ORIENTE MEDIO

Paz con los talibanes, un acuerdo con más preguntas que respuestas

Estados Unidos y los talibanes firmaron un acuerdo de paz tras casi veinte años de guerra. Pero el remedio podría resultar mucho peor que la enfermedad.

7 de marzo de 2020
Zalmay Khalilzad, enviado especial de Estados Unidos, y el mulá Abdul Ghani Baradar firmaron el acuerdo. Según el documento, el país norteamericano retirará sus tropas y los talibanes no acogerán a grupos terroristas. | Foto: foto: afp

El 15 de mayo de 1988, las tropas soviéticas comenzaban su retirada de Afganistán. En plena Guerra Fría habían logrado mantener un Estado comunista en Oriente Medio durante diez años, frente a múltiples insurgencias de extremistas que detestaban la idea de un Estado ateo en un país musulmán. Con el apoyo de Estados Unidos, los muyahidines lograron darle la vuelta a la disputa. Fue una gran victoria de la Guerra Fría; tanto, que algunos la relacionan con la muerte de la Unión Soviética.

Pero los norteamericanos no calcularon que esos islamistas odiaban tanto o más a los propios Estados Unidos. Cuando después de muchos meses de caos, los talibanes, un grupo afgano extremista surgido en la contienda, tomaron el poder en 1996, se habían convertido en los anfitriones de personajes como Osama Bin Laden, el millonario saudí que ahora tenía al Gran Satán en su mira.

Los talibanes acogieron a Al Qaeda, recién creada por Bin Laden, en un movimiento que en 2001 les traería graves consecuencias. Tras los ataques a las Torres Gemelas, Estados Unidos invadió Afganistán. Quería castigar a Al Qaeda, perpetrador del atentado, y a los talibanes, por favorecer al grupo terrorista. Pronto sacaron al grupo fundamentalista de Kabul, pero nunca pudo sacar sus tropas, ante el grave peligro de que los insurgentes sacaran a patadas al régimen instalado por Washington.

En abril de 2021, los 14.000 soldados norteamericanos en Afganistán habrán dejado ese país. Se estima que esta guerra le ha costado a Estados Unidos casi 800.000 millones de dólares.

Esta semana, casi 20 años después, las dos partes se reunieron en Qatar y acordaron terminar la guerra. Muchos consideran que era la única manera de saldar el conflicto, pero pocos creen que el pacto sea una buena noticia para Afganistán.

Era un final cantado. La guerra, que tenía inicialmente la bandera de la lucha contra el terrorismo, dejó más penas que glorias. Actualmente, Estados Unidos y la coalición de la Otan tienen unos 14.000 soldados en Afganistán. El Departamento de Estado norteamericano estima que durante la administración de Barack Obama alcanzó las 110.000 unidades. En casi 20 años, la coalición perdió 3.500 hombres y de nada sirvió el asedio militar, que no logró herir de muerte al sistema extremista talibán, a quien nadie le disputa su control en el sur del país.

El fracaso de la intervención estadounidense fue evidente durante muchos años. Siempre fue claro que las tropas gringas no podían dejar solo al gobierno de Kabul, pero tampoco derrotar a la insurgencia. Solo faltaba que llegara Donald Trump a solucionarlo todo a su peculiar manera.

En 2019 el magnate, necesitado de una bandera que cambiara el tema en su país, coqueteó con acabar la guerra y puso las negociaciones en manos de Zalmay Khalilzad, su mano derecha en Afganistán. Pero en uno de sus tantos impulsos, suspendió los diálogos en noviembre pasado. Los talibanes, que esperan con ansia la salida norteamericana de Afganistán, tuvieron paciencia. Esperaron a que Trump se tranquilizara y al poco tiempo se sentaron nuevamente con Khalilzad.

Qatar sirvió de sede para las negociaciones y la firma del acuerdo. Estados Unidos pactó la retirada paulatina de sus tropas a lo largo de 14 meses y que antes del 10 de marzo las unidades pasarán de 13.000 a 8.600. Los talibanes, por su parte, prometieron no usar el territorio afgano como refugio para grupos terroristas.

Es probable que Donald Trump utilice el acuerdo de paz alcanzado con los talibanes como bandera en su campaña por la reelección. En la foto, Kabul, capital de Afganistán.

A algunos sorprende que, con solo un juramento de buena voluntad, Estados Unidos haya cedido ante uno de sus enemigos más recientes. El afán de Trump por colgarse la medalla de pacificador durante su campaña electoral explica, hasta cierto punto, los pocos requisitos que pide para sacar sus tropas a cambio de una vaga promesa. Como le dijo a SEMANA Ben Denison, investigador del Centro de Estudios Estratégicos de la Universidad Tufts, “Trump siempre lo ha querido y en su campaña presidencial dijo que no entendía por qué los norteamericanos todavía iban a esa guerra”. Además, ahora no hay nadie que lo controle, pues “mientras los miembros de su anterior gabinete, que tenían experiencia militar, lo disuadieron de hacerlo, ahora, con más consejeros leales y cercanos a él, es probable que quiera lograr un acuerdo de paz firmado y listo, y dejar Afganistán durante su campaña de reelección. Quiere terminar la guerra, pero más por sus aspiraciones personales que por Afganistán”.

Tampoco da garantías el mulá Abdul Ghani Baradar, el líder talibán que selló el acuerdo con Khalilzad. Cofundador del movimiento en Afganistán, fue capturado en 2010 en Pakistán. En 2018 el gobierno afgano lo liberó como parte de un plan para facilitar el proceso de paz. Pero desde su captura, su influencia dentro de los talibanes ha bajado y solo cumple funciones diplomáticas.

Estados Unidos prometió, antes del 10 de marzo, liberar a 5.000 prisioneros talibanes a cambio de 1.000 afganos en poder de los extremistas. Pero la promesa se convirtió en la primera piedra en el zapato. Contra toda lógica, las conversaciones no habían incluido al gobierno afgano de Ashraf Ghani, quien rechazó los acuerdos que Washington fraguó sin su consentimiento. “No está en la autoridad de Estados Unidos decidir, solo es un agente facilitador”, dijo acerca de la liberación de los talibanes.

Además, el pacto desató todo tipo de preocupaciones. La principal, la alta probabilidad de que la retirada estadounidense conduzca a que los talibanes derroten al gobierno e impongan un régimen extremista como el que rigió entre 1996 y 2002, con penas sangrientas para sus detractores y prohibiciones absolutas para las mujeres. Ellos consideran ilegítimo el gobierno de Ghani y nada garantiza que respeten cualquier pacto que incluya su permanencia.

Pero desde 2001, Estados Unidos y los talibanes jamás habían llegado a un acuerdo, y los veedores internacionales tendrán sus ojos puestos en que el grupo fundamentalista contenga la violencia. Como apunta Denison, “en el pasado, los talibanes no han querido hablar con el gobierno afgano sin un compromiso firme de las tropas norteamericanas de irse. Ahora que se van, podrían estar forzados a conversar”.

Los talibanes recibieron el acuerdo con alborozo. Pero el presidente afgano, Ashraf Ghani, cuestionó los manejos de Estados Unidos, que no tuvo en cuenta a su gobierno en las negociaciones.

La semana previa a la firma del acuerdo se llevó a cabo una tregua bilateral. Pero nadie garantiza que ninguna de las partes respeten el cese al fuego, y los ataques de lado y lado ya se reanudaron. El viernes, un bombazo en Kabul dejó decenas de muertos en una ceremonia a la que asistía un candidato presidencial, aunque los talibanes negaron su autoría.

Mal presagio, sobre todo porque la mayor parte de los analistas creen que los talibanes esperan la retirada estadounidense para arrasar el interior del territorio. Con la retirada, el país quedaría del todo disponible para el tráfico de opio, la producción de heroína y la minería ilegal, al igual que las ‘vacunas’ impuestas a quienes transitan por sus territorios y lo que es aún peor, para convertirse en un refugio y bastión del terrorismo internacional.