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"Yo sobreviví a la masacre de Tacueyó"
Un niño de 15 años sobrevivió hace 20 años a la peor masacre de la historia de Colombia, cometida por un grupo disidente de la Farc contra sus propios miembros.
Esta semana se cumplen 20 años de la peor masacre cometida en Colombia. Entre noviembre de 1985 y enero de 1986, Fedor Rey, conocido como 'Javier Delgado', comandante de una guerrilla disidente de las Farc, y su lugarteniente más cercano, Hernando Pizarro Leóngomez, asesinaron a 164 de sus compañeros. La mayoría, jóvenes campesinos que habían ingresado recientemente a las filas de su movimiento. Muchos también eran universitarios que fueron llamados por Delgado hasta sus campamentos con el sólo propósito de ser asesinados. 'El monstruo de los Andes', como se le conoció a Delgado, torturó a todas sus víctimas con métodos que ni siquiera se conocieron en las sangrientas épocas de la Violencia. Se encontraron cuerpos a los que les habían abierto el pecho, aún con vida, para desgarrarles el corazón. Tres cadáveres de mujeres embarazadas con los vientres vacíos. Varios de esos hombres fueron enterrados vivos. Todos estaban mutilados. En los primeros días de diciembre de ese año empezaron los rumores de que en Tacueyó, Cauca, se estaba produciendo una matanza sin precedentes. Se sabía que Delgado estaba matando a sus propios compañeros, obsesionado con la idea de que eran militares infiltrados en su movimiento. El grupo Ricardo Franco había nacido a principios de los 80, cuando Delgado, que era un hombre de confianza de Jacobo Arenas en las Farc, se fugó con un millón de dólares para crear su propia guerrilla. Gracias al dinero y a su radicalidad, creció muy rápidamente, especialmente en Cauca. Los rumores de la matanza avivaron la curiosidad de los periodistas. Se hablaba de que en las montañas de Toribío estaba el Pol Pot colombiano. Entonces, un grupo de reporteros buscó contacto con Delgado y llegaron hasta su campamento. Lo que vieron quedó plasmado en fotos y videos, como una historia de horror. Cinco hombres, con cadenas amarradas a sus pies, manos y cuello, esperaban su ejecución. Cada uno de ellos, después de haber sido sometido a las más increíbles torturas, confesaba ser oficial del Ejército, o de los organismos de inteligencia. Uno de ellos, de apenas 15 años, que decía ser cabo del Ejército, los conmovió a todos. Los periodistas entendieron que la locura se había apoderado de los guerrilleros. Era completamente imposible que un niño fuera un suboficial y sólo pudieron imaginar el sufrimiento al que había sido sometido para terminar confesando semejante absurdo. La foto de los condenados a muerte le dio la vuelta al mundo. Los hombres fueron ejecutados, pero el niño sobrevivió. SEMANA habló con él. Esta es la increíble y dolorosa historia de Manuel Manrique, el niño que a los 15 años conoció el infierno. Dos veces regalado "Cuando tenía 11 años mi mamá me entregó a la guerrilla. Mi papá se acababa de morir y ella no sabía qué hacer con nosotros. Me dijo: nos vamos, y me subió hasta el campamento del Ricardo Franco, me dejó en manos de Javier Delgado. Allá me dieron entrenamiento, me ponían a cocinar y después me pusieron a cargar un fusil. La única consideración que tenían era que no cargaba mucho en el morral, por lo pequeño que estaba. De resto, me tocaba ser combatiente como todos. Empezó a gustarme el combate. Yo soy así como me ve: tranquilo. "En ese entonces, mucha gente empezó a entrar al Ricardo Franco porque había plata y buenas armas. Especialmente después de que nos tomamos un pueblo que se llama Miranda, donde se incorporaron muchas personas. "Ahí comenzaron los problemas porque se empezó a comentar que entre los recién ingresados había cinco infiltrados. Entonces empezó a perderse gente. Los sacaban en grupos y los llevaban para otros dos campamentos donde bajo tortura, unos aventaban a otros, y así se fue haciendo interminable la lista de supuestos infiltrados. Delgado empezó a cambiar. No dormía, se la pasaba caminando de día y de noche, se mantenía aislado. Creo que fumaba mucha marihuana. Hernando, que era hermano de Carlos Pizarro, también metía mucha droga. Él y Miguel, un costeño alto y delgado el hijuepuerca, eran los que más torturaban. "Yo no entendía muy bien qué estaba pasando. Imagínese. Era un niño. Escuchaba que había infiltrados y de otros compañeros que habían desertado. Incluso de una muchacha que tenían enterrada hasta el cuello y logró escapar. En una ocasión me llevaron a cuidar a unos detenidos, que estaban amarrados. Los cuerpos estaban completamente hinchados por las heridas. Lo único que veía era carnes moradas, rojas, tiradas en el piso, ya no parecían gente. "En esas llevábamos un mes, cuando un día, a principios de diciembre, cometí el error de decirle a un compañero mío: "oiga, cómo ha cambiado Javier Delgado". Eso fue suficiente para que me delatara con los jefes, y empezaran conmigo. Vino el propio Delgado y me dijo: "Qué está insinuando de la vida mía, sapo h.p". Yo, que ya había visto lo que les había ocurrido a otros, sabía lo que me esperaba. Entonces me convidaron para subir a otro campamento que después llamamos Campo Santo, por la cantidad de muertos que allí había. Al subir, Miguel me dio el primer culatazo. Me quedé sin aire, pero me siguió golpeando y me decía: "Desembuche h.p sapo". "¿Desembuche qué?", decía yo. Entienda: yo era un chino, a pesar de que tenía tiempo ahí, no entendía muy bien qué era un grupo guerrillero. Me encadenó por la cabeza, las manos y los pies. Después llegó con una pita de poliéster. Pensé: "Estos malditos me van a matar". Ya había visto que a algunos los ahorcaban así. Pero no. Me taparon la boca con una bayetilla, luego, con los cordeles, me colgaron de pies y manos, como cuando están secando el cuero de una vaca. Piernas y brazos estirados. Quedé colgando del aire. El dolor era insoportable. No podía respirar. No sé cuánto duré así porque me privé. Cuando desperté estaba al lado de otros prisioneros, a los que no conocía. Después supe sus nombres. A uno de ellos le decían Efraín. "De él me acuerdo bien porque un día que lo estaban golpeando duro me señaló a mí, y dijo que yo era de la CIA. Yo estaba a un lado amarrado y ahí mismo le grité: "¿Por qué me acusa? Si eso no es cierto". Admito que en algún momento dije que yo pertenecía al Ejército pero no me acuerdo cómo llegué a eso. Las torturas eran muy duras. "Por esos días llegó un grupo del M-19 al campamento. Carlos Pizarro se quedó mirándonos y escuché cuando le dijo a Delgado, "suelte al niño". Pero Delgado no le contestó. Ya estaba muy perdido. Luego nos movieron a un sitio llamado Mariposa, en Jambaló. Hasta allá subió un cura y nos dio una misa y pidió el derecho de darnos la bendición. Después se fue. "A los siguientes que vimos fue a los periodistas. Raul Benoit le pidió también a Delgado que me soltara. De inmediato no pasó nada, pero eso le quedó calando porque a los pocos días me sacaron a un caserío indígena que se llama Pueblo Nuevo. Me iban a dejar en esa comunidad, pero los líderes no quisieron recibirme. Dijeron que no querían problemas. Cuando estuve a punto de quedar libre, me devolvieron otra vez a ese infierno. "Esta vez me llevaron para Campo América, otro sitio donde las torturas eran peores. Al rato de haber llegado me pusieron a cavar un hueco. "Con barretones me tocó sacar las raíces de un árbol. Cuando estuvo listo, 'El mompa', un guerrillero que anda todavía por ahí en Cali todo loco, me enterró. Pensé que apenas me iban a tapar hasta el cuello, pero me cubrieron toda la cabeza con tierra, después pusieron un palo encima. Al principio me desesperé. Me sentí muerto. Habían pasado muchas horas y sentía una agonía terrible. Entonces pensé que tenía que tranquilizarme. Cuando ya estaba casi desfallecido, pensé: "La tierra tiene que tener oxígeno". Y pegué bien la cara a la tierra. Y sí, es cierto ¡la tierra tiene oxígeno! Así yo pude sobrevivir durante casi 12 horas. Cuando me desenterraron estaba completamente gordo. "Saquen a ese mugre de aquí", dijo Miguel. "Quedábamos muy pocos. Pasaron los días y los cuatro que estaban conmigo pedían que los mataran. Y así fue. Los fusilaron de a uno. Al final sólo quedamos Efraín y yo. Luego vinieron por él y yo escuché el tiro de gracia que le dieron. Cuando vi asomar al 'Mompa' sabía que me había llegado la hora. "Aquí se termina la vida tan h.p que me tocó vivir" pensé. Pero Delgado dio la orden de que no me mataran. Ese mismo día mandaron a cuatro guerrilleros a que me sacaran del campamento. En el camino, dije que iba a orinar y me les escapé. Corrí por toda la cordillera hasta que llegué a la casa, en San Francisco Toribío. Había durado casi dos meses amarrado". Epílogo La historia de guerra de Manuel Manrique no termina ahí. Pocas semanas después, pasó por su casa una columna del M-19 dirigida por Marcos Chalita. La mamá de Manuel les dijo que su hijo estaba loco, que no comía, ni hablaba. Les rogó que se lo llevaran. Por segunda vez, fue entregado a los guerrilleros. Con el M-19 duró cinco años, hasta cuando se desmovilizó con este grupo. Entonces tenía 20 años. En varias ocasiones estuvo con Carlos Pizarro. Manuel dice que éste lo miraba y con frecuencia le decía "me da pesar verlo a usted aquí...y saber que fue torturado por un hermano mío". La desmovilización no ha borrado esos momentos aciagos. Así lo demuestran una arruga permanente entre ceja y ceja, la mirada endurecida y la dificultad para arrancarle una sonrisa de los labios. "Nadie se imagina las cosas que vi", dice. Manuel tiene ahora 35 años, y se gana la vida humildemente manejando una guadañadora en una vereda del Huila. Vive en la pobreza, pero los dolores sufridos han menguado desde que tiene a sus tres hijos, y a su compañera, con la que vive hace cuatro años. El año pasado, cuando decidieron casarse, el sacerdote le puso como condición que se reconciliara con su madre, porque no podía empezar una nueva vida con el resentimiento que llevaba por dentro. Por primera vez, viajó hasta Toribío y se encontró con ella frente a frente. "La perdono. Entendí por qué me entregó al Ricardo Franco: estaba desesperada por la pobreza". En diciembre de 1985, después de que se conoció la masacre de Tacueyó, la Coordinadora Nacional Guerrillera expulsó al grupo Ricardo Franco. Las Farc se dieron a la tarea de perseguir a Hernando Pizarro y Javier Delgado, para matarlos. Pizarro murió baleado en una calle de Bogotá en 1994, al parecer en un asunto de delincuencia común. Delgado (Fedor Rey) fue capturado en 1995, en un operativo contra el cartel de Cali, organización para la que finalmente terminó trabajando. Fue condenado a 19 años de prisión por rebelión y por 164 homicidios ocurridos en Tacueyó. Delgado no llegó a cumplir su condena. En junio de 2002, el 'monstruo de los Andes' fue ahorcado en su celda en la cárcel de máxima seguridad en Palmira por un comando de las Farc. Esta ha sido quizá la más numerosa y atroz masacre cometida en el país en las dos última décadas. Paradójicamente, fue cometida por la guerrilla contra sus propios hombres. Y también ha pasado a la historia como el más espeluznante caso de paranoia colectiva. Que algo así llegara a ocurrir no se explica sólo en la locura de unos cuantos, sino en el profundo autoritarismo que se anida en las estructuras de la guerra. Y que a lo largo de estos años se ha repetido incontables veces.