POLÍTICA
El hijo del Mono Jojoy revela que no encontró el chip en la bota que permitió dar de baja a su papá. Cuenta la historia de amor con su esposa
Jorge, el hijo del temido Mono Jojoy, y Catalina, una periodista con ideas de derecha, escribieron un libro en el que confiesan cómo surgió su amor. Los detalles son reveladores.
Jorge y Catalina son esposos hace dos años y decidieron dar a luz a su primer hijo: Podéis ir en paz, un libro de 200 páginas cargado de infidencias, secretos y revelaciones de cómo los unió el destino. Jorge –hijo de Jorge Briceño, alias el Mono Jojoy, el temido guerrillero de las Farc– terminó en el altar con Catalina, una periodista de derecha a quien conoció en junio de 2020, en un karaoke en Bogotá.
La historia fue de telenovela, acaparó la atención de la prensa internacional y llevó a distintos sectores a reflexionar y entender que se puede amar en medio de la diferencia. Él, de izquierda y exguerrillero; ella, una mujer aplomada de derecha, hija de empresarios y cercana a Álvaro Uribe y al Centro Democrático. Más allá de los extremos, los unió una cadena de coincidencias.
Jorge, quien nació en la selva y fue entregado en adopción por el Mono Jojoy, rememoró el trágico 2010, año en que las Fuerzas Militares dieron de baja a su padre, cuyo cuerpo visita frecuentemente en un cementerio en Bogotá y le escribe cartas en cada aniversario. A él le leía en el campamento a las dos de la madrugada. Su padre lo bautizó como Jorge (como se llamaba él) y Ernesto (por el Che Guevara).
El 21 de septiembre de 2010, cuando Jorge era guerrillero, lo enviaron a tres kilómetros del campamento a revisar unas provisiones que habían llegado hasta las profundidades de la selva. Su papel era verificar que no viniera una trampa, un microchip escondido que, eventualmente, rastreara el paradero de Jojoy, un pez gordo por cuyo paradero las autoridades de Estados Unidos ofrecían hasta 2 millones de dólares. Y así ocurrió. Entre las provisiones, había unas botas de suelo muy gruesas, especiales para un diabético.
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“Mi papá las había pedido, pues tenía esta enfermedad y requería un tipo de calzado que no provocara roces ni compresiones que pudiera generarle heridas en los pies”, se lee en el libro. Él, recordó, le había encargado a su hijo revisarlas y llevárselas hasta el búnker en el que se refugiaba. “Les pasé el aparato por todas partes a las botas y en ningún momento pitó o hizo alguna señal de que pudiesen traer un microchip, entonces las tomé y me las llevé para el campamento”, contó.
Horas más tarde, los aviones empezaron a descargar bombas sobre el campamento de las Farc. El búnker, cubierto por una espesa selva donde se refugiaba Jojoy, voló en mil pedazos: los árboles gigantes, derribados por los explosivos, sepultaron lo que encontraron a su paso y cambiaron totalmente el escenario del escondite fariano. Jorge, quien estaba en el campamento, logró escapar. “Nos lanzamos entre la trinchera y no paraban de caer bombas a nuestro alrededor. Desde la trinchera, solo se veían las luces enceguecedoras de las explosiones, parecía como si el mundo se fuera acabar”, detalló.
En medio de los estruendos, pensó en su padre, en buscarlo, pero era imposible. Los explosivos seguían cayendo y los accesos terrestres al sitio exacto donde estaba el comandante guerrillero los habían borrado las ruinas provocadas por los estruendos.
“Pudimos confirmar por la radio que en el operativo militar habían dado de baja a mi padre y que la forma de ubicarlo había sido con un microchip implantado en las botas que yo había revisado días atrás. El dolor me invadía, la guerra no permite hacer duelos en el momento”, reveló, en medio de un relato conmovedor. La noticia para él fue desgarradora. Y es que él conoció al otro Jojoy, al padre con el que jugaba, leía y lloraba cuando se despedían, el mismo que se cambió el camuflado cuando Jorge, de escasos 7 años, no quiso abrazarlo efusivamente en una de sus visitas a la selva porque pensaba que era un policía. “¡Policía no!”, le dijo el pequeño.
El libro transita por la vida de Jorge, el único hijo de Jojoy, desde el momento en que nació y fue entregado en adopción, hasta las veces en que visitaba a Jorge Briceño en las profundidades del Yarí y cuando ingresó a las Farc, a sus 16 años.
También hace el paralelo con la vida, en el otro extremo, de Catalina Suárez. Ella, comunicadora social de la Universidad de La Sabana, especialista en Marketing Político y Estrategias de Campaña de la Universidad Externado de Colombia, asesoraba, entre otros, al exsenador Ernesto Macías y, paralelamente, al congresista Enrique Cabrales, ambos del Centro Democrático. Igualmente, acompañó la campaña presidencial de Iván Duque y fue una activista del No en el plebiscito.
Se conocieron en un karaoke. Fue un amor a primera vista. Días después, en una fiesta, Jorge, ya desmovilizado de las Farc, le preguntó por su Instagram y la sacó a bailar. Ella, quien desconocía el pasado del joven, aceptó. “No pude evitar mirarlo, era un hombre bien vestido, olía delicioso, sus manos eran pulcras y tenía una presencia llamativa”, describió.
Catalina, espontánea, tiempo después le contó quién era. Le dijo lo que hacía en su trabajo al lado de uribistas y él, sorprendido, pensó: “¿Y ahora? ¡Me enamoré de una uribista! ¿Qué voy a hacer?”. Jorge revela que se le pasó por la cabeza que podría ser alguna jugadita política para hacerle inteligencia, tal como ocurrió en la Guerra Fría. A ambos los unían varias coincidencias: tienen el apellido Suárez, cumplen el mismo día, les gusta la comunicación social y coinciden con algunos de sus amigos desde años atrás, sin imaginarlo, ya que asistieron a colegios cercanos y de formación similar.
El relato de los primeros encuentros, casi genuinos, es apasionante. Un día, Jorge la invitó a tomar un café a La Candelaria. Hablaron durante varios minutos y él, con rostro serio, soltó el taco que lo atragantaba: “Soy el hijo del Mono Jojoy. Una familia me adoptó cuando era niño, me crio y me llenó de amor, pero a mis 16 años me fui a las Farc porque me iban a matar para vengarse de mi papá (...)”, le dijo.
Ella no escondió su rostro de impacto, quedó sin palabras y casi se cae de espaldas por la sorpresa. “Qué historia más difícil”, reaccionó. Pronunció otras palabras que quedaron plasmadas en el libro y se despidió. Él se ofreció a llevarla a la casa, pero Catalina prefirió irse sola. “¿El hijo del Mono Jojoy? Increíble”, pensó.
El amor pudo más que la diferencia. A Jorge no le importaba que Catalina fuera uribista. Su rostro, su carácter, sus conversaciones lo desenfrenaron y lo llevaron a no hacer cálculos. No desistió. La buscó repetidamente y acudió a estrategias particulares, extrañas para una joven cachaca, y terminó quedándose con su corazón. Una noche, recuerda Catalina, hablaron hasta tarde y su esquema de seguridad se marchó. “Cuando llegó la hora de despedirnos me pareció peligroso que se devolviera a su casa solo y, como yo tenía un dúplex, le dije que se quedara en el sofá del primer piso”, propuso ella.
La idea –recordó– fue pésima. No pudo pegar el ojo en toda la noche. “Me entró un miedo terrible de pensar quién era su padre y de que él hubiera estado en las Farc. ¿Y si esto es un plan de él o una venganza de él por sus posturas políticas?”, pensó. Era imposible no sentir desconfianza. ¿Cómo les contó ella a sus padres la noticia? ¿Qué dijo su familia? ¿Cómo asimiló la noticia la abuela de crianza de Jorge Suárez, porque ella tiene ideas de izquierda? ¿Cómo les habló a sus amigos que era la novia del hijo del Mono Jojoy? Los detalles están consignados en el libro, en el que, además, revela cómo le confirmó al Centro Democrático que su corazón se lo había arrebatado el hijo de uno de los exguerrilleros más temidos del país. “¿Y si pasa algo y creen (en el Centro Democrático) que soy una infiltrada, yo cómo explico que no es cierto, que simplemente me enamoré?”, se preguntó más de una vez.
En el libro, además, Catalina confiesa su distanciamiento con Gustavo Bolívar, tras una profunda amistad. Menciona los encuentros con Pastor Alape, Edward Rodríguez, la importancia en su vida de Angelino Garzón y de Álvaro Uribe, su mentor político, quien, contrario a lo que pensaron algunos líderes de derecha, fue respetuoso ante la noticia. “Qué bueno, si estás tan enamorada, eso es lo único que importa, seguro debe ser una buena persona”, le dijo.
Catalina tiene un café pendiente con Uribe y Lina Moreno. Le gustaría que fuera pronto. Eso sí, acompañada de Jorge, su esposo, el comunicador social, el especialista que hoy cursa una maestría, el hijo de Jojoy, quien no tiene ningún problema en hablar con el jefe de la política de seguridad democrática que combatió contundentemente a su padre.