ANÁLISIS

Viva el rey, muerte a los malos gobiernos: de Colombia y el hartazgo en la cultura política

El excomisionado de la Verdad Carlos Guillermo Ospina y el magíster en seguridad y defensas nacionales Sebastián Pacheco Jiménez analizan el debate político, las posiciones ideológicas y el momento que vive el país entre izquierdas y derechas.

Carlos Ospina y Sebastián Pacheco
28 de junio de 2023
El excomisionado de la verdad Carlos Guillermo Ospina y el magíster en seguridad y defensas nacionales, Sebastián Pacheco Jiménez
El excomisionado de la Verdad Carlos Guillermo Ospina y el magíster en seguridad y defensas nacionales, Sebastián Pacheco Jiménez. | Foto: SEMANA/Autor anónimo.

El contexto político del país se manifiesta en un tono completamente surrealista, bandeándose entre legalismos y realidades oníricas; y aunque se ha descrito, denunciado y varias veces diagnosticado, parece poco importarle al grueso de la población como síntoma de una posverdad delirante.

Recuperemos la cordura. Ciertamente, frente al escenario confuso, unas veces apático, otras eufórico, estamos apreciando el empobrecimiento del debate político, sumidos en el enardecimiento de la opinión pública, cada vez más proclive a la radicalización y a la renuncia de los consensos, lo que sin duda facilita la división social en sectores. Otrora este mismo problema se manifestó entre realista y republicanos; rojos y azules; comunistas y capitalistas… y hoy se ha caído en el enturbiado debate de las “izquierdas” y “derechas” (fachos y mamertos).

¿Cuál es el límite de la política? En Colombia se está promoviendo un fanatismo político que cabalga sobre populismos vergonzantes cuyo principal síntoma es el caudillismo, soportado sobre la base de la negación, la paranoia y la cancelación (ciega, sorda, muda), menudo frenesí hacia la pérdida de la razón, cual hoyo negro que condiciona las demás áreas del saber (derecho, periodismo, pedagogía, historia, milicia…) entre otros, caminando hacia la desprofesionalización: dime tu partido político y te diré cuánto sabes, y que obliga a leer con mucha precaución y “pinzas” a quién escribe, desde dónde lo hace y con qué intención, agudo debate sobre la sobreestimación del saber político y su superposición sobre otras áreas del conocimiento. No olvidemos que las peores guerras han tenido como escenarios a sociedades extremadamente politizadas, donde reina el negacionismo y el fanatismo. Los políticos pueden andar sin yóquey, pero las sociedades no pueden perder los estribos.

¿Cuál es el problema? En este juego de la polarización y de ficticias e insalvables diferencias, es fácil olvidar en lo que estamos de acuerdo; y es que en el siglo XXI los problemas sociales son diferentes a los del siglo XX y, por ende, la praxis política también debe serlo. En ese falso dilema de las derechas y las izquierdas, se ignora lo elemental: que hay un interés de beneficio común en el que difícilmente discrepamos y que su mejor medidor son los hechos y no los discursos. Quizá por nuestra cultura negociante y habladora, inconscientemente preferimos los cantos de sirena por sobre los hechos, y gordianas discusiones sobre los medios y no los fines.

Marchas en Medellín - 20 de Junio
Marchas en Medellín 20 de junio en contra de Gustavo Petro. | Foto: Juan Diego Mercado

Así entonces, ¿requiere realmente la sociedad definirse políticamente entre dos o tres bandos? O será que la realidad no exige ropaje político, colores o banderas, sino que debe estar subordinada a lo inobjetable, lo fundamental: ¿acaso alguien duda de la necesidad de avanzar en la universalización y calidad de la salud o la educación? O de las acciones en contra de la corrupción; incluso de las medidas en pro de la corrección de la desigualdad; o del crecimiento sustentable de la economía; o de la modernización del aparato productivo; la promoción de la cultura y las artes; del desarrollo medioambientalmente sostenible; o de la necesidad de garantía de condiciones de seguridad para la vida, entre otros. Por supuesto que sobre esto hay más pragmatismos que discursos y nos han querido politizar todas las discusiones, incluso temas tan generales como la seguridad publica están excesivamente sobrecargados con precondicionamientos ideológicos y antitécnicos que minan e imposibilitan lo fundamental, y es la lucha contra el caos y la inseguridad.

Es fácil entender que en las sociedades se presenten debates y diferencias, propias del cambio de los tiempos (uso de drogas, sexualidad, modelos educativos…) que son naturales y que toleran el debate, el disenso y la polarización, pero esto no es óbice para que se totalice el debate y se pierda más tiempo ahondando en diferencias que solucionando problemas.

Congreso de la Republica de Colombia
Fachada Congreso de la Republica de Colombia Capitolio Nacional Bogotá agosto 13 de 2020 Foto Guillermo Torres Reina / Semana | Foto: GUILLERMO TORRES REINA

Pensando en bloque y huyendo a lo relativo. Estos dilemas sobre la vida y las sociedades son cuestiones técnicas (estrategia, recursos, planeación…) y no necesariamente problemas políticos/ideológicos, muchos de ellos anquilosados, improductivos y estériles. ¿Pero las ideas siempre liberan? Ciertamente no, varios políticos están atados a ideologías y precondicionamientos que no les permite pensar con lógica pragmática y los lleva a tener una deuda con ideas y sectores particulares que los paraliza e impide consensuar y, sobre todo, ser flexibles para responder a los problemas del hoy y no a los de los libros de historia. Hay que huir de los líderes políticos apegados al manual doctrinario, que no ven que estamos en una sociedad contemporánea y global que premia el pragmatismo y los hechos.

¿Acaso alguien sabe de qué estamos hablando? En las redes sociales y aulas académicas de todos los niveles, es notoria la pobreza conceptual, en la que la inmensa mayoría no entiende nada, o casi nada, sobre conceptos ideológicos como la “derecha “o la “izquierda” (y todos los matices entre ellas). Y ni qué decir de argumentos con algún contexto histórico o teórico, aun así, su sola mención condiciona vidas, realidades y causa todo tipo de dramas políticos, familiares y sociales, ¿pero acaso alguien sabe qué implica y qué simboliza esto? O peor aún, ¿cuál es el significado concreto de esto en el siglo XXI? Ciertamente, es una discusión compleja, entre otras porque no son conceptos estáticos, sino que han experimentado cambios en el tiempo y hoy día son causa de extensos debates en las facultades de ciencia política e historia.

Al final del día, muchas personas rasgan sus vestiduras por asuntos que no entienden muy bien y que condicionan sus entornos. ¿Pero vale la pena el mesianismo sin reservas? Por supuesto que no, por ejemplo, a lo largo de la historia se ha comprobado corrupción en líderes de todos los espectros políticos (porque es una condición humana y no partidista) y, aun así, el llamado y la acción contra la corrupción debe ser general, unívoco y permanente. ¿Acaso creer en una idea o ideología, per se, implica una purificación o satanización de una persona?

Pensando en bloque y acabando con el sentido común. La aparente discrepancia entre el binomio teoría/pragmatismo está encerrada a una renuncia implícita del criterio, en donde se debe pensar en “bloque”, so pena de ser un “tibio” o incoherente; es decir, si crees en una cosa o causa debes aprobar todo lo demás. Pensar en “paquete”, si te gusta el ecologismo por inercia debes apoyar: el aborto; “resistir” marchando; el revisionismo histórico; el socialismo/comunismo; las causas insurgentes, el anticapitalismo… entre otras, so pena de ser catalogado como “facho” (otro concepto supremamente prostituido). Todo esto atenta contra el criterio y en particular a la opción de acordar en unas cosas y disentir en otras, a opinar con criticismo, evaluando cada situación caso a caso, una a una, entendiendo que la realidad es compleja y entrelazada y que la vida y las sociedades no se desarrollan bajo “paquetes” ideológicos o agendas preconcebidas, sino que la misma complejidad humana nos conlleva a que alguna idea-reforma nos guste y otra, no, sin que eso implique absolutamente nada malo o bueno. Escuchamos a gritos el reclamo por enseñar con sentido crítico, pero hay escándalo cuando se ejerce su uso libre y no condicionado.

¿Acaso importa la ideología? Es claro que la mayor diferencia puede estar en los fines; sin embargo, hay demasiada discrepancia en los modos. Al final, el pensamiento occidental nos ha conducido a reconocer valores comunes como el respeto a la vida; la salud y vejez digna, acceso a la vivienda, acceso a la educación, seguridad y en general reconocimiento y respeto por los derechos humanos y fundamentales. Sin embargo, al final parece que hubiera una diferencia insalvable entre las colectividades políticas y que la enemistad partiera de deseos completamente opuestos. Aun así, al revisar en detalle, muchas de las “insalvables diferencias” se sitúan en las formas y no el fondo. ¿Estamos más de acuerdo que en desacuerdo y nos negamos a admitirlo?

Ni blanco ni negro. Resulta pues que es no solo válido, sino deseable, que las personas tengan un criterio diverso, sobre variados temas, incluso los más complejos y no por ser es “vendido” o “ambiguo” o mucho menos ignorante. Por ello es importante revindicar la posición de lo relativo y, de alguna manera, de lo intuitivo. Las ciencias humanas han transitado el último siglo del método estricto del positivismo al reconocimiento de las singularidades y las subjetividades. Sabido es que todos estamos condicionados por un grupo de características que nos determinan y que nos llevan a que algunas cosas nos parezcan bien y otras no.

Revisionismo histórico y ritualismo ciego. Es un hecho cierto que la política actual no es la misma que la de antes, la hipercomunicación de la sociedad, y en particular de la juventud, ha conllevado a que las ideas actúen con tendencias y que la opinión va al ritmo del oleaje, lo que implica que con dificultad algún sector(es) político(s) puede(n) abanderarse o embolsillarse como cheque en blanco a la población o la juventud, ya que estos son susceptible a las redes sociales y la “opinión pública”. Máxime en tiempos de posverdad y en que lo verídico no pasa por el criterio de lo objetivo, sino por lo que se vende mejor y se viraliza más rápido (lo que no es mejor ni peor, simplemente diferente).

Puestos de votación, preparativos en el punto de Corferias para los comicios  elecciones 2022 organizados por la Registraduría Nacional
Bogotá marzo 11 del 2022
Foto Guillermo Torres Reina / Semana
Puestos de votación, preparativos en el punto de Corferias, elecciones 2022. | Foto: Guillermo Torres /Semana

Los intocables. Ciertamente, nuestros tiempos nos invitan a quitar algunas barreras “intocables” en la teoría y administración pública. Se puede ser de “derechas” o “conservador” y plantearse debates sobre el modelo económico y las nefastas concentraciones de riqueza o de tierras que el sistema facilita y no por eso hay traición. Se puede ser de “izquierdas” y reconocer que las insurrecciones armadas en el siglo XXI no tienen ningún efecto positivo y que su legado ha sido de muerte destrucción y desplazamiento y que no vale la pena seguir legitimando las armas como un medio de transformación social, y no se está traicionando a nadie. ¿Acaso la condicionante moral impide que por ser de “izquierdas” o “derechas” no se puede denunciar los crímenes del copartidario o se debe esconder, relativizar o suavizar sus responsabilidades? De manera que la política no es religión y sus ideas no son perennes, sino que pueden ser repensadas y moldeadas según el contexto histórico, social y político de cada época.

La obligación del elector. Entre tanta polarización se ha olvidado que el rol del elector no es el de defender a ultranza a un líder o un grupo de líderes políticos, ya que son humanos y por definición son imperfectos. Lo que requiere que la persona más crítica deba ser quien votó y eligió a su gobernante, ya que este está en deuda y comprometido con una visión social y unas medidas administrativas concretas. El rol del elector no es actuar como una “barra brava” o un cheque en blanco que debe defender a su mecías; por el contrario, es su mayor crítico y veedor. Menos mesianismos y caudillismos y más rendición de cuentas. “Por sus hechos los conoceréis”.

Acuerdo sobre lo fundamental. Hoy parece irracional lo que antes era norma, hay que rescatar valores elementales como el escuchar, el consensuar, respetar, no estigmatizar, evitar la violencia física y verbal, y en general actuar con sentido humanístico y social… Al final los gobiernos están hechos para gobernar con atisbo y en procura del bien común, no para pontificar o imponer agendas político/ideológicas.

Así pues, hay un llamado a los líderes políticos que están enjaulados en una serie de compromisos y ataduras político/ideológicas que no los deja pensar con libertad; si bien los partidos, las ideas y las colectividades son necesarias, no son camisas de fuerza, al final la administración del Estado procura el beneficio común y no el seguimiento de manuales o libretos.

Reflexiones y preguntas finales: ¿está el sujeto condicionado a sus ideas, o las ideas al sujeto?, ¿estamos ante una guerra cultural?, ¿soft power o movimientos de masas?, ¿es la educación un antídoto contra el caudillismo?

*Sebastián Pacheco, MG en DD. HH. EV, MG en DD. HH. y DICA, doctor honoris causa DD. HH.

*Carlos Guillermo Ospina, excomisionado de la Verdad.