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Río Bogotá: ¿La contaminación lo acabará? 4 claves para conocer su importancia para la capital
Su cuenca hidrográfica concentra el 32 % del Producto Interno Bruto nacional y el 26 % de la producción agropecuaria del país. Sin embargo, la contaminación amenaza con acabar sus servicios ecosistémicos, económicos, sociales y culturales.
En el municipio de Villapinzón, a más de 3.400 metros de altura y rodeado de frailejones, musgos, quiches y carditas, nace el río más importante del centro del país: el Bogotá. El páramo de Guacheneque es el nombre del ecosistema que le da vida a este cuerpo hídrico en donde, para sorpresa de muchos, sus aguas corren cristalinas y prístinas.
Según la leyenda, el Funza, como bautizó el pueblo muisca durante la época prehispánica al río Bogotá, era inicialmente una inmensa laguna que los indígenas nombraron Guacheneque y protegieron con un hechizo ancestral.
Cuentan que el hechizo hizo a este cuerpo hídrico tan bravío y arisco, que por medio de rugidos ahuyentaba a quienes se acercaran a tomar agua, talar árboles o hacerle daño.
Asustados, los campesinos le pidieron ayuda a un sacerdote, quien recomendó sal de Nemocón para romper el hechizo. La sal dividió Guacheneque en 11 pequeños cuerpos lagunares, disminuyó los rugidos y permitió que las personas se acercaran a sus aguas.
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Desde entonces -hace más de un siglo- el nacimiento del río Bogotá quedó fraccionado en pozos de diferentes tamaños que en algún momento estuvieron repletos de especies como peces capitán, nutrias, aves y cangrejos.
Hecatombe ambiental
Once kilómetros después de Guacheneque, las aguas del Bogotá reciben el primer golpe de contaminación al llegar a los municipios de Villapinzón y Chocontá. De ahí en adelante, este cuerpo hídrico no para de recibir más de 600 toneladas de carga contaminante a diario.
En la cuenca media, Bogotá y Soacha, aportan el 90 % de la contaminación del río, pues en este tramo los ciudadanos arrojan desde aguas residuales, arenas, escombros y residuos tóxicos, hasta carros, muebles y electrodomésticos.
Al llegar a su desembocadura en el río Magdalena, en Girardot, las aguas de este afluente están en cuidados intensivos. Tanto así, que para los más de 300.000 habitantes que habitan en este último tramo es imposible interactuar con sus aguas.
Desconocer la importancia de este afluente, la riqueza que alberga, los servicios ecosistémicos, sociales, económicos y culturales que presta, además de su historia, han llevado a este cuerpo hídrico a una hecatombe ambiental.
Es por eso que estos cuatro datos le ayudarán a conocer más sobre este ecosistema y la razón por la que es clave protegerlo.
1. Tres cuencas: alta, media y baja
La cuenca hidrográfica del río Bogotá tiene 589.143 hectáreas y a lo largo de ella habitan aproximadamente 12 millones de personas. Los ciudadanos, sin embargo, le han dado la espalda desde hace décadas y por cuenta de la falta de cultura ciudadana y de sentido de pertenencia, el 97 % de sus aguas están contaminadas.
A su paso por Cundinamarca, este cuerpo hídrico pasa por 47 municipios, incluida la capital, que están divididos en tres cuencas: alta, media y baja. La cuenca alta empieza en el nacimiento del río en el páramo de Guacheneque, en Villapinzón, y va hasta el puente de la virgen en Cota.
Es la más grande con 21 municipios dentro de los que están: Villapinzón, Chocontá, Cucunubá, Tausa, Suesca, Sesquilé, Nemocón, Gachancipá, Cogua, Zipaquirá, Tocancipá, Guatavita, Tenjo, Tabio, Cajicá, Sopó, Guasca, Subachoque, Chía, La Calera y Cota. Allí la calidad de sus aguas es regular, de tipo 4.
Luego sigue la cuenca media hasta las compuertas de Alicachín en Soacha, con 11 municipios: Bogotá, El Rosal, Facatativá, Madrid, Funza, Mosquera, Soacha, Sibaté, Granada, Bojacá y Zipacón. En este tramo, por su parte, la calidad del agua es muy mala, tipo 8.
Y, finalmente, la cuenca baja que pasa por 15 municipios en total: San Antonio del Tequendama, Tena, Cachipay, Anolaima, Quipile, La Mesa, El Colegio, Viotá, Chipaque, Anapoima, Apulo, Tocaima, Agua de Dios, Ricaurte y hasta su desembocadura en el río Magdalena, en Girardot, donde llega con una calidad de agua mala, de tipo 7.
2. Hervidero de biodiversidad
Muchos reconocen al río Bogotá como una cloaca repleta de basura y mal oliente que difícilmente pueda descontaminarse. Sin embargo, la cuenca hidrográfica del segundo río más importante del país está repleta de especies.
En total, hay registros de por lo menos 542 especies de animales, que incluyen 322 especies de aves, 76 de mamíferos, 66 de reptiles, 55 de anfibios y 23 de peces. Muchos de estos incluso son endémicos del altiplano cundiboyacense, es decir, que no existen en ningún otro lugar del mundo, como el pez capitán, el cucarachero de pantano, la tingua bogotana o el cangrejo sabanero.
Además, hay 169 especies de plantas identificadas, unos 90 cuerpos hídricos como lagunas, embalses y humedales, además de 46 áreas protegidas que suman 158.000 hectáreas, como los páramos de Chingaza y Sumapaz.
3. Sagrado para los muiscas
Este pueblo indígena adoraba el río Bogotá. Para ellos, sus aguas eran completamente sagradas y en ellas hacían pagamentos y rituales a sus dioses como Bachué o Bochica. En ese entonces, antes de 1530, los muiscas llamaban Funza al afluente, que significa varón poderoso o gran señor.
Eran un pueblo anfibio que, a diferencia de lo que pasa hoy, miraban de frente al río y construían su vida en torno a él. Concebían el agua como fuente de vida, almacenamiento y abundancia. Además, las mujeres daban a luz a sus hijos en el Funza. Artesanías como los tunjos, serpientes, ranas, sapos y peces, muchos de ellos depositados en el Museo del Oro, muestran la adoración hacia las criaturas acuáticas.
Hacia 1537 empezó la decadencia del Bogotá con la llegada de los españoles, atraídos por las esmeraldas, oro y sal de la sabana. Durante esta época, el pueblo muisca fue desapareciendo poco a poco.
Aunque en la Conquista cambió la relación con el río, este afluente se volvió un referente de costumbres culturales, actividades de agricultura e incluso lo veían un sitio de recreación, con los tradicionales paseos de olla.
El punto de quiebre, sin embargo, llegó en el siglo XX con el incremento poblacional de Bogotá, el cambio de uso de suelos y la falta de sentido de pertenencia.
4. Megaobras que le darán un respiro al Bogotá
Los megaproyectos de las Plantas de Tratamiento de Aguas Residuales (PTAR) El Salitre y Canoas, serán claves para la recuperación del río Bogotá.
La PTAR Salitre empezó a operar en el año 2000 con una capacidad de tratar 4 metros cúbicos por segundo. Esta solo separa la basura, los sólidos y un porcentaje de carga orgánica que llega por el alcantarillado, pero no desinfecta las aguas.
Con la ampliación y optimización que está en marcha, la planta desinfectará las aguas entre un 95 y 98 %. Además, tratará 7 metros cúbicos de agua por segundo, 605 millones de litros diarios, y evitará que unas 450 toneladas de basura lleguen mensualmente al río Bogotá. Se espera que entre en funcionamiento en 2021.
La PTAR Canoas, por su parte, estará lista hacia 2026, y tratará el 70 % de las aguas residuales de Bogotá y el 100 % de las de Soacha. Con una inversión de unos 4,5 billones de pesos, esta megaobra tratará 16 metros cúbicos por segundo, lo que la convierte en la PTAR más grande del país.