ESCULTURA PÚBLICA
Por fin, Feliza
La semana pasada se inauguró, 42 después de ser creada, la escultura 'Homenaje a López Pumarejo', de la escultora Feliza Bursztyn. Historia accidentada de una obra de vanguardia.
Es un hecho bastante insólito: 42 años después de que Feliza Bursztyn diseñó una escultura en homenaje al ex presidente Alfonso López Pumarejo, encargada por la Universidad Nacional, ésta se convirtió en realidad.
La historia comenzó así: En 1967, y como parte de los festejos por el centenario de su fundación, la Universidad decidió hacerle un homenaje al ex presidente López Pumarejo, quien durante su gobierno había impulsado la compra de los terrenos donde se construyó la ciudad universitaria.
Para elegir al escultor que llevaría cabo el monumento, las directivas nombraron un jurado integrado por Rogelio Salmona, Fernando Martínez Sanabria, Marta Traba, Mario Latorre y el decano de la facultad de artes Eduardo Mejía Tapia. Y con un espíritu curiosamente político, el jurado optó por designar una terna de la cual saldría el ganador. La terna quedó conformada por tres nombres que han pasado a la historia del arte nacional: Édgar Negret, Eduardo Ramírez Villamizar y Feliza Bursztyn.
Tras largas deliberaciones, el jurado finalmente escogió a la joven y polémica escultora Feliza Bursztyn, y se armó Troya. ¿Una escultora (mujer para más desgracia) que trabajaba con chatarra, con materiales de desecho? ¿Un homenaje a todo un señor ex presidente que no es un busto sino un adefesio, eso que llaman "arte abstracto"? Los medios de comunicación siguieron y alentaron la polémica: El Espectador publicó una defensa escrita por Marta Traba, pero pocos días más tarde atizó el fuego con un fuerte titular: 'El monumento de López es un horror'.
La Universidad pasaba por un momento de enorme tensión política. Carlos Lleras, en ese entonces presidente, no tenía mucha simpatía por un lugar en el que, cuando aún era candidato, había sido acorralado por los estudiantes durante una visita. Los estudiantes armaban refriega a cada rato, y tras la última, Lleras había enviado la fuerza pública a tomarse la universidad.
Y para colmo, en un increíble acto de mezquindad intelectual, los profesores de la misma universidad enviaron una carta al rector, Guillermo Rueda Montaña, en la que protestaban porque "hay posibilidades de que la ejecución del anteproyecto para tal monumento sea encomendada a personas que si bien reúnen algunas condiciones artísticas, no pertenecen a la Universidad".
A Feliza Bursztyn nunca nadie le dijo que no. El proyecto le fue encomendado y ella presentó su maqueta. Como suele suceder, las cosas se fueron diluyendo en ires y venires, debates sobre el presupuesto, aplazamientos y vaguedades.
Luego vinieron los años oscuros de Turbay. Tras una exposición de la artista en Cuba, una madrugada el Ejército allanó la casa donde vivían Feliza y su marido, Pablo Leyva, y se llevaron a la escultora para las tristemente célebres caballerizas de Usaquén. Leyva, desesperado, movió cielo y tierra. Tres días más tarde Feliza fue liberada, y aunque los cargos eran supuestamente "muy graves", nunca nadie le dijo de qué la acusaban.
Como se sabe, con la ayuda de su amigo García Márquez, Feliza se exilió en México y luego en París, donde moriría de un paro cardíaco, al poco tiempo de llegar.
Han sido la terquedad de su marido y el entusiasmo del ex vicerrector de la sede de Bogotá Fernando Montenegro lo que ha logrado que aquella maqueta en madera, tan juiciosamente preservada, cobrara las dimensiones para las que fue pensada: sus 12 metros y medio de altura hoy por fin se pueden ver en la verde explanada de la universidad llamada el Parque de los maestros Abstractos, frente al nuevo edificio de Ciencia y Tecnología Luis Carlos Sarmiento.
En la elaboración de la escultura trabajaron durante dos años más de 50 personas, desde los ingenieros que levantaron los planos con Luis Guillermo Aycardi a la cabeza, hasta soldadores y obreros. Y su inauguración coincide felizmente con la apertura, este 3 de diciembre, de la exposición 'Elogio de la Chatarra', con más de 60 obras de Burzstyn.
Razón tuvo el artista Álvaro Barrios cuando, a propósito de la figura de Feliza, escribió: "Ya en cierta oportunidad me había dicho que en su concepto nada existía después de la muerte, pero yo no le creí: Su risa era demasiado estridente para que la muerte la silenciara, y la inmortalidad es obstinada".