Salud
Instituto Nacional de Salud fortalecerá hacienda donde se produce antiveneno para todo Colombia
El director del INS visitó el serpentario de la entidad.
En Bojacá, Cundinamarca, está ubicada la Hacienda Galindo. Allí queda el serpentario del Instituto Nacional de Salud. El lugar donde se recogen “venenos” que salvan vidas, técnicamente llamado Suero Antiofídico Polivalente, que se produce según los lineamientos de la Organización Mundial de la Salud.
Justamente, este 2 de enero, el director del INS, visitó el laboratorio y anunció novedades.
“Nuestro director general INS, Giovanny Rubiano, anunció el fortalecimiento de la infraestructura y procesos de producción de antivenenos en Hacienda Galindo, lugar en donde el Instituto Nacional de Salud realiza la primera parte del proceso de producción de antivenenos”, señaló la entidad en la cuenta de Twitter.
Contaron también desde la entidad que en la visita a las instalaciones, el director habló con el equipo técnico y vio los procesos que se realizan, “desde la tenencia de las serpientes de importancia médica, hasta la obtención de los venenos para la inmunización de caballos y su posterior purificación”, explicaron.
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Asimismo, recordaron que la tarea que allí comienza es de suma importancia para mantener un stock de antivenenos y una producción suficiente para abastecer las necesidades de sueros antiofídicos en Colombia.
Finalmente, revelaron que el Instituto provee en ocasiones al sistema de salud de otros países en situaciones de emergencia o necesidad explícita, como ha ocurrido con Ecuador y Perú.
Nuestro director visitó hoy las instalaciones del serpentario, acercándose al equipo técnico y a los procesos que se realizan: desde la tenencia de las serpientes de importancia médica, hasta la obtención de los venenos para la inmunización de caballos y su posterior purificación pic.twitter.com/QLvg36UerS
— Instituto Nacional de Salud🇨🇴 (@INSColombia) January 2, 2023
La increíble historia de Juan Manuel Renjifo, el colombiano que inició la producción de suero antiofídico contra la mordida de culebra en el país
Equipado con una cámara fotográfica, un gancho para serpientes, un machete y unas bolsas de tela que cargaba en un morral, el biólogo colombiano recorrió todo el país para atrapar culebras y lograr producir un suero antiofídico polivalente. Durante sus viajes tomó más de 85.000 imágenes de especies de flora y fauna que hoy forman parte de una colección del Banco de la República.
Un importante capítulo de la historia de la ciencia en Colombia se escribe en una hacienda en Funza, Cundinamarca, a no más de 25 kilómetros de Bogotá. Aquí, desde hace 20 años, vive junto a su esposa Patricia el biólogo Juan Manuel Renjifo, hijo del reconocido médico y salubrista bugueño Santiago Renfijo, exministro de Salud y cofundador de la Escuela de Medicina de la Universidad del Valle.
Renjifo, el pico más alto de La Macarena, se llama así en honor al galeno que participó en la primera expedición a la sierra. De hecho, a su cargo estuvo el primer decreto para convertirla en Parque Nacional.
El interés del doctor Renjifo por estudiar enfermedades como la malaria, la fiebre amarilla y el chagas determinaron los primeros años de vida de Juan Manuel. A los 44 días de nacido ya estaba en Villavicencio, donde su papá ejerció como el primer director del Instituto de Enfermedades Tropicales Roberto Franco. Su niñez y adolescencia transcurrieron rodeado de ratones, curies y conejos.
“A los seis años, cuando vivíamos en Cali, íbamos a buscar peces en el Anchicanyá para sus acuarios y a los ocho o nueve años me tomaron mi primera fotografía junto a una culebra”, relata.
El biólogo rememora con orgullo cada logro de su padre y reconoce que aunque por un camino distinto de la ciencia, su trabajo fue determinante para conectarse con la naturaleza.
Lo suyo fueron las culebras, “más bien, toda clase de bichos”, precisa Juan Manuel, quien se toma el tiempo para mostrar portadas de libros, publicaciones especializadas, fotografías y cráneos de serpientes mientras avanza con los detalles su historia. El relato transcurre entre un coro de grillos que el biólogo de 72 años cría dentro de la finca, para tener luego como alimentar a los pájaros.