MÚSICA

El Walkman: 40 años de revolución musical

No fue el teléfono ni el computador. Fue el Walkman de Sony que puso la primera piedra del mundo como lo conocemos hoy.

Álvaro Montes
7 de julio de 2019
Se vendieron más de 350 millones de unidades del Walkman en todo el mundo. | Foto: foto: afp

Hubo una época en que escuchar música era una experiencia colectiva. Hasta que apareció el Walkman de Sony y señaló el destino de los humanos en los tiempos digitales: la individualización. Masaru Ibuka, fundador de la empresa, concibió la idea, y Akio Morita, el legendario director, fue el encargado de diseñar el primer dispositivo de música portátil, el TPS-L2, al que se le ponía un casete (una cinta magnética con espacio para media hora de música por cada lado) y unos audífonos.

Fue el fin de los grupos de jóvenes en las esquinas del barrio conversando alrededor de una enorme grabadora, que alguien traía cargada al hombro. Todo lo que vendría a partir de entonces sería la individualización absoluta del consumo y la fragmentación de las audiencias, hasta llegar a Netflix en el celular, que sustituyó a la televisión abierta que la familia disfrutaba en la sala de la casa.

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Lanzado en Japón en julio de 1979, el Walkman, como la bautizó la compañía, causó sensación. Sony era entonces la marca de electrónica más prestigiosa, y Morita, un rey Midas de la tecnología, que producía televisores y equipos de sonido imbatibles. Para un adolescente de hoy, estos aparatos resultan piezas de arqueología.

El casete, inventado por Philips en 1962, era un dispositivo de tecnología analógica, que supuso un gran avance en relación con el disco de vinilo. No se podía saltar de una canción a otra, no existían los archivos digitales, ni el formato MP3, ni el streaming; y conseguir las canciones preferidas era más difícil que llenar el álbum Panini, pero el casete era pequeño e intercambiable, y creó las condiciones para el gran salto al consumo portátil y personalizado de la música.

Se vendieron más de 350 millones de unidades del Walkman, que disponía de sonido estéreo y bajos profundos. Así, Sony logró exprimir al máximo las posibilidades de su invento, desarrollando el Discman –cuando el casete fue reemplazado por el CD– y otras variantes, incluido un teléfono con el que intentó competirle al iPhone en los primeros días de la era de los smartphones. No es posible imaginar esos nostálgicos años ochenta sin estos dispositivos, y las fiebres mundiales del jogging (salir a trotar por las mañanas) y los aeróbicos en casa, que fueron impulsadas por este invento.

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Pasaron 22 años hasta la siguiente revolución que llegó con el iPod, cuyas innovaciones consistieron en el formato digital (archivos como los que se guardaban en el computador en lugar de CD), y, sobre todo, la posibilidad de comprar canciones a menos de un dólar en una tienda en línea. El impacto del iPod se sintió especialmente en el negocio de la venta de música, por el papel que jugó la tienda iTunes en esta historia. Pero la idea de cargar con la discoteca en el bolsillo le pertenece a Sony y su inolvidable Walkman.

La tercera revolución vino con el streaming, y Spotify es uno de los pioneros. La tienda de música cedió su lugar a la suscripción. El modelo de música como servicio es el signo de los tiempos actuales, en los que la tecnología se paga de la misma forma que la electricidad y el agua, por factura mensual. Lo hacen las empresas que contratan sus soluciones de negocios en la nube, y lo hacen los consumidores que se suscriben a servicios de películas y series, transmisiones de partidos y bibliotecas musicales.

Spotify lucha desesperadamente para no perder su liderazgo en el mercado del streaming, en el que tiene 83 millones de suscriptores, contra Apple Music, que le respira en la nuca con 60 millones de clientes y contando.

La moda retro, en auge por estos días, ha hecho que aparezcan de nuevo fabricantes de casetes, de discos de vinilo y de películas ambientadas en los ochenta, como merecido homenaje a los hitos tecnológicos que realmente cambiaron la cultura mundial. Desaparecieron la esquina del barrio y la venta de discos, a la vez que mejoró sin duda la calidad del audio y el acceso al universo discográfico global, pero la música todavía se lleva en el bolsillo, ahora en un smartphone, tal como lo soñaron Ibuka y Morita hace 40 años.