CRÓNICA

Cuando la gente se muere en vivo y en directo

La reciente muerte de un arquero en Indonesia, hizo recordar historias de personajes que han muerto haciendo lo que más les gusta en escenarios, campos de juego, salas de redacción y hasta en la carretera.

Indalecio Castellanos
27 de octubre de 2017

El próximo mes de noviembre se cumplirán 39 años de la muerte en el salón Rojo del Hotel Tequendama, del cantante cubano Miguelito Valdés, mientras cantaba uno de sus temas más populares.

Era un jueves 8 de noviembre, del año 1978, cuando Valdés cantaba Babalú Aye ante un público delirante y un fuerte dolor en el pecho le hizo intentar abandonar el escenario.

Sin imaginar que estaba buscando la intimidad que reclama cualquier ser humano para enfrentar ese instante supremo, Miguelito pudo exclamar simplemente: ¡Perdón señores!

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La canción Balabú Aye es una invocación a una de las deidades veneradas en Cuba para implorar, pero eso no fue suficiente para evitar el desplome definitivo.

Miguelito había pegado los gritos de changó, con los que empezaba su tema, y cantado la primera estrofa que empieza diciendo: “Están empezando los velorios, ay, que le hacemos a Babalú”.

El corazón del cantante se afectó por la altura de la capital y mientras soltaba el micrófono, se llevó la mano al pecho e intentó desabotonarse la camisa, para luego desplomarse irremediablemente víctima de un infarto.

El desaparecido periodista cubano, José Pardo Llada recordaría muchas veces la historia, diciendo que “en el escenario del Hotel Tequendama, cantando Babalú, de buenas a primeras se sintió mal por la altura y murió allí como tocado por un rayo”.

Para muchos la muerte de este intérprete de son, bolero y guaracha es “lo mejor que le puede pasar” a un artista que sueña con morir sobre el escenario acompañado de su mejor canción.

Otras muertes en el escenario

Pese a que morir siempre es una derrota estruendosa, muchos prefieren darle cierto tono heroico para enfrentar este momento definitivo, como una manera de prepararse para la felicidad eterna.

En abril del año 2016 también murió en pleno concierto el cantante congolés Papa Wemba, mientras se presentaba en un festival de músicas urbanas en Costa de Marfil.

A sus 66 años, el rey de la rumba congoleña, como se le conocía, se desvaneció de improviso detrás de las coristas de su grupo, que por un momento siguieron con su coreografía sin percatarse del hecho.

Sus músicos lo rodearon inmediatamente en un vano esfuerzo por darle  ayuda y luego acudieron integrantes de la Cruz Roja y médicos para brindar los primeros auxilios, ante el asombro de los asistentes que no entendían lo que pasaba.

Papa Wemba murió camino al hospital y los médicos diagnosticaron que la causa fue un infarto.

Lo mismo ocurrió con el cantante boliviano, Edelmiro “Milo” González García, quien murió el 19 de junio de 2016, después de cantar una canción que empezaba diciendo: “Traigo una pena clavada, como puñalada en mis pensamientos”.

Como haciendo un resumen final de su existencia, “Milo” habló de su lugar de nacimiento, de su niñez, de las circunstancias en que viajó con su padre a Méjico en busca de mejor suerte y de sus recuerdos en la reconocida banda mejicana “Los Muecas”.

Cuando se aprestaba a interpretar “La herida”, empezó a sudar frío y desplomarse mientras se pasaba insistentemente la mano por la cara.

-“Siéntate, respira profundo”, gritaban los angustiados asistentes al concierto, mientras después de un tiempo el animador oficial ofrecía excusas a los asistentes y confiaba en que “Milo” se recuperaría del desmayo.

Nadie muere la víspera

Morir en su ley cómo una manera de hacer más dulce el abandono, es lo que le ocurrió en junio de 2003 al futbolista camerunés, Marc-Vivien Foe, quien se desplomó en el centro de la cancha de fútbol de Lyon en Francia, mientras se disputaba un partido de la Copa Confederaciones contra el seleccionado de Colombia.

Los aficionados en el estadio, y los que seguían el partido a través de la televisión, fueron testigos de su agonía, mientras los comentaristas deportivos vaticinaban que Foe “sería retirado a un costado para que lo atendieran”.

Para siempre quedará la imagen de ese atlético hombre desgonzado sobre la camilla en que fue retirado del estadio, en medio de las caras de preocupación de los futbolistas y los hinchas.

Hace dos semanas, el mundo observó conmovido como el portero indonesio, Choirul Huda murió a causa de un paro cardiaco, luego de chocar con un compañero y sufrir un fuerte dolor en el cuello y en el pecho.

El deportista de 38 años de edad sufrió un golpe  mientras se disputada el partido entre el Persela Lamongan y el Padang y la televisión local mostró la difícil situación que afrontó en el campo de juego.

Huda, una de las figuras del fútbol asiático, fue sacado en una camilla y posteriormente falleció en un hospital regional de la ciudad de Lamongan.

Parodiando esas expresiones de los comentaristas deportivos, el 8 de abril de 2005 el narrador Alberto Martínez Prader murió “en directo y en la carretera”, mientras transmitía para RCN Radio una etapa de la Vuelta a Colombia en bicicleta.

Con su estilo lleno de vitalidad, Martínez Prader relataba las condiciones del descenso y el vértigo de la competencia, diciendo palabras que acaso le hacían presentir la fatalidad: “Si señor, aquí lo llevo, asustadito…pero aquí vamos descendiendo a tumba abierta, afortunadamente confiando en Dios…”.

Y un segundo antes que el  transmóvil  tomara la curva, el narrador seguía con su oficio contando: “Atención que pasó de largo Walter Pedraza, casó a Alvarito Sierra; se quedó Soler…la pareja de punta va por la etapa…Soler, Soler…ay juepu…”.

Y mientras el transmóvil rodaba sin control, la señal se interrumpió abruptamente y luego pasó lo que pasó.

La muerte de Martínez Prader se produjo  un año después de la desaparición del  también locutor deportivo, Guillermo Alfonso Mejía, quien sufrió  las primeros estertores de la muerte mientras trabajaba en la emisora Antena Dos, en Bogotá.

Antes de salir al hospital, mamando gallo como era su costumbre, pidió que “lo llevaran en Transmilenio para llegar más rápido”.

En vivo y en directo

La muerte en 2012 del director de la redacción del diario Le Monde, Erik Izraelewicz mientras adelantaba sus actividades, ha hecho recordar otros episodios en los que literalmente varios periodistas han muerto en vivo y en directo.

“Izraelewics se sintió mal de repente, pidió un vaso de agua y se desplomó entre síntomas de ahogo” antes de ser llevado a un hospital de París en dónde se certificó su muerte. Triste final para un hombre que no bebía, no fumaba y nunca tuvo problemas de salud, pero era el director de un periódico, en medio de las tensiones y presiones por la difícil situación que atraviesa la prensa.

En la década de los noventa en la misma sala de redacción de Le Monde había muerto el gran reportero Yves Heller.

Hay maneras de morirse y es difícil imaginar que alguien pueda hacerlo en la radio, pero ha ocurrido varias veces.

El locutor colombiano Juan Clímaco Arbeláez leía una noticia en uno de los informativos de la BBC de Londres cuando un infarto apagó su voz para siempre.

Arbeláez leía una noticia que decía: “En su último esfuerzo para resolver la emergencia de la contaminación del aire” y para entonces el tono de su voz se fue apagando y las palabras eran ya impronunciables y la lengua se hizo pastosa y pesada.

Irónicamente en su último esfuerzo, Arbeláez intento seguir leyendo: “Las autoridades impusieron nuevas y severas medidas de restricción del tránsito sobre…” y fue lo último que dijo antes de caer pesadamente sobre la mesa.

Y luego hubo un breve silencio, que en radio es un siglo, antes que su desconcertado compañero retomara el aliento para decir un escueto “pedimos disculpas a los oyentes”, como una  demostración que el ruido provocado por el cuerpo de un hombre cayendo sobre la mesa fue un atentado contra la devoción que esta cadena mundial siempre ha tenido por la perfección del sonido.

En todas estas historias no hay  héroes, ninguno pudo derrotar  la muerte,  simplemente el recuerdo de  hombres sencillos que murieron como debe ser, haciendo lo que más les gustaba.