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La filósofa Eva Illouz autora del libro "Intimidades congeladas".

Otras mujeres (Impresa)

El amor en los tiempos del capital

La traducción de sus libros a más de diez idiomas es prueba de que Eva Illouz no solo es una de las intelectuales más destacadas, sino que los lectores se identifican con su mirada crítica y actual.

Jesse Tangen-Mills
13 de octubre de 2010

Cuando Eva Illouz dice que la pasión depende de la escasez, lo dice con las mejores intenciones. Esta estudiosa de la cultura, quien fue nombrada por el periódico alemán Die Zeit como una de las pensadoras más interesantes del panorama actual, puede llegar a convertirse en una de las grandes figuras intelectuales públicas de este siglo. A diferencia de otros teóricos, Illouz no se encarga de dar explicaciones complejas a las cosas. Por el contrario, sus ideas son sorprendentes y mordaces quizás porque se originan en el corazón.

 

Nació en Marruecos, se crió en Francia, y ha enseñando en algunas de las mejores universidades del mundo. Sus libros han sido traducidos a más de diez idiomas. El primero, El consumo de la utopía romántica: el amor y las contradicciones culturales del capitalismo, se enfoca en los lazos que atan el amor al capitalismo. El siguiente, Intimidades congeladas: Las emociones en el capitalismo, describe cómo la pasión se transforma en cálculo racional. En su libro más reciente investiga la obsesión con las emociones.

 

Gran parte se su trabajo se enfoca en el amor y las emociones, cosas que la gente no tiende a asociar con la sociología…

 

Por tradición, las emociones pertenecen al reino de la psicología, pero en las ciencias sociales y las humanidades ha ocurrido un giro emocional. Los sociólogos que se preguntan por las motivaciones de las personas hablan de la envidia, la humillación o la vergüenza que van de la mano de la estratificación social. Podría decirse que ha habido un giro radical en esas áreas de estudio. Se ha mencionado que el capitalismo facilita el amor romántico porque, al parecer, es más individualista y promueve la libertad, lo que hace que la gente se case teniendo en cuenta sus emociones. Esa era una premisa que me interesaba examinar.

 

Los lectores de Intimidades congeladas se sienten afectados. Creo que hay una identificación con sus teorías.

 

Eso me alegra. Creo que uno de los incidentes que me hizo pensar en El consumo de la utopía romántica ocurrió cuando estaba haciendo mi doctorado en Estados Unidos y vivía con un presupuesto ajustado. Era el cumpleaños de mi novio. Pensé: “No puedo invitarlo a un restaurante porque no tengo dinero, entonces cocinaré algo para él”. Pero me pareció obvio que tenía que preparar algo especial. Debía comprar velas y ni siquiera tenía un mantel. Entonces caí en cuenta de que para producir el efecto de una cena romántica debía invertir dinero que no tenía. Creo que fue un detonador que me llevó a preguntar por la conexión de la atmósfera romántica, el dinero y el consumismo.

 

¿Cómo pasó de las atmósferas románticas a las redes de citas que estudia en Intimidades congeladas?

 

Me sorprendió que ambas fueran dos versiones del capitalismo. La versión que yo estudio es aquella en la que los bienes de consumo pueden ayudar a la gente a establecer lazos por medio de rituales. Dicho de otra forma, tenemos la idea de que los bienes de consumo son lo opuesto a las emociones. Las emociones hacen parte de nuestro espíritu y nuestra vida interior, mientras que los bienes de consumo son materiales y pertenecen al mundo exterior. Pero los bienes de consumo no solo ayudan a la gente a expresar sus emociones sino también a crearlas.

 

¿Me podría dar un ejemplo?

Pensemos en eso que llamamos atmósfera romántica. El adjetivo “romántico” se usaba en el siglo XIX para designar un paisaje desolado que evocara sentimientos melancólicos y también designaba a un movimiento intelectual. En el siglo XX el significado de “romántico” deriva del hecho de que algunos objetos crean una atmósfera. Ese significado está atado a los bienes de consumo. En la investigación que hice sobre internet, muestro que la tecnología menoscaba aquello que en el siglo XIX se llamaba “pasión”, pues obliga a administrar las relaciones de una manera racional y, a la vez, genera una actitud indiferente frente al encuentro con otros. La posibilidad de tener muchas opciones es lo que cambia la experiencia de la pasión, pues la pasión depende de la escasez.

 

No sé si conoce la campaña “Colombia es pasión” que simboliza la identidad de esa nación con la pasión. ¿La idea del amor en Colombia pertenece al siglo XIX o al XX?

 

En Latinoamérica, probablemente la familia o el matrimonio sean la motivación para escoger pareja. Me imagino que es como en Israel, donde uno termina la búsqueda de pareja más rápido. Si el matrimonio fuera una parte importante del juego, las mujeres serían más reacias a ser libres sexualmente. Esto no ocurre en Estados Unidos o en Europa, donde el matrimonio se ha convertido en algo opcional. El hecho de que casarse no sea una finalidad hace que las personas se comporten de otra forma en asuntos de sexo.

 

¿Qué hay de los romances ilícitos. No es ahí donde la gente busca un amor auténtico por fuera de su pareja?

 

El romance ilícito viene de una cultura igualitaria en la que existe una desconexión entre la sexualidad y las emociones, pero también entre las emociones y las instituciones. Puedes acostarte con alguien y no tener emociones, y tener emociones sin las instituciones. Estas rupturas son necesarias para un romance ilícito, mientras que el gran amor o la pasión trata de conectarlas a todas.

 

Me interesa su mirada sobre el concepto de inteligencia emocional. ¿Qué problemas encuentra en la noción de que estamos dotados de una capacidad cuantificable de respuesta emocional?

 

Creo que ese concepto aplana y estandariza nuestros estilos emocionales. Esta experiencia es muy común para los extranjeros que viven en los Estados Unidos. El estilo emocional de la oficina norteamericana sigue patrones de conducta. Si sabes que ser inteligente emocionalmente se traduce en poner atención a las personas y estar de acuerdo con la gente, tendrás a hordas de personas comportándose de la misma manera. Una de las consecuencias es que en el espacio laboral las interacciones emocionales se estandarizan y se generan escalas que terminan excluyendo a grupos enteros de personas.

 

Usted dice que los afroamericanos son esas personas que pueden verse excluidas…

 

La película Ladybird Ladybird de Ken Loach muestra la impresionante historia de una mujer muy pobre que tiene cuatro hijos. Para asegurarse de que nada les ocurra mientras está trabajando, los encierra en la casa. Un día hay un incendio y uno de ellos se lastima. Entonces las autoridades la declaran incompetente y se los quitan. Ella va a los tribunales y el juez la regaña. Empieza a gritar como lo haría cualquier persona con una respuesta emocional normal cuando enfrenta a una injusticia. Pero sus gritos la descalifican aún más. Ese es un ejemplo de cómo un estilo emocional puede tener consecuencias institucionales. Algunas personas saben cómo comportarse emocionalmente y logran proyectar un aura de credibilidad. Yo estoy en contra de la tipificación de los estilos emocionales y cómo unos generan más autoridad o credibilidad.

 

¿Se encuentra por momentos con ganas de escapar a su propia perspectiva crítica?

 

Me siento atrapada cuando quiero juzgar a alguien. Cuando la gente se desvía de la norma, muchos de nosotros recurrimos a la locura como única explicación. Es estúpido juzgar a la gente moralmente, pero así es. Creo que en el asunto de la responsabilidad personal hay discrepancias entre la izquierda y la derecha. La sensibilidad de la izquierda trata de tener compasión por la gente que no le ha ido bien. La de la derecha cree que si las personas se encuentran en problemas lo mejor es que se salgan de ahí por sus propios medios, ya que la experiencia les formará el carácter. Me siento atrapada cuando soy consciente de que la explicación psicológica hace a la persona responsable y por lo general ofrece una visión muy poco compasiva. Por otro lado, no puedes evitar pensar que los estoicos tenían razón: no podemos cambiar el mundo pero podemos cambiarnos a nosotros mismos. Ese es mi dilema.

 

Así que de alguna manera es decisión nuestra. ¿Esto está relacionado con lo que usted llama “la ecología de la elección” ?

 

Ese es un concepto en el que estoy trabajando. Yo diría que hay ambientes que moldean nuestras elecciones. La publicidad es un mecanismo que restringe tus elecciones y las reglas endogámicas afectan con quien puedes casarte. Creemos que las elecciones privadas son nuestras y que no están moldeadas por restricciones invisibles del ambiente en que vivimos. En mi libro trato de explicar que eso que conocemos como “la aversión al compromiso” es realmente una trasformación de la ecología de la elección.

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