POLÍTICA
Una cuestión de dignidad
El presidente Gustavo Petro dinamitó las relaciones diplomáticas y comerciales con Estados Unidos con una decisión política relacionada con el rechazo de ingreso al país de ciudadanos colombianos deportados desde el norte, argumentando razones de dignidad.
![Gustavo Petro celular](https://www.semana.com/resizer/v2/BATPUIDUZBBJRLQSUBPTU6QQ6M.jpeg?auth=b301811a69e299eb858a00d6fe958e9716746a6ee2feec80ac11a0cf1d98caba&smart=true&quality=75&width=1280&height=720)
Prontamente su círculo ideológico más inmediato salió a defender su postura colocándolo como el adalid de la dignidad de los pueblos latinoamericanos y la reivindicación de las clases históricamente oprimidas. Sin embargo, la dignidad luce diferente. Empezando porque la dignidad no se torpedea a sí misma.
En las relaciones laborales la dignidad humana juega un papel central porque, como en pocos otros escenarios, el contrato de trabajo es el tipo de contrato en el que el objeto del mismo es indiscernible de una de las partes. Luego, el núcleo del contrato de trabajo es también una persona de carne y hueso cuya dignidad humana está reconocida y garantizada por la Constitución con la triple condición de principio, derecho y valor supremo.
Ahora bien, ¿qué es la dignidad humana? Es una pregunta muy difícil de responder de una sola manera. La Corte Constitucional la ha definido como un vivir como se quiera, vivir bien y vivir sin humillaciones. Esto equivale, palabras más, palabras menos, a vivir conforme un plan de vida autónomo, acceder a condiciones materiales mínimas de subsistencia y ser protegido en su integridad física y moral (C-348-2024 y T-881-2002).
Dicho de otra forma, la dignidad humana es algo así como la expectativa y la garantía de un buen trato, en todo sentido. Esa definición de dignidad puede tener decenas de ejemplos en las relaciones de trabajo, que se extienden a la efectividad de otros derechos fundamentales. No obstante ello, la dignidad humana no es propiamente una rebeldía o rabieta intempestiva o una reacción altisonante ante un hecho, que podría traer consecuencias más graves en el futuro mediato o inmediato.
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Por supuesto esto no quiere decir que la dignidad humana sea sumisión u obediencia. Pero tampoco es sinónimo de insubordinación o indocilidad. De hecho, nada tienen que ver con lo uno o con lo otro. La reacción agresiva u hostil o la denuncia de actos degradantes o inhumanos (como la que hizo Petro) no es automáticamente un acto de dignidad cuando con ello se pone en riesgo la estabilidad de, por ejemplo, una relación comercial o de la economía misma.
En el plano laboral la dignidad humana se refleja en la capacidad y personalidad del trabajador para tomar las riendas de su proyecto de vida laboral o profesional y de sus propias decisiones, o ser beneficiario de condiciones más que mínimas de bienestar en un contexto legal o extralegal. Pero no lo es empeñar su voluntad a conglomerados que no representan intereses colectivos o que tienen prácticas o intenciones que instrumentalizan a los trabajadores mismos.
Con esto lo que se debe poner de presente es que en el mundo del trabajo no es necesariamente el empleador el único que potencialmente pone en peligro o vulnera derechos fundamentales de los trabajadores, sino también aquellas organizaciones de trabajadores que no cumplen su cometido constitucional o las entidades de previsión que minimizan a sus afiliados.
Malas prácticas como el carrusel sindical, el abuso del derecho de asociación y de negociación colectiva, el mal uso de las garantías y fueros legales o la instrumentalización de los trabajadores, son también evidencias de escenarios en los que flaquea la institucionalidad laboral y se compromete la dignidad de los trabajadores y no precisamente por un empleador.
En suma, la dignidad humana y su irradiación en las relaciones del trabajo supone un análisis mucho más extenso que únicamente las circunstancias en las que un empleador atropella a un trabajador o le desprotege o descuida, puesto que en el universo de las relaciones laborales muchos otros actores terminan -por acción o por omisión- comprometiendo la garantía de los trabajadores de vivir como quieren, vivir bien y vivir sin humillaciones.