Análisis
Viva la Revolución, ¡a la Carga!
El excomisionado de la Verdad, Carlos Guillermo Ospina, y el magíster en seguridad y defensas nacionales, Sebastián Pacheco Jiménez analizan el concepto de revolución y señalan que no es momento de promover revueltas que promuevan violencia o que inciten el uso de las armas.
Sin revolución no hay vida y aún así la vida ha sido víctima de la revolución. De forma cada vez más recurrente se aprecian insípidas disputas, la mayoría bajo argumentos totalitarios, en las que se insiste en que han sido las grandes movilizaciones las que han promovido los cambios sociales, lo cual es parcialmente cierto, pero en muchos sentidos relativo, ya que las multitudes no siempre están en lo correcto y las revoluciones sociales y multitudinarias han sido también para promover el odio, la cancelación, la estigmatización, el genocidio y las guerras religiosas.
Una vez más, los análisis sobresimplificados, particularmente de la historia, terminan siendo más herramientas del populismo que hechos históricamente verídicos. Por supuesto que no es correcto el establecer valores absolutos a conceptos polisémicos, como el de revolución, y mucho menos asociarlo con una ideología o una tendencia política particular.
Así pues, sabemos que este concepto es una construcción moderna que se consolidó a lo largo de los siglos XVII y XVIII, y que se popularizó gracias a las Revoluciones Estadounidense y Francesa y que se asoció a la transición o ruptura entre un antiguo y nuevo orden; sin embargo, a la luz de la historia, este concepto es difícil de describir, explicar y delimitar, ya que ha sido usado en nombre de muchos movimientos y transformaciones que implican e identifican cosas diferentes y en algunos casos antagónicas (Villoro, 1992). Así, podemos entender que hay tres usos concretos de este concepto: primero, su carácter masivo o colectivo; segundo, su condición disruptiva del orden social, político o jurídico y, tercero, la condición de promover el cambio o remplazo del régimen por uno diferente.
Ahora pues, ¿está la revolución atada a un sector o idea política concreto? O más importante aún, ¿son las revoluciones siempre garantía de mejora y beneficio para las sociedades? Es cierto que hoy se ha naturalizado el uso de este concepto y que incluso tenga una acepción positiva (revolución tecnológica, revolución industrial, revolución francesa…) sin embargo, las revoluciones también tienen su lado oscuro y en múltiples casos de la historia han sido perversas, sanguinarias y completas catástrofes humanas, resultando ser más nocivas que liberadoras. Como referencia podemos mencionar la Revolución Rusa y cómo los bolcheviques crearon el Terror Rojo que declaró una lucha de clases y persiguió a sus contradictores políticos, ejecutando más de 10.000 fusilamientos y asesinando a más de 1,3 millones de personas, todo en nombre de la revolución (Volkov, 2018).
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Sin embargo, esto no es un hecho lejano, ni mucho menos, sino que es algo que los colombianos conocemos al detalle, hemos escuchado tanto el llamado a la revolución que para muchos de nosotros ya no posee ningún valor específico, ideológico o práctico. Y pese a que en su nombre hemos sufrido durante décadas, aún la seguimos escuchando, y peor aún, le pedimos a los docentes en las escuelas que repitan sus bondades sin ningún sentido crítico. Lamentable que nos han pasado seis décadas de todo tipo de violencias y seguimos legitimando a líderes que promueven la violencia de hecho y peor aún la violencia armada.
En nuestro país, en nombre de la revolución se han creado numerosas guerrillas y grupos subversivos (guerrillas liberales; Farc; MRL; ELN; CRS; EPL; M-19; PRT; Quintín Lame… entre otras) que han buscado por intermedio de la revolución armada un cambio de régimen que, sin entrar en juicios de valor, han promovido la coerción armada y la guerra, estimulando los movimientos contrainsurgentes (si se quiere, la contra-revolución) y que en conjunto han dejado un país plañido, con un conflicto vergonzoso.
Imposible olvidar que:
- En nombre de la revolución y la contrarrevolución, entre 1958-2018, 450.664 personas murieron a causa del conflicto. (JEP-CEV-HRDAG, 2022)
- En nombre de la revolución y la contrarrevolución, más de 121.000 personas fueron desaparecidas.
- En nombre de la revolución y la contrarrevolución, se secuestraron más de 50.000 personas.
- En nombre de la revolución y la contrarrevolución, se dieron 16.238 casos de reclutamiento, de niños, niñas y adolescentes.
- En nombre de la revolución y la contrarrevolución, se desplazaron más de 752.000 personas de sus hogares.
- En nombre de la revolución y la contrarrevolución, se han contabilizado más de 4.237 masacres (CNMH, 2022).
- En nombre de la revolución y la contrarrevolución, se han registrado más de 6.000 casos de homicidio en persona protegida y homicidio agravado (también denominados ejecuciones extrajudiciales) (JEP, 2023).
- En nombre de la revolución y la contrarrevolución, se han contabilizado más de 580.000 amenazas directas, particularmente en contra de la población civil (RUV, 2023).
- En nombre de la revolución y la contrarrevolución, se han documentado más de 7.500 casos de tortura (RUV, 2023).
Por desgracia, la dolorosa lista continúa como símbolo de vergüenza nacional y como afrenta de nuestro pasado. Los hechos hablan por sí solos, ninguna revolución armada ha traído nada bueno a Colombia, sin distingo de la sigla, el color o el ropaje político que se quiera defender. Por eso, una condición sine qua non para la no repetición es insistir hasta la saciedad:
· Las armas y la violencia no son un medio efectivo para promover cambios sociales, políticos o económicos.
· Las armas y la violencia no son un medio efectivo para promover cambios sociales, políticos o económicos.
· Las armas y la violencia no son un medio efectivo para promover cambios sociales, políticos o económicos…
La coyuntura actual reclama de nosotros serenidad, ecuanimidad y sensatez, no es tiempo de llamar o defender revoluciones que promuevan violencia o que inciten el uso de las armas. Ante la creciente epidemia de insensatez, lo verdaderamente revolucionario es promover valores comunes, enseñar la paz y respetar la diferencia y la vida, todo lo demás es más de lo mismo. ¿Acaso no hay en la historia del siglo XIX y XX colombiano varios ejemplos de personas que murieron en nombre de trapos rojos, azules y de la hoz-martillo?
Ahora que somos la generación más educada de todos los tiempos, no hay espacio para que la insensatez siga superando a la locura, vale la pena preguntarse: ¿en nombre de quién y de qué se puede legitimar la violencia armada?, ¿realmente avanzamos destruyendo?, ¿alguien merece morir en nombre de un partido político o caudillo?