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Reunión mundial para ponerle un valor a la naturaleza
El congreso de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) pondrá a pensar a miles de defensores del medioambiente sobre la necesidad de valorar los servicios ambientales.
¿Cómo proteger la naturaleza de la devastación causada por las actividades humanas? Economistas, instituciones y oenegés defienden la idea de dar un valor económico a los servicios que nos suministra, pero el ejercicio es complicado y no genera unanimidad. Desde el viernes 3 hasta el 11 de septiembre, se celebra en Marsella, sur de Francia, el congreso de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). Entre los muchos temas que serán abordados, figura la modificación de las prácticas económicas actuales.
“Aumentamos el crecimiento económico en perjuicio de la naturaleza”, señala Nathalie Girouard, responsable en la división medioambiente de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). Agricultura intensiva, sobrepesca, industrias, caza, contaminación o cambio climático afectan los ecosistemas.
Conservadores de la naturaleza y economistas abogan por dar un valor a los servicios otorgados por los ecosistemas: agua potable, aire de buena calidad, polinización, absorción del CO2 por parte de los bosques y los océanos, y diversidad genética, partiendo del principio de que los recursos gratuitos y vistos como renovables están mal protegidos.
“En los últimos años hemos constatado un verdadero reconocimiento de la idea de apreciar a la naturaleza. La gente comienza a comprender el riesgo de no actuar”, constata Gavin Edwards, coordinador en el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF International).
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Pero, ¿cómo definir el valor de ese capital natural? Es el trabajo de Mary Ruckelshaus, directora general de Natural Capital Project, dependiente de la Universidad de Stanford.
“Hay una distinción importante entre precio y valor: el precio implica una medida económica, monetaria, que damos a la naturaleza. Eso puede ser útil, pero en muchos casos es muy difícil de fijar y es insuficiente”, explica en el preámbulo.
Toma como ejemplo el trabajo hecho en Belice para asegurar un desarrollo económico, al mismo tiempo que se protegen los manglares, ecosistemas esenciales. Es posible “dar un valor monetario a los daños que ellos evitan protegiendo las costas del alza del nivel del mar o de los huracanes”, pero este valor puede también traducirse en empleos en el turismo o la pesca, explica. El apego de una comunidad local a este manglar será, por el contrario, “inestimable”, añade Mary Ruckelshaus.
¿Cómo hacer para que diferentes actores se pongan de acuerdo sobre el valor que debe darse a la protección del espacio natural?
La idea de Natural Capital Project consiste en cartografiar la zona involucrada y ver donde se deben instalar las diversas actividades. “A veces no hay que hacer muchos compromisos” para lograrlo, asegura Mary Ruckelshaus.
Reglamentar
A escala más amplia, las instituciones internacionales abordan el asunto. En 2020, el Foro Económico Mundial cifró en 44 billones de dólares las actividades económicas dependientes de la naturaleza, o sea más de la mitad del producto interno bruto (PIB) mundial.
La OCDE, con otros organismos, se esfuerza de la mejor manera para integrar ese capital natural en el cálculo actual de la riqueza de un país, el PIB, pero queda por hacer un largo trabajo.
Es “un primer paso para integrar la biodiversidad a las estrategias nacionales y registrar un verdadero cambio gracias a indicadores y objetivos claros”, y es, además, “la única forma para hablar el mismo lenguaje de los que poseen poder decisorio en materia política”, considera Nathalie Girouard.
Este concepto no genera unanimidad. Reduce “los problemas de medioambiente a funciones útiles únicamente para el ser humano, con una visión parcial, sin comprender las interacciones mucho más amplias”, critica Aurore Lalucq, diputada europea, coautora del libro Hay que dar un precio a la naturaleza.
Fijar un precio o un valor a la naturaleza “no garantiza que todo el mundo va a tomar las decisiones requeridas para protegerla”, reconoce Mary Ruckelshaus, quien como las otras personas interrogadas aboga por regulaciones públicas.
Hay que reglamentar los límites de explotación de los recursos naturales”, propone Nathalie Girouard de la OCDE, que plantea “cambios en los comportamientos” y sobriedad.
Para Aurore Lalucq “es necesario reglamentar, que se prohíban cosas y además invertir en infraestructuras verdes y biodiversidad”. “No necesitamos dar un precio a las abejas, hay que prohibir los pesticidas que matan a las abejas”, puntualizó.
AFP