Bogotá
El hambre no da tregua: los desgarradores testimonios que ponen en evidencia la silenciosa amenaza que se vive en Bogotá
SEMANA hizo un recorrido por una zona bastante vulnerable de la capital del país, conociendo historias desgarradoras de la cruda realidad que se está viviendo en la ciudad.
“En la casa solo comemos dos veces al día, para el almuerzo y para la comida, el desayuno para nosotros no existe, no tenemos cómo, no hay manera, lo que hacemos es preparar el almuerzo temprano, para poder comer al mediodía o un incluso antes, y así calmar el hambre”.
Las anteriores frases son parte del desgarrador relato de Dora Parra, una mujer de 34 años de edad, oriunda de Bogotá y que vive con uno de sus hijos, de 12 años, y con una nieta de pocos meses de nacida, en una casa levantada entre troncos, tejas de zinc, y polisombras, en donde el piso es un largo tapete de barro y tierra y en donde el agua potable brilla por su escasez.
La estufa artesanal a leña, en donde Dora prepara los alimentos, es la muestra clara de lo imposible que es para ella y su familia adquirir una bombona de gas cuyo precio supera los 60.000 pesos.
El almuerzo que prepara Dora para ella y los niños consta de arroz, fritas de maduro y huevos, y aunque para muchas personas este puede ser un plato bastante sencillo, para esta humilde familia es en muchas ocasiones lo único que pueden comer, pues el pollo, la carne y el pescado son alimentos de mucho lujo que lamentablemente no se pueden dar el placer de saborear.
Dora trabaja cuidando a una mujer mayor en Soacha y con el poco dinero que recibe debe hacer milagros para poder sobrevivir y, aunque son evidentes las necesidades que día a día debe afrontar, esta mujer agradece a Dios por su vida y la de su familia, y tiene bastante claro que si pudiera pedirle ayuda al Distrito, únicamente pediría comida, pues se define como una mujer guerrera, dispuesta a rebuscarse en cualquier trabajo para superarse entre las adversidades.
Pero la de Dora es tan sola una de las diferentes y desgarradoras historias que se pueden conocer en el barrio Verbenal Sur, en la localidad de Ciudad Bolívar, al sur de Bogotá, y que son un fiel reflejo del hambre por el que atraviesan miles de personas en la capital.
Desplazados por la violencia
Lucero Colorado, de 21 años de edad y madre de dos niños de cinco años y cinco meses, respectivamente, es otro claro ejemplo de la crítica situación.
Lucero llegó hace dos años a Bogotá en compañía de su esposo Mario, huyendo de la violencia y los grupos armados en Tumaco, en el departamento de Nariño, y hoy a más de 1.000 kilómetros de distancia de su ciudad natal, recuerda con la voz entrecortada y lágrimas en los ojos, los duros momentos que ha tenido que atravesar.
“La violencia nos obligó a salir corriendo y a buscar otras oportunidades de vida, en otros lados, huyendo de nuestra tierra, buscando un mejor futuro para mis hijos, porque tristemente en Tumaco los jóvenes que se forman allá, en ocasiones, la única salida es meterse a la guerrilla y si los hombres no se quieren meter a esos grupos, tienen que salir. Fue así como nos dijeron que teníamos que irnos, y al otro día nos tocó salir de Tumaco”, señaló Lucero.
Mario y Lucero, quienes estudiaron hasta noveno grado de bachillerato, lo tenían claro, debían abandonar Tumaco por la amenaza latente de los grupos armados: “Esa vida es de perro, en el que lo único seguro es la muerte”, indicó ella.
No lo pensaron dos veces para dirigirse a Bogotá, “la ciudad de las oportunidades”, como dice ella, y aunque en la capital del país están lejos del conflicto armado, ahora es el hambre el que les amedrenta la vida.
“Mario trabaja por días, en construcción, cuando lo llaman, y así es como sobrevivimos, pagamos el arriendo que nos cuesta 150.000 pesos, y por lo menos esta quincena tuvimos que comprar una bombona, porque ya llevábamos casi un mes sin gas, solo nos quedaron 100.000 pesos para el mercado”, indicó Lucero.
Con esos escasos recursos, cada día en esta familia se convierte en una ardua batalla con la vida. “A duras penas pudimos comprar arroz, aceite, un paquete de lentejas, fríjol y huevos”, dijo Lucero, quien reconoció que en algunas ocasiones ella y su esposo se acuestan sin comer, pero eso sí, tratan de que sus hijos siempre cenen, aunque sea “un pan y aguapanela”.
En esta casa levantada en troncos y tejas de zinc, la nevera es un adorno o una especie de estantería, que ni siquiera permanece conectada. El pequeño mercado que reciben del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF) para el niño de cinco meses, se convierte, en ocasiones, en lo único que tienen para comer.
“Mi hija tiene problemas de crecimiento”
“Cuando mis hijos me dicen que tienen hambre, no sé ni cómo explicar la sensación que siento, la impotencia, el dolor que me da, pienso mucho en ellos y es por ellos que salgo adelante, y de ser el caso no me da pena pedir, no estoy robando, no, lo único que hago es pedir para mis hijos y muchas veces me toca quitarme el pan de la boca para dárselos a ellos, pero todo sea para que no se acuesten sin comer”.
Ese es el relato de Lisneida Rosas, una mujer venezolana, quien llegó a Bogotá desde hace un año, con sus tres hijos, una niña de 17 años, y dos varones de 4 y 11 años, en busca de mejores oportunidades y quien día a día debe luchar, guerrearla, en otro país que no es el suyo.
Su principal motivación para levantarse todos los días a salir a trabajar desde las 6:00 de la mañana, y regresar a casa hasta altas horas de la noche, es su hija, quien tiene problemas de crecimiento y necesita de cuidados especiales.
“Ella me convulsionó en mi vientre cuando yo tenía cinco meses de embarazo, y le afectó su crecimiento y desarrollo. Ella no habla, pero cuando tiene hambre o sed viene y le pega a la nevera, de hecho es la que más come. Es mi inspiración”, dice Lisneida.
Esta mujer, de 49 años de edad, se la rebusca en la vida trabajando en oficios varios, en una chatarrería, haciendo aseo en casas, cortando el pelo y cualquier actividad que le salga y que le permita ganarse unos pesos de más.
En promedio, entre tanta labor que ejerce, se gana 30.000 pesos diarios o un poco más, y con esa plata deber hacer milagros para pagar el arriendo que le cuesta 450.000 pesos al mes, pagar servicios, hacer mercado y comprarle un paquete semanal de pañales a su hija, el cual supera los 80.000 pesos.
Ni ella misma logra explicar cómo hace para sobrevivir. Con tantas obligaciones, y con el cuidado especial que requiere su hija, los alimentos escasean en su hogar. Los desayunos en su casa son una arepa con un poco de queso; los almuerzos, casi siempre arroz y lentejas y, muy rara vez, acompañado con unas alas de pollo; en la cena, una vez más arepa.
Sin embargo, lamentablemente, no todos los días hay para comer y ella, con tal de que sus hijos logren comer algo, se acuesta dos o tres días a la semana sin cenar.
“Me pongo a llorar, me dan ganas de regresarme a mi país, le pido a Jehová que me ayude, que me dé para darle de comer a mis hijos, y al otro día, gracias a él, cualquier cosa consigo”, afirma Lisneida, quien en ocasiones acude a pedirle comida a sus vecinos.
Viviendo del reciclaje y agobiada por el cáncer
Yolima Gutiérrez, de 52 años de edad, quien lleva diez años ejerciendo la importante labor del reciclaje en Bogotá, sobrevive con menos de 10.000 pesos al día, plata que se gana tras caminar horas y horas con sus tres hijos, recogiendo material para vender.
Sus jornadas de trabajo son verdaderamente extensas. “Nos vamos el lunes, y llegamos el miércoles, volvemos a salir el jueves y regresamos el domingo, no dormimos, pasamos derecho, y solo descansamos algunas horas dentro de las zorras”, narra Yolima, quien no tiene de otra para salir adelante.
Esta mujer nació en Sogamoso, en Boyacá, y desde muy pequeña se fue a vivir al departamento de Arauca, de donde fue desplazada por la violencia. Hoy vive en una humilde vivienda en el barrio Verbenal Sur y si bien es feliz con lo que tiene, una monstruosa enfermedad, de manera silenciosa, está acabando con su vida.
“Tengo un tumor en el estómago, y eso me genera mucho dolor y estos días no he podido salir a trabajar, me dicen que es cancerígeno, se me ha ido cayendo el pelo, los dientes, pero ya no quiero ir al médico para llenarme de malas noticias, solo quiero vivir para sacar adelante a mi chiquito”, dice Yolima.
El pequeño niño al que se refiere Yolima es su bisnieto, de un año de nacido, quien está a su cargo. “Él es el que me da las ganas para levantarme y querer salir adelante”, dice con lágrimas en sus ojos.
A pesar de la coyuntura, vive muy feliz en su “ranchito”, como ella misma le dice, el cual levantó sola, con mucho esfuerzo. Es una vivienda hecha con palos, alambres, lonas y tejas de zinc. “Yo uso todo reciclado, la ropa, la cama, los tendidos, hasta la nevera, y no me da pena, porque Dios es quien me da mis cosas, y yo las recibo, y yo soy feliz en mi casa, con lo que tengo”, comenta.
Sin embargo, a pesar del entusiasmo y las ganas de vivir, Yolima no puede ocultar la realidad por la que está pasando: “Claro que me acuesto muchas veces sin comer, o solo con un jugo, o un pedacito de pan, todo con tal de que mi chiquito sí tenga con qué alimentarse”, dice.
Y agrega: “Yo trato que el desayuno para mi bebé sea cebada; el almuerzo, arroz, papa, lentejas o frijol y cuando hay cómo, compró una presita de rabadilla”.
Hoy en día Yolima cuenta con una pequeña huerta en casa que de a poco empieza a dar sus primeros frutos, además sueña con poder recibir ayuda “para el emprendimiento de zapatos que me gustaría montar”.
Urgen soluciones
El líder social de Ciudad Bolívar, Daimer Quintero, aseguró que el hambre y la falta de oportunidades para miles de familias es una problemática que requiere soluciones urgentes.
“Necesitamos que el Distrito venga hasta el territorio para que mire la situación que están viviendo cientos de familias en estos espacios, donde hay pobreza oculta, y pobreza extrema, familias a las que no les llega ninguna ayuda del Gobierno, pero que les toca sobrevivir día a día con lo poco que se rebuscan, y es muy preocupante que existan familias que solo se acuestan con una comida al día, como hay otras que viven en algunos asentamientos y las condiciones no son dignas para seres humanos”, asegura Quintero.
Para el líder social, esta crítica realidad “es el resultado de la falta de oportunidades, falta de garantías, de oferta institucional que no llega a los hogares donde realmente se necesita o se requiere, pues hay familias que reciben subsidios, pero no lo necesitan, mientras que hay otras que se acuestan con sus niños sin nada que comer”.
Las cifras
La encuesta entrega una amplia radiografía de cómo queda la capital del país tras cuatro años de la administración de la alcaldesa Claudia López.
El encargado de presentar los resultados fue el director de ‘Bogotá Cómo Vamos’, Felipe Mariño, quien subrayó que estos cuatro años “fueron muy difíciles, mediados especialmente por unas condiciones sociales, en algo que terminó en una crisis en lo social y en salud, pero que después se convirtió en una crisis en lo económico”.
En términos generales, de acuerdo con Mariño, aumentó el indicador de hambre en la ciudad, se incrementó la brecha de género en el hambre y, así mismo aumentó, la autopercepción de pobreza.
En la presentación de los resultados de la encuesta, Mariño entregó un balance de cómo creció el hambre en la ciudad y se ampliaron las brechas de género y de edad.
De acuerdo con los resultados, para 2023, el 24,9 % de los encuestados contestó que sí tuvo que comer menos de las tres comidas diarias. Esto evidencia un crecimiento de casi 10 puntos porcentuales frente a 2019, último año de la anterior administración y el año antes de la pandemia.
Según lo explicó Mariño, los resultados permiten analizar que son las mujeres, como lo evidenció SEMANA en los testimonios recopilados, las que más han tenido que dejar de comer las tres comidas del día. Así mismo, son los mayores de 55 años los que más están pasando hambre en Bogotá. El directivo subrayó que combatir el hambre y la pobreza debe ser el gran reto del alcalde electo, Carlos Fernando Galán.
La encuesta de Percepción Ciudadana de 2023 de ‘Bogotá Cómo Vamos’ también indagó por la autopercepción de pobreza entre los capitalinos y se evidenció que muchas más personas en Bogotá se sienten pobres.
Ahora, de acuerdo con Mariño, si bien las personas tienen una mayor percepción de pobreza, los resultados de la Pobreza Monetaria y Pobreza Multidimensional del Dane ponen de presente que la pobreza se está reduciendo en la ciudad.
En consecuencia, Mariño sostuvo que este aumento en la percepción de la pobreza en la ciudad puede estar ligado al incremento de la inflación. Por otro lado, de acuerdo con los resultados de la encuesta, el 35,6 % cree que la situación económica de su hogar ha empeorado.
Plan de choque contra el hambre
En esta semana que termina, el alcalde electo de Bogotá, Carlos Fernando Galán, y el director de la Asociación Nacional de Empresarios de Colombia (Andi), Bruce Mac Master, tuvieron un encuentro.
Se trató de un espacio productivo en el que se conversó con diferentes empresarios sobre los desafíos de Bogotá en los próximos años, especialmente en materia de seguridad, movilidad y desarrollo económico, entre otras áreas.
Al resaltar el encuentro con la Andi, Galán anunció que en su administración se pondrá en marcha un plan de choque para contrarrestar el hambre en Bogotá.
“Los empresarios serán aliados importantes para el progreso de Bogotá y jugarán un rol fundamental en el plan de choque que pondremos en marcha contra el hambre”, afirmó el mandatario distrital electo.
Es así como las familias que, literalmente, no tienen nada para comer esperan que la situación les cambie por completo.