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¿Cómo así que andabas sin placa? ¡Lección aprendida!

Yamila y Linda nos cuentan cómo se dieron cuenta de la importancia de que siempre un animal de compañía debe tener su respectiva placa con datos de contacto.

Linda Guacharaca
17 de abril de 2017

Mi mamá se dio cuenta de lo importante que era que fuera identificada el primer día que salí con un paseador. Como colombiana de pura cepa que soy, lo que más me asusta, además de que me bañen, es que me vayan a secuestrar. 

Por eso aquel día, en el primer momento que tuve ocasión, me volé a buscarla. Como soy un sabueso para seguir rastros llegué, horas más tarde, por mis propias patas torcidas. Pero… ¿y si no hubiera sido así? Andaría sucia, delgada y asustada vagando por las calles. 

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Quizás me hubiera atropellado otro carro. Viviría en un refugio o me llamaría “Mona” y estaría haciendo vida familiar en otro sofá. Lo que sí es seguro es que hasta ahí hubiera llegado la historia de la escritora, viajera, modelo y actriz Linda Guacharaca.


Desde entonces en mi cuello luzco siempre una espectacular placa con mi nombre y los datos de mi mamá grabados al dorso. A veces azul, otras negra, últimamente de un intenso color rojo. Igual que tú te cambias de ropa, a mí también me gusta variar.

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De ese modo mi mamá está tranquila de que si un día me pierdo entre el gentío, salgo corriendo por escuchar pólvora o la pierdo de vista por un momento, algún ciudadano reparará en mi telescópica nariz, mi pañoleta rosada y mi tumbao y le dará la ubicación exacta para que me venga a buscar.

 Ya lo pusimos en práctica algunas veces. Como el día que, haciendo caso omiso de sus instrucciones de esperarla en la puerta, entré a buscarla por todos los edificios de su universidad. O el día en que, de paseo por Boyacá, me fui sola al hotel a la vista de que se entretenía mucho alimentando al perro más feo que hayas visto en tu vida.

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Hoy ese perro es mi amigo Monguí y, gracias a que mi mamá le regaló su propia placa, hoy está sano y salvo de regreso en su hogar después casi matar de un infarto a su cuidador ocasional. Monguí también es colombiano. 

A menudo en nuestros paseos nos sigue un admirador obnubilado por mis encantos, incapaz de separarse de mí. O descubrimos algún amigo vagando en el parque, olisqueando las canecas. Cuando llevan placa mi mamá llama de inmediato. Algunas veces son falsas alarmas. Otras acaban en un reencuentro feliz, pero… ¿y si no la llevan? 

¿Qué esperas para pedirles a tus papás que te pongan una medalla tan espectacular como la mía?

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