Análisis
Injerencia internacional, más allá de los norteamericanos
El excomisionado de la Verdad, Carlos Guillermo Ospina, y el magíster en seguridad y defensas nacionales, Sebastián Pacheco Jiménez, se plantearon varios interrogantes: ¿es hora de empezar a construir la paz a la colombiana? ¿Cuándo iniciaremos una conversación seria sobre la huella del chavismo en el conflicto colombiano?
Edward Lorenz ha estudiado –desde la teoría del caos– las implicaciones del efecto mariposa, el cual explica cómo pequeños y particulares eventos pueden conducir a situaciones completamente insospechadas o divergentes. Este ejemplo nos ayuda a comprender el complejo entramado de las violencias en Colombia, que desde sus orígenes republicanos ha proyectado una dramática y excesiva (aunque comprensible) dependencia con el contexto internacional.
Desde esa perspectiva, el conflicto colombiano ha estado marcado por una muy generosa lista de influencias e intromisiones extranjeras, que van desde el determinismo ideológico hasta la acción directa fáctica, de actores estatales o multilaterales, en algunos casos de manera exagerada y desmedida, el cual en pocas palabras ha desencadenado en muertes, sangre y una extrema polarización que han sido impedimento para un armónico desarrollo político.
De Bolívar a la regeneración. Desde la consolidación de la independencia, es posible identificar la influencia de ideas e ideologías foráneas que ayudaron a figurar el bipartidismo y que coadyuvaron en la consolidación de un sinfín de dilemas administrativos y políticos que fueron argumento de varios conflictos en los siglos XIX y XX, siendo la Guerra de los Mil Días un hito en la dolorosa y dantesca realidad nacional.
Esto implicó que, de forma temprana, la República quedase atrapada en debates importados de causas político-ideológicas de la escuela política francesa, el republicanismo norteamericano y las teorías ruso-soviéticas, las cuales han ayudado a promover la división social y la construcción de una apología al fracaso criollo y un tufillo de enfermizo pesimismo.
De la demonización norteamericana. Es común escuchar en algunas universidades toda una construcción histórica y retórica, mucha de ella anacrónica, en contra de los Estados Unidos, particularmente como punto de partida y fin de todos los males nacionales. Esto, que en esencia es la manifestación de un gran movimiento académico que escribió y teorizó desde la segunda mitad del siglo XX sobre la influencia e intervencionismo norteamericano en el mundo, particularmente en Latinoamérica por la acción de la CIA en Centroamérica (las Contras) y la muy distorsionada Política de la Seguridad Nacional y de ella la “Teoría del Enemigo Interno”, de la cual se deriva que Estados Unidos ha sido gestor de la persecución, violencia y medio de un excesivo utilitarismo del Estado colombiano.
Lastimosamente, muchas de estas conclusiones han sido extractos descontextualizados y limitados que se han acomodado bajo la categoría de “consignas” como plataforma para lanzar y promover revoluciones y “luchas” con fines políticos e intereses partidistas.
Sin embargo, ¿qué tan cierto es que los Estados Unidos son los únicos culpables, o la causa principal, de las violencias en Colombia? ¿Cuándo profundizaremos sobre el impacto de la injerencia internacional que buscó volver a Colombia un país más de la esfera socialista comunista internacional?
De la influencia soviética y el estalinismo. Para algunos historiadores, la Revolución Rusa fue el hecho histórico más importante del siglo XX, ya que su irrupción desencadenó una inusitada serie de consecuencias a lo largo de todo el planeta durante décadas (fenómeno de reverberación).
Es singular que, pese a que en 1917 estalló la Revolución Rusa en el seno de la crisis ideológica europea, en lugares como Colombia se presentaran conatos de movimientos sociopolíticos-obreros con influencia comunista-socialista, como el de las Bananeras en 1928, o movimientos sociales bolcheviques en inhóspitos lugares, como Líbano (Tolima) en 1929. Esto sorprende, no por el carácter de sus consignas, sino por la rapidez y efectividad con que penetraron estas doctrinas y discursos soviéticos, implantándose en insospechados parajes al otro lado del mundo y que a la postre serían causa y origen de muchos problemas sociales y armados en el país.
Estas influencias políticas socialistas-comunistas enmarcadas en la Guerra Fría fueron argumento de activistas y agitadores: franceses, mexicanos, argentinos, soviéticos, entre otros, que promovieron las ideas del anarquismo, el socialismo, anarco-sindicalismo, el comunismo y crearan la conciencia de un discurso de clases, antiimperialista, enmarcado en una retórica de excluidos, en cuya base requirió la acción de la clase obrera-sindical, y que hallaron en el país un escenario abonado para su crecimiento, de la mano de múltiples organizaciones y facciones políticas (legales y clandestinas) que construyeron y consolidaron un exitoso y llamativo discurso alrededor de la propiedad de la tierra, la huelga, la lucha social, la revolución desde abajo, la revolución social armada, el movimiento campesino y otras múltiples consignas que actuaban en forma complementaria o subsidiaria a la “necesidad” de la toma del poder y que dio paso a consignas como la lucha armada, la combinación de todas las formas de lucha y un sinfín de conceptos y consignas derivadas y motivadas directa e indirectamente de la Unión Soviética y, en menor medida, de China, y cuyos más documentados casos son los del Partido Socialista Revolucionario y del singular PCC.
Partido Comunista y la promoción de la violencia armada. El contexto de la posguerra mundial y la consolidación de la Cortina de Hierro ayudaron a que en Colombia y Latinoamérica reverdecieran proyectos revolucionarios como el PCC, que adoptaron la consigna de la combinación de todas las formas de lucha y propiciaron la acción política armada urbana y rural.
Esto, aunado a la irrupción del caudillismo de Jorge Eliécer Gaitán, el poderoso e imprevisto Bogotazo, el bandolerismo político y social, y un convulso contexto regional y mundial, influyeron en la aparición de guerrillas de ascendencia soviética como las Farc en los años sesenta, cuya utopía del poder por las armas parecía real y factible a la luz de lo ocurrido en Rusia, Europa Oriental y Cuba.
De ese modo, el país se transformó en un capítulo más de la lucha de las superpotencias y un escenario para la expansión del comunismo a lo soviético y de la doctrina de la contención norteamericana. Aunque esto ha sido supremamente analizado y descrito en la historiografía, nos interesa recalcar que la URSS (al igual que USA) ejercieron una influencia cierta en la promoción del uso de las armas y la guerra, en un juego geopolítico en el cual Colombia fue una ficha, en un mundo a conquistar, lleno de tensiones e intereses.
En esa dirección, es cierto que hay un subestudio de la influencia y la promoción de la acción clandestina, al final la consigna era tomar y conquistar el poder a como diera lugar.
Fidel y el legado de la revolución. Por supuesto que la toma de La Habana y el triunfo de la Sierra Maestra tuvieron un efecto directo en Colombia, siendo el ELN y el modelo foquista su más evidente legado. Fueron los cubanos quienes demostraron que la victoria militar se podía lograr y que la utopía soviética era posible en Latinoamérica. Desde el mismo instante en que los Castro se afianzaron en el poder, inició la formación de proyectos similares en el continente y Colombia fue escenario predilecto, siendo el caso de los hermanos Vásquez, la Brigada Antonio Galán, el Moec (Movimiento Obrero Estudiantil y Campesino) y decenas de jóvenes que fueron ideológicamente formados y militarmente entrenados en la isla.
De hecho, desde los años sesenta hasta la actualidad se ha registrado exitosamente la influencia decidida e ininterrumpida de los cubanos en el conflicto colombiano como política de Estado.
La huella latinoamericana en Colombia. Así como se ha registrado la acción estatal en el conflicto, han existido múltiples organizaciones que han promovido la guerra armada y revolucionaria. Basta con mencionar los casos del Grupo Savitsky y el primer intento de ingreso a la Internacional Comunista, las consignas del Partido Obrero Socialista, la Internacional Sindical Roja, la Secretaría Suramericana, el Comintern, la Legión Caribe, la Brigada Simón Bolívar, el Batallón América, la Tricontinental y Olas; el Foro de San Pablo, entre otras, para representar el intervencionismo político-ideológico de centros de pensamiento, algunos de ellos radicales, y con una fuerte tendencia al utilitarismo en pro de la promoción de un repertorio de estrategias para la consolidación de cambios en los regímenes políticos, con venia al uso de violencia y el radicalismo político-militar.
Todos estos organismos actuaron de manera directa en el conflicto colombiano. Vale la pena recaer sobre la recolección documental que está adelantando el investigador John Narváez sobre archivos desclasificados de la acción soviética y cubana en Colombia.
El Caguán y el caos. Así mismo, se ha documentado la presencia de israelíes, norteamericanos, españoles e irlandeses en el Caguán, cedido a las Farc por el presidente Andrés Pastrana y que fue escenario para la formación en tácticas de guerra irregular de miembros del ETA español, el IRA irlandés y mercenarios israelíes, quienes adelantaron ejercicios de formación e intercambio de tácticas y métodos de acción antiestatal y terrorista, como antesala para la consolidación de los fenómenos macrocriminales.
Del mercado negro a la “revolución”. Toda guerra requiere armas y estas no se producen en Colombia, por lo cual mucha de la acción internacional, no estatal, está relacionada con el tráfico ilegal de armas, que terminaron alimentando todos los grupos armados ilegales, y que actuaron como una suerte de diplomacia soterrada.
Pendiente de resultados aún está el caso de Vladimiro Montesinos, quien ha sido requerido para explicar la venta de fusiles AK-47 a las Farc-EP provenientes de Jordania.
Ni qué decir del reciclaje de armas de las guerrillas centroamericanas que fueron desarticuladas en el siglo pasado y que terminaron en manos de los frentes de guerra del ELN y las Farc; así mismo, el icónico caso del Karina y de las 400 toneladas de armamento proveniente de Alemania para el M-19, o, más recientemente, el caso de la transferencia de fusiles venezolanos hacia las guerrillas en la frontera. Actualmente, aún se están documentando relaciones de formación, venta de armas y medios de financiación por parte de Libia, Irán, México y Hezbollah con otros grupos armados ilegales.
De manera que, hasta este punto, hay más oscuros que claridades sobre la dimensión de la injerencia internacional en el conflicto colombiano, ya que hay una larga e indocumentada lista de acciones estatales y multilaterales que alimentaron directa e indirectamente la guerra para crear un estado socialista-comunista y que ante el añejamiento de la revolución que nunca llegó, se fue transformando en un epicentro para todo tipo de negocios y actividades ilegales de los principales grupos terroristas en el planeta.
Así, es posible rastrear de manera ininterrumpida una fuerte influencia de doctrinas externas como aliciente para la promoción de la violencia en el país y para propiciar miles de muertos en nombre de consignas importadas. Es hora de sacar los análisis internacionales de Estados Unidos y descomponer el profundo intervencionismo internacional en Colombia.
Vale la pena preguntarse: ¿hasta cuándo las ideas y los problemas importados serán aliciente para la promoción de la violencia y el crimen en Colombia? ¿Es hora de empezar a construir la paz a la colombiana? ¿Cuándo se reconocerán y repartirán responsabilidades internacionales en el conflicto colombiano? ¿Cuándo iniciaremos una conversación seria sobre la huella del chavismo en el conflicto colombiano?