Homenaje

Santiago García, el arquitecto del teatro colombiano

Hablar de teatro colombiano es imposible sin mencionar al fundador del Teatro La Candelaria, institución que ahora cumple 50 años. En ese marco, celebramos a un hombre que cambió la manera de pensar las artes escénicas en Colombia.

Paola Moreno
6 de julio de 2016
García nació en Bogotá en 1928.

Corrían los años sesenta. Meses antes se había abierto en el centro de Bogotá el Coliseo de la Cultura, como le llamaron a la ampliación de la Biblioteca Luis Ángel Arango. Ese mismo año Camilo Torres, sacerdote y militante del ELN, murió en su primer combate con el ejército. En medio de un conflicto que acrecentaba el arte se abrió un espacio en la capital. Fue así como el 6 de junio de 1966, a las 6:00p.m., Santiago García fundó La Casa de la Cultura en el barrio La Candelaria, Bogotá.

“Vivir en un país como este, en una sociedad que descree de todo, que descree de lo propio, y construir y mantener un proyecto como este, me parece un acto poético hermoso. Es mirar el mundo y universalizarse a partir de esta sociedad”, menciona el dramaturgo César Badillo. En ese día de junio, en medio de un país que se iba consumiendo por el conflicto, García, de la mano de actores como Patricia Ariza, Vicky Hernández, Miguel Torres, Gustavo Angarita, Carlos José Reyes, Francisco Martínez, entre otros, inauguró la Casa de la Cultura con la obra Soldados.

Obra ‘Soldados‘, en escena la actriz Vicky Hernández. Foto cortesía Teatro La Candelaria. 

García venía de dirigir el Teatro Estudio de la Universidad Nacional, de donde se retiró ante la crisis que desató un discurso de Oppenheimer contra la bomba atómica, que él anexó al programa de la obra entonces que dirigía, Galileo Galilei. En ese mismo montaje conoció, por casualidad, a Patricia Ariza, con quien tuvo una relación amorosa de varios años. “Los papeles principales los hacían actores con experiencia, estudiantes o profesores. Le pregunté si me daba un papel, me dijo que no, que ya estaba todo repartido. Pero me preguntó qué estudiaba. Le dije que artes. Me dijo ‘entonces por qué no se encarga de tomar nota de los ensayos’. Me volví como una bitácora de la obra, me apasioné por el teatro y lo entendí”, recuerda Ariza.  

El  arquitecto de la dramaturgia nacional

Aunque García estudió arquitectura en la Universidad Nacional, nunca la ejerció. Por lo menos no en su uso más frecuente, porque en la historia del teatro colombiano sí diseñó y construyó los cimientos de una nueva dramaturgia nacional. Su curiosidad por el teatro coincidió con la visita al país en 1955 de Seiki Sano, un dramaturgo japonés que salió de su país por ser acusado de colaborar con el partido comunista. Sano había llegado al país gracias al presidente Rojas Pinilla para contribuir al desarrollo de la recién creada Televisora Nacional. Su estadía fue corta, apenas de tres meses, pero ese tiempo bastó para que García le conociera y entrara a su escuela. En diciembre de 1955, Sano salió de Colombia, como el mismo García lo dice en una entrevista, “por esas cosas que suceden en esos sistemas un poco irracionales”. Rojas Pinilla había descubierto que el japonés era marxista.

Dos años después de su salida, Fausto Cabrera fundó el Teatro el Búho en una pequeña sala en la Av Jiménez con carrera 10ª. “Allí participó Santiago como actor y director. Recuerdo la actuación de Santiago en El viaje feliz, de Thornton Wilder, pieza en la que se representaba el viaje de una pareja con sus hijos con solo cuatro sillas en escena. En la sala pequeña Santiago montó La princesa Aoi, de Yukio Mishima”, menciona el dramaturgo Carlos José Reyes. Durante un viaje por Checoslovaquia y Berlín por ese entonces, García se la pasó en el archivo de Bertolt Brecth investigando todo lo relacionado con escenografía y decoración. Y además, todos los días, desde las diez de la mañana, veía los ensayos del grupo de teatro. A la una de la tarde almorzaba y a las dos volvía al archivo a estudiar.

Santiago García en el montaje de Galieo Galilei. Foto cortesía Teatro La Candelaria. 

Al regresar a Colombia, el Teatro El Búho estaba ubicado en la Universidad Nacional. Allí García montó El jardín de los cerezos, de Chejov, y Un hombre es un hombre y Galileo Galilei, ambas de Brecht. Y ahí hasta el suceso con el discurso de Oppenheimer.

La creación colectiva           

La Casa de la Cultura pasó a llamarse el Teatro La Candelaria en 1968. Para esa época García ya era un nombre reconocido en la escena teatral. Sin embargó, decidió arriesgarse y apostarle a una nueva forma de hacer teatro: la creación colectiva. Un método donde el director se convierte en una especie de espectador calificado y los actores son los encargados de crear las escenas y personajes. García decía que con ese método podía despojarse de sentirse como un director, como el centro de la creación.

Con esta técnica montó la primera obra de La Candelaria: Nosotros los comunes, basada en las revueltas de los comuneros. En 1975 le sigue el estreno de Guadalupe años sin cuenta, considerada uno de los clásicos del teatro colombiano. Se trata de la obra más presentada del siglo XX en el país. La obra cuenta la historia de Guadalupe Salcedo y de las guerrillas del Llano, que tuvieron el apoyo de dirigentes del Partido Liberal.  De Guadalupe años sin cuenta se han hecho más de 1.300 representaciones y en el mismo año del estreno recibió el Premio Casa de las Américas.

Obra ‘Guadalupe años sin cuenta‘ , en escena Santiago García. Foto cortesía Teatro La Candelaria. 

Continuando con su interés por la problemática social de Colombia, el grupo estrenó Golpe de suerte, un montaje inspirado en Lucho Barranquilla, uno de los primeros narcotraficantes colombianos. Aunque la creación colectiva es una técnica que le funciona muy bien a La Candelaria, César Badillo menciona que una de las principales características de García es su carácter cuestionador y agrega que “incluso alguna vez se llegó a cuestionar la creación colectiva. Y una vez dijo: ‘yo creo que esto de la creación colectiva, páremelo un tiempito y vámonos a explorar textos individuales’. Y trabajamos un montón de textos individuales. No era un dogma para él también lo podía cuestionar”.

De este modo, inician un proceso de creación individual, del que se ven los resultados el  23 de septiembre de 1981 con el estreno de El dialogo del rebusque, cuya entrada costaba 300 pesos. García se inspiró en las obras de Don Francisco de Quevedo y Villegas, en especial en Historias de la vida del Buscón llamado don Pablos. El Tiempo, el mismo día del estreno, escribió: “con pericia y equilibrio, modernizó moderadamente el lenguaje del clásico español, reemplazando algunas expresiones por otras equivalentes a nuestro lenguaje pero conservando el tono añejo y la médula amarga del humor quevediano”. El grupo ganó por segunda vez el Premio Casa de las Américas con ese montaje.

Obra ‘El diálogo del rebusque‘, César Badillo, Álvaro Rodríguez e Ignacio García. Foto cortesía Teatro La Candelaria.

En todas esas, García no se alejó de una de sus principales características, el humor. “El maestro es fiel a su espíritu: el humor —dice Nohra González, actriz del teatro La Candelaria—, pero uno ácido, crítico. Uno siempre veía que a él se le filtraba. Últimamente estaba recordando una anécdota muy divertida: por casualidad me tocó manipular un león en una de las escenas de la obra y de pronto el maestro dijo ‘¡Ay! que el león se voltee y se tire un peo’, y efectivamente, le dije ‘¡Listo maestro!’. Son esas cosas absolutamente populares que él siempre ha querido recuperar. El sigue manteniendo eso, es muy risueño”.

*

García, desde hace algunos años, no da entrevistas por motivos de salud. Así que decidí buscar a una de las personas que ha compartido más tiempo con él: Patricia Ariza. Llegué al Teatro la Candelaria. Crucé el patio central donde se encuentra una fuente y desde una de las puertas de la casa se asomó García. Me miró con curiosidad. Lo saludé. Me preguntó a quién buscaba. Le respondí. Me agarró de gancho y me llevo por el  interior de su casa, del teatro. Traté de explicarle que, en el fondo, lo buscaba a él. Siguió adentrándome al teatro y preguntando por Patricia a quien se cruzaba.

Después de hablar a Patricia, volví a encontrármelo. No dudó en decirme unas palabras en portugués. Luego dijo otras en alemán. Me dijo que repitiera. Le hice caso. Me hizo señas para que alzara los brazos. Le dije que no sabía qué estaba diciendo. Seguía hablando, después de una racha de palabras incomprensibles, dijo: “nosotros somos la puerta del mundo, pero se me perdió la llavecita”, y soltó una risa.

 “Siempre fue un mamagallista. Un personaje muy simpático con todo el mundo”, me dice Catalina García, hija de Ariza y de García, cuando le comenté la forma en que lo había conocido.

En marzo de 2012, la UNESCO, a través del Instituto Internacional del Teatro (ITI), reconoció a Santiago García como Embajador Mundial del Teatro, convirtiéndose en el primero colombiano en portar esa distinción. “Gracias por la invitación como embajador. Acepto, pero les quiero decir, con todo el respeto, que no creo que a estas alturas pueda aprender a ser un buen diplomático. Qué pena si los hago quedar mal en el exterior, siempre me he caracterizado más bien por ser imprudente”, dijo García el día en que se celebró el reconocimiento, ante aproximadamente 250 que se reunieron en el teatro La Candelaria.

“Es un mamador de gallo tremendo. Muy serio cuando tenía que serlo. Pero era muy juguetón, además buscaba mucho la verdad en el escenario. Una preocupación permanente que tenía era la de encontrarle el potencial a cada alma. Eso es pues es lo que hace todo buen director”, agrega Cesar Badillo.

El actor Rafael Giraldo, quien ingresó para el montaje de El viento y la ceniza, dirigida por Patricia Ariza, recuerda que junto a Santiago hicieron en esa obra el papel de ancianos en un coro, “¡Siendo Santiago García!—, dice con emoción—, hizo todo lo posible para hacer lo mejor ese coro, ya después cuando llegó otro actor el pasó a hacer otro papel. Mientras uno estaba en el escenario con él, estaba pendiente de las luces, de los actores. Se angustiaba con todas esas cosas”.

Gabriel García Márquez y el grupo de teatro La Candelaria, durante la organización del Festival Mundial de la Juventud y los Estudiante. Foto cortesía Teatro La Candelaria.

García ha dirigido 45 obras de teatro en el país, de su autoría se encuentra,  Diálogo del rebusque (1981), Corre Corre Carigueta (1985), Maravilla Estar (1989), La Trifulca (1991), Manda Patibularia (1996), El Quijote (1999). Entre sus creaciones colectivas destacan: Nosotros los comunes (1972), La ciudad dorada (1973), Guadalupe años sin cuenta” (1975), Los diez que estremecieron al mundo” (1977), Golpe de Suerte (1980),  A Título Personal (2008), entre otras. La preocupación por la realidad del país, la consolidación de una dramaturgia nacional y el aporte de cada una de sus creaciones individuales y colectivas son algunas de las razones por las que Santiago García es considerado uno de los nombres más representativos cuando se habla del teatro latinoamericano.

Santiago García ya no hace parte activa de las creaciones teatrales del grupo. Pero es frecuente que por la tardes pase un rato por el Teatro, se siente en una de las sillas y se tome un café.

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