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SIN AGUA EN LA BOCA

Gran chaparrón de críticas propinó Juan Pablo II al general Jaruzelski durante su largo periplo por su tierra natal.

25 de julio de 1983

El balance del viaje del Papa a Polonia es profundamente desfavorable al general Jaruzelski. Este no es el único sorprendido, pero es el primer concernido. Aceptando ese viaje, las autoridades querían suministrar la prueba -indicó Henryk Jablonski, jefe del Consejo de Estado- de que "la normalización estaba bien adelantada en el país".
Más o menos abiertamente, el gobierno polaco esperaba que el Papa predicara la resignación a sus compatriotas y los convencieran, en nombre de las realidades geopolíticas, de que el paréntesis de libertad abierto por "Solidaridad ", durante 18 meses, había sido definitivamente cerrado.
Para esto, la Junta Militar no había vacilado en retardar durante largos meses la visita hasta obtener un buen número de "compromisos" por parte del episcopado polaco. La misma víspera de la llegada de Juan Pablo II, el vicepresidente Rakowski recordó al Vaticano que el estado de guerra en Polonia había sido "únicamente suspendido". Más tarde, en su discurso frente al Papa, el general Jaruzelski evocó las razones que, según la lógica del gobierno, deberían llevar al Papa a ser prudente, favoreciendo así la normalización.
El mensaje era claro: el Papa debía preconizar el entendimiento con el gobierno, cuya única propuesta es la capitulación del movimiento sindical o arriesgar que se aumente la tensión y se comprometa la evolución que, a pesar de las evidencias, el poder dice querer efectuar.
Juan Pablo II, sorprendiendo a los observadores, optó en cambio por destilar, a lo largo de sus 23 discursos, una especie de testamento moral destinado a convertirse en ideario de referencia para una nación que ha encontrado, a través de la religión, la fuerza para resistir al represivo gobierno.
Fundamentalmente, el Papa no dijo nada que "Solidaridad " no hubiera ya reivindicado. Pero afirmando esos objetivos, ante cerca de diez millones de personas que fueron a su encuentro, legitimó la resistencia y cristalizó como nunca la separación entre el poder militar y la nación polaca.
Esto explica las vivas protestas del gobierno ante el episcopado por el cariz "político" de las manifestaciones durante las cuales se desplegaron banderas con el nombre de "Solidaridad" y millones de dedos hicieron la V de la victoria, así como las replicas indirectas -formuladas por la prensa oficial- a los discursos del Papa.
El descontento del régimen se justifica ampliamente. En efecto, valiéndose de citas bíblicas, referencias históricas, metáforas comprensibles bajo cualquier dictadura y, a veces, en un lenguaje crudo y directo, Juan Pablo II declaró "no cesar de esperar una reforma social" basada en los principios elaborados en agosto de 1980, fecha del nacimiento de "Solidaridad". Recordó además al general Jaruzelski que la "paz social está ausente" cuando "no hay diálogo entre gobernantes y gobernados", y exaltó a la nación polaca por no haber abandonado, "su voluntad de victoria", una "viotoria moral y no militar". Y como si fuera poco defendió a los sindicatos independientes calificándalos de "instrumentos eficaces de diálogo" para obtener la "concertación social".
Volviendo a Katowice, sobre el tema de los sindicatos, el Papa suscitó una inmensa ovación al declarar: "El derecho de asociarse no es un derecho otorgado por alguien (...), es un derecho innato. El Estado tiene el deber de protegerlo y de velar para que no sea violado". El Estado también afirma su soberanía -indicó Juan Pablo II- cuando "sirve el bien común" y promueve la libertad de la nación permitiéndose "expresar toda su identidad".
Respondiendo indirectamente al general Jaruzelski, quien había asegurado que sólo el bloque soviético había dado la paz a Polonia, el Papa dijo: "Polonia pagó con la sangre de seis millones de ciudadanos su derecho a la soberanía".
Adhiriendo a las ideas autogestionarias del sindicato de Lech Walesa, el Papa recordó que "el hombre que trabaja no es solamente un instrumento de producción sino un sujeto que tiene prioridad sobre el capital. Por su trabajo el hombre debe ser un verdadero coadministrador, pudiendo influir sobre la utilización de su trabajo".
El Papa estigmatizó igualmente la "dominación abusiva" de las autoridades e invitó a los polacos a "velar" oponiéndose a la desmoralización y pensando que el futuro comienza hoy y depende de lo que es el presente.
Como en 1979, cuando había suscitado el nacimiento de "Solidaridad", el Papa ha dado un nuevo impulso al movimiento social y demostrado que sin el sindicato y la Iglesia, el poder no podrá desbloquear la situación. Por ahora se ignora si su último encuentro con el general Jaruzelski y, enseguida, con Lech Walesa, pueden inaugurar una nueva etapa en ese sentido.
La respuesta está, como nunca, entre las manos del poder militar.