Satrapi recuerda su iniciación en el mundo en el aeropuerto de París

Cine

Persépolis

Lo más conmovedor de estas memorias de la ilustradora iraní Marjane Satrapi es que se trata, en últimas, de una manera de dar las gracias por su vida.

Ricardo Silva Romero
17 de mayo de 2008

Título original: Persepolis.
Año de estreno: 2007.
Género: Dibujos animados.
Dirección: Marjane Satrapi y Vincent Paronnaud.
Actores: Chiara Mastroianni, Catherine Deneuve, Danielle Darrieux, Simon Abkarian, Gabrielle Lopes.


Sucede lo que los profesores de literatura dicen que pasa con los grandes libros: que al final de Persépolis uno no es la misma persona que era antes. Me refiero, primero, a la exitosísima novela gráfica de iniciación (sería mejor decir "de la autobiografía en forma de cómic") que la joven iraní Marjane Satrapi publicó en cuatro estupendas entregas entre 2000 y 2003. Sus delicados dibujos en blanco y negro, de persona que ha logrado ser niño en plena madurez, ilustran un sentido del humor en medio del horror que conmueve a cualquiera con dos dedos de corazón. La maravillosa historia que cuenta, ese "de cómo la niña Marjane se convirtió en una mujer en paz a pesar del aterrador Teherán de los años 80", tendría que ponerla en la misma lista en la que se encuentran libros como La isla del tesoro o El guardián en el centeno: se trata de un gran relato sobre hacer las paces con el mundo.

Escribo, ahora, sobre la estupenda película que se ha filmado a partir de la historieta. Que es, por lo menos, tan buena como podía ser una adaptación cinematográfica de semejante saga. Sólo dura 95 minutos. Y como su estructura es episódica, como va de anécdota en anécdota por la vida de la niña Satrapi, aburrirá a un público que quiera ser atrapado por una trama. Pero, quizás porque la misma autora la codirige, porque los dibujos siguen siendo los suyos, logra lo mismo que logran los cuatro volúmenes de los que parte: nos hace prójimos de la gente de Irán en medio de tantas diferencias culturales; nos prueba que día a día luchamos para no dejarnos someter por esos peligrosos líderes que una mañana despiertan convertidos en dioses; nos recuerda que la historia de todos es, en el fondo del fondo, la historia de una familia que hace lo mejor que puede para darle sentido a su paso por el mundo.

La protagonista de Persépolis, que nos invita a caer en cuenta, desde el título, de la riqueza del universo persa, está rodeada de personajes memorables: un tío entrañable que le explica lo que es una injusticia como a la hija que no pudo tener; un papá cariñoso que se resiste a dar su brazo a torcer en los peores días de la revolución islámica; una mamá comprensiva que le enseña a llevar con dignidad la era de las opresiones liderada por Khomeini; y una abuela despierta que siempre, hasta en los tiempos de la guerra contra Irak, dijo las cosas tal como eran. Marjane Satrapi es la suma de ellos. Y sus memorias, tanto en los libros como en el cine, son una manera de darles las gracias por haberle permitido ser la persona que tenía que ser.

Eso es lo universal de este relato. Por eso nos cambia cuando llegamos al final. Satrapi da las gracias a su familia por la vida recibida. Y nosotros nos vamos de la narración con la sensación de que ni la esperanza ni la nostalgia ni el humor pueden ser doblegados por los peores tiempos. Qué bueno haberla visto.