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Muerto de la risa

Los resultados de las consultas y de la Gran Encuesta dejan a Uribe cada vez más cerca de su tercer período presidencial.

3 de octubre de 2009

Aunque el presidente Álvaro Uribe duerme poco, estos últimos días debió conciliar muy bien el sueño. Después de meses de debates, críticas y escándalos que salpicaron su gobierno, esta semana recibió las dos mejores noticias que puede recibir un político: a sus opositores no les fue bien en las votaciones internas de sus partidos y a él le fue divinamente en la última gran encuesta que les mide el pulso a los colombianos, con lo cual le queda pavimentado el camino hacia su tercer mandato. Como buen chalán, le tiene rienda corta a la política y cabalga en la cresta de la opinión.

A diferencia de lo que ha ocurrido con otros mandatarios latinoamericanos y europeos que sufren un acelerado desgaste en el ocaso de sus reelecciones, Uribe hasta ahora no sabe qué es tener el sol a sus espaldas. Más aun, a pesar de los fuertes coletazos que el país suele darles a los jefes de Estado, Uribe ha logrado mantener con tendencia al alza su buena imagen, que en la encuesta es del 78 por ciento, y una intención de voto para su tercer período del 63 por ciento.

Ni las 'chuzadas' del DAS a la Corte Suprema, ni las visitas clandestinas de personajes oscuros a la Casa de Nariño, ni el aumento del desempleo, ni los polémicos negocios de sus hijos Tomás y Jerónimo, han afectado su buena imagen, ni la percepción sobre su gestión ni la credibilidad sobre su figura.

Ni siquiera la crisis económica pareciera tener nada que ver con él. A la gente le puede parecer un problema muy grave la crisis de la economía, que por primera vez llevará este año a un crecimiento negativo de Colombia en más de 10 años, o la crisis de la pirámide DMG, que dejó a millones de personas sin un peso, pero son eventos que no alcanzan a pellizcar al mandatario. Mientras en el pasado todo el mundo culpaba de sus desgracias al Presidente, con Uribe la gente siente que hay un Presidente que enfrenta las desgracias.

Si bien nadie esperaba que creciera el rechazo a la figura de Uribe, para muchos no era aventurado pronosticar que aumentaría el rechazo a una nueva reelección del Presidente. El crecimiento de la franja de uribistas no reeleccionistas hizo pensar por un momento que la oposición podía echarse al bolsillo a estratos altos, clases medias urbanas, estudiantes y dirigentes que, si bien aprecian a Uribe, consideran que un tercer mandato es perjudicial para la democracia.

Pero los resultados de la segunda gran encuesta de la alianza de medios de SEMANA, La FM, RCN radio y RCN televisión, y los resultados de las consultas internas del Partido Liberal y del Polo Democrático se encargaron también de derrumbar esas hipótesis. Ambos episodios muestran que la oposición, aunque ha tenido un desempeño digno de resaltar, está estancada. Y que Uribe, por el contrario, ha ganado terreno. Siete de cada 10 colombianos expresan un apoyo fuerte o muy fuerte hacia él (el 68 por ciento) y los otros candidatos que aspiran a la Presidencia parecen pigmeos ante un gigante. El 63 por ciento de las personas encuestadas votaría por Uribe mientras que los candidatos del Polo, Gustavo Petro, y del Partido Liberal, Rafael Pardo, que están en la efervescencia de sus respectivas campañas, alcanzan el segundo y el tercer lugar, con el 8 y el 5 por ciento, respectivamente.

Es evidente que el poder de la Presidencia le da una ventaja a Uribe sobre los demás candidatos, pero también es cierto que un mal gobierno jugaría en favor de los candidatos que pretenden suceder al gobernante. La realidad es que nunca antes en la historia de Colombia, después de siete años de gobierno, se ha visto en las encuestas una figura con tanto magnetismo sobre la opinión.

¿Por qué la figura de Uribe sigue tan fuerte? ¿Qué ha hecho de nuevo para que ahora el país se matricule sin temor en aventuras nunca antes vividas como la de una segunda reelección?

En primer lugar está el factor miedo. El sentimiento de seguridad sigue siendo central para el ser humano, pero sobre todo en el colombiano. Y así como las Farc se convirtieron en el mejor jefe de campaña para Uribe I y II, ahora el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, ha sido el trampolín de Uribe III.

En la medida en que en Colombia empezó a hacer carrera la tesis de que la guerrilla ya está, si no derrotada, controlada, comenzaron a florecer candidatos a la Presidencia con perfiles diferentes al de la mano dura. Pero la dicha les duró poco. En un abrir y cerrar de ojos, el gobierno graduó como nuevo enemigo a Chávez. Una situación difícil de manejar para el Uribe Presidente, pero sin duda favorable para el Uribe candidato.

Cuando Colombia permitió el uso de bases militares por parte de Estados Unidos, el tema de la carrera armamentista de Venezuela se encaramó en el cénit de la agenda pública. Frente a los insultos de Chávez y su desbocada carrera armamentista, los colombianos parece que prefieren no improvisar con su nuevo Presidente y se sienten más tranquilos con que Uribe, un hombre con liderazgo y mano dura, se quede cuatro años más.

En segundo lugar está el factor referendo. En mayo, cuando se hizo la primera gran encuesta, el referendo para la reelección estaba prácticamente muerto en el Congreso. Hace un mes resucitó y, si bien todavía falta que pase el examen en la Corte Constitucional y el de las urnas, el gran público ya lo da como un hecho.

Ese nuevo ánimo puede haber tenido un impacto sobre los resultados de la encuesta. No sólo siete de cada 10 colombianos están de acuerdo con que un gobernante se reelija, sino que de esos, cerca de la mitad estarían de acuerdo con una reelección indefinida.

"Este país ha sido reacio a las reelecciones. Pero hay que tener en cuenta que la diferencia está en que una importante proporción de los encuestados es joven que no tiene memoria histórica ni tiene experiencia con otras reelecciones. El único referente que tienen es la reelección de Uribe, les ha gustado y no miden las consecuencias", dice Javier Restrepo, director de Ipsos-Napoleón Franco, la compañía que realizó la encuesta.

El tercer factor es el síndrome de orfandad. Después de siete años en los que el país ha tenido cambios trascendentales en materia de seguridad, la gente teme dar un salto al vacío. Uno de los resultados más impactantes de la encuesta es que cuando se le pregunta a la gente que si Álvaro Uribe es el único líder político capaz de llevar a Colombia en el camino que se requiere, prácticamente la mitad (el 47 por ciento) dicen que así lo consideran.

Los resultados en general parecen constatar que el país está asistiendo a un capítulo inédito de su historia con el nacimiento de la figura de un caudillo, donde la sociedad no quiere que el padre abandone el nido, en este caso el poder.

El cuarto y último factor que explica la consolidación de Uribe se podría llamar el efecto vampiro. Los otros candidatos uribistas, más que candidatos a suceder a su jefe, son voceros de campaña para perpetuarlo. Cada vez que Juan Manuel Santos o Andrés Felipe Arias salen a decir que si Uribe va ellos no van, le están sumando su propio capital político al del mandatario. Mientras esté a la sombra de la candidatura de Uribe, ninguno podrá descollar. Hace menos de un mes, el Presidente los convocó a todos a la Casa de Nariño y a la salida cada uno de ellos repitió el estribillo prouribista en horario triple A.

En la encuesta, por ejemplo, es notorio cómo se dispara la imagen favorable de Uribe (del 74 en mayo a 78 por ciento ahora) mientras se desploma la de los demás uribistas. Juan Manuel Santos del 61 al 46, Noemí Sanín del 54 al 42 y Andrés Felipe Arias de 50 al 37.



¿Qué hay para la oposición?

La otra cara de la moneda de esta fotografía política son los partidos de oposición. Estos también tuvieron una prueba de fuego tanto en las urnas como en las encuestas.

La primera lectura ante una votación en las consultas que no llegó a dos millones de votos, sumando los del Polo y los del Partido Liberal, llevó a muchos analistas a decir que la jornada del domingo había sido una victoria para el presidente Uribe.

Sólo ciertas voces disidentes, como la del académico Eduardo Posada Carbó, trataron de desmontar esa interpretación. En su columna de El Tiempo, Posada argumentó que no se puede caer en el equívoco de pensar que la jornada del domingo era "un plebiscito sobre el proyecto reelectoral o sobre el gobierno" y no un trámite interno de los partidos que tiene poca acogida como en cualquier otro país del mundo.

Y estos dos puntos de vista, en el fondo, pueden tener algo de razón. Si bien la baja votación no se puede ver como una derrota, esos resultados sumados a los de la encuesta sí reflejan el sentimiento de un país que no parece estar dispuesto a abrirle mucho espacio a la oposición política.

En términos matemáticos no hay cómo hacer una comparación. Otras consultas internas para elegir candidato a la Presidencia se han hecho a la par con los comicios parlamentarios, que arrastran más votantes a las urnas. Por eso, esta vez la votación se redujo con respecto a la de 2006, en el caso del Partido Liberal a la mitad -1.312.000 votos-, y en el caso del Polo a una tercera parte -450.000 votos-. Pero en términos políticos, también sería equívoco desconocer el impacto de la jornada del domingo sobre la refriega electoral. Quiérase o no, los resultados son un alivio para el uribismo.

Lo más importante es que eligieron a sus dos candidatos. En el caso del Polo, Gustavo Petro dio la sorpresa al derrotar al que parecía ya ungido por el partido de izquierda, el ex magistrado Carlos Gaviria. Y le fue tan bien en la encuesta, que ya puntea en la presidencial -si no va Uribe- con Santos y Arias con 11 por ciento. La gran pregunta para Petro es si por su condición de ex guerrillero tiene un techo en un país donde el fenómeno de la subversión ha sido como una maldición y sigue vivito y coleando.

Por las toldas liberales, Rafael Pardo puede tener un futuro prometedor. Ganó la consulta, es respetado entre los políticos y tiene credibilidad en la opinión. Con su credencial de candidato oficial del Partido Liberal su misión ahora es tratar de hacer alianzas con Germán Vargas Lleras, los tres tenores (Antanas Mockus, Enrique Peñalosa, y Lucho Garzón), Gustavo Petro o, si es posible, con Sergio Fajardo, que se ha congelado en las encuestas. Esfuerzo casi utópico, pues entre varios hay corto circuito, pero desplegará una de sus mejores virtudes: la conciliación.

El dilema de Rafael Pardo es que a pesar de que siempre ha sido visto como un hombre serio y con experiencia suficiente para llegar a la Presidencia, y a pesar de que ganó en las urnas, no ha logrado despegar en la opinión. De cada 100 personas encuestadas, 44 no lo conocen y sólo 32 tienen una imagen favorable de él.

Dentro de los liberales el nuevo fenómeno es el ex gobernador de Antioquia Aníbal Gaviria, quien en su primera incursión en las grandes ligas del partido obtuvo 222.000 votos, apenas 150.000 menos que Pardo y por encima de pesos pesados como Alfonso Gómez Méndez y Cecilia López.

Hoy, cuando apenas faltan ocho meses para las elecciones presidenciales, reina la incertidumbre en la oposición. La pregunta que muchos se hacen es cómo van a mover las fichas para convertirse en una alternativa que le compita al presidente Uribe o, en su defecto, a quien unjan en el uribismo.

La unión de todos los candidatos no uribistas no parece viable ni desde el punto de vista estratégico -nada más contraproducente a la hora de ganar votos en un país uribizado que armar un equipo anti- ni desde el punto de vista práctico. La única convergencia realmente viable hoy es la de Rafael Pardo con Germán Vargas Lleras. Aunque Petro quisiera asociarse con otros, su partido le tiene amarradas las manos con el acuerdo que hicieron de llegar a la primera vuelta con candidato propio. Sergio Fajardo ha dicho lo propio. Y en cuanto a los tres tenores, Mockus, Peñalosa y Garzón, por ahora, según la encuesta, figuran como extras y no como protagonistas de la película presidencial.

La tragedia para todos ellos, además, es que sumándolos a todos, su intención de voto no le llega la cintura a la del Presidente. Si las elecciones fueran mañana, en la primera vuelta ganaría Uribe. Los seis candidatos declarados no uribistas que están en la carrera por la Presidencia apenas alcanzan el 20 por ciento de los votos, es decir, menos de una tercera parte del 63 por ciento del mandatario.

Pero lo otro que también revela la encuesta es que en caso de que el presidente Uribe no entre en competencia, la oposición sin duda se vería fortalecida y el pulso electoral sería tan competido como apasionante. Los dos bandos, el uribista y el no uribista, tendrían poco más del 30 por ciento de los votos y habría poco menos de un 30 por ciento aún indeciso.

Otra vez hay que decir que -por ahora- la Corte Constitucional tiene la última palabra. Paradójicamente, el desenlace de uno de los momentos más apasionantes de la historia política del país estará en manos no de los políticos, ni del pueblo, sino de los juristas.

Mientras eso sucede, mientras la Corte da su veredicto, y al ver los resultados de las consultas y de la Gran Encuesta, el presidente Álvaro Uribe, como se diría coloquialmente, está muerto de la risa. n