencia. La gente asiste porque quiere experimentar algo nuevo”, explica Arango.

Si bien un festival como el Breakfest ha tenido cabezas de cartel como Franz Ferdinand, el foco no está en los artistas extranjeros. “Es cierto que hay que tener nombres de afuera –explica Manolo– pero definitivamente lo que queremos es generar una plataforma para la ciudad y para el país”. En la edición de 2015 se presentaron Rey Gordiflón, Árbol de ojos –un trío de música electrónica de Bogotá– y Federico Franco, de Medellín.

Además de los 3 eventos grandes, Breakfast Club realiza mensualmente eventos de una sola noche. “Hemos venido trayendo muchos tipos de oferta musical. Queremos que la ciudad respire música, que la gente sienta que debe salvar parte de su presupuesto mensual para consumir entretenimiento musical”, concluye Arango.

Al igual que Breakfast Club, al otro lado de la ciudad también hay una sombrilla que cobija a varias plataformas: se trata del Festival Zona 2, que se agita durante todo el año y tiene el punto más alto en noviembre, cuando se realizan en simultánea el Festival Internacional de Rock Comuna 6, Festival Hip 6, Castilla Festival Rock y el BigUp Reggae Fest. La Zona 2 de Medellín está conformada por las comunas Castilla, Doce de Octubre y Robledo, pero ni los artistas ni el público se limitan a ese territorio. “Los festivales los hacemos en el Parque Juanes –explica Faber Andrés Ramírez, una de las cabeza de la organización– pero también los hemos hecho en la cancha “la Maracaná” [varias cuadras hacia arriba en Castilla]. Se acaban los conciertos y uno ve el río de gente bajando, caminado hacia la autopista. Toda esa es gente de otro lado. Nos dimos cuenta de que había gente que inclusive venía de Bogotá”. Esa es una de las virtudes de los festivales: permite que músicos se acerquen a nuevos y diversos públicos. Así se genera una relación que antes no existía, y la música comienza a circular. Y, una vez más, desde una perspectiva empresarial, la economía local es alimentada por la inyección de capital que se desprende de los eventos.

“No somos un festival que hace un show y ya, sino que aportamos durante todo el año a la cadena del sector de la música. Le apuntamos al tema de formación, de producción y, obviamente, a la promoción y circulación”, señala Faber sobre el trabajo que hacen mes a mes. “Si fuéramos a costear cada uno de los festivales, solo el Comuna 6 podría costar $450 millones de pesos. Entonces hemos comenzado a generar canjes y otras formas de financiación”, cuenta Faber. Ahí es donde entran en escena los dineros públicos. Para esta oportunidad, proyectos que ellos apadrinan ganaron estímulos de la Alcaldía en fortalecimiento organizacional, creación, agenda cultural y circulación nacional.

Carlos Guisao, Subsecretario de Arte y Cultura, explica que eventos similares, que no cubren toda la ciudad pero resultan muy importantes para una zona o comuna, ocurren de manera permanente en Medellín. “Todos los meses hay uno o dos eventos de pequeño o mediano formato que están activando la escena de circulación. Lo decimos por la cantidad de solicitudes de apoyo que recibe la Secretaría”.

Específicamente, desde 2013 la Secretaría de Cultura Ciudadana abre una convocatoria que se llama Apoyos Concertados, donde una línea llamada “Eventos de duración limitada” cobija encuentros, ferias y actividades que se desarrollan en un lapso de un día a una semana. En los últimos 3 años se han entregado cerca de $2.000 millones en apoyos, la mayoría en la línea de duración limitada. “Es un esquema de cofinanciación –explica el Subsecretario– y significa que el evento no es absorbido por la Alcaldía sino que sigue siendo de quienes lo desarrollan. Son ellos quienes lo dimensionan, lo organizan y lo administran, pero con los dineros públicos tienen una mayor certidumbre de financiación”.

La idea es adjudicar los apoyos en un ejercicio que mezcla trayectoria y procesos emergentes. Se trata de consolidar a unos y, al mismo tiempo, hacer surgir a otros. En todo caso, ningún ganador puede tener menos de 2 años funcionando. “Nos interesa la Temporada de Música que hace el Teatro Metropolitano, pero también proyectos como ‘Festival Invazion’, que es más reciente y lo hacen colectivos de músicas urbanas”, explica Guisao. Otro elemento que define los ganadores es la diversidad, “que le aporte a la agenda cultural desde el punto de vista territorial y de géneros”.

Tal es el caso del Medellín Blues Festival, que se realiza desde hace 5 años y cuyo fin es acercar a la audiencia medellinense a un género que tiende a ser de nicho pero que, bien visto, es el punto de partida del rock y sus vertientes contemporáneas. Además, la idea se gestó en San Cristóbal, uno de los corregimientos del municipio. Santiago Monsalve, su creador, explica: “Este año tuvimos la oportunidad de tener el apoyo de la Secretaría de Cultura en la modalidad de Apoyos Concertados. El costeo del festival con parrilla artística internacional, logística y componentes pedagógicos, fue cercano a $120 millones de pesos”.

Aunque por lo regular el Medellín Blues Festival dura 15 días, en esta edición se extendió desde el 11 de agosto hasta el 6 de septiembre; casi un mes de música circulando por distintos escenarios de Medellín, como el Teatro Lido, el Teatro Camilo Torres de la Universidad de Antioquia, una jornada en el parque Arví, y shows nocturnos en vivo en cafés y bares. Además, llevaron la música blues al que quizás es el auditorio más masivo de toda la ciudad: el metro. “Tuvimos la oportunidad de tocar en las estaciones durante una semana en las horas pico. Eso lo sumamos a los aforos de los teatros, de 800 o 900 puestos y que casi siempre estuvieron full, así que logramos impactar alrededor de 6.000 personas”, cuenta Monsalve.

Los apoyos de la Alcaldía no se limitan a festivales. La línea de becas a circulación nacional e internacional dejó este año 8 becarios, como la Corporación Ensamble Vocal de Medellín, que irá a Alemania; o el proyecto Carambantúa, a Polonia. Esto permite que artistas o colectivos de artistas de la ciudad pueda proyectar su trabajo hacia otras geografías. Al llegar a nuevos lugares no solo se amplía su perspectiva de mercado, sino que se produce un enriquecimiento cultural y social que de otro modo sería difícil lograr.

En buena medida, ese mismo estilo de “intercambios” de circulación son los que consigue el FICIB, Festival Internacional de la Canción Itinerante. Uno de sus responsables es el músico Andrés Correa, director de la Fundación Barrio Colombia, compuesta por músicos que arman circuitos y toda clase de proyectos que ayudan a circular la música que ellos producen. “La iniciativa surgió hace 8 años entre músicos de Bogotá y Medellín. Nos encontramos en un principio Alejo García y yo, y comenzamos a hablar de la manera de intercambiar lo que teníamos: un contacto en radio, en una emisora, en un bar”, explica Correa. Luego se sumaron Pala, Alejandro Gutiérrez, Paula Ríos y otros. La idea principal de Barrio Colombia es compartir públicos.

El festival sucede una vez al año, durante la segunda semana de septiembre, y desde hace algunas ediciones están integrados dentro de la programación de la Fiesta del Libro y la Cultura. Además, hacen presentaciones en otras salas alternas. “Todo el año tenemos actividades relacionadas con la circulación, aunque no sean propiamente del Festival”, apunta Correa. Un par de años han ganado Apoyos Concertados de la Alcaldía, pero también operan con dineros de Ibermúsicas.

Por su parte, como sello discográfico, Música Corriente reúne bajo un solo esfuerzo a Parlantes, Gordo’s Project, Mr. Bleat, Goli, Metropolizón, Nuevo Coyote y Billy Taller 7, agrupaciones de géneros distintos pero unidas, como ellos mismos lo definen, “por la afinidad estética”. Operan bajo un cierto esquema de cooperativa, donde las bandas que tienen más fortaleza generan recursos que se usan para poner a circular a otras que están empezando. “Con la plataforma que ofrece la disquera podemos llevar los discos a prensaje y a circulación en formato físico como digital”, explica Alejandro Bernal, de Mr. Bleat. “También le apostamos a participar en eventos un poco arriesgados –cuenta José Villa, una de las cabezas del sello– como una gira por pueblos del Suroeste y sus teatros emblemáticos. Puede que eso llame más la atención que tocar en el bar de moda”. Además, realizan eventos propios de lanzamientos y otros proyectos distintos: recientemente se embarcaron en un proyecto que suma artistas plásticos y escritores, quienes colaboraron en una colección de “discos objeto”, próxima a salir, y harán un énfasis importante en los videos como herramienta de difusión y circulación.

Todo evento o esfuerzo que permita que la música y los géneros circulen es importante porque, de otro modo, muchos artistas no tendrían ni lugares ni momentos para mostrar lo que hacen. El Teatro Metropolitano, por ejemplo, realiza el Festival de Jazz Universitario que convoca agrupaciones aún en formación. “Es una plataforma musical donde ponemos el escenario del teatro para agrupaciones de estudiantes de música que tienen formación jazzista”, explica María Patricia Marín, directora ejecutiva del teatro. También han tenido ciclos de tunas, coros, coros góspel, tango, ópera y zarzuela. Muchos cantautores –como Pala, que hizo un concierto acompañado por una orquesta sinfónica– han hecho shows en ese escenario.

Si un espacio como ese, o el Pablo Tobón Uribe, no existiera, muchos de estos actos quedarían huérfanos, pues los teatros son los lugares idóneos y tecnicamente equipados para este tipo de presentaciones. A partir del año próximo la oferta de auditorios será todavía más amplia. “Las UVA [Unidades de Vida Articulada] tienen nuevos escenarios que se convertirán en lugares para conciertos”, explica María del Rosario Escobar, Secretaria de Cultura Ciudadana, quien añade: “En la Casa de la Música que quedará en Guayabal, vamos a tener el auditorio técnicamente mejor dotado en infraestructura pública. No hemos tenido un auditorio de esa calidad hecho con recursos públicos”.

Por lo pronto, desde la sala del Teatro Metropolitano –cuyas características técnicas fueron concebidas para presentar música– se pone a circular en la ciudad una agenda internacional muy cuidada y nutrida: 12 conciertos internacionales de música clásica, además de 6 conciertos didácticos familiares –una iniciativa muy emparentada con la formación de públicos–. También, anualmente, se hace una producción propia de ópera para niños donde participan los maestros de canto lírico y la orquesta de la Universidad de Antioquia. “Intentamos que en nuestras producciones estén nuestros músicos locales más destacados”, señala la directora.

La Orquesta Filarmónica de Medellín tiene su cede allí, y su Academia Filarmónica se convierte en espacio de práctica y circulación para intérpretes jóvenes de música clásica. Además, las agrupaciones de la Red de Escuelas de Música de Medellín se presentan a menudo en el Metropolitano. “La Temporada Internacional de Música Clásica nació y se ha sostenido gracias a 6 empresas privadas –explica Marín– pero en los 2 últimos años hemos tenido una participación muy activa de la Secretaría de Cultura. En Apoyos Concertados hay un apoyo decidido a la temporada y al Concierto Estelar, que es un evento que trae a una figura ‘clase A’ mundial”.

La pregunta que a menudo surge en sociedades donde problemas aún muy básicos, como el desempleo o la pobreza, continúan sin resolverse a fondo es: ¿para qué invertir en cultura? Por lo general, la discusión orbita en torno a solucionar lo más urgente y lo más notable, y de ese modo se establece una escala de prioridades donde otros elementos –que también configuran una sociedad próspera– comienzan a postergarse. Entre ellos, algo que en apariencia siempre puede dar espera son las manifestaciones artísticas, que asociamos a momentos de diversión y ocio, y por lo tanto, no entran en la categoría de los urgentes.

Pero resulta que el arte opera como una cura. La música, en particular, ayuda a elevar el estado de ánimo de las poblaciones. De un concierto, por lo general, la gente sale sintiéndose mejor. Medellín, además, tiene una vocación musical muy fuerte. “Todos recordamos cuando éramos jóvenes y nos sobraba energía y poníamos música y bailábamos solos en el cuarto. Si eso nos pasa, y nos pasa juntos, y nos pasa en la calle, tiene un valor muy grande. Eso es disfrute colectivo”, reflexiona la Secretaria de Cultura Ciudadana.

Que existan plataformas de circulación permite que se cierre el circulo: que los artistas tengan un público, que tengan una razón de ser. Pero también, en una esfera paralela, permite que los habitantes de una ciudad tengan dónde ir a buscar y encontrar aquello que les hace tanto bien.

Noticias relacionadas

Noticias Destacadas