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Diseño, arquitectura, sexo y la perversa inteligencia de Playboy
Llega a la Feria del Libro de Bogotá Pornotopías, la investigación de Beatriz Preciado que mereció el segundo puesto en el Premio Anagrama de Ensayo. Un análisis soberbio de la revolución que produjo en la sociedad norteamericana la revista Playboy. ¿Pero quién dijo que todas las revoluciones son buenas? Arcadia entrevistó a la autora en París.
En la canasta donde se guardan los íconos más significativos del siglo XX —una canasta enorme y abigarrada—, Playboy ocupa un lugar destacado: el de la revista para adultos que con más fuerza se ha integrado en el imaginario colectivo occidental.
Desde 1953, el año de su fundación, en las páginas de Playboy se han plasmado muchas de las ideas respecto a las nuevas tendencias sobre sexualidad, arte, literatura o sociedad aparecidas después de la Segunda Guerra Mundial. El papel de Playboy fue uno de pionero. La combinación de desnudos femeninos y artículos que proponían una masculinidad distinta a la imperante en aquellos momentos, resultó irresistible para millones de lectores de todo el mundo, y lo que nació como entretenimiento se consolidó como referente cultural.
El pasado abril el libro Pornotopía. Arquitectura y sexualidad en Playboy durante la guerra fría fue declarado finalista del Premio Anagrama de Ensayo. Su autora, Beatriz Preciado, parte de la iconografía arquitectónica que Playboy propuso a lo largo de su historia para detonar una apasionante exploración de “...la emergencia de un nuevo discurso sobre el género, la sexualidad, la pornografía, la domesticidad y el espacio público durante la guerra fría”.
Beatriz Preciado es filósofa. Estudió primero filosofía y teoría de género en la New School for Social Research de Nueva York, donde fue alumna de Jac-ques Derrida y Agnes Heller; y después en la Princeton University, donde se doctoró en filosofía y teoría de la arquitectura. Ha publicado Manifeste Contra-Sexuel (2000), considerado por la crítica francesa como el libro rojo de la teoría Queer; Testo Yonqui (2008), una crónica de su experiencia personal en el uso de la testosterona en gel, y Terror anal (epílogo a El deseo homosexual, de Guy Hocquenghem, 2009). Actualmente enseña historia política del cuerpo y teoría Queer en el Programa de Estudios Independientes del MACBA (Museu d’Art Contemporani de Barcelona) y en la Universidad Paris VIII. Conversamos con ella sobre Pornotopía, el último de sus libros, un análisis extraordinario de Playboy que parte de lo arquitectónico para identificar todo el alcance de un proyecto que “tenía como objetivo desplazar la casa heterosexual como núcleo de consumo y reproducción proponiendo frente a ésta nuevos espacios destinados a la producción de placer y capital”.
Para iniciar nuestra conversación quisiera que nos ofrecieras una definición de lo que se ha dado en llamar teoría Queer, especialmente porque todo tu trabajo se ha identificado con ella.
Lo primero sería traducir el término Queer, que en inglés es directamente una injuria. Queer es maricón, puta, tortillera, bollera, puto... depende de a quien se dirija y del contexto en el que se utilice; pero en esencia significa que un sujeto se ha salido de la norma, que es un individuo sexualmente anormal. A partir de los años 70 del siglo XX se inició un periodo de agitación en el ámbito de los movimientos de gays y lesbianas, que se asoció con Estados Unidos; pero que tiene su origen en Europa, en Francia, con los trabajos de auores como Hocquenghem o Foucault. Estos movimientos trascendían la mera reivindicación de género y se inscribían en lo político y lo académico.
En los años 80 la actividad de los movimientos de gays y lesbianas está básicamente dirigido a lograr reconocimiento en términos jurídicos o administrativos —matrimonio, adopción, pensiones. Esta actividad, directamente enfocada a lograr el reconocimiento social, uniformiza a estos movimientos y detona una alternativa: la teoría Queer. Los movimientos Queer reniegan del término homosexual, que está directamente tomado del lenguaje médico-taxonómico del siglo XIX, para definirse como Queer: como putos, bolleras, maricones, que no quieren ni integrarse ni igualarse en la sociedad heterosexual. El proyecto va más allá, los movimientos Queer proponen directamente una crítica a la sociedad que ha creado la diferencia entre homosexual y heterosexual y que ahora integra —a partir de una serie de pautas completamente pequeñoburguesas— a los que antes segregaba. Queer es un proyecto mucho más transversal que está directamente ligado a lo político.
Lo que me parece importante señalar es que las bases de lo que ahora identificamos como Queer ya estaban apuntadas en los textos que configuraron el feminismo de los años 70 y por eso algunos se refieren a este movimiento como postfeminismo. Lo cierto es que aquel feminismo inicial tendió a ocultar, o al menos a lateralizar, la transexualidad, la problemática de los seropositivos o el travestismo, que no podían integrarse bajo la nueva norma que suponía la homosexualidad porque demandaban otro tipo de reflexión. Ya no se trata de lograr la igualdad entre hombres y mujeres o la integración; se trata de conseguir una transformación social.
Otro de los términos que creo que deberíamos aclarar antes de pasar a hablar de tu libro es el de pornografía, porque creo que no lo utilizas de un modo clásico.
No, en absoluto. Incluso he tenido algunos problemas porque hay quien al leer Pornotopía esperaba encontrarse con una crítica a la pornografía desde la óptica del feminismo clásico, desde el rechazo a la representación de la sexualidad apelando a la explotación de la mujer o del cuerpo de la mujer. La definición que se desprende de la postura feminista clásica, la que parte de la representación del cuerpo y de la actividad sexual, la puse entre paréntesis. Debemos tener en cuenta que Playboy inicia su actividad en los años 50 —una auténtica mina de oro para los filósofos políticos—, cuando las tecnologías que se han aplicado en la guerra y en la vigilancia se van a convertir, progresivamente, en tecnologías del consumo y del entretenimiento; y la pornografía, que yo defino como “prótesis de masturbación planetaria”, abandona el lugar que tenía antes de la la Segunda Guerra Mundial, un lugar oscuro y secreto, ligado a la marginalidad, para integrarse socialmente. Mi hipótesis es que la pornografía, que se define particularmente por su función masturbatoria, resulta realmente poderosa porque se dirige directamente a los mecanismos de placer del sujeto. Y esta cuestión me resulta especialmente interesante desde el punto de vista filosófico, porque considero que la filosofía no puede pasar por alto una cuestión tan potente como esta. La pornografía acciona a los sujetos, los pone en movimiento... Este es el aspecto que me interesaba y ha sido ésta la óptica que he aplicado en mi definición de la pornografía.
En tu mirada con respecto a la pornografía hay una clara relación con lo económico...
Por supuesto, es lo que antes te indicaba. La pornografía rompe con su acepción inicial, la que provenía del siglo XIX, donde el control sobre los cuerpos estaba directamente relacionado con cuestiones de productividad o de reproducción, dos aspectos claramente económicos, y por tanto la masturbación se consideraba como un considerable desperdicio de energía; el origen, por tanto, de todos los males. Después de la Segunda Guerra Mundial la pornografía genera capital y, en consecuencia, ya no se reprime la masturbación, ahora hay una incitación planetaria en la que el capital participa. Esta cuestión me interesó especialmente en el caso Playboy, porque detrás de la fachada descubriremos la presencia de la industria cinematográfica, del capital del espectáculo en estado puro.
¿Playboy es el primer ejemplo de ese sesgo económico de lo pornográfico?
De un modo perfectamente articulado quizá sí; pero ya desde principios del XX la pornografía se había ido implantando como producto, animado por el hecho de no necesitar publicidad. De hecho la pornografía es publicidad en sí misma. Pero hay algo que me gustaría destacar: la pornografía es uno de los productos que antes y con más fuerza se adaptan a las tecnologías de la información, hasta el punto de contribuir activamente a su desarrollo. Estableció una perfecta y claramente lógica simbiosis con la fotografía, pero luego se asoció al cine, con los distintos formatos de video y ahora a internet, de un modo rapidísimo y generando soluciones tecnológicas que luego pasarán a otros productos no pornográficos. Investigando los años 50 me di cuenta de que Playboy podía ser un objeto de estudio verdaderamente interesante para analizar todas estas transformaciones.
En Pornotopía te refieres a tu descubrimiento del discurso de Playboy, a partir de las palabras de Hugh Hefner, de un modo cercano a una revelación, como San Pablo cayendo del caballo.
(Risas) Bueno, quizá no sea ésta la mejor imagen... ¡Volvamos a ponernos serios! Los años 50 suponen una normalización social y en ese contexto marcado por lo convencional aparece un personaje con un discurso delirante, Hugh Hefner, que actúa como punta de lanza de muchas cuestiones que hoy están completamente asumidas. En Playboy se perfilarán futuros modelos de interacción social, de domesticidad, los que ahora están normalizados en canales como Facebook. En este sentido Playboy me fascinó aunque, como sospecharás, en principio no parezca demasiado apropiado para alguien que, como yo, enmarca sus trabajos en la órbita de la teoría Queer.
Tuve que leer de cabo a rabo todos los números de Playboy desde su fundación hasta la década de los 80 —entonces la revista empieza a ponerse muy decadente—, y encontré muchas de las claves respecto a cómo se moviliza la heterosexualidad en pleno macarthismo, una época especialmente conservadora y fundamentalista en términos de relaciones sociales.
Me ha sorprendido especialmente cómo muestras en tu libro que Playboy propone ideas revolucionarias sobre lo que podríamos llamar “estilo de vida” y que acaban por definir una nueva masculinidad.
Creo que esa nueva masculinidad, tal como dices, forma parte de un proyecto con más alcance, un proyecto que tiene que ver con un modo de estructurar el género. En Playboy ya no se trata de construir una masculinidad desde un punto de vista anatómico o psicológico, sino por la manera de habitar el espacio. Sería algo así como decir: “Muéstrame tu apartamento y te diré qué tipo de hombre eres”. La propuesta es que la masculinidad tiene que ver con una teatralidad ligada a un escenario determinado, y Playboy propone escenarios, espacios, completamente avanzados, articulados a partir de una serie de sistemas multimedia... Para Playboy un hombre es alguien permanentemente conectado con el mundo. Ya sea en el “ático para solteros” que se propone en las páginas de la revista, ya sea en la cama giratoria de la mansión Playboy, Hefner aparece permanentemente conectado a partir de la televisión, del teléfono.
Las tecnologías definen el nuevo espacio masculino, que la mujer sólo habita de manera temporal, un par de horas por la noche, preferiblemente. Hay una desfeminización de lo domestico, y se inventa una domesticidad nueva, diseñada exclusivamente para los hombres…
Es así, pero permíteme que responda a algo que antes apuntabas. En realidad lo que aparece como revolucionario en Playboy es profundamente conservador, contra-revolucionario. El éxito de la propuesta radica en que se sitúa a medio camino entre la heterosexualidad segregada y monógama de macarthismo y los movimientos que apuntan a una lectura de los géneros no tradicional. Playboy heterosexualiza algunas formas homosexuales, o tradicionalmente consideradas como homosexuales, hasta construir una especie de dandismo heterosexual que desde ese momento se relacionará directamente con Playboy.
Mi investigación empezó cuando me di cuenta de que Hefner, para definir su proyecto, utilizaba una frase de Virginia Woolf —la necesidad de un cuarto propio—, y eso me pareció casi demoníaco. Hefner, para defender su modelo de heterosexualidad se apropia de algunas ideas del feminismo, de los movimientos homosexuales.
¿Cuál sería el rasgo más destacado del dandy que construye Playboy?
Creo que es un dandy heterosexual y adolescente, teenager. Es un consumidor amoral, y no sólo en lo que se refiere a la sexualidad, también respecto al consumo en general.
¿Es una especie de Peter Pan consumista, permanentemente insatisfecho?
Absolutamente, es lo que se muestra en estas imágenes del abuelo Hefner que con ochenta y tantos años posa con sus “novias” gemelas de diecinueve. Parece indicar que el dandy heterosexual de Playboy no envejecerá nunca. En este sentido es interesante observar como Hefner está intentando recuperar de nuevo el control absoluto sobre Playboy recomprando las acciones que no hace demasiado tiempo tuvo que vender, parece como si quisiera garantizar su proyecto más allá de su muerte. La posibilidad de que alguien pudiera expulsar a Hefner de su mansión y luego clausurarla me parece una lástima, creo que sería una gran pérdida para la geografía erótica.
Entonces, ¿podemos entender a Playboy como un proyecto personal, casi artístico?
Bueno, mientras estudiaba a fondo la trayectoria de Playboy llegué a considerarlo como una oficina de arquitectura multimedia, con puntos de contacto con algunos arquitectos contemporáneos como Rem Koolhaas o Jean Nouvel. aunque claro la diferencia está en la base, que en el caso de Playboy no es otra que la pornografía, la representación de imágenes más o menos explícitas en términos sexuales. Pero de lo que sí estoy segura es de que el proyecto de Hefner, aun sin ser un arquitecto a la manera clásica, es tan importante en términos de cómo habitar el espacio como la contribución que realizó Le Corbussier a principios del siglo XX.
En Pornotopía apuntas también que el proyecto Playboy, y no solo desde el punto de vista arquitectónico, también conceptual, plantea un conflicto constante entre el ámbito público y el privado, incluso hasta llegar a la espectacularización de lo privado.
Esta es una de las cuestiones más importantes del proyecto Playboy y también otra posible definición para pornografía: un dispositivo de publicitación de lo privado. Este tema se encuentra en muchos de los elementos de la cultura contemporánea. Tiene mucho que ver con algo de lo que hablábamos al principio de la entrevista, la transformación de las tecnologías de vigilancia en tecnologías de consumo y entretenimiento. En este sentido Hefner es un pionero, instala un circuito cerrado de televisión en su mansión cuando esa idea sólo era concebible, en los años 50, aplicada a un proyecto gubernamental como la CIA o la NASA. Hefner convierte un dispositivo de vigilancia en un dispositivo de producción de placer... y también de capital. Su idea es registrar todo lo que sucede en la casa en un antecedente claro de Gran Hermano o de los dispositivos que hoy día encontramos en cualquier espacio doméstico, como las webcams. Pero Hefner no se detiene ahí, publicita su propia vida privada, crea una especie de autoficción de su domesticidad en la que participa junto a su esposa y su bebé. El espacio doméstico de Hefner aparece, en lo que entonces fue una absoluta transgresión, en las páginas de un gran periódico de Chicago. Por aquel entonces la separación de espacios no es sólo sexual, también diferencia muy claramente lo público de lo privado.
Si lo pensamos bien, lo auténticamente pornográfico de Playboy es esa ruptura espacial, porque en el terreno de la representación sexual, al menos en sus primeros años, es una revista bastante pacata. Especialmente si la comparamos con otros proyectos como Hustler. Los primeros números de Playboy presentan una extraña sucesión de interiores de apartamentos vacíos que, curiosamente, captan la atención de millones de norteamericanos. Sólo podemos concluir que lo auténticamente pornográfico es esa publicitación de espacios habitualmente privados.
¿Cómo interpretas que a pesar de ser un proyecto que se define como pornográfico Playboy se integre sin demasiados problemas en el establishment de la época, que incluso logre un cierto prestigio social?
Creo que son las transformaciones sociales de los años 60 las que de algún modo normalizan su existencia y su modelo de heterosexualidad. Pero esa normalización no deja de ser aparente. Nadie en los Estados Unidos vive como Hefner, practicando la poligamia inmerso en una pornotopía. Lo que en realidad se normaliza es esa publicitación de lo privado a la que ya nos hemos referido.
Resulta muy interesante observar cómo el proyecto Playboy prácticamente no sufre modificaciones desde que se formula por primera vez, ni en sus propuestas ni en sus modelos. Es prácticamente un proyecto momificado que se fosiliza más y más conforme la sociedad se transforma.
¿Cómo te imaginas el final de Playboy?
No puedo imaginarme el final de Hefner. A estas alturas ha demostrado tener una salud de hierro; se acerca a la idea de superhombre nietzscheano. ¡Hefner es capaz de enterrarnos a todos! Playboy ya nos ha legado una idea que se ha anclado firmemente en nuestra cultura: el conflicto entre el espacio público y el privado. Pero la pornotopía, la mansión, el espacio para el placer que ideó y desarrolló Hefner, se convertirá en un parque de atracciones, desprovisto de cualquier carga transgresora. Sin embargo, creamos pornotopías constantemente, que se solapan, sustituyen y complementan, que están siempre allí donde las imaginamos. Estos nuevos espacios acabarán siendo digitales, absolutamente tecnificados, y nos permitirán descubrir que lo que ahora catalogamos como pornotopías, como los hoteles del amor de Japón, tienen mucho que ver con la manera en que habitamos nuestro espacio.
En el mercado
Beatriz Preciado
Anagrama
2010
236 páginas
$59.000