ARGENTINA
¿Qué significa el eterno regreso del peronismo a la presidencia de Argentina?
Suele suceder que el partido de Juan Domingo Perón renace de sus cenizas después de salir del poder por su propia culpa. Análisis de un insólito fenómeno político.
El peronismo ha regresado al poder en Argentina. El triunfo de Alberto Fernández y Cristina Fernández viuda de Kirchner en las elecciones del 27 de octubre trae una vez más a esta fuerza política a la Casa Rosada, con el desafiante panorama de una crisis económica que no toca fondo.
“No es que nosotros seamos tan buenos, sino que los demás son peores”, dijo una vez el general Juan Domingo Perón, el fundador del movimiento que desde 1945 forma la espina dorsal de la política argentina. La frase, repetida varias veces en tres cuartos de siglo, volvió a la mente de los argentinos este domingo, cuando el presidente Mauricio Macri cayó derrotado en sus intentos de reelección, en medio de la escalada del dólar y la espiral inflacionaria. Después de haber hecho del lema “Sí se puede” el centro de su campaña, Macri no pudo.
Un millón de personas celebraron el triunfo de la dupla Fernández.
Pero ¿qué tiene este movimiento para recrearse, resurgir de sus derrotas, curarse sus heridas y reaparecer triunfante? “El peronismo es un recuerdo que da votos”, dijo a SEMANA Julio Bárbaro, un destacado escritor y pensador, para interpretar gráficamente por qué las ideas y la memoria del general Perón siguen grabadas en el ADN popular.
Perón saltó a la primera plana en 1945, cuando fue destituido del puesto de secretario (ministro) de Trabajo. Eso desencadenó la movilización del 17 de octubre, en la que los asalariados del conurbano bonaerense llegaron hasta la plaza de Mayo para exigir y lograr su libertad. Al año siguiente ganó las elecciones presidenciales, y durante sus dos mandatos, que terminaron con el golpe militar de 1955, los trabajadores lograron muchas reivindicaciones, al tiempo que el país vivía un proceso de industrialización.
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“El peronismo es la revolución industrial, la estructura sindical y el voto femenino”, recuerda Bárbaro, haciendo alusión a esos años dorados en los que, además, las mujeres pudieron ejercer el sufragio por primera vez, inspiradas por Evita, la legendaria esposa del general.
Bárbaro explica la fuerza del peronismo como “una síntesis de la identidad aluvial del país”, es decir, la suma de capas y capas de inmigrantes europeos, que se fusionaron con los “cabecitas negras”, trabajadores venidos del interior en los años cuarenta y cincuenta.
Pasaron 18 años de proscripción y Gobiernos militares hasta 1973, cuando Héctor J. Cámpora ganó las elecciones, renunció y convocó nuevos comicios, en los que triunfó un ya anciano Perón, que volvió de su exilio madrileño. La muerte del general un año después abrió los años más negros de la historia reciente argentina: el reemplazo por su esposa Isabel Martínez, una bailarina sin ninguna experiencia política, asesorada por el ‘brujo’ José López Rega, inspirador de la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina) e iniciador del terrorismo de Estado que derivó en el golpe militar de 1976.
Mientras tanto, Mauricio Macri tuvo que reconocer su derrota y reunirse con el nuevo presidente, Alberto Fernández.
A pesar de la derrota electoral de Macri, el presidente saliente ostenta un récord: desde el retorno de la democracia en 1983, es el primer no peronista que logra culminar su mandato.
El radical Raúl Alfonsín, quien ganó las primeras elecciones posteriores a la dictadura en 1983, tuvo que retirarse anticipadamente en 1989, en medio de las llamaradas de la hiperinflación y la crisis económica.
Otra vez apareció un peronista, Carlos Menem, para sacar las papas del fuego. En sus diez años de mandato, se acondicionó a la ideología de la época de Margaret Thatcher y Ronald Reagan, privatizó la mayoría de las empresas públicas y dio un giro francamente conservador a su Gobierno. En 1999 le tocó el turno a otro radical, Fernando de la Rúa, que, otra vez, no pudo terminar y renunció en diciembre de 2001 en medio del estallido conocido como “argentinazo”.
Volvió el peronismo. Desde 2003, Néstor y Cristina Kirchner rigieron hasta 2015, en un nuevo ciclo virtuoso de crecimiento económico, gracias al boom de las materias primas. Pero si Menem había gobernado inclinado hacia la derecha, el matrimonio Kirchner lo hizo hacia la izquierda, coincidiendo con la oleada de Gobiernos progresistas, como el de Hugo Chávez en Venezuela y Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil.
Apoyado por el radicalismo, Macri ganó en 2015 prometiendo derrotar la inflación y la pobreza, pero fracasó estrepitosamente. La crisis económica estalló en abril de 2018 y continuó profundizándose hasta hoy, con una devaluación de casi 400 por ciento desde ese momento y una inflación de más del 50 por ciento anual, la tercera del mundo.
Por eso, muchos analistas se preguntan si la única fuerza que puede gobernar Argentina es el peronismo. Para Bárbaro, “El problema central es que el no peronismo no es una estructura viable”: ni Alfonsín ni De la Rúa ni Macri lograron articular y mantener una fuerza nacional para sostener sus Gobiernos.
Juan Domingo Perón y su esposa, Eva, se convirtieron en el símbolo político más importante de Argentina. Hoy siguen siendo un referente de los desposeídos en ese país.
Bárbaro, que votó por Macri y que ahora volvió a votar por el peronismo, considera que el Gobierno saliente fracasó. “Macri tiene la idea de que las empresas pueden gobernar los países”. Como diría Perón, “Los demás fueron peores”.
“Vuelve el asado, volvió el peronismo”, dicen las cadenas de mensajes que circulan por WhatsApp, expresando las enormes expectativas puestas en los Fernández-Fernández. Pero habrá que ver si el nuevo Gobierno está en condiciones de satisfacer esas expectativas, ya que enfrentará una coyuntura muy complicada.
En primer lugar, porque a pesar del categórico triunfo peronista en las elecciones del 27 de octubre, la diferencia con Macri no fue tan amplia como pensaba todo el mundo. En las elecciones primarias de agosto, Fernández había superado al presidente saliente por más de 15 puntos, pero en esta oportunidad Macri recortó la diferencia a solo 7,5 puntos.
En solo dos meses, ganó más de 2 millones de votos y se impuso en la franja central del país, la más poblada y productiva: ganó en la vitivinícola Mendoza, en las agroindustriales Córdoba, Santa Fe y Entre Ríos, y logró un triunfo aplastante en la Ciudad de Buenos Aires, con 55 por ciento de los votos.
Los argentinos temen que les vuelva a pasar lo del corralito. Muchos retiran sus ahorros de los bancos.
Esto no le bastó para derrotar al peronismo en su bastión, la provincia de Buenos Aires, donde Axel Kicillof, el exministro de Cristina Kirchner y candidato a gobernador, arrasó con el 52 por ciento. Pero el resultado es un equilibrio inestable de fuerzas. En la Cámara de Diputados la primera minoría seguirá siendo de la alianza macrista, al tiempo que en el Senado dominará el peronismo.
Como escribió Carlos Pagni en La Nación, “No estamos ante dos bloques de poder, uno en el Gobierno y otro en la oposición, sino que se enfrentan dos mosaicos, y ningún líder tiene, hacia adentro ni respecto de los otros, todo el poder. Tampoco dominan totalmente su espacio”.
El triunfo de los Fernández-Fernández fue posible porque lograron la unidad del peronismo, pero habrá que ver si es férrea y resiste, pues en el mismo movimiento conviven distintas corrientes: Cristina Kirchner, que sigue siendo la figura determinante; la juventud más radical, expresada en la agrupación La Cámpora, dirigida por Máximo, su hijo; los sindicatos, y el propio Alberto Fernández, una figura alejada de los espacios más confrontacionales, que busca apoyarse en los gobernadores peronistas, de raigambre más conservadora.
La volatilidad del peso desató una profunda crisis económica. Argentina crece muy poco hace un siglo.
Las odiosas medidas económicas que el nuevo Gobierno deberá tomar en algún momento, las restricciones presupuestarias hacia las provincias y el gasto público hacen pensar que esas tensiones se van a agudizar. Para Bárbaro, sin embargo, no existe la posibilidad de que el peronismo estalle por las discrepancias entre sus fracciones. “En el peronismo se concentra la energía del debate, pero no explota, la conducen”.